jueves, 28 de febrero de 2013

Aquí y allá, el sonido familiar de la emigración mexicana



Tras ganar, en mayo de 2012, el Gran Premio de la Semana de la Crítica del Festival deCannes, Aquí y allá, película española que significa  el debut en el largometraje del madrileño Antonio Méndez Esparza ( 37 años, licenciado en Derecho, una adolescencia en México y luego estudios de cine en la UCLA de Nueva York),  llega a las pantallas grandes españolas el 1 de marzo de 2013 después de haber participado en más de cuarenta encuentros internacionales y haber conseguido los premios al Mejor Director en el Festival de Tesalónica, a la Mejor Película y Mejor Director en el Festival de Bombay y a la Mejor Película en los festivales de Montreal y Jerusalén.

Aquí y allá es una historia del México fronterizo con Estados Unidos –“un género cinematográfico típicamente mexicano”, escriben en una página digital francesa- , con ambiciones de documental y alejada de las historias de narcos y traficantes de toda especie, centrada en otra realidad también muy actual: la emigración contada a través del regreso a su pueblo de un hombre, padre de familia.

Después de trabajar varios años en el norte, años de desarraigo en Nueva York, Pedro regresa a la Sierra de Guerrero donde le esperan su mujer y dos hijas que han crecido más rápidamente de lo que esperaba y, a causa de la separación en el tiempo y el espacio, le reciben con un cierto distanciamiento. Eso, sumado a las dificultades económicas de siempre que le impiden llevar a cabo su sueño de formar un grupo de música, los Copa Kings, una orquesta dominguera para animar fiestas y celebraciones, le llevan a plantearse volver a emigrar: en resumen, que aquí y allá, de un lado y otro de la frontera, para los desheredados todo es precario, todo son dificultades para subsistir.
Rodada con actores no profesionales, que interpretan sus propios personajes, sus propias vidas –componiendo una parte nada despreciable del guión- a las que se han añadido algunos elementos de dramaturgia convencional , Aquí y allá es, en palabras de su director Méndez Esparza, “una película sobre la emigración en la que nunca aparece el viaje”, la crónica de una familia trabajadora que, como todas las de su clase, vive a base de equilibrios económicos que puede desnivelar el menor imprevisto, como por ejemplo la llegada de un tercer hijo prematuro con problemas; pero que también conoce momento de intensa felicidad muy intimista, como por ejemplo cuando el padre canta canciones de amor a las tres mujeres sentadas en torno a la mesa familiar.

Un relato que suena muy auténtico sobre la frontera, la línea divisoria entre el aquí y el allá que, para quienes no son futbolistas de élite, cantantes de éxito, diseñadores de moda o actores consagrados, es tan delgada que apenas se diferencia u lado del otro.


 

miércoles, 27 de febrero de 2013

Stéphan Hessel, un siglo contemplándonos


“Considero que no es necesario vivir hasta ser demasiado viejo. Hay que vivir, con placer, mientras uno disponga de medios para expresarse… la muerte es para mi un gran proyecto. Pienso que de todas las experiencias que se tienen en la vida, la más interesante es la muerte…Para mi la vida ha sido hermosa, con momentos horribles y momentos admirables. Pero quizá la muerte sea aun más hermosa ¿quien sabe?”.

Estábamos en diciembre de 2010, la editorial francesa Indigéne acababa de publicar un librito de poco más de cuatro mil palabras titulado Indignez-Vous!” (Indignaos) y los libreros reconocían ya que se trataba del boom editorial del año. Su autor, un nonagenario antiguo resistente y el único redactor vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, hablaba de la muerte, de su muerte, en el primer programa de televisión que le entrevistaba tras su éxito, y del libro escrito en un estilo directo y sencillo sobre lo que, en principio, no pasaba de ser una aportación más al debate acerca de si otro mundo es posible.

Hoy, menos de cuatro años después y con 95 cumplidos, Stéphane Hessel, el más célebre de los indignados franceses, ha podido comprobar si, efectivamente, para él  la muerte ha sido igual de hermosa que la vida. Hoy ha muerto el abuelo de todos los indignados del mundo, de las revoluciones árabes, del 15M, de Occupy Wall Street, del Popolo Viola, de los antisistema griegos…el hombre que tuvo la habilidad de plasmar, en un manifiesto de apenas setenta páginas que se vendía a 3 euros y era el grito que salía de las gargantas de todos los aplastados por el sistema, las protestas, los deseos y las aspiraciones de un mundo lacerado por la corrupción, el neoliberalismo más salvaje y el desprecio absoluto hacia los desfavorecidos de la tierra.

