jueves, 27 de junio de 2013

La bicicleta verde (Wadjda), un film espléndido de un país que ni hace ni ve cine



En mitad del desierto, en un país, Arabia Saudí, que produce diez millones de barriles de petróleo diarios y una película cada siglo, “se acaba de producir el milagro” (L’Humanité,): la aparición de La bicicleta verde (Wadjda), la primera película no solo producida en un país que carece de salas cinematográficas (el único en el mundo donde las galerías comerciales no disponen de una última planta con un multicine), sino además dirigida por una mujer, Haifaa Al Mansour.

Presentada en el Festival de Venecia 2012, público y crítica aplaudieron su valor, su sensibilidad y la maestría con que está contada la historia de una adolescente saudí que sueña con una bicicleta. En la primavera de 2013, Al Mansour recibió en Cannes el Premio Revelación que entrega la emisora France Culture Cinéma. La bicicleta verde se estrena en los cines españoles el 28 de junio de 2013.

Antes que nada hay que decir que La bicicleta verde es una buena, excelente película, y también que es feminista, militantemente feminista: una oda a la libertad en una sociedad que mantienen a sus mujeres estrechamente vigiladas y que significa “el nacimiento de una cineasta que alía sensibilidad y valor”.

La bicicleta verde es la historia de Wadjda, adolescente de doce años que sueña con tener una bicicleta para poder hacer carreras con su vecino Abdullah. Pero resulta que Wadjda vive en una familia conservadora (normal) de uno de los países más integristas del planeta islámico, donde las mujeres tienen únicamente reservados los papeles e esposa y madre, y donde las niñas no pueden montar en bicicleta porque podría peligrar “su virtud” y con ella la honra de toda la familia.

Esta anécdota es la percha en la que la directora, de 38 años, cuelga la vida familiar saudí, el papel de la escuela, la religión, el fundamentalismo y la poligamia y, sobre todo, las dos vidas que están obligadas a compaginar las mujeres saudíes: la del interior del hogar, donde disfrutan de todas las novedades tecnológicas, joyas y ropa de marca, y la de la calle donde tienen prohibido conducir y no pueden andar solas ni establecer ningún tipo de contacto con los hombres.

Por eso, la historia de Wadjda –una niña distinta de sus compañeras de la escuela coránica, que escucha rock y viste vaqueros y zapatillas - y todos sus esfuerzos para conseguir una bicicleta –que finalmente le compra su madre, herida y despechada cuando el marido abandona el hogar para construir otra familia en otro sitio- es un desafío a todos los tabúes que gobiernan el país, una denuncia del conservadurismo y una oda a los deseos de emancipación y libertad de, al menos, la mitad de la población. Pero es también una parte de la realidad escondida del país: “La actriz, “Waad Mohammed llegó al casting con jeans, baskets y cascos en las orejas. No habla inglés pero pertenece a la juventud conectada y global”

Con una historia construida sobre principios considerados universales, como la amistad entre dos niños (con el agravante de ser de distinto sexo), las relaciones familiares, el aprendizaje de las reglas y la tradición y las mil y una maneras de intentar transgredirlas, la cineasta saudí confiesa “no haber querido provocar a las instancias de mi país, sino únicamente compartir mis opiniones, mi manera de ver el mundo”. El rodaje fue difícil porque “en algunos barrios a la población les molestaba mi presencia al frente de un rodaje; entonces me escondía en un camión y daba las órdenes a distancia”.

Haifaa al-Mansour nació en 1974 y La bicicleta verde es su primer largometraje. Tras estudiar literatura en la Universidad de El Cairo, se trasladó con su marido a vivir a Australia, donde consiguió un master en cine en la Universidad de Sydney. Es autora de tres cortometrajes y del documental Women Without Shadows (Mujeres sin sombras). En su país admiran y discuten su trabajo exactamente por lo mismo: plantear una visión crítica sobre el carácter restrictivo de la cultura tradicional saudí. “Wadjda –ha dicho- es mi sobrina, más o menos. De pequeña era increíblemente fogosa, adoraba el fútbol. Al hacerse mayor se resignó a hacer lo que sus conservadores padres esperaban de ella: casarse y abandonar sus sueños de realización personal. Es triste. Pero en Arabia Saudí hay muchas jóvenes llenas de brío y potencial que mañana tendrán que jugar un papel de primer plano en el reino”.



miércoles, 26 de junio de 2013

Antes del anochecer, cuando veinte años son casi toda una vida



En 1995 Jesse y Celine se conocieron en un tren y vivieron un romance de una noche en Viena en “Antes del amanecer” (Oso de Plata, Berlinale 1995). En 2004, volvieron a encontrarse en París, e intentaron reanudar la especial relación iniciada 9 años antes, en “Antes del atardecer” (nominada al Oscar de aquel año). Ahora, en 2013, Jesse y Celine –ella ecologista siempre en acción, él un escritor ya consagrado- son un matrimonio con tres hijos que están pasando unas vacaciones en Grecia, donde “Antes del anochecer” –uno de los muchos bellísimos anocheceres de las islas- revisan el pasado y el presente, y se interrogan acerca del futuro de su relación.

La tercera parte de esta trilogía que comenzó hace casi veinte años – como un proyecto original y muy personal del realizador Richard Linklater (Bernie, Me and Orson Welles, Spy Kids) y sus dos protagonistas, Ethan Hawke (Training Day, El señor de la guerra) y Julie Delpy (Tres colores: Rojo, 2 días en París, 2 días en Nueva York, El skylab)- se estrena en las salas españolas el 28 de junio de 2013. Tanto el director, como los dos actores, son también los guionistas de estas tres, o tres fragmentos de la misma comedia dulce-amarga sobre la falta de consistencia tanto de las cosas como de los sentimientos y sobre el peso de la rutina en las relaciones de pareja, por libre que sea. En suma, un hombre, una mujer, y su amor en paralelo al paso del tiempo.

Por tercera vez en casi veinte años nos hemos visto atrapados por la espontaneidad y la frescura de la narración y -¿cómo no?- por una atmósfera idílica de cielo, mar y tierra, que reenvía a la dramaturgia más clásica a través de conflictos en los que el sexo juega un papel innegable, el recurso a las máscaras y un cierto ambiente artificial al que contribuyen el verano, las vacaciones perfectas, el variopinto grupo de personas reunidas en una casa envidiable y la inevitable comida donde se adivina la mano de Delpy, con sus ingeniosos diálogos cruzados … como si todos estuvieran interpretando papeles ya escritos.

Estamos ante una historia conocida, una intriga previsible y unas situaciones esperadas; y es precisamente aquí donde reside el encanto de esta trilogía que nos ha permitido acompañar a una pareja desde sus románticos inicios en aquel Eurorail de finales del siglo XX hasta esta última –al menos de momento- visita al país de la tragedia; les hemos seguido “desde antes de la vida y sus desilusiones, antes de la historia de amor y la amenaza de su agotamiento, hasta el alba de todos los posibles. El final abierto de las dos primeras entregas hacía de barrera a la realización definitiva del romance, como manteniendo a los dos enamorados en estado flotante de deseo y esperanza… “Antes de medianoche” se parece más a una comedia de nuevo matrimonio por el escepticismo con que plantea cuestiones existenciales. ¿Podemos agotarnos en la pareja?, ¿conocemos realmente al otro?, ¿por qué vivir en pareja?, ¿qué es la felicidad ?...” (Estelle Bayon- Criticakt.com).

Y la respuesta general que llega de una mujer anciana y sabia y que es, un poco bastante, la síntesis de la película: los hombres y las mujeres no se entienden pero de todas maneras es bonito envejecer juntos.



lunes, 24 de junio de 2013

Berlusconi condenado a 7 años que no cumplirá

Alea jacta est. Por abuso de poder y prostitución de menores, el tribunal de Milán ha condenado al expresidente del Consejo italiano, Silvio Berlusconi, a 7 años de cárcel (uno más de la pena solicitada por la fiscalía) y a la ilegibilidad de por vida para ocupar cargos en la función pública (que, teniendo en cuenta los 76 años cumplidos del cavaliere, tampoco es que le quedaran muchas oportunidades más), en el caso conocido como Rubygate, del nombre de la joven prostituta marroquí Karima El Mahroug, alias «Ruby la robacorazones», que entonces tenía 17 años y presidía las famosas “noches bunga-bunga” en la lujosa residencia privada de Arcore, cerca de Milán, del entonces primer ministro.

Siete años de cárcel que, naturalmente, Berlusconi va a hacer todo lo posible para no cumplir, como no ha cumplido ninguna de las anteriores sentencias condenatorias que, desde 2002, le han ido cayendo con cuentagotas por asuntos de fraude fiscal, tráfico de influencias y abuso de poder. Los abogados de este personaje son especialistas en el arte de alargar los recursos y las apelaciones hasta que prescriben los delitos.

