jueves, 20 de agosto de 2015

Amar, beber y cantar, la última película de Alain Resnais



Testamento fílmico de un cineasta imprescindible

 No es tanto que Alain Resnais se ha muerto como que no habrá más películas de Alain Resnais” (Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cannes, al anunciar la muerte del cineasta, ocurrida el 1 de marzo  de 2014, apenas dos meses después de que este filme ganara el Oso de Plata en el Festival de Berlín y dos meses antes de que el Festival de Cannes le otorgara la Carroza de Oro por toda una vida).


Amar, beber y cantar, una reflexión sobre el amor y la muerte (temas eternos y recurrentes en muchas las obras de Resnais, para quien “el cine es un cementerio viviente”),  tercera adaptación que Resnais hace del dramaturgo inglés Alan Ayckbourn, en este caso de Life of Riley, después de Smoking/No Smoking y Coeurs, está centrada en las peripecias de George, personaje al que le quedan pocos meses de vida y cuya situación viene a  trastocar la tranquilidad de su grupo de amigos de toda la vida. El último plano que nos queda de Alain Resnais es el de una joven depositando en un atumba una tarjeta postal con un dibujo de la muerte.

Pero George Riley, en la película está ausente; no aparece en una sola de las escenas. La suya es una sombra alargada que monopoliza las conversaciones de los seis personajes muy presentes en cambio en este juego de luces y contraluces, muy teatral, muy fantástico, muy hermoso y “muy Resnais”, uno de los  padres de la nouvelle vague que lleva renovando y reinventado el séptimo arte desde los años 1960,  con una veintena larga de largometrajes entre los que se encuentran muchos de los títulos del mejor cine de autor (solo por recordar algo, sus primeros largometrajes fueron Hiroshima, mon amour, 1959, y L’année derniére à Marienbad, 1961; pero también La guerre est finie, 1966, Mon oncle d’Amérique, 1980, Smoking/No Smoking, 1993, Vous n’avez encoré rien vu, 2012). Autor de cortos y documentales en sus comienzos, también debemos a Resnais la primera obra de referencia sobre los campos de exterminio nazis (Nuit et Brouillard, 1956).

En la campiña inglesa, tres parejas ven interrumpida su rutina durante algunos meses por el comportamiento de su amigo George, a quien han diagnosticado una enfermedad terminal.  De distintas maneras, George ejerce una extraña seducción sobre las tres mujeres: Mónica, Tamara y Kathryn (Sabine Azéma, Caroline Silhol, Sandrine Kiberlain), una vieja amiga, una ex amante y una ex esposa; las tres creen que les ha ofrecido acompañarle a Tenerife, para unas últimas vacaciones. Mientras tanto, los maridos –un financiero y marido infiel a quien gusta representar teatro amateur, un médico y un granjero (André Dussollier, Michel Vuillermoz e Hippolyte Girardot)- asisten impotentes a los vaivenes de sus esposas, marcados también ellos por el comportamiento de George. Entre los seis surgen rivalidades y afloran viejas rencillas no resueltas; todos hablan continuamente de la muerte con el denominador común del amor. Y por encima, o sobre todo, humor, un divertimento del autor para su público. Y un saber mantener la atención del espectador en todo momento.

Jugando con la teatralidad del argumento, alternando decorados exteriores de tramoya, irreales, a base de telones con dibujos de cine animado, interiores reales y colores cambiantes, la narración adquiere aires de cuento, tonos de fábula que estallan en momentos de creatividad realmente intensa. El último regalo de este gran autor a un público fiel desde hace más de sesenta años (“Sesenta años de creación cinematográfica, entre formalismo de vanguardia y cultura popular”, Samuel Douhaire, Télérama) está lleno de humor, de energía, plagado de referencias literarias e interpretado por un grupo de sus “fieles”, que naturalmente encabeza Sabine Azéma, actriz-fetiche y compañera sentimental del cineasta desde 1980.



miércoles, 19 de agosto de 2015

Egipto: nueva ley antiterrorista con los medios como primer objetivo


Al-Sissi, el dictador egipcio

El presidente egipcio Abdel  Fattah al-Sissi ratificó el 16 de agosto de 2015 una nueva ley antiterrorista que, entre otras cosas,  establece penas graves para los periodistas que publiquen informaciones distintas de la versión oficial en caso de atentados. Las penas pueden llegar hasta la prohibición de ejercer durante un año. La ley, cuyo objetivo oficial  es crear tribunales especiales para dar protección jurídica los miembros de las fuerzas del orden, establece un abanico de condenas para las actividades terroristas, que van desde cinco años de cárcel a pena de muerte. 