Stéphane Hessel ha muerto y resulta difícil de creer. Desde su irrupción hace tres años en los medios de todo el mundo teníamos la impresión de encontrarnos ante un hermoso y eterno anciano “salido del siglo con el que bailó (1) para entrar directamente en la Historia, con toda la panoplia de accesorios: una voz como salida de una vieja radio, una educación extremada, casi anticuada, una elegancia de otros tiempos. Y además, cuando a los 95 años uno recorre los platós de televisión de todo el mundo, escribe best-sellers y da nombre a un movimiento internacional, ¿se atreve alguien a decir que ha muerto?” (Marion Cocquet , Le Point, 27 febrero 2013).
En aquella navidad de 2010, más de medio millón de personas habían comprado el libro –que acabaría vendiendo más de cuatro millones de ejemplares y siendo traducido a 34 lenguas-, un fenómeno que para el editorialista del diario Libération, Paul Quinio, no respondía ni al precio ni a la notoriedad del autor, sino a algo “que le conecta con el individualismo” inherente a esta época: “que cada cual disponga de su pequeña dosis de indignación solitaria”. Y lanzaba un aviso para navegantes: “Stéphane Hessel ha puesto el dedo en la llaga de un deseo de indignación. A la izquierda le toca ahora transformarlo en futuro”. Un deseo que, de momento, ni siquiera está camino de cumplirse.

Indignez-vous! Arrasó aquella pascua de invierno en el momento de elegir los regalos. El periodista de Libération Jérémy Marillier recogía declaraciones de varios libreros parisinos. “En diciembre va a figurar en los extractos de todas las tarjetas de crédito. Libros como este pueden contarse con los dedos de una mano. Varias veces nos hemos quedado sin stock, los distribuidores no pueden cumplir con todos nuestros encargos”, aseguraba un librero de Seine-Maritime; otro de la rue Parmentier, en el centro de la capital, decía que “el editor estaba dedicando dos empleados a tiempo completo al seguimiento de las ventas del libro y los clientes no paraban de reclamarlo”. En la primera semana, Indignez-vous! había ganado ya en ventas al Premio Goncourt, que ese año fue para Houellebecq. Por su precio había “venido a substituir a la caja de bombones, y es mucho más original”, confirmaba el joven vendedor de una librería de Montmartre. “Es el regalo ideal para poner en el plato, debajo de la servilleta... Nadie quiere quedarse sin su ejemplar del Hessel”. “Es un libro que hay que regalar para animar las tertulias”, declaraba una vendedora de Nancy.

Pero, ¿que tienen las páginas de Indignez-vous! que consiguieron atrapar de tal forma a los lectores más jóvenes de toda Europa? Para Harlem Désir, ex diputado europeo y actual secretario general del Partido Socialista francés, fundador en su día de la ONG Sos Racisme, “es un libro de rebeldía, de indignación, que se inscribe plenamente en nuestra época. Se subleva contra la sumisión, contra la dictadura de los valores financieros. Y dice que el mayor peligro sería la resignación (…) Hessel es un hombre modesto y auténtico. Plantea las cuestiones sociales en términos morales, hace un llamamiento a la ética y a la responsabilidad personal (…) a los 93 años se dirige a los jóvenes predicando una rebelión humanista y optimista (…) Es una llamada a la reflexión, no un programa político; un grito de alerta a la sociedad a partir de unos valores, recordando que la mayoría de ellos ya estaban enunciados en el programa del Consejo Nacional de la Resistencia (el órgano que dirigió y coordinó los distintos movimientos de la Resistencia Francesa, la prensa, los sindicatos y los miembros de partidos políticos contrarios al gobierno de Vichy a partir de mediados de 1943, al que perteneció Hessel, ndlr.). En él aparecen los valores de justicia social, de prevalencia del interés general sobre los intereses particulares, de basar la vida colectiva en los valores republicanos (valores que, hasta el día de hoy, representan el mayor de los orgullos para todos y cada uno de los ciudadanos franceses, ndlr)... (…) Quiere construir una sociedad de la que podamos sentirnos orgullosos, pero no presenta la más mínima ambigüedad: no es un programa político”. “Predica un cierto radicalismo construido en torno a un proyecto común. No expresa una utopía revolucionaria, que no podría cumplirse. Stéphane Hessel ofrece encontrar una esperanza... por eso el librito ha encontrado tanto eco”.