Según el tribunal milanés, Berlusconi obligó a la dirección de la policía de la ciudad a violar la ley poniendo en libertad a la menor Ruby, detenida por un robo, antes de tomarle declaración, después de haber mantenido con ella encuentros sexuales pagados. Además, para intentar eludir la condena, pagó a decenas de testigos (entre ellos dos diputados) para que prestaran falso testimonio.

La pregunta que ahora flota en el cálido aire italiano de este comienzo de verano es si la condena de Berlusconi por pervertir a menores hará que decaiga “su interés por apoyar al gobierno”, frágil, de la coalición presidida por Enrico Letta -del que forman parte El Pueblo de la Libertad, el partido del cavaliere, y Futuro y Libertad, el minúsculo partido creado a última hora por Mario Monti-; la semana pasada, cuando se encontraba en espera de la sentencia y la prensa del país decía que Berlusconi estaba “de un humor negro”, amenazó con romper la baraja si la sentencia era condenatoria. Por lo visto, creía que apoyando al gobierno con su altísimo porcentaje conseguido una vez más en los últimos comicios compraba también una vez más la inmunidad que explotó hasta la última migaja mientras era Presidente del Consejo.

Pero, como escriben en un primer comentario de urgencia en el diario de izquierda Il fatto quotidiano, la pregunta es justa pero está dirigida a las personas equivocadas (el público en general): “Habría que preguntar a Enrico Letta y al Partido Democrático (1) que hacen en el gobierno con un aliado así”.

Desde que entró en política en 1994 –antes era solamente un empresario nuevo rico y bastante hortera- Berlusconi ha sido condenado a un total de 11 años y cinco meses de prisión incondicional –tres de ellos amnistiados- por delitos como corrupción, falsedad en operaciones financieras y financiación ilícita de un partido político, entre otras. Aparte de la sentencia de hoy, tiene otras dos en espera del juicio de apelación. En los dieciséis años que, en tres legislaturas, presidió el Consejo de Ministros consiguió sacar adelante 36 leyes que le permitieron conseguir bien la inmunidad, bien la prescripción de sus delitos.

La irresistible ascensión de Berlusconi en la política tuvo mucho que ver, en sus comienzos, con su afiliación a la logia P2 (2), disidente de la masonería y a la que pertenecía desde 1978, disuelta en 1982 porque era “un punto de anclaje de los servicios secretos estadounidenses en Italia, cuya intención era controlar la vida política”, como recordaba muy bien en 2011 una “noche temática” del canal franco-alemán Arte. En palabras del “venerable maestro Gelli”, la P2 era entonces “un centinela atento a que el partido comunista no se hiciera con el país. Tenemos el ejército, la guardia de finanzas y la policía dirigidos por afiliados a la P2”.

Hay otra pregunta a la que nadie ha dado nunca respuesta satisfactoria. ¿Cómo es posible que los italianos hayan votado hasta tres veces, y una cuarta este mismo año, a un partido presidido por Berlusconi? El periodista Franceso La Licata, colaborador del diario La Stampa y experto en la mafia, explicaba en una entrevista en RAI 3 que, a pesar de ser el político que peor imagen ha tenido en la prensa en los últimos veinte años, le han votado “la mayoría de los italianos”, lo que crea una situación extremadamente curiosa a la que colabora también el hecho de que no quede “gran cosa de la oposición comunista tradicional. Los dos grandes partidos italianos, el antiguo PCI y la Democracia Cristiana, han perdido su cultura y su identidad alejándose del lenguaje popular y adoptando el discurso mediático de la televisión. Y la televisión es el reflejo de la Italia que ha modelado Berlusconi”. Respecto a los intelectuales que en otro tiempo hicieron de Italia “un laboratorio de ideas” para toda Europa, “ahora son débiles porque la mayor parte de las editoriales están en manos del Cavaliere. Nos faltan los Pasolini, los Sciascia, los Calvino…”.

Para el historiador suizo Armand Mattioli, autor de “Viva Mussolini. Die Aufwertung des Faschismus im Italien Berlusconis” (3), “Berlusconi no es un fascista, pero el magnate millonario de los medios de comunicación no se ha distanciado nunca de los neo o postfascistas, que encajan muy en su cálculo político”, y durante los últimos años de su mandato el país asistió a una recuperación de la memoria de Mussolini.

NOTAS:
(1)El PD, Partido Democrático es una organización de centro-izquierda nacida de la reunión de los grupos de los tres principales partidos políticos de la historia republicana, el Partido Comunista Italiano (PCI), la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Socilaista Italiano (PSI) y heredero de la cultura socialdemócrata y socialcristiana, que “junto con algunos de sensibilidadsocialista y socialiberal y ecologista constituyen la plataforma ideológica del partido”. A nivel europeo, el PD se ha embarcado en una relación de estrecha cooperación con el Partido Socialista Europeo, con quien formó la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo

(2) Propaganda due, más conocida como P2, fue una logia masónica pertenciente al Gran Oriente de Italia, fundada en 1877 con el nombre de Propaganda masónica, que protagonizó algunas desviaciones respecto a los estatutos de la masonería y en contra del orden jurídico italiano, durante el tiempo que estuvo dirigida por el empresario Licio Gelli. La Comisión parlamentaria encargada de investigarla, llegó a la conclusión de que la logia P2 era una “auténtica organización criminal”, a la que se le adjudicaban delitos como la conspiración política para controlar el poder en Italia, las masacres de Italicus y Bologna, el escándalo del Banco Ambrosiano, el asesinato del “banquero de Dios” (llamado así por su relación el vaticano) Roberto Calvi, el hipotético asesinato del papa Juan Pablo I, y varias complicidades con los escándalos de Tangentopoli (1992), el mayor proceso por corrupción de la historia italiana, en la que estaban implicados grupos políticos, empresariales e industriales.

(3) Schöningh Verlag

Los ultraconservadores hermanos Koch quieren comprar periódicos para negar el cambio climático

Mercedes Arancibia y José Luis Delgado

Los propietarios de Tribune han puesto a la venta sus medios de comunicación escritos- que incluyen periódicos de todo el país, como Los Angeles Times, Chicago Tribune y seis diarios más-  para dedicarse en el futuro a sus 23 canales de televisión y los hermanos Koch están dispuestos a hacerse con esas cabeceraspara vender en ellos sus campañas en contra la ciencia y el medio ambiente.

 

¿Quiénes son los hermanos Koch?

Entre las 20 mayores fortunas del mundo, los hermanos Charles y David Koch – a quienes el periodista Hillel Aron, de la revista “LA Weekly”, presenta como «los infames hermanos multimillonarios de derechas”- figuran en los lugares 6 y 7 con unos recursos estimados en 34.000 millones de dólares. Los hermanos Koch -cuyo padre, Fred Koch, fundador del emporio,inventó en 1927 un método eficiente para refinar el petróleo y obtener gasolina, construyó 15 refinerías para Stalin, fue un detractor del New Deal y denunció “la infiltración de comunistas” en los partidos Republicano y Demócrata-“han ganado su colosal fortuna en la petroquímica y ahora dedican ese tesoro de guerra a la difusión de las ideas populistas de la extrema derecha americana” (L’Express, diciembre 2011).

Cada uno de ellos posee el 42% de Koch Industries Inc., un grupo químico y de refinería implantado en Wichita, Kansas, “que es un monstruo: 100.000 millones de dólares anuales en cifra de negocios (hasta dos veces el PIB de países como Bulgaria), tienen refinerías hasta en Alaska y 6.500 kilómetros de oleoductos”, se podía leer en el semanario francés Le Point en 2010. David Koch preside la Fundación Americans for Prosperity, un activo apoyo económico del Tea Party. El grupo Americans for Prosperity (AFP), fundado por David Koch en 2004 para «educar al público en cuestiones económicas» cuenta con un millón y medio de afiliados que, en las elecciones al Congreso de 2010, financiaron a los candidatos republicanos del Tea Party con 40 millones de dólares. Otra partida estuvo dedicada a denunciar en publicidad radiofónica “el socialismo de Barack Obama”.También son propietarios de fábricas de otro tipo de objetos de consumo, que van desde el papel higiénico hasta la moqueta, o la carne, además de poseer la licencia mundial de la Lycra, el rey de las fibras sintéticas.
Los negocios de los hermanos Koch que, por cierto, tienen nombre de bacilo pernicioso (¿predestinados?) – mantienen una oposición feroz a la intervención del Estado en los terrenos económico y social “que va mucho más allá de  un simple conservadurismo” (Libération)- son “la mayor maquinaria de guerra utilizada para negar el calentamiento global», subraya en Le Point Kert Davies, director de investigación de Greenpeace. ¿Su credo? La desregulación a cualquier precio. ¿Su portavoz? El Tea Party. ¿Coste del lobbying? Varios cientos de millones de dólares para subvencionar decenas de institutos anualmente: “Organizan incluso campamentos de verano para niños cuyos juegos consisten en burlarse de la Agencia para la protección del Medio Ambiente”, asegura Lee Fang, del Center for American Progress.

