miércoles, 6 de marzo de 2013

Dándole pena a la tristeza, historias de familia



Hermoso título para una novela que recorre dos siglos de la ascensión y caída de  una familia fuera de la norma. El abuelo del autor está en el origen de la historia del patriarca peruano Fermín Antonio de Ontañeta Tristán, primero de una saga familiar enriquecida con el auge de las minas del siglo XX y su descendencia que, en el transcurso de dos generaciones, se gasta el patrimonio acumulado por el abuelo y termina en una auténtica debacle moral generalizada.

El autor, peruano de 73 años y residente desde hace muchos años entre Madrid y París, ha querido homenajear a aquel abuelo que presidió sus veraneos infantiles, que fueron los de la aristocracia limeña, de los que guarda un imborrable recuerdo y con los que piensa configurar sus próximas novelas, así como un libro de cuentos, porque tiene programado “trabajo para los próximos diez años”, década en la que también le gustaría terminar de escribir sus “antimemorias”, según confesó en el otoño de 2012, cuando esta última novela se presentó en Perú y cuando, en medio de una polémica muy agria desatada por sus constatados plagios, recibió el premio FIOL de la Feria del Libro de Guadalajara, México, pese a la protesta de una docena de académicos del país.

Ascenso vertiginoso y caída en picado de una familia de banqueros, políticos y empresarios perteneciente a la oligarquía peruana, la novela Dándole pena a la tristeza –que encontró su título en una conversación entre el autor y su ama de cría, Mamá Rosa, cuando aquel regresó muchos años después al país: al preguntar a la anciana como se encontraba, ella respondió Aquí estoy, Alfredito, dándole pena a la tristeza”- es un clásico relato clásico de una saga familiar –a las que tanto nos acostumbró el boom de la literatura latinoamericana del siglo pasado- que comienza con la figura de aquel abuelo que murió con 105 años, sentado perpetuamente en su silla de ruedas en el invernadero de la mansión (personaje que, en este aspecto, recuerda más que razonablemente el del padre de una novela de Hammet, creo recordar que El halcón maltés) y finaliza con sucesivos episodios de derroche, alcoholismo e insania, e incluso eliminación de los “elementos molestos” para el mantenimiento del statu quo familiar, protagonizados por los últimos descendientes del patriarca, que tuvo muchas virtudes en el terreno de los negocios y muchos defectos en el ámbito más privado, incluida una notable inclinación a la pederastia.

En mi opinión Bryce Echenique no ha acertado con su última novela: ha escrito una historia vieja con una prosa apolillada y en ocasiones muy pedante, llena de reiteraciones (¿Cuántos cientos de veces aparece citado el abuelo con sus dos nombres y sus dos, tres y hasta cuatro apellidos?) y de expresiones coloquiales repetidas que hacen muy difícil la lectura, porque cansan y aburren.

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