Un eco que se tradujo inmediatamente en impresionantes cifras de ventas, para la editorial Indigène “un sueño hecho realidad” aunque para el editor, Jean-Pierre Barou, antiguo militante de la Izquierda Proletaria, “no se trata de dinero sino de ideas”. Y de un hombre, miembro de la resistencia y antiguo embajador, que “tiene ideas porque las ha practicado”. Stéphane Hessel renunció en principio a sus derechos de autor. Cuando las ventas rebasaron los 300.000 ejemplares sugirió a los editores que dieran su parte al Tribunal Russell, al que apadrinó desde sus orígenes.

El antiguo resistente enumera en el libro los temas que provocan su indignación : el aumento de las desigualdades en el mundo, el trato que reciben en todas partes los emigrantes, la gente que carece de alojamiento y pasa hambre, la ignorancia que la clase política tiene de los problemas reales de los pueblos… Más allá de las referencias puramente francesas que se encuentran en las apenas 70 páginas de la obra, sus frases resonaban en otros países como un llamamiento ciudadano a implicarse directamente en la política, sin que eso signifique necesariamente afiliarse a un partido, y a luchar por los asuntos de interés general frente a la dictadura del sistema financiero. Un llamamiento que se materializó – ¡y de qué forma!- con la aparición de las mareas de Indignados españoles en el mes de mayo de 2011; un movimiento que se desplaza a través del mundo, desde la Puerta del Sol de Madrid hasta el campamento de Wall Street en Nueva York, pasando por la puerta del Parlamento griego y las plazas italianas. De alguna manera, “en el crepúsculo de su vida, Stephan Hessel pasó la antorcha de una cierta forma de resistencia al movimiento de los Indignados” que ha recorrido las calles y las plazas, en occidente y Oriente Medio.

“Yo también nací en 1917. Yo también estoy indignado. También viví una guerra. También soporté una dictadura. Al igual que a Stéphane Hessel, me escandaliza e indigna la situación de Palestina y la bárbara invasión de Irak (…) Hablamos en la misma onda...”. Era el también nonagenario José Luis Sampedro quien prologaba, meses después, la edición española de Indignez-vous!, a partir de entonces Indígnaos: 60 páginas editadas por Destino en una jugada que tenía poco de aventura editorial; 5 euros por el placer de leer un texto que estaba funcionando “como un toque de clarín que interrumpe el tráfico callejero y obliga a levantar la vista a los reunidos en la plaza”. Después del prólogo de Sampedro, la edición en castellano del panfleto (en el mejor sentido del término) francés, incluye un llamamiento del autor a los lectores españoles, “a la joven generación de esa España (…) rebelde y valiente que siempre puede favorecer el impulso hacia una Europa cultural, fraternal, y no una Europa al servicio de una ‘financiarización’ del mundo”.

“¿Demasiada indignación puede matar la indignación?”, se preguntaba meses más tarde en un artículo el diario digital Rue 89. Para el periódico, declaradamente de izquierdas, al inesperado éxito de 2010 están empezando a surgirle, desde la derecha, “las primeras críticas en 2011. Sobre todo de algunos lectores de lo que Anne Fulda llama en su crónica en el diario Le Figaro una especie de nuevo Pequeño Libro Rojo”. Críticas a las conocidas posturas pro palestinas del autor y a las simpatías socialdemócratas manifestadas en una entrevista en el mismo Rue 89.

El 31 de diciembre de aquel año, y ante la imposibilidad de no hacerse eco del fenómeno que había representado la aparición del libro de Hessel, el diario Le Monde pidió a distintas personas que explicaran los motivos que tenían para indignarse. El neuropsiquiatra Boris Cyrulnik se decía “indignado de que (Hessel) nos pida que nos indignemos, porque la indignación es el primer paso del compromiso ciego. Hay que pedirnos que razonemos y no que nos indignemos”. EL 5 de enero, Luc Ferry, filósofo y ex ministro de la derecha, se dirigía directamente, esta vez desde las páginas de Le Figaro, al autor del libro: “Querido Stéphane Hessel, en un libelo que ha conseguido un éxito colosal, nos invita a la indignación. ¿Está seguro de no haberse equivocado de dirección? La verdadera moral, decía Pascal, se burla de la moral”.

