jueves, 30 de abril de 2015

Qué extraño llamarse Federico, de Ettore Scola, explosión de Fellini





"¡Qué raro llamarse Federico!, entre los juncos y la baja tarde" (García Lorca)


De espaldas y mirando al sol que se pone sobre el mar de frente, sentado en la convencional silla “de director”, con las grises y largas guedejas sobresaliendo del sombrero, Federico, el Fellini de Ettore Scola y de siempre, nos espera en los cines. Pasa Mastroiani y Gelsomina, suena su trompeta de payaso, Anitona empapada en la Fontana di Trevi llamando a gritos a Marcello, la enorme Serafina que daba lecciones de sexo a los chavales a la salida de la escuela, los vitelloni recalcitrantes, Ginger y Fred en el último vals, los locos de la nave que va…imágenes familiares, carrusel de memorias. Imposible separar al hombre de su universo. Toda la nostalgia del amigo y la alegría de vivir que contagiaba condensados en Qué extraño llamarse Federico, homenaje de Scola a Fellini, del mejor de los alumnos al mejor de los maestros…

En una cálida y sugerente noche romana, dos amigos y colegas pasean por las calles de la ciudad resucitando personajes, sueños y recuerdos. Es la historia de un cineasta, también de un visionario, en un tiovivo de imágenes encadenadas de quien se definía “como un gran mentiroso” (pero, ¿qué es el cine sino mentira, la más grande y hermosa de las mentiras?), de quien habiendo nacido y crecido junto al mar de Rimini nunca aprendió a nadar, del adolescente que apareció un día en la redacción romana de la revista MarcAurelio, ofreciendo publicar escritos y viñetas, y se hizo adulto en la publicación satírica más importante de la posguerra y el posfascismo italiano, donde años después también iría a parar Ettore Scola.

Y, a partir de ahí, dos hombres con muchas cosas en común que les hacen amigos: no saben nadar, odian hacer deporte (como Churchill) pero adoran los paseos en coche, por la noche, por las calles de Roma, conociendo gente y subiéndola a bordo. La prostituta con gafas engañada por su hombre, como Cabiria, el artista callejero al que no impresiona conocer a dos celebridades del cine (La pintura es el tercer arte –les dice- después de la arquitectura y la música. El cine viene mucho después. No mezclemos las churras con las merinas…).

Veinte años después de la muerte de Federico Fellini, Ettore Scola nos recuerda hasta qué punto el explorador del proceso creativo fue un maestro de la ilusión” (Le Monde)

Nada nuevo bajo el sol. El Federico de Scola (Nosotros que nos quisimos tanto, Una giornata particolare, La famiglia) es el Fellini que conocemos desde siempre, visto con los ojos del amigo y colega, el Fellini imaginado rodeado de criaturas fellinianas. Saltos en el tiempo, digresiones constantes, fragmentos de vida vivida que se mezclan con vida soñada, espectáculo en sentido estricto, siempre espectáculo. ¡Qué importa que todo sea verdad o mentira! El gran embustero que fue Fellini construyó toda su vida como una novela.

Con un último cuarto de hora inolvidable, ni propiamente documental ni ficción al completo, más bien retrato subjetivo, Qué extraño llamarse Federico es un homenaje cariñoso impregnado de dulce nostalgia, “un homenaje tierno y apacible que concluye con una idea espléndida: Fellini se escapa de la iglesia donde le entierran. Perseguido por dos carabineros de vodevil, huye a la ciudad. Eterno. Para volver a encontrarse con sus personajes, para fundirse en la gran farándula de 8 1/2”. (Pierre Murat, Télérama).




miércoles, 29 de abril de 2015

Difret, atavismo y modernidad enfrentados en la Etiopía profunda



Con sendos premios del Público conseguidos en los festivales de Sundance y Berlín, el docudrama Difret, primer largometraje del realizador etíope Zeresenay Berhane Mehari en cuya producción ha participado la actriz Angelina Jolie, cuenta la trayectoria jurídica de un caso de “telefa”, ancestral costumbre de Etiopía que consiste en raptar a las mujeres, casi siempre niñas, para casarse con ellas. (No es el único lugar del mundo donde se practica esta costumbre, hasta no hace mucho también en vigor en algunos rincones del occidente “civilizado”, y en concreto en algunos pueblos de nuestra geografía, aunque en estos casos lo suyo es que la pareja esté de acuerdo en saltarse así la negativa de los padres a consentir el matrimonio).

