Un
paseo por la frivolidad y la prepotencia de los “opiniatras” patrios
En Francia llaman “les chiens de
garde” (los perros guardianes) a esos intelectuales, pseudointelectuales,
escritores, filósofos, politólogos y periodistas con pretensiones de pensador,
que se ganan sabrosos sobresueldos escribiendo columnas (allí les llaman
“tribunes”), debatiendo en las televisiones y dando conferencias, siempre con
sus personales soluciones para los problemas políticos, económicos y de
cualquier otra índole, que aquejen al país. Los perros guardianes porque -como
aquí- los componentes de la jauría son siempre los mismos. El apelativo lo
inventó en 1932 el filósofo comunista Paul Nizan, quién tituló así un ensayo en
el que analizaba a sus colegas más célebres de la época – Bergson, Emile
Boutroux, Lalande, Marcel Maritain…- y les acusaba de ser los encargados de
perpetuar los valores molares y socioeconómicos de la burguesía. Sesenta años
más tarde, en 1997,el periodista Serge Halimi (director de Le Monde
diplomatique desde 2008), retomó el título de Nizan y escribió “Les Nouveax
Chiens de garde”, aplicado esta vez a los medios de comunicación, analizando la
colusión entre los poderes mediático, político y económico, y describiendo cómo
las connivencias facilitan las promociones.(Entre los perros guardianes
mencionados están periodistas e intelectuales tan “respetados” como Edwy
Plenel, Laurent Joffrin, Jean-Marie Colombani, Patrick Poivre d’Arvor, Bernard
Henri-Levy, Alain Finkielkraut, Alain Duhamel, Philippe Tesson…El libro termina
con las palabras de un sindicalista estadounidense acerca de los periodistas de
su país: “Hace veinte años comían en los cafés, hoy cenan con los políticos y
los industriales”; y con una reflexión del autor: “…transformándose en máquina
de propaganda del pensamiento del mercado, el periodismo se ha encerrado en una
clase y una casta. Ha perdido lectores y crédito. Ha precipitado el empobrecimiento
del debate público”.
De esto justamente va el ensayo que
acaba de publicar Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de Ciencia Política en la
Universidad Carlos III de Madrid, quien se ha molestado en seguir a unos
cuantos perros guardianes de “las esencias” -Fernando Savater, Antonio
Muñoz-Molina, Juan Manuel de Prada, Arturo Pérez Reverte, Javier Marías, Félix
de Azúa, Mario Vargas Llosa (muy discutible, por cierto, el “ojo” del ilustre
Nobel nacionalizado, autor de dos artículos laudatorios sobre Esperanza Aguirre
y Rosa Díez), Luis Antonio de Villena…- para, sin entrar para nada a valorar
sus cualidades como novelistas o poetas, llegar a la conclusión de que, en sus
artículos en periódicos, no solo tienen un estilo “anticuado, retórico y
alambicado”, sino que sus “opiniones son demasiado personalistas e insuficientemente
analíticas”, lo que hace que “la calidad del debate público se resienta”.
Los ejemplos contenidos en el libro
se caracterizan “por una mezcla de frivolidad en los contenidos y prepotencia
en la forma estilística. Empleando un tono sobrado, pleno de contundencia, se
realiza una afirmación retumbante, en la que no hay rastro de duda o matiz. Y
ese estilo henchido de certidumbre, que se corresponde tan perfectamente con lo
que el sociólogo Diego Gambetta ha llamado ‘machismo discursivo’, sirve para disfrazar
ocurrencias y argumentos poco informados y mal construidos”, que sus voces se
hayan quedado “caducas y obsoletas”.
Llegado a este punto, el profesor
Sánchez-Cuenca afirma que el hecho de que muchos de los intelectuales citados
hayan conseguido éxitos editoriales con sus novelas, poemas o ensayos, les ha
llevado a creer que ese reconocimiento supone una forma de impunidad para decir
lo que quieran y como quieran, convencidos de que por más arbitrariedades que
pronuncien nunca perderán sus muchas canonjías, en la columna de un periódico,
en la incómoda silla de un plató televisivo, e incluso en la aterciopelada
poltrona académica: “Lo más frecuente es que académico metido en los medios
evolucione hacia la nada intelectual”.
