jueves, 28 de noviembre de 2013

Menudo fenómeno, tercer remake de una historia manida



Tercera adaptación en las pantallas estadounidenses de Starbuck, la película dirigida por Ken Scott (la primera, y también ésta de ahora) que cuenta la historia de un donante de esperma que, veinte años después, se entera de que es el padre biológico de 533 jóvenes, 142 de los cuales quieren conocerle.

En el momento en que el derecho de los hijos nacido por inseminación artificial del esperma de un donante anónimo es un debate abierto en algunas sociedades (en particular, en la estadounidense y la francesa al menos), que no tienen nada legislado al respeto y discuten si debe prevalecer el derecho del donante a permanecer siempre en el anonimato o el de los hijos a conocer la identidad del sueño de los espermatozoides, el cine tira de la moda de los remakes (costumbre nada nueva, por cierto).

Cuando una película funciona bien, los estudios de Hollywood, los clásicos, los de siempre, los que tienen escritores contratados para cargarse los libros en las adaptaciones, deciden hacer su propia adaptación de la cosa. Hasta el punto de que, desde 2011, en Los Angeles se celebra un salón dedicado a este género (The Remakes Market).

Bueno, pues en esa línea de dar una vuelta más de tuerca a un argumento exitoso, la película Starbuck del canadiense Ken Scott (mejor película del año en su país, en 2011, en lo que a ingresos de taquilla se refiere), conoce ahora su tercera adaptación –después de una india y otra francesa- bautizada como Delivery Man, que se estrena en España el 29 de noviembre de 2013 con el título un poquito más basto de ¡Menudo fenómeno!, y la novedad de que es el mismo Ken Scott quien la dirige y firma el guión, prácticamente idéntico salvo alguna pequeña modificación.

Vince Vaughn (De boda en boda) se hace cargo del papel protagonista David, y Chris Pratt (Zero Dark Thirty, (S)ex Lis), del de su mejor amigo, abogado y consejero. Una ex modelo y actriz en la serie Como conocí a vuestra madre, Cobie Smulders, forma también parte del casting en el papel de Emma, la policía novia y madre del último hijo (nada anónimo en este caso) del antiguo donante, conocido en la clínica que le pagaba con el nombre de Starbuck (nombre que, leo en un artículo, a los canadienses les recuerda el de un famoso toro de la raza Holstein que, en los años 1980-1990, se utilizó para inseminar artificialmente a cientos de miles de vacas).

La historia no podía ser de otra manera: los chicos quieren conocer a su padre, David no quiere que le conozcan pero siente curiosidad y, cuando los periódicos publican una foto de grupo de los jóvenes que reclaman un derecho no establecido y los responsables de la clínica –que no tienen totalmente claro hacia qué lado inclinarse- le facilitan una carpeta con la ficha de todos “sus hijos”, decide al menos conocerles y se infiltra en sus vidas, una a una, participando con ellos en alguna de sus reuniones e incluso en un campamento de verano. Naturalmente, el contacto le obliga a llegar a apreciarles. Mientras tanto, su novia está embarazada y da a luz un niño, el último de los más de quinientos “hermanos”. Hay que decir que David es un tipo bastante cómico, un auténtico desastre en su vida privada, al que la familia tiene destinado a conducir el camión de reparto del boyante negocio de carnicería, que da de comer a todo el clan.

Al final resulta que David, el gamberro y eterno adolescente, tenía su corazoncito y sus donaciones de esperma un fin más que encomiable; que sus hijos acaban conociéndole y apreciándole, y que la película -que empezó siendo divertida- se vuelve al final melodramática, blanda y simplona.


De tal padre, tal hijo: hasta dónde llega la “llamada de la sangre”



De tal padre, tal hijo llega a los cines españoles el 29 de noviembre de 2013 tras alzarse con el Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes y el Premio del Público en el Festival de San Sebastián. Calificada por la prensa como la obra maestra del Festival de Cannes y aplaudida por crítica y público en San Sebastián (en mi opinión está bien, pero no es para tanto, incluso me ha parecido bastante artificial, a pesar de presentar un problema que existe en la vida real), el respetado director japonés Hirkazu Kore-Eda nos sumerge en la historia de un hombre que debe enfrentarse a sí mismo cuando se topa con la primera dificultad verdadera de su vida.

