“Ariaferma” (Aire quieto), película escrita y dirigida por Leonardo di Costanzo (Premio David de Donatello 2017 como realizador novel por “L’intrusa”), es un drama carcelario sobre un fondo de suspense protagonizado por Toni Servillo (“La gran belleza”, “Fue la mano de Dios”) y Silvio Orlando (“La habitación del hijo”, “The Young Pope”).
Porque
una cárcel es un lugar siniestro y estar en la cárcel es siempre dramático, aunque no parece que sea mucho
más agradecido el papel de funcionario de prisiones. El panóptico de Mortana no existe en la
realidad, es una construcción del imaginario del realizador tras visitar muchas
cárceles diferentes y escuchar las historias que quisieron contarles algunos
internos.
Pero es que Mortana
es la metáfora de un lugar donde la soledad se impone y ni siquiera el aire se atreve
a moverse. En la confrontación entre el preso Lagioia, un educado capo mafioso
que interpreta Silvio Orlando, y el funcionario Gaetano Gargiulo (Tony Servillo) –napolitano
de origen humilde de respeta las reglas, y especialmente la de que un carcelero
no puede hacerse amigo de un detenido, “No tenemos nada en común”, le dirá
mirándole fijamente- el espectador sabe inmediatamente que eso no es verdad. Ambos
son grandes actores y asumen con maestría la mayor parte del peso de la
película.
Porque
precisamente se trata de eso: de una cárcel perdida entre montañas en la
frontera de Suiza e Italia, y de las relaciones de una decena de detenidos y el
reducido grupo de guardianes encargados de su vigilancia. La cárcel está a
punto de cerrarse definitivamente pero cuando la mayoría de internos y
funcionarios ya han sido trasladados, la directora anuncia al equipo de Gaetano
que, por problemas burocráticos, tendrá que permanecer allí unos cuantos días
más junto a los internos que no han sido reasignados.
Para los que se quedan, parece
como si el tiempo se parara. Por razones de seguridad, tienen que concentrarse
en un espacio pequeño –una docena de
celdas en torno a una especie de rotonda-, se suspenden las visitas y
desaparecido el servicio de comida, presos y funcionarios tendrán que conformarse
con platos congelados calentados en el microondas. A falta de información sobre
el tiempo que durará la nueva situación, los reclusos están especialmente
nerviosos y los funcionarios tensos.
La llegada de un nuevo
interno, un joven (Pietro Giuliano) detenido por agredir a un anciano durante
un atraco, que va costarle caro, despierta las conciencias, los presos protagonizan
un mini-motín negándose a comer los congelados, y el inspector Gargiulo decide
abrir la cocina, poner al recluso Lagiogia al frente de los fogones y termina
sentándose a comer con los internos, ignorando las críticas de otros
funcionarios. En esa atmósfera extraña, poco a poco, las
reglas parecen tener cada vez menos sentido, los protocolos se relajan y se
vislumbran nuevas formas de relación entre los hombres que allí quedan.
El director de esta película, Leonardo di
Costanzo, cuenta que cuando visitaban las cárceles para documentarse “se formaba una
atmósfera inesperada de convivencia y comenzaba la competencia sobre quién nos
iba a contar la mejor historia. También hubo risas. Luego, cuando pasaba el
momento, todos volvían a sus roles y los oficiales uniformados, con las llaves
tintineando en las manos, llevaban a los presos a sus celdas (:::) este
drástico regreso a la realidad nos hacía sentir desorientados. Y fue
precisamente este sentimiento de desorientación lo que impulsó la realización
de esta película. No se trata de las condiciones en las cárceles italianas. Lo
más probable es que se trate de lo absurdo de la prisión en sí.”
De hecho, cuando más complicada parece la
convivencia entre reclusos y guardianes es cuando se produce el acercamiento
entre ambos, como si todos probraran un sentimiento de pérdida en los abruptos
paisajes que les rodean, y estuvieran necesitados de compañía. Basta un apagón de luz para que, en
el espacio de una noche, todos cambien de actitud y se vuelvan “más humanos”: se
produce una oleada de solidaridad entre los reclusos, los funcionarios
abandonan la distancia reglamentaria, se abre una brecha en la rígida
estructura de la prisión y en el
banquete que se monta a la luz de las linternas de los móviles hay un instante como de aire fresco en el que
el tiempo parece suspendido, un regusto de libertad, un paréntesis encantado
que permitirá a los presos disfrutar de algunos momentos de esperanza.
A base de luces y sombras, “Ariaferma” es
una gran película humanista que nos habla con honestidad del claustrofóbico mundo
carcelario y de los problemas de los hombres–reclusos y guardianes- que habitan
en un sitio donde, como sugiere el título, el aire no se renueva y donde todos –reclusos
y guardianes- están encerrados.
(1) “Ariaferma”
se estrena el viernes, 8 de abril de 2022.
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