domingo, 31 de marzo de 2013

El sentido de un final, sobre el tiempo, el suicidio y la memoria



Después de la ruptura se acostó conmigo”. Una manera un tanto original de enfocar la existencia y dar comienzo a una historia que discurre por los recovecos de la memoria, desde los años 1960 hasta nuestros días, y que nos habla de un hombre tranquilo, en el buen sentido, que siempre se ha empeñado en aceptar las cosas como venían, adecuándose a ellas lo que no es igual a resignarse, pero resistiéndose a dar el paso siguiente, el que podría sacarle de la comodidad adquirida. Es la evocación de los años de estudiante, el primer amor, la pandilla de amigos y la posterior separación cuando cada cual emprende su propio camino, separado y al margen del resto. Y son los recuerdos y la memoria selectiva quienes dictan el relato.

Lúcido, tierno, melancólico, El sentido de un final es un largo e inteligente ejercicio de reflexión sobre el tiempo, la historia -“la Historia son los sueños de los vencedores (…) para unos, los demás ven en ella los recuerdos de los supervivientes” - y la memoria –“Lo que finalmente permanece en la memoria lo no es siempre lo que uno ha presenciado”- que lleva al lector a acompañar al autor en la búsqueda de respuestas a un  puñado de preguntas existenciales sobre la condición humana, el derecho de las personas a decidir sobre su vida lo mismo que deciden sobre su cuerpo, qué versiones de la realidad elegimos a la hora de recordar o, lo que es igual, hasta qué punto dejamos que nos traicione la memoria y nos fabrique recuerdos que no son más que mentiras y “actúan como paliativos”, qué es la responsabilidad, y donde se ubica la línea que separa realidad y ficción y que, finalmente, acaba dando sentido a una vida.

A raíz de la recepción del correo de un abogado, quien le comunica que una mujer que conoció en su juventud y con la que únicamente habló una noche le ha dejado en herencia 500 libras y el diario de un compañero de aquellos años, que acabó suicidándose después , el relato El sentido de un final, del británico Julian Barnes, nos sitúa frente a una enigmática historia de reflexión sobre el amor y el tiempo protagonizada por un hombre sexagenario enfrentado a sus recuerdos y a sus sentimientos “como una sonata de otoño en la que, más melancólico que nunca, Barnes destila su desconcierto con el estremecimiento de una prosa chejoviana” (André Clavel, L’Express).

Galardonada con el más prestigioso de los premios literarios ingleses, el Man Booker Prize en 2011, El sentido de un final es también una historia de amores - porque el amor es siempre plural-, divertida y sutil como son los sentimientos amorosos, que empieza como una novela policíaca –planteando un enigma que no se va a resolver hasta el final destapando una verdad totalmente inesperada- y continúa prácticamente como un tratado de filosofía en el que van apareciendo las preguntas –algo como “a la búsqueda y el encuentro del tiempo perdido”- y algunas de las respuestas. Una historia escrita por un escritor que envejece (Barnes tiene 67 años) quien confiesa que envejecer también tiene sus ventajas: “Y gracias a la experiencia uno comprende hasta qué punto la vida se toma a veces su tiempo para llevar a cabo la revancha (…) Cuando Tony (el protagonista de la novela) canta por primera vez Time I On My Side (El tiempo está de mi parte) siente que al final las cosas le irán bien. Mas tarde se da cuenta de que el tiempo no siempre está del lado de la gente, y que puede llegar a ser tanto tu amigo como tu enemigo”.

Julian Barnes (Leicester, 1946), trabajó como lexicógrafo, crítico cinematográfico y editor literario antes de dedicarse únicamente a la creación literaria. Es autor de más de una treintena de libros, algunos de ellos firmados con el pseudónimo Dan Kavanagh; entre otros Una historia del mundo en diez capítulos y medio (Premio Fémina 1997 a la mejor novela extranjera publicada en Francia), Inglaterra, Inglatera, La mesa limón, Arthur & George, El perfeccionista en la cocina y el libro de memorias Nada que temer, todas ellas traducidas al castellano.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Los últimos días, todo es miedo en Barcelona



2013. Una misteriosa enfermedad se extiende por el planeta. La humanidad desarrolla un pánico irracional a salir al exterior, lo que provoca la muerte de manera fulminante. Toda la población mundial está encerrada en los edificios. Mientras la civilización se desmorona, Marc (Quim Gutiérrez), sin poder salir a la calle, emprende una odisea en busca de Julia (Marta Etura), su novia desaparecida.

Una road movie en el subsuelo, un recorrido casi interminable por el metro, las alcantarillas y los sótanos de Barcelona en el que, burla del destino, al protagonista le acompaña “el tiburón contratado por recursos humanos” (José Coronado) con el encargo de despedirle de su puesto de empleado en una multinacional.

A pesar de que niegan que esa fuera su intención, a los hermanos Àlex y David Pastor, que han escrito y realizado a cuatro manos Los últimos días –película en su línea habitual de aterrorizar al personal con lo que puede venir (la anterior se llamaba Infectados y tenía como protagonista a un virus letal), que llega a las salas españolas el 27 de marzo de 2013- les ha salido una metáfora de la crisis: el mundo que conocíamos ya no existe, todo es oscuridad, muerte, miedo, basura, apocalipsis…las personas, aterrorizadas, caen como moscas, los más afortunados permanecen escondidos tras las barricadas levantadas en las estaciones del suburbano y en los supermercados de los centros comerciales, no hay comida para todos pero tampoco hay lugar para todos, los edificios arden, la calle es la viva imagen de la desolación… En suma, una de ciencia ficción española con ínfulas americanas, ambientada en ahora mismo, que después de apuntar un final de lo más convencional y manido se resuelve en un segundo “the end” con la vista puesta en el futuro (los adolescentes que han sobrevivido, en este caso) que tampoco convence demasiado. Los actores bien pero los personajes desmesurados.


martes, 26 de marzo de 2013

Grandes esperanzas, un clásico con pocas novedades



En el marco de las conmemoraciones del 200 aniversario del nacimiento de Charles Dickens (1812), el realizador británico Mike Newell (Cuatro bodas y un funeral, Harry Potter y el cáliz de fuego, La sonrisa de Mona Lisa), dirigió el año pasado Grandes Esperanzas (Great Expectations), basada en una de las novelas más conocidas de uno de los más célebres escritores ingleses, famoso por sus relatos de denuncia social, especialmente los centrados en personajes infantiles, pobres y huérfanos.

En este caso, se trata de la historia de Pip, un aprendiz de forjador, que improvisamente recibe una fortuna, legado de un benefactor anónimo y que, durante la mayor parte de su vida, Pip atribuye a la generosidad de Mis Havisham, una extraña anciana que vive recluida en su mansión desde que fue abandonada por su novio, allá en su juventud. Moviéndose en la sociedad londinense como un caballero, Pip usa su nueva posición para seducir a la hermosa Estella, una heredera a la que ama desde la niñez. Sin embargo, la terrible verdad detrás de su gran fortuna tendrá consecuencias devastadoras para todo lo que ama.

