jueves, 30 de julio de 2015

Ted 2: el señor de peluche quiere ser persona



Como dice el narrador en la presentación de esta historia descabellada, en los cuentos de hadas todo es posible y, en todo caso a quien le importa en Estados Unidos.

 En esta primera secuela de Ted –anti-fábula que en 2012 consiguió una más que destacada aceptación entre freeks, amantes de comic-con y algunas otras especies marginales, no descarto que haya nuevos intentos de resucitarle-, el osito vuelve con una exigencia por lo menos novedosa: necesita que la justicia le legalice como “persona” para, a falta de pene (órgano del que siempre carece este tipo de juguete) aunque evidentemente dotado de testosterona, poder acceder con su novia a la inseminación artificial. En realidad se trata de su mujer, porque previamente hemos asistido a una boda religiosa entre la exuberante Jessica Barth y el muñeco que tiene sentimientos y habla (de forma muy procaz y bastante soez). Los tribunales ya han emitido una primera sentencia declarando que Ted es una “propiedad”, un bien material exactamente igual que un mueble o una camisa (debería decir unas bragas, para estar a tono con el lenguaje de la película). 

En realidad, el precisamente el lenguaje lo que convierte a este cuento infantil –con el mismo guionista y director que la primera parte, Seth MacFarlane, y el mismo protagonista humano, Mark Wahlberg, el amigo inseparable del osito de peluche, el que un día deseó que su juguete se convirtiera en un auténtico compañero de juegos, y lo consiguió,  en un divertmento para adultos. Al reparto inicial se suman en la secuela la guapa Amanda Seyfried, interpretando a la bogada que va a defender al muñeco ante el juez, y el veterano Morgan Freeman, en el papel de un famoso defensor de los derechos civiles. Porque, desde el punto de vista del guionista, estamos ante una película que defiende los derechos de una minoría muy particular, “la de los osos de peluche obscenos y enganchados a un porro de la noche a la mañana” : el objetivo, y el logro del abogado- activista, es demostrar que un oso de peluche, enganchado a la cerveza y la marihuana, tiene los mismos derechos que cualquier otro estadounidense enganchado a la cerveza y la maría”. 

La opinión más generalizada entre la crítica de Estados Unidos, donde primero se ha visto esta película definida como de un humor “contracultural y grosero” hecha, con “chistes viejos por debajo de la cintura”,  por “chicos blancos petulantes para chicos blancos petulantes”, es que “todavía es muy pronto para decir que MacFarlane no debería hacer cine, es muy joven, tendrá otras oportunidades…”





miércoles, 29 de julio de 2015

El secreto de Adaline, romance intrascendente puro Hollywood



Melodrama plano, previsible y banal que comienza como un relato de ciencia-ficción que se va disolviendo a medida que avanza la historia,  El secreto de Adaline (The Age of Adaline en su versión original, que en algunos países ni siquiera ha llegado a la gran pantalla y se ha estrenado en televisión) es una historia romántica con una pizca de “tinte fantástico” escasamente explotado por el realizador Lee Toland Krieger (Celeste and Jesse Forever), cuya eficacia se espera que descanse en la presencia de Blake Lively (la espectacular rubia de la serie de chicas malas Gossip Girl, muy aparente pero escasa actriz). Le acompañan en el reparto el holandés Michiel Huisman (Juego de tronos), Kathy Baker (Eduardo Manostijeras, Cold Mountain), un anciano Harrison Ford (Indiana Jones, Air Force One) y Ellen Burstyn (Requiem por un sueño). 

Hace casi cien años, tras sufrir un accidente, Adaline experimenta una mutación de sus células, deja de envejecer y conserva el aspecto que tenía a los 29 años. Después de aquello se casó, tuvo una hija que hoy es una anciana y es la única que conoce su secreto, y tras la muerte de su marido ha llevado una existencia solitaria, cambiando a intervalos de residencia y de trabajo para no despertar sospechas.  El encuentro con un maduro y multimillonario filántropo le lleva a arriesgarse una vez más, enamorándose y haciendo planes de futuro. Pero, el encuentro con el padre de su amante (con el que tuvo un romance en Inglaterra hace medio siglo) que le reconoce, hace peligrar el secreto de su edad, tan celosamente escondido durante décadas.

