Alemania
sigue ajustando cuentas con su pasado y dando voz a las “víctimas” del horror
del régimen nazi. Aunque más despacio de lo que desearían las pocas que todavía
viven y los descendientes de quienes murieron en los campos de concentración y
las cámaras de exterminio, de vez en cuando la justicia alemana pone punto
final a una investigación y sienta en el banquillo a los criminales
responsables de un genocidio que abarcó mayoritariamente judíos, pero también
gitanos, comunistas, libertarios, artistas, homosexuales y alguna otra minoría.
(No
podemos decir lo mismo de aquí. El gobierno neoliberal y más que conservador de
Rajoy no solo lleva años impidiendo que se busque a las víctimas que descansan
en las cunetas y fosas comunes y se juzguen los crímenes del franquismo, sino
que además desprecia el principio de justicia universal y se niega a
extraditar, a petición de la juez argentina María Servini de Cubría, a los ex
ministros José Utrera Molina y Rodolfo Martín Villa, acusados de tener que ver
en los crímenes de la dictadura, así como a los inspectores de policías
torturadores Juan Antonio González Pacheco y Jesús Muñecas, alias “Billy el
Niño” y “Muñecas”, hoy abuelos jubilados que llevan más de treinta años
escondiendo sus identidades y en el último franquismo se encargaban de hacer
“cantar” a los detenidos políticos que pasaban por la temible Dirección General
de Seguridad de la Puerta del Sol madrileña).
Probablemente,
el de Oskar Gröning será el último juicio de un militar nazi por su
participación en el genocidio judío ideado por Hitler y su camarilla durante la
Segunda Guerra mundial. Seguramente será el último soldado del III Reich que
responda por los crímenes del nazismo, porque la vida tiene leyes que son
inexorables y Oskar Gröning, quien durante dos años fuera el contable del campo
de exterminio de Auschwitz, está a punto de cumplir 94 (el 10 de junio). El juicio es un
“mensaje dirigido al mundo y una oportunidad para atenuar “el desastre de la
justicia alemana de posguerra”, según el escritor alemán Christoph Heubner,
presidente del Comité Internacional Auschwitz. No es el único caso que se
investiga en estos momentos: la justicia alemana tiene abiertas una docena de
investigaciones sobre crímenes cometidos durante el régimen nazi por otros
tantos individuos pero, con toda probabilidad, una vez que se reúnan las
pruebas será imposible sentarles en un banquillo dada la edad de los
sospechosos.
El
21 de abril de 2015, 70 años después de la liberación de los campos de
concentración y exterminio, en el tribunal de Luneburg, en el norte de
Alemania, comienza el juicio de Oskar Gröning por “complicidad en asesinatos
agravados”. Por esos cargos podrían condenarle a una pena de entre 3 y 15 años
de cárcel, aunque algunas de las partes civiles hayan manifestado el deseo de
que se dicte “una condena más adecuada a su edad, como trabajos de interés
general contando su pasado en las escuelas”.
“Como
todos los procesos de antiguos nazis –escribe Daniel
Schneidermann en su publicación Arretsurimages.net- el de Oskar
Gröning, de 93 años, antiguo «contable» de Auschwitz, será tan mediático como
judicial. En Auschwitz, el papel de Gröning consistía en elegir las ropas y
posesiones de los exterminados, y enviar a Alemania todo lo que tuviera algún
valor. No ejecutó a nadie con sus manos. Pero estaba allí. Ayudó. Vio, y eso
ahora es suficiente para la justicia alemana”.
Está
probado que Gröning, quien ingresó en 1941, a los 20 años, en las Waffen SS,
“atraído por “la elegancia del uniforme” y al año siguiente entró a formar
parte de la administración de Auschwitz, y que jura “no haber dado siquiera una
bofetada a nadie en su vida”, no haber participado directamente en ningún acto
violento, fue como tantos otros –algunos, muy pocos, identificados y
condenados; la mayoría ignorados y reconvertidos en alemanes “corrientes y
normales” una vez derrotado el régimen de Hitler- un “engranaje” más del exterminio,
que en una ocasión asistió a la “selección” de los deportados a la entrada del
campo entre “aptos para el trabajo” y “a eliminar inmediatamente”, y que a
diario, durante los dos años 1942-1944, se encargó de apoderarse y hacer el
recuento del dinero y las joyas que llevaban encima los detenidos, y después
enviarlo a Berlín. “Haciéndose cargo de las maletas del convoy anterior, para
que no pudieran verlas los recién llegados”, según la fiscalía, el entonces
joven sargento Gröning “evitó que cundiera el pánico e intencionadamente
favoreció que pudieran matarlos sin contratiempos”. En concreto y entre otros,
Gröning se “hizo cargo” de los haberes de 300.000 judíos húngaros enviados a
las cámaras de gas de Auschwitz en la primavera de 1944.