Tiene como principales protagonistas a Jeremy Irvine (Wahorse, The Railway Man), Ralph Fiennes (La lista de Schlinder, El paciente inglés, El jardinero fiel) y Helena Bonham  Carter (La novia cadáver, Charlie y la fábrica de chocolate y, muy recientemente, Los miserables), y llega a las pantallas españolas el 27 de marzo de 2013 como uno de los platos fuertes de las vacaciones de semana santa.

La novela de Dickens Las Grandes esperanzas ha conocido ya al menos una decena de adaptaciones, tanto en el teatro como en la gran y la pequeña pantalla. Me temo que ésta enésima versión, ambientada en el  Londres victoriano con sus lujosas residencias burguesas y sus lúgubres habitaciones donde malviven obreros, mendigos y prostitutas -en callejones siniestros propicios a apariciones de los diferentes jack destripadores de otros relatos de la época- ofrece pocos aspectos novedosos, incluso desde el punto de vista estilístico porque toda la narración peca de académica y la verdad es que tiene todo el aspecto de ser una película de encargo. Según la crítica británica, que sin duda es la que mejor conoce a sus clásicos, Nevell ha hecho un trabajo de calidad “aunque no ha conseguido hacer olvidar anteriores versiones de la novela de Dickens, tanto en el cine como en la televisión. No llega, por ejemplo, a estar a la altura de la primera (y la mejor) adaptación firmada por Dabvid Lean en 1946, con John  Mills y Alec Guinnes, o la mini serie más reciente de Brian Kirk, con Gillian Anderson y Ray Winstone”, y los tres actores protagonistas se han esforzado notablemente: Bonham Carter revisitando también por enésima vez ese personaje de mujer mitad excéntrica, mitad bruja, que se ha convertido en uno de sus papeles recurrentes.

 

Irak diez años después: el fracaso de la política neoliberal y del ardor guerrero de Bush y sus aliados



El 20 de marzo de 2013, cuando se han cumplido exactamente diez años de la invasión de Irak por la coalición encabezada por los Estados Unidos de George W. Bush (de inolvidable memoria), y secundada por los palanganeros Tony Blair y J.M. Aznar más Durao Barroso que les prestó la cama en las Azores, en el diario La Presse (del Canadá independentista, es decir de Québec) me entero de una iniciativa que tiene miga: el blog político estadounidense Gawker ha propuesto a sus lectores escribir a quien fuera el 43 presidente del país, gran arquitecto de del conflicto, felicitándole por el aniversario de una guerra que no termina nunca desencadenada con el lema “Libertad para Irak” y que, lo mismo que la de Afganistán, enfrentaba a dos ejércitos de potencia desigual y propiciaba un considerable aumento en la actividad de los grupos terroristas de la zona. A estas alturas de la historia, las guerras de Irak y Afganistán son emblemáticas de lo que significa “modernidad” en materia de conflagración armada.

Los de Gawke publican la dirección del correo electrónico del menos tonto (supuestamente) de los hijos de Bush senior, para que sus lectores puedan dirigirle todos los improperios que se les ocurran por haber esgrimido la existencia de armas de destrucción masiva en Irak y la relación entre Saddam Hussein y los yihadistas de Al Qaeda para justificar la invasión del país. El tiempo ha puesto las cosas en su sitio, demostrando que ambas premisas eran absolutamente falsas. Los ciudadanos de esta parte del mundo ya lo sabíamos: no en vano fuimos millones quienes hace diez años salimos a las calles para manifestarnos en contra de una guerra en la que se nos había perdido nada.

Lo que pasa es que el equipo del peor de los Bush se puso inmediatamente a la obra y, después de los primeros correos, que sin duda le pillaron por sorpresa, empezó a devolver los siguientes con el lema “dirección desconocida”. Aunque, se puede comprobar, el dominio ogwb.org corresponde al “centro presidencial de George W. Bush” –según Gawker- registrado en 2009 por Brian Cossiboom, vicepresidente de operaciones de la Fundación George W. Bush. Yo he hecho la comprobación y lo que aparece ahora es una página como un galimatías, en la que en una de las líneas puede leerse que el sitio “se ha trasladado” (probablemente inundado por emails y spams) (1).
Dejemos la broma a un lado y saltemos a la realidad. Se han cumplido diez años del comienzo de la guerra, han sido diez años de equivocaciones y horrores y nadie ha pedido perdón todavía. “No hay ninguna duda de que la invasión de Irak fue un desastre. No hay ninguna duda de que se hizo basándose en suposiciones erróneas y con una voluntad que tenía muy poco que ver con las justificaciones oficiales de la intervención”, puede leerse ahora en el digital AgoraVox, que reproduce un artículo publicado en Il fatto quotidiano, diario italiano en línea fundado en 2009 y dirigido por Antonio Padellaro (2).

Aunque los soldados estadounidense se retiraron oficialmente de Irak en diciembre de 2011 las víctimas, directas y colaterales, han continuado acumulándose durante los últimos meses y aunque pretender establecer un censo definitivo resulta muy arriesgado algunos organismos lo intentan, como la publicación digital británica Iraq Body Count que, precisando que probablemente se trate de una cantidad inferior a la real,  cifra entre 112.000 y 122.000 el número de civiles que han perdido la vida en el conflicto, o sus consecuencias, según publica estos días el semanario Le Nouvel Observateur en un artículo firmado por Boris Proulx. Los famosos «documentos de Wikileaks» revelaron en 2010 que la muerte de alrededor de 11.500 víctimas iraquíes de la guerra nunca se ha hecho pública y, por tanto, no figura en ninguna contabilidad, ni oficial ni oficiosa.
Siempre según Iraq Body Count, a los muertos civiles hay que sumar 39.000 combatientes de distintos orígenes (4.488 estadounidenses, 179 británicos y 140 de los países aliados, entre los que se encuentra España). Y según Proulx, “esta guerra pasará a la historia como un fiasco militar de Estados Unidos en el siglo XXI, igual que lo fue Vietnam en el siglo XX”.

Otras fuentes facilitan otras cifras. Según el estudio publicado a mediados de marzo de 2013 por el Watson Institute for International Studies, de la Universidad Brown, los muertos podrían haber sido hasta cuatro veces más de los contabilizados oficialmente: si se incluye a policías, insurgentes, periodistas y trabajadores de organizaciones humanitarias la agencia Reuters estima que la cifra de muertos podría situarse entre 176.000 y 189.000. Además, un millón de iraquíes han resultado heridos, en mayor o menor grado, durante el conflicto y cuatro millones (de los 33 que pueblan el país) han tenido que abandonar sus hogares para escapar a la violencia; la mitad han permanecido en el interior de Irak y la otra mitad han huido hacia el extranjero, principalmente a Siria, de donde no pueden volver y donde ahora padecen las consecuencias de otra guerra.

Siempre según el mismo estudio, la guerra ha costado 700.000 millones de dólares (540.000 millones de euros) a estados Unidos, a los que hay que sumar 490.000 millones de dólares en indemnizaciones a pagar a los ex combatientes; y se supone que, en las próximas cuatro décadas habrá que seguir haciendo frente a gastos como consecuencia de la guerra hasta un total de 6 billones de dólares (más de 4 billones y medio de euros).