Ryota Nonomiya es un hombre joven perteneciente a la burguesía acomodada, tiene un trabajo de arquitecto bien pagado, un alto estatus social, una mujer comprensiva y un hijo pequeño al que obliga a estudiar piano y va a ingresar en un prestigioso y caro colegio privado; en resumen son una familia privilegiada, ideal. Pero su mundo se hace pedazos cuando reciben la noticia, que convulsiona el presente de esta familia donde todo es blanco y gris minimalista, nunca se alza la voz y cada cual ocupa su espacio sin molestar a los otros, de que el niño fue cambiado en el hospital al nacer y es hijo de una familia mucho más modesta. “Eso explica todo», se dice el padre que nunca había entendido la falta de entusiasmo y determinación del pequeño por sus proyectos de futuro.

Aunque el realizador ha puesto todo su conocimiento y buen hacer en plantear algo tan complicado como es el sentimiento paternal (una vez que también el cine no ha informado sobradamente, a lo largo de los años, de lo que es el sentimiento materno), el espectador de Tal padre, tal hijo no puede permanecer insensible ante el problema que se presenta a las dos familias, enfrentadas a un enorme dilema existencia: ¿Qué es más importante, el amor con que se cría a un niño o los llamados “lazos de sangre”? Porque en las dos familias –la segunda menos adinerada pero mucho más feliz- los niños son lo más importante, y se les trata con todo el cariño y el respeto que merecen.

Los padres, unos y otros, se sienten conmocionados cuando la administración del hospital les comunica la noticia y les anima a “intercambiarlos” de nuevo; los niños, a quienes solo se explica parte de lo que está sucediendo, están intrigados, se divierten y se toman las visitas la “otra casa” como parte de un juego nuevo. En casa del ejecutivo, el niño viste impecablemente un uniforme azul marino de colegio caro, no se le mueve un pelo de la cabeza, tiene reloj, cámara de fotos digital… se graba toda la vida y se vuelve a ver en el silencio del salón impecable, en la pantalla del televisor última generación; cuando un juguete se estropea, se compra otro para substituirlo. En casa del dueño de un desastroso negocio de material eléctrico, los niños (tres) disponen de juguetes más “clásicos” medio destartalados y del padre, un manitas, que los repara cuando dejan de funcionar.

Retrato de la familia/las familias japonesas en pleno siglo XXI, De tal padre, tal hijo plantea de paso algunas otras cuestiones importantes, como si la carrera profesional debe, o no, ser el único signo del éxito o fracaso de una vida, o los problemas éticos y psicológicos que presenta el intento de recuperar al hijo biológico. Un lógico “final feliz” acaba no solo con el enorme dilema que tienen encima las dos familias, sino también con el carácter frío, egoísta y calculador del arquitecto lo que, implícitamente, incluye una carga de moralina, de crítica al estrato social al que pertenece, donde al parecer sigue siendo importante la transmisión del adn.

En unas declaraciones, hechas en Cannes al diario francés Le monde, el realizador Hirokazu Kore-eda explica que, si bien siempre le ha apasionado el mundo de la infancia (Nobodys Knows, 2004), el hecho de haber sido padre por primera vez, hace cinco años, ha tenido mucho que ver en el tratamiento de esta película.


martes, 26 de noviembre de 2013

Mis días felices: Melodrama sobre la crisis de la jubilación

Película que puede clasificarse en un género cada vez más en boga, el “gerontofilm”, según la brillante definición acuñada por la prestigiosa revista cultural francesa Les Inrockuptibles (Les Inrock’s para los amigos), Mis días felices (Les beaux jours), con un argumento inspirado en la novela Une jeune fille aux cheveux blancs (Una joven de cabellos blancos) de Fanny Chesnel, es una comedia amarga sobre los tormentos de la jubilación y las dificultades para, en un determinado momento para el que nunca se está preparado, adaptarse a una forma distinta de vida.

Una dentista sexagenaria (Fanny Ardant, rubia imposible), deprimida por la muerte de su mejor amiga, acude sin ningún interés a una especie de club de la tercera edad para gastar un vale de oferta que le han regalado sus hijas. Allí inicia una aventura (llamarlo historia de amor como hace la publicidad me parece excesivo) con uno de los profesores, en este caso el de informática (Laurent Lafitte), un tipo no sólo totalmente carente de interés sino además exasperante, al que lleva casi treinta años.

Ninguno de los dos actores brilla en la interpretación, ni la veterana Ardant –tan espléndida en muchos otros grandes personajes tanto del cine francés como del italiano, recordemos por ejemplo La Famiglia de Ettore Scola- ni el Lafitte del mejor teatro de la Comédie Françáise; por el contrario, Patrick Chesnais, uno de los “clásicos secundarios” de la escena gala, en el papel del marido, está perfectamente ajustado al personaje que tiene encomendado.

Previsible y hasta ñoña, dirigida por Marion Verdoux, Mis días felices se estrena en España el 29 de noviembre de 2013.