lunes, 30 de marzo de 2015

Gett, el divorcio de Vivian Amsalem, una tortura rabínica





“Por la forma en que continuamente salta de la comedia al drama, entre Kafka y la comedia italiana, (…) expresa una profunda inquietud en cuanto al futuro del país”. (Cahiers de cinéma).


Tras su estreno en la Quincena de los Realizadores de Cannes, Gett, el divorcio de Viviane Amsalem, un drama en el que los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz ponen punto final a una trilogía iniciada con Tomar mujer(2005) y continuada con Los siete días (2008), es una coproducción franco-israelí-alemana “sobre la condición femenina y la condición humana en general”. probablemente, o que el espectador retiene de este escalofriante retrato de un país, Israel, que es a la vez moderno y feudal, es que la vida –toda la vida- de las mujeres depende de lo que quieran, o decidan, los hombres, “sus” hombres.

Gett, el divorcio de Viviane Amsalem, una historia que se desarrolla, en distintos momentos a través de los años, entre las cuatro paredes de un tribunal rabínico y en su sala de espera, no es nada más y nada menos que la carrera de obstáculos que una israelí desesperada tiene que ir salvando para conseguir finalmente divorciarse de un marido al que ya no soporta, en una cultura esclava de sus tradiciones. Lo que al mismo tiempo es una excusa para que la pareja de realizadores haga desfilar ante el tribunal, en calidad de testigos tragicómicos, a varios representantes de una sociedad totalmente contradictoria, capaces de defender una cosa y su contraria en el breve lapso de tiempo de una declaración apresurada. Como pillados en un renuncio, los familiares y amigos de la mujer que quiere el divorcio y el hombre que no encuentra motivo para “concedérselo”, vuelven sobre sus palabras, cambian completamente el sentido de sus manifestaciones y pasan de testigos de la defensa a testigos de cargo, sin mover una pestaña. Vecinos, cuñados, amigos…la clase media de un país anquilosado jurídica y afectivamente, parece haberse dado cita para mentir, inventar, ponerse a parir unos a otros, como si estuvieran compitiendo en “un cruel concurso de mala fe”.

Minuciosa autopsia de una pareja, drama y sátira en tres lenguas –hebreo, francés y árabe-, los autores de Gett, el divorcio de Viviane Amsalem han realizado esta película en homenaje a su madre, inspiradora del tema junto a muchas otras mujeres conocidas por los hermanos Elkabetz, quien, aseguran, aunque nunca intentó divorciarse seguro que tuvo motivos de sobra para hacerlo. Toda la filosofía de la justicia rabínica se explica en la última frase –mezcla de posesión e impotencia- que pronuncia el marido, al “conceder” explícitamente la libertad a su esposa: “Y a partir de ahora quedas permitida para cualquier hombre” (traducción libre de la traducción francesa de la frase en hebreo).
Viviane Amsalem (la propia realizadora Ronitz Elkabetz) se separó hace años de su marido Elisha (Simon Abkarian) y ahora quiere un divorcio legal para no convertirse en marginada social. En Israel no existe el matrimonio civil, el divorcio ante el tribunal rabínico solo es posible si el marido “repudia” a la mujer. Elisha –“un cabal espécimen de víctima pasiva-agresiva” (Cécile Mury, Télérama)- se niega con obstinación. Viviane tendrá que luchar para reivindicar su derecho, en un proceso que durará cinco años, y en el que la tragedia competirá con lo absurdo.

¿Elisha es un mal marido? ¿Alguna vez le ha pegado, engañado, privado de lo necesario…? No. Entonces ¿por qué quiere divorciarse Viviane Amsalem, una mujer ya abuela? Los tres rabinos que componen el tribunal, sentados en la tribuna que les sitúa por encima de los demás, no entienden nada. Para ellos, el desamor no es un argumento, una familia no es cuestión de sentimientos sino que forma parte de la ligazón social…

Cuando se apaga el último fotograma de Gett, el divorcio de Viviane Amsalem, durante un tiempo nos queda en la retina esa última imagen de la mirada de una mujer que ha recobrado la libertad; de esa espesa cabellera que ella recoge en un moño, ante la mirada estupefacta del coro rabínico del tribunal que considera el pelo de las mujeres objeto erótico (todavía quedan las que lo esconden debajo de una peluca, casi siempre desaliñada); de la palabra Gett tantas veces repetida en las casi dos horas de proyección, que significa “divorcio” en hebreo; de la violencia sorda y el sufrimiento que hemos presenciado. A través de la batalla jurídica nos ha llegado toda la intensidad “del tiempo que pasa”, hemos conocido “el lugar de las mujeres y su dignidad en la sociedad (tradicional y fundamentalista, adjetivos míos) israelí” (Romain Le Vern, TF1)

domingo, 29 de marzo de 2015

La historia de Marie Heurtin : entrega y superación en un convento del siglo XIX



Presentada en el Festival de Locarno, donde logró el Premio Variety de la Piazza Grande, y tras su paso por la sección oficial de la SEMINCI 2014, La historia de Marie Heurtin es una película de corte humanista dirigida por el francés Jean-Pierre Améris. (Tímidos anónimos) e interpretada por Isabelle Carré (Tímidos anónimos, La pequeña Lola) y la debutante Ariana Rivoire, muy idónea para conseguir todos los premios de valores humanos en los certámenes cinematográficos y dirigida a un público específico: el que disfruta con las historias duras y sentimentales de “héroes ignorados” que sacrifican todo por amor al prójimo.

En este caso, Marie Heurtin, nacida sorda y ciega en la Francia rural de finales del siglo XIX, a los 14 años tiene un sórdido futuro por delante, incapaz de comunicarse con nadie, ni siquiera con los miembros de su familia, hasta el momento en que Sor Margarita, religiosa en un convento de Poitiers que acoge a niñas huérfanas y desfavorecidas, se interesa por ella, la toma bajo su protección –a pesar de la desaprobación de su superiora- y, a pesar de estar enferma de tuberculosis, decide enseñarle al precio que sea algunas cosas elementales, entre ellas a hablar con signos.

Inspirada en una historia real, la de Marie Heurtin es una ficción sensible, llena de buenos sentimientos, en la que algunos comentaristas han encontrado momentos de humor alternando con los emocionantes, cosa que a mí me resulta imposible. La niña es un auténtico “animalito salvaje” -la joven actriz hace un “papelón” nada fácil de interpretar- y la paciencia y entrega de la monja no tienen límites; entiendo que el relato es respetuoso con la historia y que el director de la película ha creído que el mundo debía conocer este caso, en el que ha puesto de su parte una dosis de ternura nada despreciable.

Para los cristianos practicantes será, sin duda, una película muy apropiada para Semana Santa.