En el balance que de los diez años de guerra hace el diario comunista francés L’Humanité denuncia directamente el papel determinante que el conflicto ha tenido en la desestabilización de toda la zona de Oriente Medio, “que desprende un áspero perfume de petróleo”, y donde todos los estados se encuentran hoy “divididos entre fuerzas centrípetas”. La estrategia militar les ha conducido a un aislamiento mayor que el que padecían: “Irak todavía no ha encontrado su unidad. En Irán, con el pretexto del asunto nuclear, las grandes potencias están propiciando una atomización del poder, sin pensar en las consecuencias. En cuanto a Siria, hoy se encuentra en tal estado –sean quienes sean los responsables- que resulta difícil imaginar como podrá volver a encontrar un día su unidad. La situación en Oriente Medio, ¿sería la misma si la región no rebosara petróleo y gas? ¿No es razonable preguntarse si el fututo de esas reservas energéticas, y el de los países donde se encuentran, es la explicación de las posturas y actitudes adoptadas por Estados Unidos y la Unión Europea?”.

Diez años después de la invasión estadounidense, Irak sigue buscando su rumbo ante la inestabilidad política y la persistencia de la violencia. Lo que en principio se presentó como un enorme fracaso de los servicios de Inteligencia estadounidenses, que proporcionaron argumentos falsos a las administración Bush para llevar a cabo la invasión, fue en realidad el fracaso de todo el sistema USA, centrado en el de instituciones como el ejército de tierra, la marina y la aviación, que debieron frenar aquella barbaridad basada en pruebas inconsistentes como las que atribuían a Saddam Hussein la posesión de armas de destrucción masiva, e incluso la capacidad de poder utilizarlas con fines devastadores contra países occidentales, tan alejados como Estados Unidos o el reino Unido. “En primera fila (del fracaso) -escriben en Il fatto quotidiano- se encuentran los personajes trágicos de Bush, Cheney, Rumsfeld y todo aquel circo neoconservador al que hay que añadir, y al mismo nivel, a Blair, Aznar y Berlusconi, que le prestaron su apoyo, y a toda una panoplia de jefes de estado que se sumaron de distintas formas. Ocupan también un lugar destacado los medios de comunicación que se dedicaron a divulgar aquella propaganda increíble y que, a la larga, se extendieron un auténtico terrorismo psicológico entre las opiniones públicas occidentales”.

Demás está decir que tras la invasión y la ocupación militar de Irak las supuestamente letales “armas de destrucción masiva” jamás aparecieron, por la sencilla razón de que nunca existieron- se puede leer en LibreRed, una publicación que reproduce informaciones de diversas fuentes-: “Fueron una mentira, el pretexto para ejecutar la operación militar contra Hussein, que tiempo después (a finales de 2006) fue detenido y ejecutado. El legado tras diez años de invasión imperialista en nombre de la democracia es desastroso. Falta de servicios básicos, destrucción de infraestructuras, actos de violencia diaria y una tasa de desempleo superior al 50 por ciento. A esto hay que sumarle la sistemática violación de los derechos humanos, con la tortura de presos como práctica corriente en las cárceles custodiadas por el ejército estadounidense…las torturas se generalizaron en los centros de detención en Irak, como se demostró tras el escándalo de la prisión de Abu Ghraib, junto a Bagdad, y el descubrimiento de las cárceles secretas de la CIA, conocidas como “agujeros negros”.

Una investigación del diario económico Financial Times acaba de concluir que “Washington se ha gastado al menos 138.000 millones de dólares en contratos a grandes empresas implicadas en seguridad privada, logística y reconstrucción en Irak. Y que la compañía que más se ha beneficiado de ese maná de fondos públicos ha sido KBR, ex subsidiaria de la corporación Halliburton que dirigiera Dick Cheney antes de convertirse en vicepresidente de Bush y en el mayor promotor de la invasión ilegal que devastó el país. KBR se ha embolsado hasta ahora no menos de 39.500 millones de dólares, con lo que encabeza el ranking de multinacionales enriquecidas en la contienda; las dos que le siguen (las kuwaitíes Agility y Kuwait Petroleum Corp.) han sacado 7.400 y 6.300 millones de dólares, respectivamente. A continuaciónsiguen grandes compañías estadounidenses especializadas en la privatización de las Fuerzas Armadas, como Dyncorp, que se ha llevado 4.100 millones por entrenar a la nueva Policía iraquí, o Triple Canopy (1.800 millones), una de las mayores empresas militares privadas, integrada por ex comandos especiales de la Delta Force”.

El nuevo Irak tiene un gobierno de mayoría chií que sigue apoyado en bases americanas, aunque oficialmente los soldados se han marchado, y tiene que enfrentarse diariamente a las acciones de los diferentes grupos sunitas, que hunden sus raíces en el país. A Irak no ha llegado la democracia, ni el país ha renacido de sus ruinas, como predicaban quienes hace diez años propiciaron la invasión, sino que por el contrario se ha convertido en un cúmulo de ruinas y un paraíso de corrupción. Han tenido unos maestros ejemplares, que han abusado de sus prisioneros y han despreciado a una población sacrificada en aras de una mentira, a la que diez años después nadie ha pedido todavía perdón. “No en vano, el periodista iraquí que lanzó su zapato a Bush se ha convertido en un héroe nacional y ni siquiera quienes odiaban a Saddam son ahora capaces de agradecer su intervención a los americanos. Nadie va a conseguir olvidar las traiciones, los duelos, los heridos, los inválidos y las humillaciones”.

Nadie ha pedido perdón a los iraquíes, ni tampoco a los militares y civiles de otros países enviados a morir en Irak. Tan solo el diario New York Times se excusó ante sus lectores, por haberles mentido. Y, mientras tanto, la violencia continúa. El décimo aniversario de la invasión ha estado precedido de una serie de atentados con bomba: «febrero ha sido algo menos letal que enero con ‘solamente’ 220 muertos y 571 heridos». En un reciente entrevista concedida a la televisión británica ITV, el ex primer ministro Tony Blair –en su línea de “mantenella y no enmendalla”- aseguró que si “se hubiera dejado a Saddam continuar en el poder, en Irak se habría producido una carnicería aun mayor que la que está en marcha en Siria”

(2) La salida del periódico estuvo precedida de una campaña iniciada en el blog voglioscendere.it del periodista Marco Travaglio. El nombre de la cabecera es un homenaje a la memoria de Enzo Biagi (1920-2007), uno de los grandes nombres del periodismo italiano, que dirigió el programa televisivo Il Fatto; el logotipo –un niño con un megáfono- está inspirado en el del diario La Voce, como homenaje a su fundador, Indro Montanelli (1909-2001), periodista, escritor y autor teatral. Para conservar su independencia, el periódico ha renunciado al fondo de financiación pública.
(3) El canal cultural franco-alemán ARTE ha emitido estos días un hermoso documental titulado “Diez años, 100 miradas”, que puede verse en:

domingo, 24 de marzo de 2013

Lo que yo llamo olvido, para leer con la respiración en suspenso



y lo que ha dicho el fiscal es que un hombre no debe morir por tan poca cosa, que es injusto morir por una lata de cerveza…”.

