Drama romántico con trío amoroso de fondo, la película La
señorita Julia, basada en una de las obras fundamentales del dramaturgo sueco
August Strindberg (1849-1912) esta vez en versión de la actriz Liv Ullman (la
carismática Liv Ullman intérprete de muchas de las mejores creaciones de Ingmar
Bergman), no es más que teatro filmado, con una interpretación muy desigual,
probablemente debida a la deficiente dirección, y muy pocos medios para poner
en escena una representación convincente de las diferencias existentes en la
sociedad sueca de principios del siglo XX entre los sexos y las clases
sociales.
Historia de criados de señores (en este caso señorita) y
criados, los tres papeles de la narración están interpretados por Jessica
Chastain (El árbol de la vida, Criadas y señoras), Colin Farrell (Minority
Report, Alejandro Magno) y Samantha Morton (Minority Report, En América), en la
enésima vuelta de tuerca del clásico con guión y dirección de Liv Ullman. Todo
sucede en una noche de San Juan (21 de junio), el día más largo del año, cuando
en los países nórdicos el sol se oculta y aparece al mismo tiempo hacia las
cuatro de la madrugada, aunque la acción está localizada en Irlanda, en una
mansión campestre y en torno a 1880, por esas cosas de las coproducciones.
En esa noche en que todos beben hasta perder la conciencia,
Julia intenta seducir al criado de su padre; borradas por el alcohol las
barreras sociales, John y Julia brindan, bailan, se arriesgan, hacen el amor y
también hacen planes desesperados de fuga y vida en común. La tragedia pone el
punto final a esta historia -en la que existe un tercero en litigio, la
cocinera Katherine, amante desde hace años del criado- que no deja indiferente
pese al tiempo transcurrido desde que fue escrita.
No deja indiferente pero tampoco apasiona. A los juegos
peligrosos a que se entrega la pareja les falta intensidad, la señorita Julia
parece salida de un cuadro victoriano mientras el criado acentúa su vulgaridad
hasta resultar chabacano. La cocinera, encerrada en su dormitorio, asiste en la
distancia a la ceremonia de la seducción sin experimentar otro sentimiento que
el de ver como su amado pretende escalar en una sociedad que no le corresponde.
Todos gritan y lloriquean en exceso, pero nada consigue enganchar: la historia
suena demasiado a “vieja” y el cara a cara de la pareja se parece a un largo y
aburrido combate, encerrado entre cuatro paredes sin espectadores ni árbitros.
La señorita Julia es uno de los personajes clásicos del
teatro de repertorio. Lo han interpretado desde los alumnos de casi todos los
colegios del mundo hasta las grandes divas de la escena internacional (supongo
que incluida la propia Liv Ullman en su juventud, en el magnífico escenario del
Teatro Nacional de Suecia), y ha tenido también varias versiones
cinematográficas. Por eso, a estas alturas ya no vale coger cuatro paredes y
una pareja de actores, y pedirles que vayan largando texto durante dos horas
largas.
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