Mecenas también de artistas líricos y de la música clásica en general, amante del ballet y la ópera, David Koch, cuya fortuna combinada de 35.000 millones de dólares es superada sólo por las de Bill Gates y Warren Buffett, lo mismo financia las actividades fundamentalistas del Tea Party que la supervivencia de un lugar emblemático, como el Centre Lincoln de Nueva York, rebautizado ahora en honor de su nuevo benefactor como “David H. Koch Theater”. La contrapartida han sido 100 millones de dólares inyectados en 2009 para renovar la acústica del edificio de cristal. A los 70 años, con casi dos metros de altura, todavía se mantiene erguido quien tuvo que renunciar a sus sueños de gloria en el basket cuando le implantaron dos prótesis de rodilla; ahora se dedica fundamentalmente a firmar cheques: para el Museo de historia natural o para fundar un centro de investigación del cáncer en el emblemático MIT (Massachusetts Institute of Technology) que, por otra parte, no tiene nada de desinteresado: hace dieciocho años que padece un cáncer de próstata aunque pretende estar protegido por “la mano de Dios” desde que en 1991 saliera indemne del accidente de un Boeing 737, ocurrido en Los Angeles, en el que fue el único superviviente entre los pasajeros de primera clase.En 1996, a los 55 años, se casó con Julia Flesher, hija del «rey de la chatarra” de Arkansas, que tenía 32 años, con la que comparte un apartamento de 800 metros cuadrados en Park Avenue, varias casas de campo  “de estilo francés” y un yate inmenso.

Antes de la “operación Tribune”, hace un año los hermanos Koch intentaron echar a la dirección actual para apoderarse del Cato Institute, octavo think tank según los periodistas estadounidenses y “el mayor laboratorio de ideas liberal”, que atravesaba entonces una crisis mayúscula, según contaba la publicación digital Contrepoints.org. (http://www.contrepoints.org/?p=73336), “para convertirlo en un centro de oposición directa a Barack Obama durante la última campaña presidencial”, provocando la reacción de comentaristas como Steve Chapman, del Chicago Tribune, quien anunció que “los hermanos Koch cambiarán el oro en paja: el valor de Cato reside en el hecho de que no es una entidad política sino un laboratorio de ideas”. Un economista como Paul Krugman, al que los mejor informados sitúan en la izquierda neokeynesiana, mostró en su blog una gran preocupación por la entrada en el consejo de administración de Cato del neoconservador John Hinderhaker, llegado de la mano de los hermanos Koch: “ferviente hincha de George Bush y de la intervención en Irak”.

Que Tribune Company no venda sus periódicos a los hermanos Koch.

La Liga de Votantes por la Conservación de Estados Unidos ha puesto en marcha una campaña de recogida de firmas para evitar que los multimillonarios ultraconservadores hermanos Koch, uno de cuyos principales méritos es negar el cambio climático para poder seguir produciendo en sus empresas con total desprecio de las normas medioambientales, consigan llevar a cabo su propósito de hacerse con un pilar de la democracia: la información.

“Los propietarios de la empresa Tribune han puesto a la venta sus activos de medios de comunicación escritos -que incluyen periódicos de todo el país, como Los Angeles Times, Chicago Tribune y seis diarios más- para dedicarse en el futuro a sus 23 canales de televisión, y los hermanos Koch están dispuestos a hacerse con esas cabeceras si no lo impedimos ahora. No podemos permitir que los hermanos Koch controlen algunos de los periódicos más respetados de Estados Unidos, para vender en ellos sus campañas en contra la ciencia y el medio ambiente. Los sindicatos, grupos ecologistas y de derechos civiles de todo el país se han unido para formar la “Coalición para Salvar nuestra información -y ya han entregado más de 500.000 firmas de personalidades en la Compañía Tribune. Pero, a medida que la decisión se acerca, necesitan nuestra ayuda para mantener la presión”, dice el comunicado de la Liga de Votantes que incluye un enlace para poder sumarse a la protesta.


“Sabemos de sobra lo que los hermanos Koch hacen con su dinero procedente de la energía sucia: envenenan nuestras ondas durante las elecciones –como hicieron en la última campaña presidencial-  con el fondo de los 17 think tanks que patrocinan, destinado a propaganda de la negación del cambio climático, para conseguir así compinches en el Congreso que les ayuden a  bloquear las acciones destinadas a proteger el aire que respiramos y el agua que bebemos”.

“Millones de lectores confían en periódicos como Los Angeles Times y el Chicago Tribune para una amplia cobertura de temas ambientales importantes. Si los hermanos Koch se hacen con el control de estas fuentes de información, no sólo dispondrán de  una poderosa plataforma para la propaganda anti-ciencia sino también para evitar la cobertura de otros temas críticos que el público necesita conocer”. Además de los mencionados, pertenecen a la cadena Tribune diarios como Baltimore Sun, Orlando Sentinel, Hartford Courant… Diarios regionales serios, algunos de ellos famoso por la calidad de sus investigaciones. El precio de venta se estima en 623 millones de dólares (481 millones de euros). Preguntada por el corresponsal del diario francés Libération, la especialista en medios de comunicación Arlene Morgan, de la Escuela de Periodismo de Columbia, resume el parecer de la opinión pública estadounidense: “La única razón para que los Koch quieran apoderarse de LA Times o el Chicago Tribune es para defender sus opiniones políticas”.

Adiós a Maurice Nadeau: una raza de editor en vías de extinción

Paris, 1947. Bajo la cúpula de la Biblioteca Nacional, en la parisina rue Vivienne, un hombre está doblado sobre su pupitre. Lanza miradas furtivas alrededor por temor a que alguien se dé cuenta de los tejemanejes que lleva a cabo: con la abnegación de  un monje benedictino y la discreción de un agente secreto está copiando, a mano, los textos que acaba de colocarle en la mesa de trabajo un cancerbero de mirada desconfiada. Se trata de los textos del Divino Marqués, D.A.F. de Sade; han salido directamente del “infierno” de la Biblioteca Nacional, ese departamento reservado donde duermen los cientos de obras consideradas poco conformes a la moral para ser puestas en circulación, pero demasiado importantes para ser reducidas a cenizas. El hombre es Maurice Nadeau. Tiene 35 años y una sólida reputación de francotirador. De sus repetidas sesiones de “copista”, este joven que es ya uno de los críticos literarios más influyentes de su tiempo, va a sacar un libro que abrirá una brecha definitiva en la bienpensante sociedad triunfante de la posguerra: la primera edición pública de las obras de Sade. La época autoriza las esperanzas pero sanciona a los audaces: esa antología, precedida de un largo prólogo, se retira inmediatamente de la venta. Cincuenta y cinco años más tarde, se reeditará ese texto que no fue otra cosa que la primera piedra de un edificio convertido en legendario: la casa Nadeau”.
(L’Express, 2002)

El editor y escritor Maurice Nadeau, fundador en 1966 de la revista La Quinzaine littéraire (*) y “descubridor” de escritores como Beckett, Miller, Soljenitsyne, Gombrowicz, Perec o Sciascia, ha muerto el domingo 16 de junio de 2013, a los 102 años. “Durante toda mi vida –declaraba a la Agencia France-Presse en 2011, cuando celebraba su cumpleaños número 100- he estado en el lugar adecuado para descubrir escritores. Yo siempre estaba al acecho, escuchaba, leía mucho, manuscritos, revistas, prensa extranjera…”

Maurice Nadeau, “el editor de lo imposible” en definición del académico Angelo Rinaldi (quien añadía: “le debo todo”), huérfano de guerra (su padre murió en Verdun) y educado por una madre analfabeta (“pobrecilla, no tuvo tiempo de vivir”), estudió en la Escuela Normal Superior y, antes de dedicarse a la literatura, trabajó como profesor de 1936 a 1945.Militante trotskista, trabajo también en el diario Combat –fundado poco después de la liberación- del que fue director literario hasta 1951. Más tarde, ejercería funciones de crítico literario en las revistas France-Observateur y L’Express. Como editor trabajó primero en las editoriales francesas Julliard y Denoél hasta que, en los años 1970, creó la suya propia. Es autor de una “Historia del surrealismo” (1948), “La novela francesa después de la guerra” (1964) y “Antología de la poesía francesa” (escrita en colaboración 1970-72), además de los libros  de recuerdos literarios “Grâces leur soient rendues” (1990), “Serviteur” y “Une vie en littérature” (2002). Para muchos lectores jóvenes, en especial franceses, el nombre de Maurice Nadeau está ligado a la publicación de “Extension du domaine de la lutte” de Houellebecq, en 1993. Para los “mayores”, fue uno de los grandes articulistas de Combat,. Para muchos más, Nadeau es el señor de La Quinzaine littéraire, cuarenta y cinco años al servicio de los libros.