Una frase, una sola y única frase que se extiende a lo largo de las 58 página de esta peculiar novela titulada Lo que yo llamo olvido, escrita por una de las voces más originales y auténticas de la más puntera literatura francesa. Una única frase que es como una ola invasora que nos sumerge sin haberla visto venir, para dar convertir en un relato de ficción la historia de Michaël Blaise, martinicano de 25 años, al que el 29 de diciembre de 2009 mataron a golpes cuatro vigilantes de un supermercado de Lyon bajo el ojo vigilante de una cámara que lo grabó todo. Michaël, como nuestro protagonista sin nombre, había cogido una lata de cerveza de una estantería y se la había bebido sin poder llegar a suponer, ni remotamente, que aquel gesto le valdría salir del centro comercial en una camilla, con la cara cubierta, camino de la morgue.

Había entrado en el establecimiento sin una meta, anduvo deambulando un poco por los pasillos hasta que decidió dirigirse a la zona de bebidas. Cogió una lata de cerveza “de las de abajo, las menos caras, en un acto reflejo porque nunca llevaba dinero para pagarlas”, tiró de la anilla y se la bebió. “No sé en qué pensaba al apagar su sed. Por el contrario estoy seguro de que entre el momento en que entró en el supermercado y de su detención por los vigilantes, ni él ni nadie habría podido imaginar que no saldría nunca”.

Mauvignier se ha comprometido hasta el tuétano con un suceso que se presentaría como ordinario, incluso banal si su protagonista no hubiera perdido la vida, y ha prestado su voz a un desconocido, carece de importancia saber de quien se trata pero en todo caso no es un testigo neutral, es alguien que conoció a la víctima y que en un sola frase intenta explicar al hermano del muerto , y de paso al lector, lo que pudo ocurrir en un relato entrecortado que camina atrás y adelante como acostumbra a hacerlo la vida, pasando del “yo” al “él”, hasta trazar un dibujo casi completo de aquel torturado anónimo “ justo hasta el momento en que no le quedará más que la desnudez y el frío tumbado en un colchón de hierro o de acero inoxidable, y también,  prendida a un dedo del pie, una etiqueta con su nombre, un número”.

Una frase, una única frase, sin mayúscula inicial y sin punto final, una escritura que únicamente se sirve de las comas y evita magistralmente los puntos, una frase que se mueve en espiral a lo largo del relato ampliando el radio de la descripción, aumentando la visión del suceso hasta convertirlo en esa imagen que se hace definitivamente nítida cuando se le aplica la lupa del desmenuzamiento de los hechos, cuando como en el mejor periodismo ya casi periclitado la narración responde a las seis preguntas fundamentales que debe contestar la descripción de la noticia; sin interpretaciones,  con la mayor objetividad de que es capaz el escritor, los hechos descarnados son suficientes para mover al lector a la indignación y la compasión. Desafortunadamente, la sociedad que nos ha tocado en suerte se ha vuelto casi insensible a los detalles, nos hemos  acostumbrado a pasar corriendo junto a los mendigos, los sin techo, los emigrantes sin papeles, los maltratados por la vida, los maltratados también por la fuerza, el estado, la policía y los vigilantes privados; una sociedad en la cual “la muerte no es el acontecimiento más triste de mi vida” porque lo que es triste “en mi vida es este mundo con seguratas y gentes que se ignoran en sus vidas muertas como esta palidez, esta muerte constante de cada día”. Y, como testimonio, esas palabras de un fiscal asegurando que un hombre nunca debería morir por tan poco.

“Cada vez que abrimos un libro de Laurent Mauvignier parece que la desgracia del mundo hincha sus páginas –leo en el comentario de un lector apasionado-. Pero Mauvugnier no es un cocker triste encargado de anunciar las malas noticias, es un escritor. Toda su obra demuestra que la compasión no necesita del melodrama, que el duelo no es un consuelo ni el dolor una renta; que el silencio es un grito”. Porque en el libro la víctima no pronuncia una sola palabra, es su silencio el que recorre las páginas, el que explica que no debería morir ahora y que “con la muerte se termina el miedo a morir”. En este caso la muerte no forma parte de la vida como es habitual, la muerte es un hecho diferenciado, inesperado, bastante insólito y desde luego injustificado e injusto, que hace que la vida pueda escaparse bruscamente cuando momentos antes todavía podíamos tocar, sentir, ver todo lo que teníamos alrededor. El fiscal lo ha entendido: “un hombre no debe morir por tan poca cosa, es injusto morir por una lata de cerveza”. Aunque el fiscal, lo mismo que los periodistas, pretenderán comprender lo que ha pasado intentando circunscribir a la víctima en una categoría: sin techo, ladrón, vagabundo, con antecedentes, rebelde…, una categoría que pueda justificar la muerte violenta, darle un sentido, normalizarla; en una palabra, intentarán convertir la realidad en un “reality”, para adecuarla a las normas en vigor.

Escribir sobre esta absurda desaparición es, de alguna manera, una forma decir “yo me acuerdo, me acuerdo de ese drama, me acuerdo de ese hombre y sobre todo me acuerdo del valor de una vida, cualquiera que sea. Es luchar contra la pequeña muerte cotidiana”. Lo que ha hecho Laurent Mauvignier escribiendo Lo que yo llamo olvido y resucitando a ese chico que  deambulaba frecuentemente por las calles cercanas a Montparnasse, arrastrándose desde por la mañana en un vagabundeo errático salpicado de relaciones sexuales con hombres y mujeres, es también un loable ejercicio de memoria colectiva y al final “ una historia indignante evocada en una única frase que discurre sin principio ni final como la vida que continúa a pesar del aislamiento, el rechazo, la injusticia y la muerte”.

jueves, 21 de marzo de 2013

En los entresijos del poder, la realidad ficticia de la cocinera de Mitterrand



En 1988, el presidente François Mitterrand contrata para el Eliseo a una cocinera de la región del Périgord para que ponga un “toque casero” a sus comidas privadas. Famosa por sus seminarios de fin de semana de degustación de foie gras y trufas (ella misma se encarga de la crianza de las ocas y tiene un terreno con un álamo en el que espera ver aparecer las mejoras trufas de la zona) a los que acuden chefs de todo el mundo, Hortense Laborie llega a la presidencia de la República provocando un auténtico terremoto de envidias y celos entre los otros cocineros, los que se ocupan de la “cocina central”.

“A falta de una escenografía excepcional, los menús presentados son muy sabrosos”, escribía un comentarista cuando la película se estrenó en Francia en septiembre de 2012. En efecto, es muy difícil aguantar la hora y media que dura esta película sin ejercitar las papilas gustativas y pasar auténtica hambre, incluso sin sentir un ramalazo de gula porque las recetas que elabora en pantalla la actriz Catherine Frot (Los últimos días del mundo, La marca del ángel) son para días, y sobre todo noches, muy especiales (de todas, me quedo con un magnífico repollo relleno de salmón: insólito y sin duda exquisito). Lo mismo que se disfrutan las escenas en que la cocinera dialoga con un presidente gourmet y gourmand, interpretado por el escritor, filósofo, académico y actor neófito Jean d’Ormesson (cuyo nombre auténtico es nada menos que Jean Bruno Wladimir François de Paule Le Fèvre d’Ormesom, nacido en París en 1925), “que encarna la longevidad, la permanencia”.