En un perfil de Stéphane Hessel escrito por Eric Aeschimann, donde se le define como “la esencia de la historia”, se dice que nació en una familia judía en Berlín, en 1917, y llegó a Francia en 1925. La vida de sus padres fue, como la suya, una página de historia; o más bien un guión de cine: François Truffaut se inspiró directamente en ellos, en el trío que formaban Franz y Helen Hessel y el amante de esta, Pierre-Henri Roché, para escribir el de la película de culto Jules et Jim. Helen procedía de la burguesía berlinesa antisemita: “políglota, humanista, impertinente, llamó a las mujeres alemanas a la insumisión, consiguió sacar a su marido de los campos de exterminio y tradujo al alemán al impúdico Nabokov”. Franz era un escritor judío, traductor de Proust junto con su amigo inseparable, el filósofo Walter Benjamin.

Stéphan, naturalizado francés en 1937, fue llamado a filas al comenzar la guerra iniciando allí el combate por una Francia libre y digna, merecedor también de convertirse en una historia de la gran pantalla. Hecho prisionero, se evadió y se unió al general De Gaulle en Londres. Enviado a Francia en 1944 fue detenido y deportado a Buchenwald, donde falsificó su identidad. Volvió a evadirse, le detuvieron, saltó de un tren en marcha y se unió a las tropas norteamericanas. Entró en Paris el 8 de mayo de 1945, junto a la primera columna de republicanos españoles. Tras la liberación, empezó a trabajar en la Secretaría General de la ONU y fue uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El gobierno de Mitterrand le elevó a la dignidad de “Embajador de Francia”. El diplomático Stéphane Hessel ocupó cargos en algunas de las grandes capitales del antiguo imperio colonial francés - Brazzaville, Saigón, Argel – y poco a poco fue adoptando posturas anticolonialistas. Hizo de Palestina su gran causa internacional y desde su jubilación se dedicaba a militar en favor de los “sin papeles”. Recordando que su padre era judío, en 2011 explicaba a un reportero del New York Times que, aún sintiéndose solidario con los judíos de todo el mundo, se negaba a dejarse encerrar en un apoyo ciego a Israel, en el momento en que la colonización de tierras árabes se encontraba otra vez en su apogeo.

Stéphan Hessel era Oficial de la Legión de Honor (una de las más altas condecoraciones que concede el Estado francés) desde 2006. Apoyó al socialista Michel Rocard –a quien conoció en 1958 y “desde entonces no nos habíamos separado nunca en amistad y complicidad”, recuerda ahora en una necrológica el ex primer Ministro- en las elecciones de 1985 y en 2009 figuró en un lugar testimonial en las listas de Europe Ecologie (el partido que entonces lideraba Daniel Cohn-Bendit). Llevaba varias décadas militando en el Partido Socialista y en la primavera de 2012 apoyó abiertamente la candidatura de François Hollande frente a Sarkozy.

(1) Danse avec le siècle (Seuil, 1997, autobiografía).

Amor y letras: comedia refrescante sobre fondo de universidad



Nadie se siente adulto, es el secreto que esconden todos.

Eso es exactamente lo que ocurre en la historia que cuenta Amor y letras (Liberal Arts), dirigida por Josh Radnor (conocido por su continuada participación como protagonista de la serie televisiva Cómo conocí a vuestra madre), quien también la protagoniza junto a Elizabeth Olsen (la hermana menor de las famosas gemelas) y dos pesos pesados del mejor cine de Hollywood, Richard Jenkins (Hannah y sus hermanas, Melodía de seducción, Las brujas de Eastwick, Lobo) y Allison Janney (American Beauty, The Oranges, y sobre todo El ala oeste de la Casa Blanca).

Amor y letras es una refrescante comedia dramática, una ficción agridulce con poco de extraordinario, que se estrena en España el 1 de marzo de 2013.

Historia de Jesse, el treintañero que camina a pasos agigantados hacia la “crisis de los 40” y que trabaja como director de admisión en la Universidad de Nueva York, quien acude al campus de su antigua universidad –en el Ohio del middlewest más selecto e intelectual- invitado por un antiguo profesor, un politólogo obligado a jubilarse, para dedicarle unas palabras de reconocimiento en el acto de su despedida. Allí conoce a Zibby, estudiante de primero de literatura, con la que comparte una pasión poética y con la que mantiene una prolongada discusión acerca de libros “de moda”, tipo Crepúsculo. Ambos pasan por una especia de trance de enamoramiento, en el que pesan sobre todo los quince años que les separan pero también las diferentes maneras con que se enfrentan al futuro, y sobre todo al presente.