“Maurice defiende la idea de que hacer un catálogo es por lo menos tan importante como ganar dinero”, dice también Rinaldi. Y lo mejor de todo es que consiguió que compartieran ese criterio todos los editores con los que trabajó, de forma que “su catálogo” es impresionante: publicó a la mayor parte de los grandes escritores de la segunda mitad del siglo XX. “Pero Malcom Lowry –decía- es mi mayor descubrimiento. Su novela “Bajo el volcán” es una de las historias de amor más desgarradoras que nunca he leído”. Y después se quejaba: “En cuanto consiguen el primer éxito me abandonan”.

Según Aurelie Vasseur en ActuaLitté.com, Maurice Nadeau ha tenido al menos siete vidas: alumno de la Escuela Normal (que en Francia es algo que imprime carácter), profesor durante quince años, escritor, crítico literario, director literario de colecciones, director de revistas y editor. Con Breton fundó la revista “Clé”. Luego entró en la Resistencia. “Durante la guerra, una de las maneras de resistir era escribir novelas a la americana”. Nadeau publicó una novela policíaca con el seudónimo Joë Christmas, “inspirada en ‘Luz de agosto’ de Faulkner”.

El editor vivía ahora en Paris su octava vida, rodeado por su familia y acompañado por el gato Grisby, dedicado a la editorial que fundó en 1977 y dirigiendo La Quinzaine Littéraire, Tenía un vago aire a George Brasens, paseaba por su barrio, detrás del Panteón, y estimulaba el corazón pedaleando en una bicicleta estática y subiendo las escaleras del inmueble. “Veinte años hace ya, veinte años que los propietarios recogieron firmas para poner el ascensor, dos años que empezaron las obras…”.

Al principio nada parecía destinar a Nadeau a la vida que ha tenido. En los años treinta inició una carrera de profesor de instituto que optó por el comunismo, y luego por el trotskismo, obsesionado por la cercanía con el proletariado, agitando a los obreros en las fábricas. Entre mitin y panfleto comenzó a leer primero clásicos franceses, después la generación de los rebeldes con causa estadounidenses- Faulkner, Dos Passos, Ferlinghetti, Kerouac-, e incluso Kafka, recién traducidos por primera vez al francés. Con apenas treinta años conoce a André Breton, luego se hace amigo de Benjamin Péret. En 1945 publica “Historia del Surrealismo” y ya es imparable: el profesor se ha transformado en crítico, escritor y editor. En 1949 publica “Bajo el volcán” de Malcolm Lowry y la trilogía “Nexus, Plesux, Sexus” de Heny Miller. Y después llegan Lawrence Durrell, John Hawkes, Burroughs… Y “El grado cero de la escritura” de Roland Barthes, y Perec y el siciliano Leonardo Sciascia, ya en los años sesenta. ¿Errores? “Haber dejado pasar de largo a Octavio Paz y Cortázar; no haber creído en Marguerite Duras”. Todos los editores, como todos los hombres, se equivocan un día.

Crítico literario desde hace más de sesenta años: de Combat a La Quinzaine littéraire pasando por Le Mercure, Les temps modernes, France Observateur, Les Lettres nouvelles, L’Express, miles de artículos en su haber: “La crítica es una actividad superflua ya que se limita a describir, analizar, explicar, y el crítico un intermediario inútil en tanto que pretende enfrentar en el terreno neutral, que él ocupa, dos potencias previamente desarmadas: el autor y el lector”.

2011 fue “el año de Nadeau”. Cumplió 100 años y el canal cultural franco-alemán Arte le dedicó un documental, realizado por Ruth Zylberman; en el Teatro del Odeón de París se celebró una velada homenaje, el Centre National du Livre festejó su aniversario, se publicó “El camino de la vida”, una selección de sus entrevistas con Laure Adler, el alcalde París le colgó una medalla de la ciudad: “Los honores deshonran, como decia Flaubert”. ¡Vaya discurso de agradecimiento!

Tenía carácter Nadeau. No tenía, como otros editores, el síndrome de la posesión de sus autores: “Es más fuerte que yo, no puedo retenerles… Preguntad a los editores para los que he trabajado. Siempre les he hecho perder dinero. Todos, en un momento u otro, me despedían porque conmigo no ganaban dinero. Nunca he ganado nada como editor”. Pero todo el mundo reconoce “sus éxitos”, su olfato de editor a primera vista. Disfrutaba leyendo a Borges y a Kafka, con los que se sentía “en buena compañía”.
Buscando documentación para este artículo, descubrí que Maurice Nadeau era, como yo, fan del escritor catalán Enrique Vila-Matas. Así que no me resisto a reproducir lo que decía, de él y de Bolaño, en La Quinzaine Litteraire del 16 abril 2006:

"(…) Estaba, pues, leyendo “Doctor Pasavento”, la obra más reciente de Enrique Vila-Matas traducida al francés; ese autor barcelonés ex inquilino de Marguerite Duras, del que me he convertido en un admirador. Luego, volví incluso a leer al famoso Doctor, y, si bien me parece que después de la página 350, Enrique se excede un poco, no dejo de sentir la misma hipnótica admiración que por su “El mal de Montano” o sus Bartlebys.
Enrique necesita un modelo, a partir del cual poder bordar, soñar, imaginar, dorarnos la píldora. Han sido Kafka en “Hijos sin miedo”, Melville, algunos suicidas ejemplares que conocía, ávidos de desaparecer, y, por supuesto, ha leído a Breton, Blanchot y algunos otros. Vila-Matas no sale de la nada, no teme dejar entrever sus fuentes.
De paso, Vila-Matas evoca al chileno Roberto Bolaño, de quien Jacques Fressard nos ha hablado recientemente en La Quinzaine. Y quien, instalado en Barcelona donde murió, a los cincuenta años, en 2003, también está obsesionado con la desaparición. No pude más que leer los primeros capítulos de “Los detectives salvajes”, novela en la que pone en escena a un grupo de jóvenes poetas mexicanos de los que supe de su existencia del todo real hace unas cinco décadas, y veo el parentesco de estos dos novelistas, Vila-Matas y Bolaño, capaces de transmutar lo que llamamos realidad no solamente en ficción, cosa que hace todo novelista, sino en lo que habría que llamar SURREALIDAD, que es algo distinto del bueno y viejo género fantástico. Algo bueno, que no tiene que ver con la autoficción de moda. Me digo que los aspirantes a narradores franceses harían bien en aprender de este español y de ese chileno. ..”.

(*) La Quinzaine littéraire, revista bimensual que ha conseguido mantener su independencia desde 1966, atraviesa hoy un momento crítico y busca la forma y los medios para sobrevivir. “Ha tenido y continúa teniendo un papel esencial en la vida cultural francesa: el de vigía de la producción intelectual, y, más allá, el de resistente… de las connivencias y las presiones, lo que supone  un gran desafío en unos terrenos –literatura, poesía, ideas, artes- donde las amistades, las redes, las fidelidades incondicionales y las obligaciones acostumbran a guiar las plumas” (Edouard Launet, Isabelle Hanne). “Que ninguna de las líneas que publique nuestro periódico sea sospechosa”, era el objetivo que se marcó, de salida, Maurice Nadeau, y que repetía en 2009 cuando celebraba la aparición del número mil.
“Nadie ha cobrado nunca las colaboraciones en La Quinzaine, porque desde el principio se comprobó que la aventura era difícil. Los compañeros de viaje tenían hermoso nombres:

domingo, 23 de junio de 2013

Después de mayo, autorretrato de una generación

Después de mayo, película dirigida por Olivier Assayas que obtuvo el Premio al Mejor Guión en el Festival de Venezia 2012, que puede verse en las salas españolas desde el 21 de junio de 2013, y que recrea el ambiente estudiantil parisino de los primeros años 70 –“después del mayo ’68” al que hace alusión el título- casi como si fuera un mueso de iconos e ideas: encuentros amorosos, descubrimientos artísticos, la disyuntiva entre el compromiso radical y las aspiraciones personales…

Película de iniciación, de aprendizaje, de educación –sentimental, política y estética- y dicen que bastante autobiográfica (el camino de un adolescente hacia el cine que es su vocación, el realizador Assayas nació en 1955), el joven Gilles (Clément Métayer), estudiante de los últimos cursos de bachillerato, se mueve en un mundo de “elegancia y sensualidad que agradeceríamos mucho encontrar siempre en la vida, lo que confiere a la película una belleza elegíaca, muy emocionante” (Aurelien Ferneczi, Télérama). En este autorretrato generacional Gilles dibuja y pinta exactamente igual que hizo Assayas antes de llegar al cine, en sus años de adolescencia.