La que afecta a los periodistas es, según el canal europeo Euronews, la medida más polémica de la nueva ley y en El Cairo las opiniones están divididas. Para el periodista Ayman Fayed, “la crítica periodística es legítima pero, por otra lado, el Estado necesita leyes como ésta para combatir el terrorismo”;  sin embargo, para el experto en medios de comunicación Omar Hosni “Terrorismo es un término muy amplio que permite limitar enormemente la libertad de prensa. La ley debería dar una interpretación más clara y precisa de la palabra terrorismo, sin restringir las libertades”. Para la corresponsal del canal France 24 en Egipto, Assia Shihab, "la noción de terrorismo es muy vaga…Todos los opositores del régimen, no sólo los islamistas, son víctimas de la represión que ejerce el poder”.

En caso de condena, los periodistas –tanto nacionales como extranjeros- pueden tener que pagar multas de hasta 60.000 euros (en un país donde el salario medio de un informador no llega a los 500 euros), y en el peor de los casos no poder ejercer su profesión durante un año, en caso de publicar “informaciones falsas”. Las restricciones conciernen también a los usuarios de redes sociales y a las voces discordantes de la oposición. 

Para la mayoría de los periodistas egipcios, la promulgación de esta ley lo que hace es  “llover sobre mojado”. Según el Comité para la protección de los periodistas, nunca fue tan elevado como ahora el número de periodistas encarcelados en Egipto : actualmente hay dieciocho entre rejas, la mayoría acusados de pertenecer o simpatizar con los Hermanos Musulmanes, como los tres reporteros del canal qatarí Al Jazeera juzgados en julio de 2015: el australiano Peter Greste, el canadiense Mohamad Fahmy y el egipcio Baher Mohamed están acusados de “difundir informaciones falsas”, apoyar a la hermandad islamista y “terrorismo”; en primera instancia les condenaron a penas de entre 7 y 10 años de cárcel, y para finales de agosto se espera la sentencia de la apelación.  

En los últimos años, en Egipto han detenido a decenas de miles de personas por oponerse al régimen autoritario de Al-Sissi; cientos de ellas han sido condenadas a muerte, en procesos expeditivos calificados por la ONU como “sin precedente en la historia moderna” del mundo.


Cut Bank, cine negro en el culo del mundo



Discípulo aventajado de los hermanos Cohen y David Lynch, Matt Shakman (conocido director  de teatro de Los Ángeles y autor de episodios de series de televisión como Fargo, los dos últimos de la serie, Mad Men, A dos metros bajo tierra o House, entre otras), en Cut Bank da una vuelta de tuerca de tuerca más al casi tópico ya de la América profunda, donde “cuanto más pequeño es el pueblo mayores son los secretos” que esconden sus rincones y sus gentes.

 Thriller bien escrito (Roberto Patino, guionista de Sons of Anarchy) y realizado con un casting de primeras espadas internacionales -Liam Hemsworth, John Malkovich, Billy Bob Thornton- que interpretan personajes excéntricos y por lo menos atípicos, y en situaciones atípicas, sobre los que planea en todo momento una sombra de ironía sin pretensiones: están el sheriff, el rico semi mafioso, la simple de su mujer, el cartero que se conoce todas las vidas, el rarito, el chico que quiera escapar del lugar, la chica rubia que quiere ser Miss Cut Bank…
En  Montana,  Cut Bank – donde el emblema de un pingüino, que es el orgullo de sus vecinos, anuncia al visitante que ha llegado al pueblo más frío de América, que se parece increíblemente al de Fargo y otras series vistas en la televisión- empiezan a sucederse unos desgraciados acontecimientos, que terminan siendo una cadena de asesinatos, y que se veían venir desde el principio.  

En medio de un campo de soja –floreciente comercio de la localidad- Dwayne (Liam Hemsworth, Los juegos del hambre, El poder del dinero), joven mecánico que no ve la hora de poder abandonarlo,  rueda un vídeo para promocionar el pueblo, de 3.000 habitantes,  con su novia, Cassandra (Teresa Palmer, Memorias de un zombi adolescente) como protagonista cuando en segundo plano la cámara capta el momento en que un desconocido dispara sobre el cartero (Bruce Dern, Nebraska, Django desencadenado) ; el episodio pone en marcha una especie de ruleta desgraciada que sacarán a la luz algunas connivencias locales más que letales, y la codicia sin límites de algunos de sus habitantes, entre ellos el padre de la chica (Billy Bob Thornton, El juez) que despiertan al sheriff Vogel (John Malkovic, un comisario que vomita cuando se enfrenta a la violencia, Las amistades peligrosas, En la línea de fuego) de su somnoliento estado habitual y ponen en marcha una especie de industria justiciera como de rebote, que le lleva a preguntarse si no será que , al final, “todo el  pueblo se va a ir al infierno en una furgoneta”. Codicia y lujuria que están fuertemente ancladas en el paisaje local y solo esperan que nosotros los veamos, junto a la presencia de secundarios sorprendentes, como ese Derby Milton (Michael Stuhlbarg, Men in Black 3, Blue Jasmine), especie de “topo” local, quien cada vez que aparece se topa con alguien que exclama. “Creí que habías muerto".  