Según
su biografía, Gröning nació en 1921 cerca de Bremen en una familia nacionalista
y perdió a su madre a los 4 años. Crecido junto a su padre, un obrero miembro
del grupo paramilitar Der Stahlhelm, muy pronto entró a formar parte de las
juventudes del grupo, “belicoso y antisemita”. Destinado a puestos
administrativos desde su ingreso en las SS, el joven soldado asumió “el
principio del exterminio como herramienta para llevar a cabo la guerra con
métodos avanzados”. Una vez en Auschwitz, pidió ser trasladado al frente
después de ver como un soldado mataba a un bebé lanzándolo contra la pared de
un vagón. Por tres veces, los responsables del campo rechazaron su solicitud y
“el contable acabó por acomodarse a su nueva existencia”.
Hace
doce años, Oskar Gröning rompió el silencio guardado durante décadas: “Hoy, a
mi edad, considero un deber mirar de frente todas las cosas que he vivido y
oponerme a quienes niegan la realidad del holocausto y dicen que no pasó nada.
Yo he visto los hornos crematorios, las fosas donde se quemaban los cuerpos”. A
finales de 2014 declaraba al diario Hannoverrische Zeitung: “Jamás he
recuperado la paz interior”.
Oskar
Gröning se vio “alcanzado por su pasado” en 1985, cuando un colega del club
filatélico al que pertenece le prestó un libro negacionista; devolvió el libro
con un comentario: “Yo estuve allí, todo es cierto”. Después escribió una
especie de memorias de 87 páginas para que las leyera su familia y en 2003
prestó su testimonio en un documental realizado por Laurence Rees para la BBC:
"Describiría mi papel como el de un pequeño engranaje. Si le parece que
eso es culpabilidad, entonces soy culpable. Pero, jurídicamente hablando, soy
inocente”, repitió durante años en entrevistas en la prensa alemana, donde
pedía perdón a las víctimas de la Shoah.
«Lo
que espero escuchar en el juicio-ha dicho Hedy Bohm, superviviente de Auschwitz
llegado desde Toronto, Canadá, para testificar en el juicio- es que haber
contribuido a una maquinaria de muerte (…) es un crimen. Así, en el futuro,
nadie podrá hacer lo que él hizo creyéndose inocente”.
De
los 6.500 guardias o responsables de las SS que estuvieron en Auschwitz, solo
34 han sido condenados. En Alemania, que lleva setenta años haciendo las
cuentas con su historia a cuentagotas, hasta 2011 solo se podía juzgar a
quienes tuvieran probada una participación directa en los crímenes del nazismo.
En aquel año, la condena del antiguo guardia del campo de Sobibor John
Demjanjuk, por “complicidad en 27.900 asesinatos agravados”, abrió la puerta a
medio centenar de procesos de otros soldados que, como Gröning, tuvieron
participación indirecta, pero necesaria, en los crímenes contra la humanidad
cometidos por los nazis, y de los que nadie se había ocupado hasta entonces. El
propio Gröning asistió, en calidad de testigo, a tres de esos juicios.
Hay
algunos antecedentes. En 1966, el jefe del departamento administrativo de
Auschwitz, que fue quien consiguió el Zyklon B utilizado en las cámaras de gas,
fue condenado a 8 años de cárcel; y al año siguiente condenaron a cadena
perpetua a un kapo
que había golpeado hasta la muerte a un prisionero. Para el profesor
universitario Cornelius Nestler, en unas declaraciones efectuadas a la agencia
France Presse durante el juicio de Demjanjuk, “si la justicia hubiera aplicado
entonces los criterios actuales tendrían que haberse sentado en el banquillo
decenas de miles de alemanes”.
Según
la agencia francesa, desde 1945 solo se han dictado 6.656 condenas en
acusaciones que van desde la “denuncia falsa” al asesinato, y el 91% con penas
inferiores a cinco años de cárcel. Para Nestler, que representa a medio
centenar de las 67 partes civiles de supervivientes y descendientes de
asesinados en el juicio de Gröning, “cada una de las víctimas tiene un rostro y
un cuerpo, no es solamente una de las 100, 3.000 e incluso millón y medio de
personas asesinadas. Cada una de ellas es un ser humano”.
Entre
1940 y 1945, 1,1 millones de hombres, mujeres y niños fueron asesinados en el
campo de Auschwitz-Birkenau; cerca de un millón eran judíos procedentes de
distintos países europeos. El ejército soviético liberó a los últimos
prisioneros del campo el 27 de enero de 1945.
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