Evidentemente no son casos comparables, porque la telefa de las tribus remotas etíopes no tiene en cuenta para nada la voluntad de la niña que –como muy bien explica la protagonista de la historia, refiriéndose a su hermana mayor- años más tarde se encuentra “casada con un borracho y rodeada de hijos”, normalmente más de los que puede alimentar.

Difret –palabra que en amarico, idioma oficial del país, lo mismo puede significar violación que valiente- está basada en una historia real ocurrida en los años ’90, y narra al mismo tiempo el rapto y violación de Aberash Bekele, una niña de 14 años (interpretada por la actriz Tizita Hagere) que en la película se llama Hirut, y su defensa por la abogada Meaza Ashenafi, Premio Africa 2003, feminista y fundadora de una ONG para facilitar asistencia legal a mujeres, interpretada por Meron Getnet, actriz de cine y popular figura de la televisión etíope.

En Adis Abeba, donde tiene un bufete y ha creado una red de ayuda a mujeres pobres, Meaza Ashenafi, quien habitualmente se enfrenta a la intransigencia de policías, jueces y el propio gobierno, se hace cargo de la defensa de una niña a la que secuestraron y violaron cuando regresaba de la escuela, que consiguió matar a su raptor antes de escapar, y que tiene que enfrentarse a dos juicios distintos: el de la justicia oficial, que tendrá en cuenta que actuó en defensa propia y acabará absolviéndola pese a la petición fiscal de cadena perpetua, y el de la popular, un tribunal rural que aplica leyes consuetudinarias y acaba desterrando a la niña del pueblo y condenando al padre a pagar una multa a la familia del muerto.

El fondo de la película es una sociedad en transformación, en la que cada vez son más las mujeres con carreras universitarias y puestos en empresas e instituciones, y la persistencia de un patriarcado hecho de prejuicios y tradiciones atávicas muy arraigadas, que siguen considerando a la mujer como un objeto de transacción y negocio, y cuya opinión no cuenta para nada.

En cierta forma una oda al feminismo de unos pueblos que al mismo tiempo luchan por la supervivencia y una meritoria reflexión, desde el punto de vista antropológico, sobre la condición humana, las diferencias culturales y la suerte que todavía corren muchas jóvenes en distintos lugares del planeta, con personajes que viven circunstancias particularmente trágicas de las que solo consiguen salir gracias a la tenacidad y el empeño de algunos de ellos interpretados por actores locales con enorme poder de convicción.

Lamentablemente, Difret se estrena en plena polémica, justo en el momento en que la auténtica protagonista de esta historia, una mujer que se llama Aberash Bekele y hoy tiene 32 años, ha acusado públicamente a Angelina Jolie de haberle “robado” su historia para hacer una película con ella, y ha conseguido en los tribunales etíopes que no se pueda proyectar nunca en el país. Según una periodista de la BBC que ha hablado con ella “tiene la impresión de que la han secuestrado dos veces, porque no se la reconoce en la historia. Podría estar disfrutando de la admiración internacional por su valor extraordinario, y en lugar de eso es invisible”. Entre una operación y otra, la actriz estadounidense ha intentado arreglar el asunto ofreciendo a Aberash Bekele una suma de dinero, que a la mujer le parece insuficiente según ha declarado a un periódico local: “Mi vida está al borde de la ruina mientras ellos organizan un estreno de lujo con mi historia. No es justo”.