A destacar una espléndida banda sonora a base de temas clásicos mezclados, obra del compositor estadounidense James Newton Howard, ocho veces nominado al premio Oscar y ganador de un premio Emmy.


martes, 18 de agosto de 2015

Mr. Holmes de Bill Condon, el digno retiro del detective más famoso



En 1947, con Watson (elemental, querido) felizmente casado y desaparecido de la órbita del detective más famoso de todo los tiempos, Sherlock Homes –anciano de noventa años y bastante perjudicado en su memoria y en su vista (ahora si que necesita una lupa para leer algunos textos)- se ha jubilado refugiándose en una propiedad de la campiña británica cercana al mar,  donde se dedica a criar abejas tras regresar de un último viaje a Japón, donde se ha hecho con un planta rara que al parecer tiene grandes propiedades reconstituyentes. En estos últimos años de su vida le acompañan un ama de llaves y su hijo adolescente, a quien Sherlock enseñará a deducir y también a ocuparse de sus colmenas. 

Mr. Holmes, dirigida por Bill Condon (Oscar al mejor Guión por Dioses y monstruos) y basada en la novela del mismo título de Mitch Cullin, está interpretada  por un excelente Ian McKellen (El señor de los anillos, Dioses y monstruos), Laura Linney (Puedes contar conmigo, La familia Savage) y el pequeño Milo Parker.

Era difícil hacer algo nuevo sobre un personaje que se ha tratado en el cine y la televisión de cien maneras distintas, pero una interpretación impecable de McKellen consigue mostrarnos al campeón del raciocinio y la deducción enfrentado a una serie de emociones que hasta ahora le eran completamente ajenas.

También el planteamiento se ha hecho de manera original: la tesis inicial es que  el detective fue una persona real y que el Doctor Wtason se dedicó a novelar sus hazañas, igualmente reales, añadiéndoles algunos aspectos que al auténtico Holmes, en esta vejez que presenciamos, le parecen innecesarios cuando no ridículos: por ejemplo, él vivió en Baker Street pero en un número diferente del que aparece en los relatos, nunca llevó ese absurdo sombrero de cazador y muy pocas veces fumó en pipa, porque lo que le gusta son los cigarros puros.

Aquí no hay asesinatos ni casos truculentos; solo recuerdos, algunas trampas de la memoria y un poco de remordimiento.


lunes, 17 de agosto de 2015

Se crea un archivo digital de la lengua indígena Nomatsigenga



En Perú se ha creado el Archivo de la Lengua y la Cultura Nomatsigenga “con el objetivo de registrar y dar visibilidad al saber relativo a la lengua y la cultura de nuestra gente. La iniciativa es el resultado de la colaboración entre la población nonatsigenga, el proyecto de Documentación de la lengua Nonatsigenga (DLN), la organización indigenista Kanuja, la Fundación Firebird y el Ministerio de Cultura peruano”, informa Gabriela García-Calderón en el digital Global Voices Online.

La lengua de los “nomatsigenga”  -un pueblo que vive en 33 comunidades del Valle Pangoa, en el centro de la Amazonia peruana, agricultores y comerciantes de cacao y cereales en su mayoría- se encuentra en vías de extinción. Según la Unesco solo existen 8.000 hablantes en el distrito de San Martin de Pangoa, en la región de Junín. Para Alexandra Aikhenvald, lingüista especializada en el área amazónica, ese lenguaje de tradición oral forma parte de la rama lingüística del Kampa que, a su vez, pertenece a la familia Arawak.

Según Gerardo Manuel García, director del proyecto “en general, cuando los estudiosos se interesan por alguna lengua indígena, y la graban, en el mejor de los casos lo conservan en archivos en el extranjero, como el de las lenguas Indígenas de América latina, de la Universidad de Texas. La desventaja de este sistema es que la comunidad que habla esa lengua no tiene acceso a la documentación de audio, vídeo o imágenes de los investigadores. Nuestra idea es ofrecer un archivo digital gratuito, al que puedan acceder los propios hablantes que podrán irlo actualizando con información sobre su comunidad y su lengua. Para empezar vamos a grabar una lista de mitos, canciones, cuentos, discursos y autobiografías”.