miércoles, 31 de diciembre de 2014

Leviatán, la nueva Rusia en el objetivo



En 2009, en A Serious Man, los hermanos Coen contaban la vida de un profesor de física que parecía víctima de un castigo divino y buscaba en vano la explicación de su lamentable destino preguntando a rabinos cada vez más enigmáticos...Se puede entender Leviatán como la respuesta rusa y solemne al humor negro estadounidense de los Coen; las dos películas hacen una relectura del Libro de Job” (Didier Péron, Libération)


En un pueblo del norte de Rusia, un paisaje casi lunar, desértico, bordeado por un mar rebelde, vive el mecánico Kolia con su hijo adolescente, Roma, y su segunda mujer, Lilya. Amenazado de expropiación por el alcalde Vadim Sergeyich, un potentado mafioso, recurre a un viejo amigo abogado, que llega de la capital para acompañarle en sus gestiones policiales y judiciales, aunque siguiendo la tónica general de la sociedad en la que vive no alberga ninguna esperanza de vencer en el terreno judicial sino en el del chantaje, apoyándose en una lista de chanchullos, sobornos y extorsiones, protagonizadas por el político y sus colaboradores. Lo que no significa en absoluto que vayan a ganar el litigio. Son dos universos irreconciliables los que se enfrentan.

El Leviatán, criatura mitológica con connotaciones religiosas, es un monstruo de proporciones gigantescas dispuesto a tragarse todo lo que se cruce en su camino. Leviatán es el título de la última película del ruso Andreï Zviaguintsev (El destierro, Elena). Presente en muchas mitologías, el Leviatán es un monstruo que representa normalmente el caos, aunque para el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) es una metáfora del Estado.

Drama épico sobre un destino recurrente en nuestra época –el enfrentamiento entre los ciudadanos y las instituciones, la prominencia del Estado sobre el individuo-, Leviatán es una película potente, densa, furiosa, árida y cruel que reflexiona sobre el mal imperante en la gangrenada nueva sociedad rusa, siempre amnésica, con sus multimillonarios procedentes de la corrupción generalizada sobre un fondo de paisajes grandiosos e interpretada por unos actores soberbios (Alexeï Serebria­kov, Elena Liadova, Vladi­mir Vdovit­chen­kov). Para hablar de la putrefacción moral del país, el realizador Andreï Zviaguintsev ha elegido centrarse en el día a día de una comunidad sin aliento, asfixiada por las exigencias del poder y que guarda en su memoria el culto a la violencia de otros tiempos. Hoy como ayer, los poderosos rusos están protegidos por la ley, hoy como ayer se mantiene la connivencia entre políticos y popes en la utilización de dios, en este caso el de los ortodoxos, para justificar la impunidad de los criminales.

Enfrentándose como dos vaqueros en un clásico del cine americano, Kolia, el expropiado, y el alcalde expropiador, ambos encharcados en vodka, se insultan cada vez que se cruzan, esperando vencer en la contienda. “Zviaguintsev ha filmado su país como exangüe, el alcohol ha reemplazado a la sangre en las venas de sus compatriotas. Todos beben de la mañana a la noche: pequeños y mayores, hombres y mujeres, pueblerinos y ciudadanos, ahogan en vodka su malestar y su remordimiento por haberse convertido en lo que son” (Pierre Murat, Télérama).

La bebida les ayuda a tolerar sus debilidades y su resignación. Los rusos de Leviatán tienen ese mismo sentido de culpabilidad que traviesa toda la gran literatura y el buen cine del país. Se saben mediocres pero ignoran como salir de la esa mediocridad, apoyan a Putin como antes apoyaron a Stalin y desahogan su rabia en una sesión de tiro al blanco, cuyos objetivos son amarillentas fotografías de Lenin, Breznev o Gorbatchev, descolgadas de los despachos oficiales “¿Dónde están los más recientes?”, pregunta uno de los participantes. “Todavía no tenemos la suficiente perspectiva histórica», responde otro.

Como en muchas otras películas rusas, en Leviatán –donde quedan magníficamente plasmados cuatro de los fundamentos del país actual: el simulacro de democracia, la corrupción, la religión y el vodka-, Premio al mejor Guión en el último Festival de Cannes, hay también una gran lirismo solemne y casi místico que le acerca a sus grandes clásicos; mediante lo que sucede a este mecánico se critica a todo un país, grande casi como el resto de Europa, y cuestionando “la condición humana puesta a sueldo de estados que no tienen de estado más que el nombre” (Jacky Bornet, FranceCultureTV).




martes, 30 de diciembre de 2014

Los oficios más peligrosos, versión 2014



Xavier de La Porte, redactor jefe del digital francés Rue 89, se hace eco en sus columnas de los resultados de un estudio que ha recogido el mensual publicado en Boston The Atlantic, (http://www.theatlantic.com/business/archive/2014/12/which-jobs-have-the-highest-rate-of-depression/383947/ ) de la revista Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology (http://link.springer.com/article/10.1007/s00127-014-0891-3), sobre los índices de depresión de los trabajadores, agrupados por sectores profesionales.

Es habitual que a punto de terminar un año los medios de comunicación reproduzcan investigaciones y encuestas acercas de «lo más” o “lo menos”. En este caso, el estudio se ha efectuado en Pensilvania, las entrevistadas han sido 214.000 personas pertenecientes a 55 sectores de actividad y ha proporcionado un resultado, por lo menos impensado. Resulta que el trabajo más estresante es el de los empleados de los servicios públicos, seguidos de los del sector inmobiliario, los trabajadores sociales, la manufactura, la asistencia a las personas necesitadas, las profesiones jurídicas y los editores. El impacto de la depresión, siempre según la revista The Atlantic, significaría un coste anual de 83 mil millones de dólares para la economía estadounidense.