Gilles es demasiado joven para haber tomado parte en el movimiento del 68, vive en las afueras de París y usa una mobilette (¡cuántos recuerdos!) para ir al instituto, para encontrarse con su chica (Lola Creton, una lánguida actriz de la última hornada francesa) y para acercarse a ver como va el asunto de la “revolución permanente” en las manifestaciones callejeras, donde une su voz a la de muchos otros jóvenes que protestan contra el orden establecido y reclaman la llegada de la utopía, o para vocear la prensa izquierdista y contracultural de la época (los periódicos Tout y Parapluie, que junto con los discos de vinilo de rock, la poesía del beatnik estadounidense Gregory Corso, y algunos dosis de psicodelia forman parte del bagage cultural del joven -y de muchos de nosotros- y nos remiten al imaginario contestatario de aquellos años).

Olivier Assayas forma parte de la generación para la que cambiar la vida y transformar el mundo eran sinónimos. En 2005, publicó un libro titulado “Una adolescencia después de Mayo”, del que posteriormente nació el guión de esta película, en el fondo una reflexión íntima y personal sobre lo que quedó una vez que comprobamos que debajo de los adoquines no estaba la playa y se perdieron tantas ilusiones. Y, más en el fondo todavía, una oda a todos los que algún momento han tenido (tienen) 20 años rebeldes y toda la utopía por conquistar.

sábado, 22 de junio de 2013

Adios a James Gandolfini, el mafioso melancólico de Los Soprano

El mejor actor de la mejor serie de televisión de todos los tiempos (según el sindicato de guionistas de Hollywood), James Gandolfini, el padrino de Los Soprano, ha muerto el miércoles 19 de junio de 2013 de una crisis cardíaca en Roma, donde se encontraba de vacaciones en espera de trasladarse el fin de semana a la Sicilia de sus ancestros para participar en una mesa redonda, en la sesión de clausura, y recibir el Premio Villa de Taormina en el festival cinematográfico que lleva el nombre de la ciudad.

A los 51 años, un vulgar infarto –que siempre parecía a punto de producirse en cualquiera de los capítulos de la serie- ha terminado con la carrera del hombre que con un solo papel, el de Tony Soprano, jefe del clan mafioso de New Jersey y depresivo padre de familia, ganó tres premios Emy y un Golden Globe a lo largo de seis temporadas.

Los Soprano no solo es una serie excelente desde el punto de vista técnico del guión y la realización, que merece figurar en todas las filmotecas privadas y públicas, sino que representa también un punto y aparte en el mundo de las sagas televisivas al atreverse a contar la historia profundamente ambigua de un capo mafioso a la vez despreciable y entrañable: orgulloso y peligroso, Tony Soprano no se corta a la hora de eliminar todo lo violentamente que sea necesario a sus adversarios, mientras que en las sesiones con su psiquiatra se muestra como un ser débil y muy vulnerable.

James Gandolfini, una figura de culto en el universo de las series televisivas, el ya inolvidable mafioso afectado por repetidas crisis de angustia, había nacido en 1961 en New Jersey de padres inmigrantes italianos. En su faceta de inmenso actor consiguió adecuarse perfectamente a las características del personaje y, a pesar de sus atrocidades, seducir a los espectadores de todo el mundo. Quienes ahora escriben su panegírico recalcan que en su vida privada era todo lo contrario: una persona dulce, tranquila, reflexiva que, en las ocasiones en que no tenía más remedio, hablaba de su alter ego sin ninguna compasión: “Estoy cansado de hacer el papel de chico malo”, dijo en 2007, cuando ya se había grabado el desenlace, confesando que esperaba poder pasar definitivamente la página de la serie, que inició en 1999 y le ha dado fama internacional.

“El genio de James Gandolfini ha sido esa forma como azorada de cargar con todo el peso de Los Soprano, lo mismo que Tony Soprano carga con todas los caprichos de su familia a pesar de la rabia, la depresión, el cansancio. Era el centro de gravedad de la serie, el agujero negro en torno al cual evolucionaba todo el mundo. En el papel de su vida, Gandolfini prestó su vida a una obra maestra”.

Varias veces quiso dejarlo; los productores le convencieron a base de ponerle delante cheques para que continuara. Por lo visto, aparte del agotamiento, el personaje le hacía sufrir “porque adoraba esa clase obrera italo-americana de la costa este, de la que procedía y que ahora estaban reduciendo a migajas. Además, se daba cuenta de que el personaje estaba haciéndose mayor que la persona. En todas partes, los fans le llamaban Tony. Su obesidad bovina, su calvicie, sus gestos, su ropa de nuevo rico, su acento: todo en él se había convertido en un reclamo de la cultura postindustrial” (NouvelObs).

Antes de prestarle su silueta maciza y su rostro sonriente a Tony Soprano, el personaje que ha hecho la fortuna de su creador, David Chase, James Gandolfini tenía ya un activo cinematográfico importante. Le habíamos visto en True Romance (1993), She’s so lovely (1997) y 8mm (1999); después, cuando ya era el padrino de la costa este, le encontramos en El mexicano (2000), In the loop (2009) y recientemente en Zero Dark Thirty (2012), estrenada este invierno en España, interpretando al jefe de la CIA que dirige la operación militar estadounidense de acoso y derribo de Ben Laden en su feudo de Pakistán. Como productor, faceta que había empezado a explorar, trabajó en un documental sobre los veteranos de la guerra de Irak.

En 2004 –cuentan en la revista Nouvel Observateur- James Gandolfini fue el invitado de James Lipton en el célebre programa “Inside The Actor’s Studio”. En una emisión conocida por su aire desenfadado, Gandolfini entró en escena llevando un traje muy convencional y avanzó con paso cansino hacia un pequeño sillón en el que tuvo grandes dificultades para encajarse, resoplando y dejando que el pantalón se le subiera exageradamente al cruzar las piernas. Todos los espectadores –alumnos del celebérrimo Actor’s Studio, estallaron en carcajadas. El también. Antes de que pronunciara la primera palabra, la sala le dedicó un aplauso cerrado. “No era Gandolfini quien se había sentado. Era Tony Soprano, el mafioso melancólico, en vivo y en directo, incómodo en el sillón de la consulta de su psicoanalista, leitmotiv de la serie”.

viernes, 21 de junio de 2013

Lawrence Anyways, sobre la transexualidad y el amor




La pareja formada por Lawrence y Fred tiene el proyecto, siempre aplazado, de ir a pasar unos días de descanso en una isla canadiense. Hasta que comprendemos que la isla es Lawrence, un personaje salido del lote de los hombres y las mujeres únicos en su género. Una isla es algo hermoso, dice Dolan. Una isla es algo magnífico”. (Frédéric Strauss)

Tres años después de debutar en Cannes (Quincena de Realizadores) con su primera película, J'ai tué ma mère (He matado a mi madre), Xavier Dolan, el “enfant terrible” actor, guionista y director canadiense (de Québec), de 24 años, regresó a la madre de todos los festivales en 2012 con Laurence anyways, su tercera obra (la segunda, en 2010, fue Amores imaginarios). El filme se proyectó en la sección “Una cierta mirada”, donde la protagonista Suzanne Clément se alzó con el Premio a la Mejor Interpretación; además, consiguió la Queer Palm, premio especial concedido a la mejor película LGBT y ese mismo año el César del cine francés a la mejor película extranjera.

Laurence anyways – interpretada con inteligencia y el pudor necesarios por Melvil Poupaud, Suzanne Clément, Nathalie Baye, Monia Chokri y Susan Almgren-analiza los problemas de un hombre que desea cambiar de sexo y los retos que deberá afrontar durante toda la transformación. Es también la historia de un amor imposible. En Montreal, en los primeros años ’90, Lawrence, profesor de literatura, en su 30 cumpleaños y ante el estupor de amigos, familia y novia, anuncia su intención de transformarse en mujer. Lawrence quiere ser “como una mujer” en todo, pero ni se va a operar ni tampoco es homosexual; en su nueva personalidad le siguen gustando las mujeres y quiere continuar la vida que ha llevado hasta entonces viviendo en pareja con la realizadora Fred (de Frederika), de la que sigue enamorado. El siguiente curso Lawrence dará clases metido en la piel y la estética de una mujer,  inaugurando una nueva y peligrosa vida en la que el peso del estigma social, el rechazo familiar y la incompatibilidad de la pareja acabarán dinamitando su hasta entonces cómoda y tranquila existencia.

Lawrence anyways – que se estrena en los cines españoles el 21 de junio de 2013- es el relato de una epopeya personal en una película muy personal y muy madura, sobre todo si tenemos en cuenta la edad del realizador, con escenas que recuerdan el cine más clásico del Hollywood intemporal, momentos que parecen casi de documental e instantes de enorme poesía, hasta conformar con todo un enorme puzle que muestra, paso a paso, la construcción de una nueva vida. “A todos los niveles –ha escrito Frédéric Strauss en Télérama- Laurence anyways es una película sobre el valor. Un valor que más que una cualidad moral es una suerte de nervio, de grandeza. Y una voluntad de honestidad con uno mismo no solamente en el personaje de Lawrence sino también, y casi con la misma fuerza, en el de Fred. La que tiene el valor de querer entender y aceptar lo increíble, y después el valor de decir que no puede entenderlo”.