La narración discurre en dos tiempos: los meses en que Hortense fue cocinera presidencial y una actualidad consecutiva en la que pasa otro año cocinando para los científicos de una base en la Antártica. Andando hacia delante y hacia atrás, el guión nos explica subliminalmente que, una vez que decide abdicar de su misión en la cocina palaciega, la cocinera elige el lugar más alejado del planeta para intentar superar todos los malos tragos que le han hecho pasar, y todo lo que ha tenido que soportar del aislamiento y el machismo que se esconden entre bastidores del poder.

Dirigida por Christian Vincent (La discreta, Quatre étoiles, Les enfants), esta comedia dramática  mitad realidad mitad ficción, sobre el placer de comer y los recuerdos que despiertan aromas y sabores, se estrena en España el 22 de marzo de 2013.

Bagheria, el lugar donde se encuentran la magia y la memoria



Conocía demasiado bien la arrogancia y la crueldad de la Mafia que las grandes familias aristocráticas sicilianas nutrieron e hicieron prosperar para que les hicieran de justicieros con los campesinos (…) No quería saber nada de ellos. Me eran ajenos, desconocidos (...) Yo estaba de parte de mi padre que había dado una patada a las estupideces de aquellos príncipes arrogantes rechazando un condado que le esperaba en cuanto marido de la hija mayor del duque que no dejaba herederos. Había cogido a mi madre de la mano y se la había llevado a Fiesole, a pasar hambre, lejos de las disputas  de una familia tiesa y ansiosa (…) Y en cambio me cayeron todos juntos encima, con un rumor de huesos viejos, en el momento en que decidí, después de años de aplazamientos y rechazos, hablar de Sicilia. No de una Sicilia imaginaria, de una Sicilia literaria, soñada, legendaria”.
(Dacia Maraini, Bagheria)

Ultima descendiente por parte de madre de la familia ducal de los Alliata de Salaparuta, hija de un etnólogo florentino especialista de los ainu, una minoría étnica japonesa, y durante muchos años (1962-1978) compañera sentimental del gran escritor que fue Alberto Moravia, Dacia Maraini  (1936), rinde un completo homenaje a la memoria en el libro de recuerdos Bagheria, una obra a mitad de camino entre archivo familiar y evocaciones infantiles.
Bagheria la vi por primera vez en 1947”. Bagheria, aldea de la provincia palermitana aparentemente sin historia ni importancia, bautizada como “puerta del viento” (Bad el gherib) durante la dominación árabe, es el feudo de la familia materna al que Dacia Maraini regresó a las 10 años, tras vivir con sus padres y sus dos hermanas primero la guerra y después un campo de concentración en Japón. A través de sus recuerdos de infancia y adolescencia, evoca la grandeza y decadencia del lugar que fue refugio vacacional de las familias ricas de la isla, salpicado de suntuosas villas con estatuas barrocas y perfumados y lujosos parques desbordantes de cítricos, jazmines y palmeras.
“Otros dicen que Bagheria procede de la palabra Bahariah que quiere decir marina. Yo prefiero pensarla como puerta del viento porque Bagheria tiene muy poco de marino, a pesar de que el mar se encuentra a un kilómetro de distancia”. A su llegada a Bagheria, la autora descubre también el mar; un mar que le estuvo negado en aquel Japón despiadado, donde solo conoció privaciones y vejaciones. Y descubre también lo mezquinas que pueden llegar a ser las relaciones familiares cuando comprueba que la aristocrática familia materna no ha perdonado nunca que su heredera abandonara todos aquellos fastos para ir a casarse en secreto con un modesto antropólogo, y les recibe con una frialdad inexplicable para la niña que ha atravesado varios mares en vetustos barcos cargueros, huyendo de la desolación y la guerra.

“Bagheria es una palabra mágica, una especie de abracadabra que ha disuelto un encantamiento, el que impedía a una escritora como Dacia Maraini contarse en una manera más íntima, más personal, recordado la tierra de sus orígenes, su noble familia, los amigos en torno a Villa Valguarnera…Centrado en la memoria lejana, Bagheria es un acto de gran amor hacia lugares y personas ignoradas voluntariamente durante años, bellezas y horrores de una tierra que no conoce compromisos”, escriben sus editores italianos. “No es una novela, no es un diario, no es un ensayo: probablemente los editores lo definirían como “un libro ágil”, de esos que se escriben deprisa entre una obra y otra, o incluso de los que se tienen medio olvidados en un cajón; quizá los críticos lo despreciarían, considerándolo un escrito menor; y puede que el propio autor lo considerara un divertimento, una especie de desahogo al que se tiene derecho en un cierto momento de la carrera. En cambio, el lector encontrará que el libro es menor tan solo en el formato, y se apasionará porque las memorias son siempre apasionantes”.

En Bagheria se mezclan recuerdos y vivencias de un padre “amado más allá de lo aceptable”, al que en algún momento define también como aventurero y libertino, que les abandonó demasiado pronto; de una madre bellísima educada para ser poco más que un hermoso adorno en el hogar familiar, de la presencia silenciosa y sinuosa de la mafia, de la que estaba prohibido hablar, de la especulación urbanística, la degradación y progresiva desaparición de edificios palaciegos cargados de historia… todo, recuerdos y vivencias, tragados por el tiempo, sacrificados en el altar de la modernidad, engullidos por los avatares de la historia… Todo lo que le unía a su pasado ha desaparecido. Bagheria es también un testamento espiritual y un requiem definitivo por ese pretérito que huye y se entierra entre las muchas caras ocultas de Sicilia, probablemente la más peculiar de las islas mediterráneas para los profanos. Bagheria es una síntesis de amor y dolor.

“Hablar de Sicilia, escribe Maraini, significa abrir una puerta que ha permanecido atrancada. Una puerta que había mimetizado de tal manera con plantas trepadoras e intrigas de hojas hasta el punto de olvidarla como si nunca hubiera estado; un muro, un espesor cerrado, impenetrable”. Con Bagheria, Dacia Maraini se encuentra de frente, casi de improviso, con sus propias raíces sicilianas, “aquel desmoronamiento de los vestidos, los brocados, aquellos retratos estancados en el tiempo, aquellas estancias que apestaban a rancio, aquellos escándalos evaporados, aquellas historias antiguas que me pertenecen solo en parte, pero me pertenecen y no las puedo ahuyentar como a moscas petulantes solo porque he decidió que me fastidian”.

En una entrevista que le hizo la gran periodista Lietta Tornabuoni, Dacia Maraini resume lo que de vivencias íntimas tiene el libro: “Cuenta las historias de mi adolescencia, también las primera turbaciones, las primeras experiencias sexuales: un soldado americano, un “marine” que intentó molestarme en Japón, del que escapé como una liebre; un siciliano amigo de la familia que se exhibía delante de mi enseñándome el sexo y del que no escapé, sentía curiosidad, me parecía tan extraño…pero sobre todo cuento mi relación con el paisaje encantado, estupefaciente de Bagheria”.