Desde su creación, el cine –como desde siempre ha venido haciendo la literatura- ha explorado el tema de la eterna juventud, igual que el de la inmortalidad, lo que casa muy bien con el antiguo lema de Hollywood de que “las estrellas no tienen edad” justamente porque la magia del séptimo arte impide –a base de maquillaje y trucos- que el espectador asista a su envejecimiento en directo.

En el caso de Adaline, el tiempo se detiene para ella pero no ocurre lo mismo con el resto del mundo: las personas que le rodean envejecen y mueren, incluidos los sucesivos perros –todos idénticos unos a otros- que le han acompañado en esa juventud interminable. Y, lo que es peor, el paso de los años no le ha dado a la actriz –especialista en posados de alfombras rojas para prensa rosa- la sabiduría que se supone, de forma que su paso por la pantalla ni siquiera puede considerarse una interpretación: “una elección desafortunada ya que Adaline muestra pocos signos de haber vivido dos guerras mundiales, la era espacial, los Beatles, la invención de la píldora, el movimiento de derechos civiles, la segunda ola del feminismo, el punk rock o, en realidad, cualquier otra cosa… Los autores tratan de insistir en que el tiempo pesa sobre Adaline, pero hay poco en el guión de esta película que sugiera que los años le han dejado mucho más que un armario amplio y un don para hablar varios idiomas y jugar al Trivial Pursuit…”. El desfile de ropa de época sustituye en Adaline a la experiencia que los demás mortales adquieren con el paso del tiempo.

En suma, la guapa Blake Lively de nuevo emulando a la “gossip girl” que le ha dado fama en la pequeña pantalla.


jueves, 23 de julio de 2015

Una dama en París: Estonia también existe






Es una pena que Una dama en París (Une estonienne à Paris) -película dirigida por el joven realizador estonio Ilmar Raag (Klass) y protagonizada por una espléndida Jeanne Moreau (Jules et Jim, La novia vestía de negro, La noche), que con 84 años cumplidos borda el papel de la vieja dama gruñona, excéntrica y evidentemente rica (largos collares de perlas, chaquetas y camelia Chanel)- llegue a las pantallas españolas con más de dos años de retraso. Ganadora del Premio Ecuménico en el Festival Internacional de Cine de Locarno, Una dama en Paris es una historia simple de amistad y comprensión entre comedia y drama ligero, un filme sencillo en el que mandan las emociones, apoyado en la interpretación de dos mujeres que ya no son jóvenes pero conservan todo su atractivo: la estonia Laine Mägi, 55 años, mejor interpretación femenina en el Festival de Jóvenes Realizadores de San Juan de Luz, es la encargada de dar la réplica y acompañar a la Moreau en esta película, desigual pero encantadora.

A la muerte de su madre en Estonia, Anne, una mujer en la cincuentena, divorciada, se da cuenta de que está sola y acepta el trabajo de cuidar en París a Frida, una compatriota anciana que lleva más de media vida viviendo en la capital francesa. A pesar de las dificultades y los desencuentros iniciales, Anne consigue finalmente adaptarse a la situación gracias al apoyo de Stéphane (Patrick Pineau), propietario de un café y antiguo amante de Frida.

Lo que vemos es el relato de dos mujeres –dos buenas actrices- que aprenden a conocerse, a tolerarse, a soportarse e incluso a apreciarse. Una historial en la que la nostalgia y el silencio, los silencios, juegan un papel importante: el inicial enfrentamiento entre ambas está hecho de miradas como está hecha de miradas la más que probable relación sentimental que nace, por efímera que pueda ser, entre la recién llegada y el antigua amante de la señora.

La historia de Anne está inspirada en la madre del realizador que, como el personaje, vio como cambiaban su vida, y su manera de ver las cosas, gracias a una estancia en París y el contacto con una vieja compatriota.