Estamos ante una gran película militante, de defensa de la diferencia y respeto del otro. “Un fresco sentimental que recorre doce años de la vida de un hombre determiando a cambiar de sexo sin cambiar de vida” (CineObs). Un filme brillante, moderno y de una belleza casi insultante escrito con humor sarcástico, financiado en parte por los fans de Xavier Dolan a través de una sociedad virtual llamada Touscoprod, y de un “lirismo pop que remezcla Musset y Duran Duran, las bellas Artes y la estética de finales de los años 1980… en el fondo, la transexualidad no es más que un pretexto para contar la marginalidad de la pasión amorosa”. Una de las películas imprescindibles de la temporada (que, la verdad, tampoco son tantas) y la comprobación de que podemos empezar a hablar de un “estilo Dolan”.


jueves, 20 de junio de 2013

El fantasma de la extrema derecha recorre Europa



El asesinato del joven libertario francés Clément Méric, ocurrido el 5 de junio de 2013 a plena luz del día en una calle comercial del centro de París, se produjo en el contexto de la creciente oleada de protestas ultraconservadoras contra la aprobación parlamentaria del “matrimonio para todos”, que ha permitido a la extrema derecha francesa dar rienda suelta a sus instintos más bajos.

A Clément le dejó con muerte cerebral, en una acera del distrito X, alguno de los miembros del nauseabundo y poco organizado grupúsculo conocido como Tercera Vía, cercano al movimiento racista, neonazi y anti todo Juventud Nacionalista Revolucionaria que, como él, alardea de la parafernalia habitual: cabeza rapada, camisa y pantalón negro y “armas disuasorias” del tipo puños con púas, lunchakos, navajas de grandes dimensiones y otros juguetitos igual de contundentes (todo supuestamente no vayan a ser que sepan leer).

En la estela de movimientos ultras que ya están suficientemente asentados en diversos países europeos –Amanecer Dorado en Grecia, NPD en Alemania, Alleanza Nazionale (antiguo MSI) italiana, Fremskrittspartiet o Partido del progreso en Noruega, PVV, abreviatura del Partido de laLibertad holandés y el autóctono Front National de Jean-Marie Le Penn, fundador de una saga que prosigue en la figura de su hija Marine, eurodiputada que hoy lidera el partido, y su nieta Marion Marechal-Le Penn, diputada en la Asamblea Nacional- aunque sin ninguna consolidación en la sociedad francesa, se trata de grupos muy minoritarios que aparecen casi de la nada para hacer demostraciones de fuerza o, como en este caso, asesinar a un joven cuya única militancia era en el sindicato de estudiantes, aunque se conocía su simpatía por “la izquierda de la izquierda” y le habían grabado los informativos, con media cara cubierta por un pañuelo rojo, sujetando la pancarta en una de las manifestaciones a favor del proyecto de ley del “matrimonio para todos”.

Clément tenía 18 años y nadie tiene derecho a morir a esa edad. Era estudiante de primer año del Instituto de Ciencias Políticas, una de las “grandes escuelas” de la educación francesa, de la que salen tradicionalmente la mayoría de los políticos profesionales del país, militaba en el sindicato de transformación social Solidaires Etudiants, (cuando estaba en preparatoria fue activista en la CNT, Confederación Nacional del Trabajo), y era miembro del grupo Acción Antifascista Paris-Banlieue. También había tomado parte en las reivindicaciones del movimiento Act Up en contra de la homofobia imperante en los últimos meses en Francia.

El asesinato de Clément Méric ha hecho sonar la alarma en media Europa que vuelve a preguntarse de qué fuentes beben estos movimientos ultraderechistas formados por personas relativamente jóvenes, la mayoría de las cuales no vivieron la Segunda Guerra mundial, han crecido en democracia y han tenido casi todas las oportunidades en las pasadas décadas de bonanza y, sin embargo, como la oveja o el garbanzo negros, han salido nostálgicos de los caudillos autoritarios que no conocieron, racistas, xenófobos, homófobos, profundamente euroescépticos y nacionalistas radicales, y se sienten como pez en el agua en los discursos populistas “que ofrecen soluciones simples y contundentes para problemas de convivencia, con frecuencia negadoras de los derechos humanos más elementales”.

Desde hace algunos años, asistimos en gran parte de Europa, y en un clima “de crisis económica, social e incluso de identidad,” escribe Pierre Haski en el digital francés de izquierda Rue 89, “al inquietante aumento de poder de una franja de la extrema derecha radicalizada, que prospera al lado de partidos populistas o está anclada en la extrema derecha más antigua, como el Front National de la familia Le Penn…Lo que une a esos grupos absurdos es sobre todo una hostilidad hacia el Islam, percibido como una amenaza a la identidad europea –blanca y cristiana-, debilitada por la crisis”.
Hace ya un tiempo, la Unión Democrática del Centro (UDC), partido populista suizo, utilizó la vena xenófoba con un poster en el que unos corderos blancos expulsaban de su prado a otros corderos negros. La UDC ocupa hoy un cuarto de los escaños en el Consjeo Nacional Suizo. El Partido del Progreso noruego obtuvo el 22% de votos en las elecciones de 2009, y allí militó durante varios años Anders Breivik, el autor de la masacre de la isla de Utoya. Una mayoría de estados europeos, de dentro y fuera de la UE, tienen ahora un componente de extrema derecha en sus representaciones nacionales o locales.

Solo cuando ocurren sucesos como el asesinato de Clément Méric, los políticos encuentran motivos para, más allá de repudiarlos, intentar “apoderarse” de la situación, acomodarla a sus propios objetivos programáticos: de derecha o de izquierda todos, sin fisuras, abominan de los “grupos violentos” sin pararse a pensar ni un segundo en las condiciones sociales, propiciadas por sus leyes, ajustes, recortes, involuciones e injusticias, que permiten a los fascismos volver a asomar el rostro tanto tiempo semi-oculto. “Nadie denuncia la destrucción de la decencia moral por el liberalismo, la inseguridad social creada por el capitalismo, la crisis sistémica generada por las grandes finanzas que ha hecho la cama al renacimiento de los nacionalismos”.

¿A qué viene tanta divagación? En su reciente libro “De la crisis a la revolución democrática”, Manolo Monereo apunta, entre las condiciones ineludibles para que seamos capaces de dar el salto que anuncia el título, la necesidad de (cito de memoria) “impedir que la extrema derecha se desmande”. Lo pienso mientras veo los carteles con svástica incluida que han empezado a aparecer pegados en las fachadas de mi barrio madrileño.

El hombre de acero (Man of steel): más steel que man



A estas alturas del siglo XXI, y cuando Supermán tiene ya cumplidos 75 años, desde el primer comic, una pregunta inevitable: ¿hay que seguir resucitando a los viejos héroes y hacer tanto esfuerzo para adaptarles a la modernidad, habida cuenta sobre todo que los resultados son cada vez más decepcionantes?

La sexta adaptación cinematográfica del “viejo Supermán”, que llega a los cines españoles el 21 de junio de 2013, es un regreso a los orígenes del superhéroe (un macizo Henry Cavill), exactamente al momento de su nacimiento en el planeta Krypton: un parto de lo más convencional con una madre (Ayelet Zurer) que grita y hace esfuerzos y un padre (Russell Crowne) que le da ánimos , ayuda al bebé a salir y le adjudica el nombre de Kal-El (que, según leo, en hebrero significa algo así como “todo lo que es Dios”).

Luego nos enteramos que es el primer niño que nace en Krypton producto de un revolcón natural; los demás embriones están como congelados en burbujas que cuelgan de un espacio poco definido, en espera del momento de iniciar su vida. También nos enteramos después de que esas burbujas preñadas contienen “el código genético” del planeta, que Supermán lleva con él a la tierra cuando sus padres deciden enviarle para evitar que sea destruido como todo Krypton, a punto de estallar cuando comienza la historia.

Llegado a la tierra y recogido -se ignoran los detalles- por una pareja de granjeros (Kevin Costner y Diane Lane) de la América profunda, el niño crece sufriendo las burlas de sus compañeros  de clase y juegos y ocultando sus poderes “para evitar que el gobierno tenga algún interés especial en hacerse con él”, según le explica el padre. Así va creciendo y pasa de Kal a Clark Kent y a Supermán, el personaje conocido, que vuela y tiene fuego en los ojos y que, en esta ocasión, no lleva el famoso slip rojo sobre la malla, que tampoco es azul sino más bien grisácea. Lo que si conserva es la capa roja y la chapa con la S gigantesca en el pecho (que tampoco es la inicial de su nombre sino el signo de esperanza en la mitología de Krypton).