Dacia Marini se “asomó a la ventana literaria italiana” a comienzos de los años 1960, escribiendo poesías y dirigiendo teatro y cine, “una aventura que a partir del ’68 la llevó a la novela y la poesía militante”. En 1962 publicó La vacanza, la historia de una sdolescente de catorce años que descubre el sexo y el uso que de él hacen algunos hombres. Su segunda obra fue L’età del malessere; la crítica italiana prestó poca atención a ambas. Después siguieron A memoria (1967), Memorie di una ladra (1972), Donna in guerra (1975), Il treno per Helsinki (1984), Isolina (Premio Fregene 1985), La lunga vita di Marianna Ucrìa ( Premio Campiello; Libro del Año 1990), Bagheria (1993), Voci (1994), Un clandestino a bordo (1996), Dolce per sé (1997) y los cuentos de Buio (1999) que ganó Premio Strega. En 2001 publicó La nave per Kobe, en el que evoca la experiencia infantil del campo de concentración en Japón y Amata scrittura. Laboratorio di analisi letture proposte conversazioni. En 2004, Colomba; en 2007 Il gioco dell'universo, ganador del Premio Cimitile de narrativa. En 2008 publicó Il treno dell'ultima notte, en 2010 La seduzione dell'altrove y en 2011 La grande festa. En 2012 el entregaron el Premio Alabarda de Oro, a toda una obra literaria.

También ha dedicado gran parte de su actividad al teatro, en 1973 fundó en Roma el Teatro della Maddalena, gestionado y dirigido solo por mujeres. Es autora de más de sesenta obras, entre las que destacan Manifesto dal carcere y Dialogo di una prostituta con un suo cliente.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Una bala en la cabeza: una memez


Evidentemente tiene que haber cine para todos, incluidos los que disfrutan con las escenas de violencia gratuita de un Sylvester Stallone decrépito, que no se aguanta sobre las piernas y lleva tanta artesanía de bisturí encima que parece de cartón piedra, como un frankenstein de serie B. Pero el derecho a disfrutar de todo tipo de películas no justifica en absoluto la producción de esta Una bala en la cabeza –que se estrena en los cines españoles el 22 de marzo de 2013- de la que, adelantándose en el tiempo, el crítico Eric Libiot, del semanario francés L’Express, ya dijo todo hace un mes: “Es tan idiota, cretina y aburrida que da hasta miedo”.

Es todo eso, e incluso más si nos esforzamos. En el género de cine de acción adobado con dosis gigantescas de testosterona, estamos ante lo que los productores definen como “trepidante thriller” del realizador Walter Hill (Another 48 hours, Trespass, Gerónimo, Will Bill, Invicto, Last man Standing) quien, como también recuerda el mismo colega francés “lo que se hacía en los años ’90 era de otro calibre. No estaba bien pero era mejor”.

En fin, volvamos a lo esencial. Lo mismo que en la novela gráfica de Alexis Nolent y Colin Wilson que ha dado origen a este engendro, Stallone es Jimmy Bobo, un asesino a sueldo de Nueva Orleans que tiene a gala no haber matado nunca a un inocente; pero en realidad eso importa poco, ya que por lo visto en su camino solo se cruzan culpables. Tras ejecutar un contrato deja tras de sí a un testigo vivo. Para castigarle por el error, un misterioso asesino mata a su socio en el negocio de la eliminación. Entonces aparece el policía bueno y resulta que también han asesinado a su compañero.

Resultado: el poli y el sicario componen un equipo que, tal y como están las cosas, resulta hasta natural y se empeñan en acabar con la peligrosa organización que tiene corrompida a media ciudad. Situados ambos a distinto lado de la ley, nos demuestran lo delgada que es la frontera que les separa.
 
 

La huésped, alienígenas de blancas pupilas



La tierra está convertida en un desierto estéril, e invadida por unas almas errantes. La humanidad, la poca que queda,  está en peligro. Sus cuerpos siguen siendo los mismos de siempre pero esas almas controlan sus espíritus. Simplificando, digamos que si te pillan, te poseerán y harás lo que ellas quieran. Y ¿cómo sabremos si estamos ante un humano su huésped? Pues muy sencillo, mirándole a los ojos: las almas vagabundas (que es como van a llamar a esta película en Francia) tienen el iris blanco.

En el caso de Melanie (Saoirse Ronan), -la protagonista de La huésped, que se estrena en España el 22 de marzo de 2013- aunque la han capturado y la huésped se encuentra en su interior, ella se niega a hacerle sitio. E intentará salvarse definitivamente apoyándose en los dos amores que le son fieles.

Adaptación para el cine de la novela de ciencia-ficción del mismo título de Stephenie Meyer, autora de Crepúsculo (también productora de la película), La huésped (The host) es, según los textos promocionales “una fascinante historia sobre la supervivencia del amor y el espíritu humano en tiempos de guerra”, dirigida por Andrew Niccol (Gattaca, In Time), quien también se ha encargado de adaptar para la pantalla grande esta primera entrega de una nueva saga, “romántica” siempre según la publicidad; por lo que visto el romanticismo del siglo XXI, y su futuro más que imperfecto a juzgar por lo que nos cuentan estos autores tan aplaudidos, viene cargado de violencia y los héroes y heroínas dominan todas las técnicas de la defensa personal.

A lo largo de la narración, Melanie y su huésped, de nombre Wanderer, dialogan, se enfrentan e incluso se alían para encontrar al hombre del que ambas están enamoradas.
Completan el reparto Max Irons, (El retrato de Dorian Gray), Diane Krueger (La búsqueda), William Hurt (El beso de la mujer araña) y Boyd Holbrook (Milk).

Como este tipo de best-sellers literarios, y sus correspondientes películas, al final son para un público muy adicto y muy fiel, que empieza más o menos en los 12 años porque la adolescencia se ha adelantado “que es una barbaridad”, lo mejor es dejar la palabra a uno de esos fans, un tal Quinn que, no se sabe bien como pero el caso es que ha visto la película antes de que se estrene en ningún lugar del planeta, y la ha comentado en su blog: “Después de una temporada en que los vampiros avasallaban nuestra cartelera, llega el turno de los alienígenas, y parece que vienen para quedarse. Primero he de decir que no me he leído el libro cosa que suelo hacer después de ver la película, porque los libros en general suelen estar mejor. A lo que quiero llegar es que voy a valorar la película y no su adaptación. Para que os hagáis una idea, veréis una mezcla entre Crepúsculo y Los Juegos del Hambre pero con seres de otro planeta, película con tintes románticos donde también hay cavidad para la acción. En cuanto a los actores, Saoirse Ronan es la que lleva el peso de la trama, genial en su actuación por partida doble interpretando a Melanie/Wanderer dando lugar a momentos bastante cómicos. En cuanto a los protagonistas Max Irons (Jared) y Jake Abel (Ian) a mi parecer personajes algo sosos sin sustancia alguna pero que tienen algo especial. Y solo me queda Diane Kruger (La buscadora) en su línea, desde que nos cautivara a todos con su interpretación en Troya, en esta película hace de “mala” ya descubriréis el por qué de las comillas”.

Pues ahí queda dicho. A mí me ha dejado completamente fría.

domingo, 17 de marzo de 2013

Salvar al soldado Manning: la “garganta profunda” de Wikileaks puede ser condenado a cadena perpetua



¿Qué ha pasado con Bradley Manning y por qué este silencio mediático sobre uno de los juicios de más alto perfil en Estados Unidos?, se preguntaba un reportaje de BBC Mundo el 28 de febrero de 2013, lamentando que con el paso del tiempo hubiera disminuido el interés por la que algo más de dos años atrás fue  la noticia de portada de todos los medios de comunicación: la del soldado estadounidense acusado de filtrar miles de despachos diplomáticos a Wikileaks que después reprodujeron unos cuantos escogidos diarios de proyección internacional.

