Los
“maps to the stars” son los mapas que venden a los turistas en Los Angeles y
llevan marcadas las casas, escondidas entre el follaje de las colinas, donde
viven -o vivieron- los actores y actrices, las estrellas más famosas del
firmamento hollywoodiense.
Con
Maps to the stars, (“la película más retorcida de su director”, según el
prestigioso digital Indiewire cuando su presentación en Cannes), del canadiense
David Cronenberg, la excelente Julianne Moore empezó su imparable carrera hacia
el Oscar que acaba de recibir por Siempre Alice. Magnífica en ambas
interpretaciones, el papel de la vulnerable y psicótica actriz Havana le valió
la Palma de Oro en el Festival francés, un premio a la mejor actriz en Sitges y
dos nominaciones (en los Globos de Oro y en los galardones del Círculo de
críticos londinenses), por una interpretación que por momentos evoca a la mejor
Bette Davis de ¿Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962).
En
Maps to the stars –la otra cara de un Hollywood monstruoso, obsesionado por el
triunfo y el poder- , David Cronenberg (La mosca, Una historia de violencia) se
centra en una familia muy cinematográfica, los Weiss: padre entre gurú y coach
de cursos y escritos de autoayuda (John Cusak; Como ser Jon Malkovic, El
mayordomo), madre volcada en la carrera de un “niño prodigio”, adolescente de
13 años (Robert Pattison, Crepúsculo) que va para psicópata y ya está en cura
de rehabilitación, y una extraña joven (Mia Wasikowska, Alicia en el país de las
maravillas) que aparece procedente de un psiquiátrico, donde ha estado
internada tras incendiar la casa familiar, y empieza a trabajar para la actriz
Havana Segrand (Julianne Moore), una mujer en plena decadencia física y
profesional, obsesionada por la fama, vulnerable, neurótica y envuelta en una
historia “de traumas, celos y asesinato”. Todos tienen secretos, todos se aman,
se repelen y se odian, todos cruzan sus historias en algún momento del relato.
Maps
to the stars es un violento panfleto contra el star-system, una de las críticas
más corrosivas que hemos visto sobre el mundillo de ese Hollywood “convertido
en una gigantesca clínica psiquiátrica”, donde no solo hay cineastas sino que,
refugiado tras los muros de suntuosas villas se esconde un universo de
personajes excesivos que les rondan, les empujan, les llevan al abismo y, sobre
todo, viven a su costa. Como en el firmamento, las estrellas de la meca del
cine tienen sus propios satélites, y todos juntos escenifican a diario una
enorme feria de vanidades en sentido estricto cuyos protagonistas son
hipócritas, pelmazos, malvados, inconscientes, narcisistas, pretenciosos,
sádicos… En esta escenificación de una realidad sin duda existente y con
personajes que recuerdan –mucho- a algunos nombres auténticos del Hollywood más
monstruoso y actual-, Cronenberg no nos ahorra casi nada, ni siquiera el
incesto y el parricidio, y aunque en mi opinión el exceso de estereotipos, casi
caricaturas, impide que podamos hablar de una película “original”, estamos ante
un buen trabajo de realización en una historia incómoda –por la acumulación de
patologías, adiciones y violencia- y nada fácil de contar.
De
fondo, durante toda la película y en off, el famoso poema Liberté (“Escribo tu
nombre…), de Paul Eluard.
No hay comentarios:
Publicar un comentario