Naturalmente, en un momento dado aparece la periodista Lois Lane (Amy Adams) –que, muy actual ella, envía correos por internet- y salta la chispa; aunque es justo en el momento en que el héroe decide convertirse en azote de los malos y salvador del mundo terrícola, por lo que la cosa queda en un abrazo aéreo, girando en el espacio, exactamente igual que otro que vimos hace unos meses en una pretenciosa película de factura nacional. Solo al final de la película, Clark Kent llega a la redacción del Daily Planet, donde acaban de contratarle (lo que prácticamente significa que este film termina donde empiezan los anteriores).

Como es lógico, también hay un malo: en este caso se trata del general Zod (Michael Shannon), militante nacionalista y defensor de la pureza de la raza de los kryptonianos –aunque estos aspectos filosóficos y cavernícolas no estén suficientemente explicitados, como no lo están algunos otros misóginos y hasta fascistoides que siempre tuvieron las aventuras de uno de mis héroes de comic preferidos- que lleva encerrado con sus secuaces en un agujero negro desde que el niño fantástico fue enviado en una cápsula a la tierra, y que despierta de su letargo para intentar secuestrarle y recuperar el famoso código genético, para lo cual desencadena una guerra espacial –tipo Star Wars- con los militares estadounidenses.

A los mandos de todo este enredo de dos horas y media en 3D de ruidos ensordecedores, efectos de lo más especiales, rascacielos y edificios emblemáticos que caen, artilugios que llegan del cielo, estrellas, cometas y meteoritos que cruzan la pantalla y distintas pirotecnias, Zack Snyder (“300”), que ha transformado una historia archiconocida en una mezcla de otras aventuras épicas para adolescentes, poco original. Aeronaves, automóviles, misiles, fuego, hielo, cristal y metal, mucho metal; todo lo cual acaba por chocar con un ruido atronador en una serie interminable de efectos digitales que terminan por dejar al espectador un poco sonado.

Aquí los humanos son apenas una docena de caras –la chica, los granjeros padres adoptivos, un puñado de escolares con mala leche, el director del Daily Planet y un mando del primer ejército mundial- que aparecen y desaparecen entre explosiones interminables “con un lirismo muy postindustrial, cargado de polvo y restos… como si a partir del 11 de septiembre de 2001 perdurara la obsesión de un cine espectacular contemporáneo en una lógica de escalada de esas eternas resacas de cascotes con sabor a cenizas” (Libération).

Quizá las diferencias más palpables con los Superman anteriores sean el hecho de que la media docena de personajes principales conocen desde siempre la doble identidad de Clark Kent (mientras que tanto en el comic como en las películas anteriores el único que lo sabía era el lector/espectador), y la historia esa del código genético de los kryptonianos, auténtica novedad en la historia del superhéroe de la capa y el slip rojos.

Supermán nació en junio de 1938 en la revista Action Comics nº1, por obra y gracia de Jerry Siegel y Joe Shuster, dos jóvenes neoyorquinos apasionados de la ciencia ficción. Inconscientemente, dicen los especialistas, simbolizaba la revancha de sus creadores, dos chicos hijos de emigrantes judíos, que inventan ese héroe superprotector en vísperas de la Segunda Guerra mundial. Fueron ellos quienes primero le llamaron Man of Steel (Hombre de acero), aunque haya entrado en la historia como Supermán. Su ropaje, con los colores de las barras y estrellas, le convertían en el superpatriota capaz de vencer a Hitler. Apareció por primera vez en una pantalla –pequeña- en la serie en blanco y negro, Las aventuras de Supermán, que estuvo en la parrilla estadounidense desde 1952 hasta 1958, interpretada por George Reeves. El 1978, el superhéroe llega a la gran pantalla en color, en la película dirigida por Richard Donner e interpretada por Christopher Reeve.

Según el dibujante Jim Lee, autor del comic “Para mañana” en el que el superhéroe es un personaje lleno de dudas acerca del ser humano y el destino de la humanidad toda, “Superman es también el arquetipo del superboy-scout. Huérfano del espacio, educado en una familia americana modelo de campesinos que viven entre campos de trigo, es un parangón de la integración. Icono del sueño americano, una vez adulto, Clark Kent “sube” a la capital, Metrópolis, donde se convierte en reportero del Daily Planet, y donde encuentra a la deliciosa Lois Lane, de quien se enamora, completando así la panoplia de este mito de la cultura pop del siglo XX, que inspiró obras a Andy Wahrol y Roy Lichtenstein”.

En el ensayo “De superman al superhombre”, escrito en 1962, el filósofo y escritor italiano Umberto Eco explica como este superhéroe procedente de la cultura popular norteamericana ha conseguido hacerse un hueco en todas las mitologías modernas: “La imagen simbólica de Supermán tiene un interés muy particular. Es una constante de la imaginación popular que haya un héroe dotado de poderes superiores a los del común de los mortales, de Hércules a Sigfrido, de Rolando a Pantagruel, hasta llegar a Peter Pan”. Para Eco, si el lector/espectador se siente atraído por Supermán es justamente a través de su alter ego Clark Kent, que encarna al hombre ordinario, un poco timorato pero que esconde en su interior capacidades insospechadas.

A lo largo de los años, Supermán se ha impuesto en el cine como el héroe justiciero, figura celeste y luminosa que “simboliza el sueño del emigrante que se alza por encima de sus orígenes”; también enlaza con la tradición de la leyenda cristiana porque, semejante a Moisés, es depositado por sus padres en un cesto (cápsula) y enviado a otro lugar, para salvarle (y que sea el representante de una raza extinguida).

domingo, 16 de junio de 2013

Cartas del verano de 1926. Pasternak, Rilke, Tsvietáieva, sintonía a tres voces que hablan de literatura y vida


“Dispersos en bibliotecas, grises de polvo,
Ni leídos, ni buscados, ni abiertos, ni vendidos,
Mis poemas se degustarán como los vinos más raros
Cuando sean viejos”. (Marina Tsvetáieva, 1913)

Agobiada por una situación que rayaba en la miseria, la escritora rusa Marina Tsvetáieva acudió el 26 de agosto de 1941 al Comité de Escritores de Ielabuga, localidad de la república autónoma de Tataria, en la cuenca del Volga, donde llevaba un tiempo residiendo, para pedir que le dieran un empleo como lavaplatos en la cantina de la asociación. Todavía no había recibido respuesta cuando, el 31 de agosto, a los 49 años, se colgó del techo de la despensa de la casa donde vivía con su hijo Mur en régimen de semideportación.

Al su marido, Sergei Efron, oficial del ejército blanco, le habían fusilado por espía; tenía  una hija en la cárcel y la otra había muerto literalmente de hambre cuando era casi un bebé. El chico, al que su marido se negó a reconocer, fue producto de una relación adúltera. Había dejado una hilera interminable de amantes de ambos sexos, casi siempre más jóvenes que ella, – entre otros el ensayista y poeta judío ruso Ossip Mandelstam, uno de los creadores de acmeísmo o “nostalgia de la cultura universal” que rechaza el simbolismo ruso, la poetisa Sophia Parnok, la actriz Sophie Holliday, el poeta Maximilien Volochine, que fue su mentor, el dibujante Constantin Rodzevitch, padre del niño Mur (“como el gato Murr del cuento de Hoffmann”), muerto en 1987 en París en una residencia para emigrantes rusos- desperdigados por media Europa, cuando no desaparecidos en las sucesivas guerras y por los meandros de la historia.

Años antes, en el verano de 1926, Marina, rusa blanca y judía, mantuvo durante varios meses una correspondencia a tres bandas con el escritor ruso Boris Pasternak, al que le unía una amistad con tintes eróticos nacida en Moscú, y el poeta y filósofo alemán Rainer Maria Rilke. “La comunicación con Suiza está cerrada para nuestro país. Y en Francia vivía Tsvietaieva, una gran amiga con quien mantenía correspondencia y que también conocía y amaba a Rilke. Quise hacerle un regalo: presentarla a Rilke, que se conocieran…” (Parternak a Z.RF. Ruoff, mayo de 1956, cuando ya hacía mucho tiempo que Marina y Rilke no existían).