La narración habla de la nostalgia de los años de estudiante, del amor por la literatura, del envejecimiento, de la imposibilidad de hacer coincidir la edad biológica con los deseos más personales…En la historia se mezclan tres planos vitales: el del protagonista -situado en esa edad intermedia que hace algunas décadas era adulta pero que ahora es una prolongación de la adolescencia-, el de los seniors -representados por el viejo profesor que se resiste a colocar la tapa a la caja de cartón en que están reunidas las últimas pertenencias que le atan a media vida de enseñanza en la universidad, y la emblemática profesora especialista en poetas románticos británicos con la que su exalumno Jesse intenta llenar el hueco de la asignatura pendiente-, y el de los alumnos, los jóvenes Elizabeth Olsen, Zac Efron y John Magaro, que buscan su propio camino y están muy ajustados en sus respectivos papeles.

Lo mismo que Happythankyoumoreplease, la anterior realización de Radnor (también guionista y director, además de intérprete), Amor y letras llega con el aval de haber pasado por el Festival de Sundance, ese lugar privilegiado donde se presentan producciones de bajo coste pero siempre con una calidad al menos aceptable, sin pretensiones y que es imposible ver en otros certámenes internacionales.

Para quienes desconocen el sistema educativo estadounidense, el titulo original de la película, Liberal Arts, se refiere a los “liberal arts colleges”, especie de pequeñas universidades que proporcionan a sus selectos alumnos una educación intelectual sólida en materias artísticas, como literatura, teatro, danza, música, etc. Radnor ha querido retratar en la película el que fuera su campus, Kelyon (Ohio), que los entendidos describen como “simplemente magnífico”.

 Los seguidores de la serie Como conocí a vuestra madre han encontrado muchas similitudes entre Josh Radnor hombre y sus dos personajes: el Ted Mosby de la televisión y el Jesse de Amor y Letras: “las mismas camisas de cuadros, la misma forma de hablar, la infancia en Ohio, una visión cándida del mundo y la dificultad para llegar a convertirse en adulto”… En un chat promocional, Josh Radnor aseguró que, al contrario que Woody Allen para quien el mundo es un caos, él lo ve como algo que está perfectamente en orden.

 

martes, 26 de febrero de 2013

Siete psicópatas: cuando la realidad se confunde con la fantasía



Cuando está trabajando en el guión de una película que se va a llamar Siete psicópatas, un escritor de Hollywood (Colin Farrell) de origen irlandés se encuentra con siete auténticos psicópatas, entre los que están su mejor amigo, un antiguo asesino en serie y un gánster que quiere más a su perro que a su novia. El realizador Martin McDonagh –también irlandés y guionista, además de ganador de un Oscar en 2006 por  Six Shoote, como mejor cortometraje de ficción- es el autor de esta alambicada comedia británica de locura, pensada y narrada “al modo Tarantino”, en la que aparece la famosa “angustia del folio en blanco” que acometía antes a los escritores, cuando el soporte era de papel.

No es una película para recordar pero es una película divertida, con algunos momentos de emoción y muchos de carcajada, llena de movimiento, de situaciones absurdas, de personajes que deambulan por la frontera entre el mundo conocido y el submundo que limita con la enajenación, apoyada en un casting de viejas glorias de auténtico lujo: Sam Rockwell (Billy, empresario de un negocio de secuestro y devolución de perros de lujo), Christopher Walken (Hans, un misterioso viejo con aires de padrino), Woody Harrelson (Charlie), el amigo inspirador, Tom Waits (Zachariah), que irrumpe en la narración llevando un conejo blanco en brazos…Todos excelentes actores, y malos malísimos con aire inocente.

Según el realizador, Siete psicópatas –que se estrena en los cines españoles el 22 de febrero de 2013- es “un auténtico puzle, un inmenso rompecabezas en forma de película”.

 

Un año ajetreado: la iniciación de la mano de un personaje



Unos meses antes del ’68, Anne se casa con Godard y protagoniza su película La Chinoise. En un año lectivo, la estudiante de último curso de bachillerato entra en la complicada vida de los adultos de la mano de uno de los personajes más emblemáticos del cine francés y conoce a todos los que tienen algo que decir en la vida intelectual parisina. A los franceses –quizá también a otros pueblos, incluido el nuestro- les gusta alimentar sus mitos, especialmente los intelectuales; una vez aceptados en el olimpo de la fama (nada que ver con los people, celebrity y otras especies más actuales) se instalan en la comodidad de “haber llegado” y de ahí solo les mueve alguna gaffe imperdonable, o la muerte. Y se puede llegar de muy distintas maneras, por méritos propios o ajenos.

