La
fiesta de despedida –comedia israelí sobre la eutanasia (mejor, sobre el
derecho a la eutanasia)- me trajo a la memoria aquella magnífica película
canadiense que era Las invasiones bárbaras.
Premio
del Público en el último Festival de Venecia y Espiga de Oro y mejor
interpretación femenina (ex aequo, Levana Finkelstein y Aliza Rozen) en la
Seminci de Valladolid, La fiesta de despedida, espléndida tragicomedia sobre la
amistad y la compasión dirigida por Sharon Maymon y Tal Granit, cuenta los
esfuerzos de cinco septuagenarios que viven en una residencia para jubilados en
Jerusalén, para terminar con los sufrimientos de uno de sus amigos enfermo
terminal, ante la negativa de los médicos del establecimiento a
“desenchufarle”. A instancias de la mujer del enfermo, que no soporta verle
sufrir y ha decidido acceder a sus deseos de acabar, deciden construir una
máquina que le ayude a marcharse al más allá siguiendo los protocolos que se
aplican en Dignitas, y otras organizaciones humanitarias (y no por ello menos
mercantiles) suizas, que se ocupan de proporcionar a los enfermos todo lo
necesario para que lleven a cabo un “suicidio asistido”. Para los cinco amigos,
los problemas empiezan cuando otros residentes empiezan a solicitar sus
servicios.
Una
película provocadora pese a la delicadeza extrema que han empleado sus autores
en el tratamiento de la historia y los muchos toques de humor que ayudan a
entender que también es posible reírse de la muerte y hacer digerible el
difícil tema tratado, de rabiosa actualidad: el de los cada vez más pacientes
que en los países avanzados se mantienen durante demasiado tiempo con vida –una
vida cuya calidad se ha deteriorado más allá de lo soportable- gracias a los
avances médicos en los tratamientos de accidentes vasculares cerebrales,
enfermedades cardíacas, cáncer o enfermedades que deterioran la capacidad
cognitiva; y el de los gobiernos que no se atreven a encarar la posibilidad de
legislar ese “suicidio asistido” que reclaman muchos enfermos terminales. La
delicadeza con que el grupo de veteranos actores interpretan a sus personajes
contribuye también en gran medida a hacer creíble una historia en la que se
barajan distintos puntos de vista, y distintas actitudes frente al dilema
existencial.
Una
obra militante sobre la ética del suicidio asistido y el derecho a morir
dignamente que elude, con gran inteligencia, el debate religioso y político
para centrarse en la separación de los seres queridos, desde una perspectiva
humanista.
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