Mezcla de pasión amorosa y fuga poética, durante los meses cálidos de aquel año, tres de los mayores poetas de su tiempo intercambian un correo apasionado. Pasternak se encuentra inmovilizado en Moscú por la revolución (es el Doctor Zivago), Tsvetáieva está en Francia en calidad de refugiada, repudiada por otros intelectuales rusos; y una leucemia consume en Suiza a Rainer Maria Rilke. Boris y Marina se conocen muy bien; Rilke no ha visto nunca a la escritora y apenas conoce a Pasternak. Este último es quien presenta a los otros dos y, siempre por carta, inicia un triángulo literario nacido de la admiración recíproca. El aislamiento, la ausencia de contacto favorecen la exaltación, la idealización… y exacerban la susceptibilidad, los celos, los remordimientos e incluso la ruptura. "Una carta es una especie de comunicación del más allá, menos perfecta que el sueño aunque obedece a las mismas leyes. Ni una ni otro se hacen por encargo: no soñamos ni escribimos cuando queremos sino cuando la carta quiere ser escrita y el sueño soñado” (de Marina a Boris Parternak, 19 novembre 1922)

“La vida ha sido hermosa, muy hermosa, pero también hay que morir un día. He amado a  la vida y a ti”. El 30 de mayo de 1960, dos años después de publicarse “Doctor Zivago”, Boris Pasternak, minado por un cáncer, se despide de su mujer Olga. Considerado “agente del occidente capitalista, anticomunista y antipatriota”, en 1958 se ve obligado a rechazar la concesión del Premio Nobel de Literatura para evitar que su familia y amigos sean víctimas de las represalias que las autoridades soviéticas no han escatimado con él (la obra no se editaría en la URSS hasta 1985, cuando empezaron a soplar los vientos favorables de la perestroika).

Hijo del pintor Leonid Pasternak y la pianista Rosalie Kauffman, tuvo una infancia y juventud cosmopolitas, estudió filosofía en Alemania y de regreso a Moscú se integró en el grupo local de los futuristas, publicando una primera obra poética, “Un gemelo en las nubes”, con escaso éxito. Entre 1917 y 1922 estuvo circulando clandestinamente, en forma de manuscrito “Mi hermana la vida”, libro considerado el punto de partida de todo su trabajo posterior. Los años de la Gran Guerra los pasó dando clases y trabajando en una fábrica de productos químicos en los Urales, lo que le proporcionó el material para escribir muchos años más tarde la saga de Zivago. El primer choque con las autoridades soviéticas llegó en 1930 cuando, acusado de subjetivismo, de tener un estilo “poético y no socialista”, se salvó por los pelos de que le enviaran al gulag. En 1947 inició la relación amorosa con Olga Ivinskaia, quién después quedaría retratada en la Lara de Zivago. "Te has enterrado en mi como el tesoro del Rin. Si hubiera muerto sin conocer esto contigo mi suerte no se habría cumplido, yo no me habría cumplido porque tu eres la última esperanza de toda yo, la que es y no sabría estar sin ti” (Tsvetaieva a Pasternak, fin de año 1929).

Cuando en 1926 Pasternak puso a Marina en relación con Rilke, el escritor en lengua alemana nacido en Praga pasaba los últimos meses de su vida entre la torre aislada en Veyras que le había regalado un admirador y la clínica Valmont, en Suiza, donde murió de leucemia el 30 de diciembre de aquel mismo año. Su padre, ferroviario, le había preparado un futuro militar pero el azar se encargó de que le declararan físicamente inepto para el servicio, lo que en principio le llevó a trabajar como periodista y, con el tiempo, a convertirse en uno de los grandes poetas europeos de la primera mitad del siglo XX.

Enamorado de la escritora y psicoanalista de origen ruso Lou Andreas-Salomé, mucho mayor que él (quien había formado parte del trío –platónico- más famoso de finales del XIX, con los filósofos Friedrich Nietzsch y Paul Ree), con el tiempo transformó aquel amor de juventud en una amistad que conservó hasta el final. Casado con la escultora Clara Westhoff, antigua alumna de Rodin, de la que se separa al cabo de un año, en 1910 conoce a la princesa Marie von Thurn und Taxis, que se convierte en su mecenas: para ella escribe una obra maestra, las Elegías del Duino (territorio entonces austriaco donde se encontraba el castillo de la princesa). Tras ser movilizado y reintegrado de nuevo a la vida civil, entre 1914 y 1916 mantiene una turbulenta relación con la pintora de origen judío Lou Albert-Lasard, integrante de la comunidad de artistas de Montparnasse y amiga de Matisse, Giacometti y Delaunay, quien después pasaría algunos meses de 1940 internada junto a su padre en el campo de concentración de Gurs.

A partir de 1919 Rilke se instala en Suiza, se reencuentra con Baladine Klossovska, a quien había conocido años atrás en París, ahora separada y con dos hijos, e inician una relación que dura seis años. En 1921, el industrial y mecenas Werner Reinhart compra para Rilke la torre aislada de Muzot, en Veyras, donde iba a residir hasta su muerte.

El deseo de Pasternak se hizo realidad. Los tres escritores, aislados y perdidos en la inmensidad de una Europa que entonces se comunicaba por correo postal y viajaba en tren, inventaron la amistad que iba a acompañarles hasta el momento en que el destino la interrumpió con la muerte de Rilke. Las cartas cruzadas de los tres amigos, cargadas de amor y encendidas por una pasión alimentada siempre por la distancia, convierten a este volumen en uno de los libros-testimonio más bellos del siglo pasado. Te escribo desde las dunas, en la raquítica hierba de las dunas…esta noche he leído tus Elegías de Duino… ¿Qué decir de tu libro?... El último escalón. Mi cama transformada en nube. Te amo, no puedo llamarlo de otra manera, son la primeras palabras que me vienen a la mente, las primeras y las mejores” (Tsvetaieva a Rilke, 13 de mayo 1926).

Marina, exiliada en París, pasaba por el amargo trago de ver como otros escritores, rusos y refugiados como ella, le negaban el pan y la sal porque oficialmente era la mujer de un “traidor” (años más tarde, de regreso en Moscú, confiaría todos sus escritos, incluidas estas cartas a Pasternak y Rilke, a la responsable de la Gran Bibioteca de la capital rusa, pidiéndole que no se publicaran hasta pasados cincuenta años de su muerte). A Boris, atrapado en una revolución que no era la suya, le faltaban todavía dos décadas para hacer coincidir su propia biografía con la del Doctor Zivago: su vida, su destierro, sus amores, todo él en un retrato en carne viva al que posteriormente el cine, y los bellísimos rostros de Omar Sharif y Julie Christie, añadirían una pátina de romanticismo. Rilke sufría, alternando su tiempo entre la torre y la clínica, en una guerra privada contra la leucemia que ya había puesto fecha de caducidad a su vida.

Las cartas –expresión de una sintonía a tres voces, que es literatura de la mejor- incluyen también auténticos poemas, páginas y páginas cargadas de deseo, de impulsos, de un amor que alcanza niveles indescriptibles, un amor sublime y sublimado, apenas sugerido “como los aleteos de los ángeles”, que diría Rilke. Un intercambio intelectual no siempre fácil de leer, hay que reconocerlo, pero muy estimulante para el lector. La enorme cantidad de llamadas a pie de página, que completan y contextualizan el contenido de las cartas, viene a llenar los huecos de la memoria, y algunos hechos históricos y geopolíticos ayudan a la comprensión no solo de las complejas biografías de los tres autores sino también de su no menos compleja relación.

miércoles, 12 de junio de 2013

"Somos gente honrada", ni ángeles ni demonios, solo parados



En Coruña, Suso y Manuel, dos padres de familia en la cincuentena y amigos de toda la vida, se encuentran sin trabajo y sin dinero. Cuando la situación es prácticamente insostenible se produce el milagro: en un día de pesca se encuentran un paquete con diez kilos de cocaína. Los amigos deciden comenzar a vender la droga para conseguir salir de la miseria. Pero el dilema moral no es su único problema: ¿qué saben ellos del mundo de los dealers y los consumidores?.

Con fondo de crisis, otra historia más de perdedores. “Somos gente honrada” (aquí un recuerdo para la inefable Los ladrones somos gente honrada de los inolvidables José Isbert y José Luis Ozores), película que se estrena en las salas españolas el 14 de junio de 2013 -muy promocionada porque supone la incorporación a la producción cinematográfica de dos personajes populares, José Corbacho y Andreu Buenafuente- es la ópera prima del gallego Alejandro Marzoa, interpretada por el andaluz Paco Tous y el también gallego Miguel de Lira, arropados por sus respectivas “familias(Manuela Vellés, Unax Ugalde, Marisol Membrillo y un niño rubio muy guapo y como mudo).

Mejor intencionada que resuelta, la película parece que va a abordar el más que delicado tema de los parados “seniors” españoles que, junto a los jóvenes que todavía no han conseguido estrenarse en un trabajo, forman el grueso de ese 27% de la población que ha echado el cierre al futuro. Pero solo lo parece, porque luego se dedica a la anécdota del hallazgo y el intento de venta de la droga. La secuencia cumbre de la película es el “momento Padrino”, cuando los protagonistas irrumpen en la fiesta de cumpleaños del capo que va a comprar la mercancía.

Al final, los amigos y compinches de “Somos gente honrada” vuelven a su rutina de matar el tiempo saliendo a pescar e inventando la vida que querrían, comprando en la lonja la lubina que no han pescado.