La BBC se hacía la pregunta coincidiendo con el hecho de que, el día anterior,  en una vista previa al juicio que está previsto comience el 3 de junio de este mismo año, Bradley Manning se había declarado culpable de 10 de los 22 cargos presentados por su acusación. Traidor para muchos de sus conciudadanos, “una voz de alerta que despierta las conciencias” para otros, al soldado Manning le esperan de momento veinte años de cárcel por las imputaciones aceptadas y puede que cadena perpetua por las doce restantes, entre las que se encuentra la de “ayuda al enemigo”.

Para David Brown, uno de los autores de un libro sobre el aparato secreto del gobierno de Estados Unidos, el caso ha estado deliberadamente envuelto en un “manto de secretismo” desde que, en mayo de 2010, el soldado de 25 años Manning, analista de inteligencia del ejército en Irak, donde  prosigue una guerra cerrada en falso, fue detenido como sospechoso de haber entregado a Wikileaks información sensible para la diplomacia estadounidense.

Del desierto iraquí, donde le detuvieron, pasó a una base en Kuwait y de allí a la de Quantico, en el estado de Virginia, a Fort Leavenworth en Kansas y, finalmente, a Fort Meade, en Maryland, donde ha estado internado en espera de la resolución de los distintos procedimientos previos al juicio. Según denunció en su día el abogado David Coombs, en la base militar de Virginia Manning permaneció solo durante todo tiempo en una celda sin luz natural, sin poder recostarse y obligado adormir desnudo durante varias noches; Coombs escribió en su blog que los soldados hacían preguntas a Manning cada cinco minutos para mantenerle despierto. En resumen, que en aquel lugar le torturaron; lo que denunciaron más de doscientos expertos legales que condenaron el trato recibido calificándolo de anticonstitucional, avalados por las palabras de Juan Menéndez, Relator especial de Naciones Unidas para temas de tortura, quien definió como violación de sus derechos “las serias condiciones disciplinarias” a que fue sometido.

La vista del 27 de febrero, en la que el soldado Manning se reconoció culpable de diez de los cargos que se le imputan y declaró haber entregado los documentos secretos escandalizado por «la aparente sed de sangre» de los soldados con quienes convivía, y su desprecio por la vida humana, fue pública pero estaba terminantemente prohibido efectuar grabaciones. Resulta que evidentemente alguien lo grabó y, según cuenta ahora Pierre Haski en el digital francés Rue 89, “unos activistas estadounidenses, solidarios con Bradley Manning, han conseguido y colgado en YouTube la grabación de las declaraciones de la fuente de Wikileaks. Por primera vez disponemos de su versión contada por él mismo: lo que admite haber hecho y cuales fueron sus motivos”. La grabación completa de los 68 minutos en que el soldado Manning, un muchacho pequeño y con escasa voz, se expresa en inglés se puede ver y escuchar, con una calidad no excesivamente buena, en http://www.youtube.com/watch?v=6L79wWAFUqg
Como analista del ejército, Bradley Manning, destinado en Irak, tenía acceso a la mayor parte de los documentos militares secretos. Lo que hizo fue copiarlos y entregar un enorme fichero con cientos de miles de ellos a la organización dirigida por Julian Assange, que los pasó después, en sucesivas etapas, a distintos medios de comunicación sacando a la luz no solo episodios de las guerras en Irak y Afganistán sino también “pequeños y grandes secretos de la diplomacia estadounidense que constituyeron un gran acontecimiento, más por el método que por las revelaciones en sí mismas”.

En su declaración, escrita por lo visto mientras se encontraba detenido y en total aislamiento, el soldado Manning explica que se sintió “asqueado” por la actitud del ejército estadounidense en las guerras de Irak y Afganistán, sobre todo después de descubrir que había dado una versión falsa del ataque de un helicóptero de combate a un grupo de personas consideradas sospechosas en Bagdad, en el que resultaron muertos un niño y un periodista de la agencia Reuters. El vídeo que en 2010 difundió Wikileaks contradecía de principio a fin la versión del Ministerio de Defensa.

Según la traducción de las declaraciones, efectuada por la red mundial de blogueros Global Voices (globalvoicesonline.org), Bradley Manning dice: “El aspecto más alarmante del vídeo, a mi parecer, es la aparente sed de sangre (de los soldados estadounidenses). Deshumanizan a los individuos contra los que se baten, no dan valor a las vidas humanas porque hablan de las personas en términos de “bastardos muertos” y se felicitan por su capacidad para matar a un gran número de ellas. En un momento dado se ve a una persona en el suelo intentando arrastrarse para ponerse a salvo. Está gravemente herida. En lugar de pedir atención médica, un miembro del equipo aéreo le pide que coja un arma para tener un motivo para dispararle. Se diría que eran como niños torturando a las hormigas con una lupa”.

El soldado Manning esperaba abrir un debate nacional sobre el papel del ejército en la sociedad: “Yo pensaba que si el público en general, y los ciudadanos de Estados Unidos en particular, tenían acceso a estas informaciones… se podría abrir un debate nacional sobre el papel del ejército y nuestra política exterior, así como sobre las guerras en Irak y Afganistán...tenía el sentimiento de haber hecho algo que me permitía tener la conciencia tranquila, después de lo que había visto y leído, y lo que sabía que estaba pasando a diario”.

El juicio de Manning comenzará formalmente el 3 de junio de 2013. Los diez cargos de los que se ha declarado culpable le “garantizan ya veinte años de cárcel”. Por los restantes, entre ellos el de haber “ayudado al enemigo” con la difusión de las informaciones entregadas a Wikileaks, pueden encerrarle en una prisión para el resto de sus días, una vez que el ejército ya ha anunciado que no piensa pedir la pena de muerte.
Entre los miembros de la fundación que ha hecho pública la grabación de la  declaración del soldado Manning, FreePressFoundation, se encuentra Daniel Ellsberg, quien también fue analista militar y en 1971 entregó al diario Washington Post documentos sobre la guerra de Vietnam, que opina que Bradley Manning no ha hecho nada distinto de lo que él hizo y que “ha actuado en conciencia” porque consideraba que el público estadounidense no disponía de toda la información sobre las guerras en que participa el ejército de su país.

viernes, 15 de marzo de 2013

El chico del periódico: nada nuevo en la Florida más profunda




En 1969, Ward Jansen (matthew McConaughey), reportero del diario Miami Times vuelve a su pueblo natal para investigar el caso de Hillary Van Wetter (John Cusack), un cazador furtivo de cocodrilos que se encuentra en el corredor de la muerte y podría ser ejecutado sin pruebas suficientes por el asesinato de un sheriff corrupto. Con él viaja otro periodista de investigación, Yardley Acheman (David Oyelowo), y allí se encuentran con una enigmática mujer de nombre Charlotte (Nicole Kidman) y aspecto de “Barbie”, que mantienen correspondencia con los condenados a muerte, y con Jack Jensen (Zac Efron), el hermano pequeño de Ward, repartidor del periódico local en sus ratos libres. Persuadidos se haberse embarcado en la aventura de encontrar una exclusiva, recorren toda la zona, una Florida húmeda que no se parece en absoluto a la de las tarjetas postales, desde la cárcel del condado hasta los pantanos, donde parecen esconderse los secretos de todos los habitantes del lugar y donde la búsqueda de la verdad parece ser el origen de todos los males.

