Tercera
adaptación en las pantallas estadounidenses de Starbuck, la película dirigida
por Ken Scott (la primera, y también ésta de ahora) que cuenta la historia de
un donante de esperma que, veinte años después, se entera de que es el padre
biológico de 533 jóvenes, 142 de los cuales quieren conocerle.
En
el momento en que el derecho de los hijos nacido por inseminación artificial
del esperma de un donante anónimo es un debate abierto en algunas sociedades
(en particular, en la estadounidense y la francesa al menos), que no tienen
nada legislado al respeto y discuten si debe prevalecer el derecho del donante
a permanecer siempre en el anonimato o el de los hijos a conocer la identidad
del sueño de los espermatozoides, el cine tira de la moda de los remakes
(costumbre nada nueva, por cierto).
Cuando
una película funciona bien, los estudios de Hollywood, los clásicos, los de
siempre, los que tienen escritores contratados para cargarse los libros en las
adaptaciones, deciden hacer su propia adaptación de la cosa. Hasta el punto de
que, desde 2011, en Los Angeles se celebra un salón dedicado a este género (The
Remakes Market).
Bueno,
pues en esa línea de dar una vuelta más de tuerca a un argumento exitoso, la
película Starbuck del canadiense Ken Scott (mejor película del año en su país,
en 2011, en lo que a ingresos de taquilla se refiere), conoce ahora su tercera
adaptación –después de una india y otra francesa- bautizada como Delivery Man,
que se estrena en España el 29 de noviembre de 2013 con el título un poquito
más basto de ¡Menudo fenómeno!, y la novedad de que es el mismo Ken Scott quien
la dirige y firma el guión, prácticamente idéntico salvo alguna pequeña
modificación.
Vince
Vaughn (De boda en boda) se
hace cargo del papel protagonista David, y Chris Pratt (Zero Dark Thirty, (S)ex Lis), del de su mejor
amigo, abogado y consejero. Una ex modelo y actriz en la serie Como conocí a
vuestra madre, Cobie Smulders, forma también parte del casting en el papel de
Emma, la policía novia y madre del último hijo (nada anónimo en este caso) del antiguo
donante, conocido en la clínica que le pagaba con el nombre de Starbuck (nombre
que, leo en un artículo, a los canadienses les recuerda el de un famoso toro de
la raza Holstein que, en los años 1980-1990, se utilizó para inseminar
artificialmente a cientos de miles de vacas).
La
historia no podía ser de otra manera: los chicos quieren conocer a su padre,
David no quiere que le conozcan pero siente curiosidad y, cuando los periódicos
publican una foto de grupo de los jóvenes que reclaman un derecho no
establecido y los responsables de la clínica –que no tienen totalmente claro
hacia qué lado inclinarse- le facilitan una carpeta con la ficha de todos “sus
hijos”, decide al menos conocerles y se infiltra en sus vidas, una a una,
participando con ellos en alguna de sus reuniones e incluso en un campamento de
verano. Naturalmente, el contacto le obliga a llegar a apreciarles. Mientras tanto,
su novia está embarazada y da a luz un niño, el último de los más de quinientos
“hermanos”. Hay que decir que David es un tipo bastante cómico, un auténtico
desastre en su vida privada, al que la familia tiene destinado a conducir el
camión de reparto del boyante negocio de carnicería, que da de comer a todo el
clan.
Al
final resulta que David, el gamberro y eterno adolescente, tenía su corazoncito
y sus donaciones de esperma un fin más que encomiable; que sus hijos acaban conociéndole
y apreciándole, y que la película -que empezó siendo divertida- se vuelve al
final melodramática, blanda y simplona.