Encaramados en sus sillones,
integrantes de una auténtica casta (palabra que, por cierto, no es invento ni
de Podemos ni de Halimi, sino del mencionado Gambetta), “la llegada de la
crisis en 2008 solo sirvió para hacer más visible la decadencia de las ‘grandes
firmas’. Sus temas favoritos son “verdaderas obsesiones patrias”. Nuestros
perros guardianes “no conectan con los problemas cotidianos de la crisis, los
desahucios, la emigración de los jóvenes, la pobreza energética, los recortes
sociales, la congelación de las ayudas a la dependencia, el paro de larga
duración, las ayudas a los bancos, las políticas de austeridad, nada de eso
despierta su interés”.
“La desfachatez intelectual” abunda
en ejemplos de fragmentos de artículos y columnas que harán las delicias del
lector crítico (como la afirmación de Félix de Azúa de que “José Luis Rodríguez
Zapatero ha sido el peor dirigente que ha soportado España desde Fernando VII”,
ignorando la existencia de Franco o Primo de Rivera por hablar solo del siglo
XX), hace un repaso concienzudo de las distintas, variadas e incluso
controvertidas “opiniones” aparecidas en los medios durante los largos años del
terrorismo de ETA, los distintos gobiernos, las diversas negociaciones; se
detiene en la diatriba –casi eterna- de los nacionalismos, los rompepatrias,
dedica unas cuantas páginas a los inmerecidos elogios y calificativos dedicados
al rey Juan Carlos a lo largo de los años, y a las mentiras como que “le
debemos la democracia”, y estudia en profundidad el libro de Antonio Muñoz
Molina “Todo lo que era sólido” (Madrid, 2013).
Para el profesor Sánchez-Cuenca,
“la aparición de nuevas generaciones de gente con mayor preparación intelectual
para hablar sobre temas políticos (corrupción nacionalismo, terrorismo,
relaciones internacionales, integración europea, administración pública,
financiación autonómica, partidos políticos etc.) ha sido clave para poner en
evidencia el estilo del viejo intelectual que cree que puede opinar sobre
cualquier asunto…”. Con mucho sarcasmo asegura que esos “viejos figurones”,
todos los mencionados y algunos más, “a estas alturas tienen algo de
pintoresco. Siempre es agradable leer su prosa (…) pero es difícil tomárselos
en serio cuando hablan de política”.
¿El relevo? No habrá que esperar a
que la naturaleza haga su trabajo porque “van surgiendo aquí y allá autores
mejor preparados y más especializados, menos visibles pero más numerosos, con
menor sello personal pero mayores dosis de análisis y reflexión, menos
brillantes pero más rigurosos”.
En la lectura de “La desfachatez
intelectual” he echado en falta -aunque quizá el autor lo haya guardado para
otra momento, o quizá considere que el mismo título los excluye- más
referencias a periodistas con pretensión e incluso background (en este caso
trasfondo) intelectual, y sin embargo escaso rigor a la hora de calibrar sus
conocimiento, lo que les lleva a opinar de todo y su contrario, sin más autoridad
que el “yo pienso…” (y menos mal que ya ha desaparecido el “yo de esto no
entiendo, pero…”. La institucionalización de su presencia en los medios,
especialmente en la televisión donde los mismos tipos aparecen en los
diferentes platós predicando soluciones, ha terminado por hacerles creer que
entienden de todo). Por citar algunos que sí aparecen en el libro: Pedro J.
Ramírez, Juan Luis Cebrián, Joaquín Estefanía, Arturo Pérez Reverte…pero lo
cierto es que en todos los casos se trata de periodistas y algo más, un plus
diferente según los casos. Y no puedo dejar de suscribir la opinión del autor
acerca de lo chusco que resulta que un condenado en los tribunales por plagio,
como Pérez Reverte, ocupe un sillón de la Academia.
La
desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política
Los
libros de la catarata (Madrid, febrero 2016)
ISBN:
978-84-9097-110-9