El chico del periódico (Paperboy) –que se estrena el 15 de marzo de 2013- no es más que un thriller de clase B, mezcla de varios géneros, entre ellos melodrama y caricatura de unos personajes estereotipados, donde el realizador Lee Daniels pretende sacar el máximo partido del cuerpo de sus estrellas (una Kidman izada por el wonderbra, un Zac Efron en camiseta y shorts como si fuera una adolescente animadora de algún club de fútbol local) y donde quizá quien salga mejor parado sea un ya casi veterano John Cusack, gordo y medio chiflado.

El guión de Paperboy, sacado de la novela del mismo título, escrita por Pete Dexter sobre un suceso real acaecido en Florida en los años sesenta que en la película se centra en unas cuantas escenas “chocantes” (como cuando el chico orina sobre la rubia a quien ha picado una medusa), y “repite todos los tópicos sobre el sur de los Estados Unidos habituales desde Tennessee Williams, e incluso desee antes” (Vincent Ostria, L’Humanité).


miércoles, 13 de marzo de 2013

Dos historias políticamente incorrectas de un gran representante del mejor humor británico



Cualquiera que haya tenido una casera inglesa, londinense precisaría yo, reconoce al primer golpe de vista a Mrs. Donaldson, la viuda en la cincuentena primera protagonista del último libro de Alan Bennet publicado en España, Dos historias nada decentes. La estrella de la segunda historia es Mrs. Forbes, una señora también de mediana edad e igualmente familiar, con media vida dedicada a un hijo que finalmente ha encontrado compañera –a quein la señora Forbes solo ve defectos- con la que pretende disimular su homosexualidad encerrada en el Armario.

Dos historias nada decentes en la traducción española, Two Unseemly Stories en el original inglés o So shocking !, en la traducción francesa de Pierre Ménard, son dos relatos de mujeres respetables de la clase media inglesa de este siglo a las que descoloca un inesperado soplo de viento libertino : de repente, la señora Donaldson descubre que puede salir de su aburrimiento de años y bostezos convirtiéndose en espectadora de las relaciones sexuales de sus jóvenes huéspedes, a cambio del alquiler. En cuanto a la señora Forbes, es la madre a quien el descubrimiento de la homosexualidad no confesada de su brillante hijo le proporciona una liberación sexual tardía.

Dos mujeres, dos narraciones hilarantes, improbables y excelentes. Solo un autor británico es capaz de sacar tanto partido, sin caer en ningún momento en la vulgaridad, de dos situaciones en principio disparatadas aunque menos infrecuentes de lo que pudiera pensarse, en las que el sexo no es más que un pretexto para levantar la máscara de la hipocresía y dejar al descubierto la doble moral –habitual en las burguesías de todo pelaje- de las relaciones humanas; las diferentes vidas que vivimos todos y cada uno de los terrícolas, las esfumaturas y los matices con que pretendemos justificarnos  a nosotros mismos.

Hijo de un carnicero de Leeds, Alan Bennett (79 años), estudió en Oxford, donde durante muchos años fue también profesor de Historia y empezó su carrera artística como actor . Es autor de novelas, cuentos, guiones de cine, radio y televisión, y autor dramático. Bisexual declarado, en la actualidad comparte su vida con el editor periodístico Rupert Thomas y anteriormente mantuvo una larga relación con su ama de llaves, Anne Davies, hasta que murió en 2009. Hace unos años reveló que en 1997 le detectaron un cáncer y estuvo varios meses en tratamiento, durante los cuales comenzó a escribir Untold Stories (publicado en 2005) convencido de que sería su obra póstuma porque le habían asegurado que solo tenía un 50% de probabilidades de superar la enfermedad. En octubre de 2008 donó todos sus libros y archivos de trabajo, incluidos manuscritos inéditos, a la Biblioteca Bodlejan, declarando que se trataba de un gesto de agradecimiento y devolución de la deuda contraída con el estado-providencia británico, que le había facilitado la educación que jamás habría podido costearle su familia.

Entre sus novelas, la más popular en toda Europa es sin duda Una lectora poco común (La reina de las lectoras, en su título original, editada también por Anagrama), en la que el personaje de la reina de Inglaterra siente tal pasión por los libros y la lectura que incluso llega a descuidar sus compromisos protocolarios. Como guionista de cine, inspirándose en la vida del dramaturgo inglés Joe Orton, escribió el borrador de la película de Stephen Frears, Prick un Your Ears. Y en televisión obtuvo un éxito rotundo con los sexis monólogos de la serie Talkings Heads, emitida por la BBC y posteriormente objeto de diferentes adaptaciones teatrales, en varios países europeos.

Jack el Caza Gigantes, otro cuento infantil en 3D



Acción, aventura, ciencia ficción, todos los efectos especiales que puedan imaginarse y 3D. Se diría que no se puede pedir más. En la línea de anteriores películas de este nuevo género que rompe moldes y taquillas, con personajes que están a caballo entre la Edad media y el futuro, después de haber asistido a lo largo del invierno a la caza de zombies, vampiros y brujas, ahora le toca el turno a los gigantes: Jack el Caza Gigantes (Jack the Giant Slayer) se estrena en los cines españoles el 15 de marzo de 2013.

Más o menos es la historia de un joven campesino –al que sus padres leían de niño el cuento de unos gigantes que tenían aterrorizado al reino- que inconscientemente abre la puerta de nuestro mundo a una temible raza de desmesurados personajes quienes, recluidos no se sabe bien en qué limbo durante siglos, deciden acometer de nuevo la tarea de recuperar las tierras que un día dominaron.

En la historia figura también una corte con su rey, su hermosa princesa y el malo de su pretendiente, y un pueblo aparentemente feliz siempre en una calle-mercado. Jack, el joven y paupérrimo campesino, se ve de pronto librando un combate lleno de aristas, a la vez por el reino y el amor de la princesa, teniendo que enfrentarse a guerreros invencibles para recuperar amuletos casi sagrados, una corona de hierro y unas habas capaces de germinar en segundos y dar origen a otra civilización-la de los gigantes- que parecía estar esperando que alguien viniera a despertarla. La lucha tiene su premio, Jack con ayuda de algún otro termina con los gigantes y el chico se queda con la princesa. Con un sentido del humor completamente insospechado, el director Bryan Singer (El regreso de Supermán) ha encontrado una solución para conservar la corona lejos de las miradas ávidas de los malvados, digna de aplauso.

Como no podía ser menos el rey y sus caballeros son más bien histriónicos; los gigantes realmente horribles, sucios y desagradables; el chico (Nicholas Hoult, X-Men: Primera generación) y la princesa (Eleanor Tomlinson) guapos aunque un poco sosos. Yo creo que el límite está en los 12 años; después seguramente les gustan más las de tipo Crepúsculo.