Desaparecen, al menos en el estado de Pensilvania, los tradicionales oficios –de siempre en cabeza- de piloto y periodista, considerados también, al menos hasta ahora, como los más peligrosos. Sin embargo, y refiriéndonos siempre solo a Estados Unidos, según la “U.S. Bureau of Labor Statistics” (http://www.skynet.be/actu-sports/actu/dossier/852368/les-10-metiers-les-plus-dangereux-du-monde), encabezando los diez oficios más peligrosos figura el de pescador, que tiene una proporción de muertes anuales de 1 de cada 500 y cuyo salario anual medio han evaluado los autores del estudio en 31.594 euros.

Como ocurre frecuentemente con las estadísticas, se contradicen unas a otras dependiendo de quien las realice y el interés que las mueva. Otra encuesta efectuada por el digital dailygeek.com (http://dailygeekshow.com/2014/10/03/15-metiers-professions-dangereux-risques-sante/) entre 974 profesiones y considerando seis situaciones de riesgo para averiguar cuáles son las más peligrosas para la salud, después de llegar a la conclusión de que la inactividad puede reducir la esperanza de vida establece en primer lugar como profesión más prejudicial la recogida y reciclado de basuras urbanas, seguida de técnico nuclear, técnico sanitario, y piloto y tripulantes aéreos.

El séptimo hijo, epopeya navideña sobrenatural



Enésima historia de dragones (transmutación de humanos “malos”) y mazmorras (que se convierten en palacios por momentos), brujas, bosques, cabañas, precipicios y despeñaderos sin fondo, esta vez con el aliciente de dos actores emblemáticos, Jeff Bridges y Julianne Moore, en unos papeles que podrían incorporar a sus fantasmas personales infantiles.

Situado en esa Edad Media indefinida, gótica y polvorienta, suspendida en el tiempo, plagada de magos y hechiceros que ha venido para quedarse en la literatura y el cine –y que tanto gancho tiene entre los adolescentes, y algunos no tanto, de todo el occidente-, El séptimo hijo es un film-espectáculo en 3 dimensiones, con escenas de combates épicos, decorados impresionantes (en el sentido más literal) y, como no podía ser menos, tierno romance entre el séptimo hijo de un séptimo hijo casado con una bruja que anda de incógnito por la familia (y que maldito lo que importa qué lugar ocupen en la estirpe), y una jovencita heredera de la peor de las brujas.

Todos los ingredientes de un género más que establecido, incluidos los estereotipos y mucha pirotecnia, pero nada nuevo bajo esa luna roja que despierta los poderes dormidos de los malos y desencadena toda la violencia, también dormida, de los buenos, convirtiendo el enorme telón del 3D en un campo de batalla confuso, donde relucen algunos elementos temibles, cortantes hachas, cadenas y cimitarras. Todo menos la originalidad.

El Maestro Gregory (Jeff Bridges mayorcito ya, al que también llaman Spectro) ha conseguido mantener encerrada en una cueva sellada a la Madre Malkin (Julianne Moore guapísima, como siempre), la madre de todas las brujas, quien consigue escapar del calabozo con la aparición de la luna roja, lo que podría significar el fin de la humanidad. Solo el séptimo hijo de un séptimo hijo (supongo que por añadir un ingrediente a una narración tan sabida a estas alturas), Tom Ward (Ben Barnes), al que Gregory compra a su padre para educarlo como aprendiz, reúne las características necesarias para tomar el relevo del caballero…

Me pregunto por qué es una característica que se repite en estas películas de gran espectáculo con tanta capacidad de convocatoria el que transcurriendo la acción en unos paisajes increíblemente fantásticos pero con frecuencia desolados, y viviendo sus protagonistas en cuevas o chamizos cochambrosos, puedan cambiar tantas veces de vestuario y sus ropajes sean, además de aparecidos misteriosamente, muy innovadores y hermosos: abrigos largos hasta el suelo, jerseys gruesos que tanto favorecen con las piezas ensambladas con cordones de cuero o modelos de miriñaque, lentejuelas y falda interior almidonada, tan propios de una pelea en plena selva, y tan adecuados para caerse por un precipicio insondable. No es evidentemente ropa cómoda para esas batallas que se repiten, pero tampoco importa porque se lleva pegada al cuerpo y ya aparecerán, como por encanto, los elementos imprescindibles para la pelea. Eso, y el que no coman, son los dos grandes misterios de estas sagas a caballo entre el gótico y el gore.

Con algunos aspectos más que cuestionables (la venta del hijo a cambio de una bolsa de monedas, la transformación de la bruja negra en jaguar…), El séptimo hijo plantea una vez más la pregunta de cómo es posible que historias tan deslavazadas y repetitivas sean las preferidas por una generación que está creciendo. Supongo que se trata de un misterio tan indescifrable como el de la confección de la salsa de arándonos del pavo de Acción de Gracias. Pero que aquí no cabe responder diciendo que “con mucho amor”.

La historia de El séptimo hijo, dirigida por Serguei Bodrov (El prisionero de las montañas, Mongol), está basada en la serie de novelas El aprendiz del espectro de Joseph Delaney.