No estoy segura de las condiciones de la llegada de Anne Wiazemsky (65 años, actriz y escritora), nieta del muy católico Premio Nobel de Literatura 1952 François Mauriac y descendiente de un príncipe polaco por parte de padre,  quien saltó a la celebridad el 21 de julio de 1967 cuando –menor de edad y sin el consentimiento familiar-, se casó con el abanderado de la nouvelle vague, el realizador suizo entonces maoísta bastante militante Jean-Luc Godard, diecisiete años mayor; un matrimonio que duró trece años.

Ahora, casi medio siglo después, Anne Wiazemsky, ha contado en el libro Un año ajetreado, su encuentro con el cineasta, sus amores casi furtivos en habitaciones de hotel, su papel de protagonista en la película de Godard La Chinoise (después de haber sido la niña de Au hasard, Balthazar, de Robert Bresson) al tiempo que saltaba del instituto a la universidad de Nanterre, y el encuentro entre su abuelo y su marido (muy temido por todos, aunque finalmente se resolvió en algo parecido a mutua admiración), episodios todos seguidos muy de cerca por la prensa de la época (sobre todo por la prensa amarilla, empeñada en presentar a Godard como un corruptor de menores; su anterior esposa, la actriz Anna Karina, tenía 21 años cuando se casaron, pero estaban juntos desde mucho antes), y especialmente por los papparazzi que, en cualquier caso, eran mucho menos agresivos que los de ahora.

Ese año “ajetreado” es el de la iniciación de la autora en la vida adulta, en el que no solo se atreve a escribir una carta al cineasta diciéndole que le ama, sino que se enamora y de propina tiene oportunidad de conocer a las grandes figuras de la intelectualidad y el pensamiento, en constante renovación, europeos: falta menos un año para que se produzcan los acontecimientos de Mayo del 68 y durante esos meses, a veces sola, a veces de la mano de Godard, Anne conoce a Daniel Cohn-Bendit (aunque no le aprecia en lo que valía entonces, y se limita a nombrarle como “el pelirrojo”), se cuela en las tertulias de los cafés, templos donde pontifican Sartre, Beauvoir y otros filósofos, conoce a varios cineastas que ya formaban parte de la historia de un Arte con mayúscula /(Truffaut, Rivette, Bertolucci…), y a críticos como Cournot.

La historia, presentada como una novela, yo la he leído como un retazo de autobiografía aun ignorando si es cierto todo lo que se cuenta en ella y, sobre todo, cuanto se ha omitido. Dando el relato por bueno, lo que la autora nos enseña no es solo una parte de su intimidad –no ignoremos que ha pasado casi medio siglo desde entonces y que su memoria tiene que ser al menos igual de selectiva que la del común de los mortales- sino sobre todo el retrato que conserva del hombre fuera de lo común con el que compartió esa importante parte de su vida, realizador de títulos inolvidables como A bout de soufflé, Masculio Femenino, 2 ó3 cosas que sé de ella, Pierrot le fou, Elogio del amor o Je vous salue, Marie: un hombre generoso,  posesivo, autoritario, celoso…, un tipo que elogiaba el Libro Rojo de Mao y circulaba por París en un Alfa-Romeo descapotable, mucho más sentimental de lo recomendable y con una propensión natural al llanto que escondía, junto con otras cosas, detrás de sus sempiternos cristales ahumados. Y, frente a él, el retrato también de una familia muy conservadora y convencional aunque, como suele suceder en ese tipo de colectivos, acostumbrada a mirar para otro lado porque “lo que no se ve no existe”.

La pareja se divorció en 1979, después de haber compartido otras películas y otras vivencias. Años más tarde, cuenta Nelly Kaprièlian en su reseña del libro publicada en 2012 en la revista Les Inrocks, “cuando coincidieron en el Festival de Cannes, Godard dijo que no quería volver a verla nunca más”.


Un año ajetreado
Editorial Anagrama, Colección Panorama de narrativas
Traducción, Javier Albiñana
ISBN 978-84-339-7857-8
224 páginas, 17.90 €