lunes, 30 de septiembre de 2013

Yo no soy una víctima de Billy el Niño. Un cuento de ahora mismo

Con los torturados por el sádico policía franquista Billy el Niño está ocurriendo lo mismo que con la Isla de White o el concierto de los Beatles en la plaza de Las Ventas: resulta que allí estuvo todo el mundo. Yo tuve la suerte de asistir a ambos acontecimientos musicales de los ’70, y puedo jurar que no.

En las últimas semanas están apareciendo como setas otoñales candidatos (también otoñales) a los cinco minutos de gloria que puede proporcionar, en la distancia, haber sido una de las miles de víctimas del más célebre de los verdugos de la brigada político-social, que comenzaba enmascarada en los bancos y pasillos de las facultades universitarias, las grandes fábricas del milagro económico de los años sesenta y las reuniones clandestinas en las parroquias de los curas progres (compañeros de viaje de tanta desolación y tantos años de plomo) y terminaba en los despachos secretos y los calabozos, en la madrileña Puerta del Sol, de la Dirección General de Seguridad, ahora transformada en edificio institucional por la ignorancia de una democracia entre cuyos objetivos figura, desde hace cuarenta años, arrasar con cuanta más memoria histórica mejor.

Yo no puedo presumir como tantos otros que han pasado las últimas décadas intentando sacar tajada de donde la hubiera y ahora, con la orden de busca y captura de la juez argentina que va a intentar devolver la memoria a este pueblo educado para olvidar, han recuperado la suya y recorren los platós de televisión y los estudios radiofónicos contando que Billy el Niño les puso una pistola en la sien o les pegó una tanda de hostias aplicándoles la más cruel de las vejaciones, la de hacerles perder la confianza en sí mismos tras haber sentido miedo, terror incluso de su cercanía, en el asiento de una lechera camino de aquel edificio siniestro donde podías desaparecer o caer por una ventana.

Yo no puedo ir a ningún pseudo ágora a contarlo, a mí no me torturó Billy El Niño. A mí me esperaban en el comedor familiar dos colegas un tanto toscos del Niño para meterme en un coche camuflado y llevarme, a las 2 de la madrugada cuando regresaba del periódico, hasta el calabozo número 13; a mí la hostia –solo una- me la dio un comisario gordo y con aspecto de querer mucho a sus nietos; a mí fue un juez fascista, que seguramente hacía el crucigrama del ABC, quien me condenó a un año de prisión menor y diez mil pesetas de multa (pesetas de 1973), y otro juez fascista quien cambió esa condena por dos años de libertad condicional y cien mil pesetas (también de 1973) de otra multa diferente –todo ello por “propaganda ilegal”-; a mí me pasearon en una furgoneta negra hasta los juzgados de las Salesas y de allí hasta la cárcel de Carabanchel (psiquiátrico le llamaban a una casita plantada en el patio del penal) donde, entre unas cosas y otras y mientras se arreglaba lo de la multa, pasó un mes que compartí, entre otras, con la actriz Julia Peña, la irlandesa sindicalista de Comisiones Obreras Pamela O’Malley, media docena de militantes pro chinas del FRAP que se negaban a aprender inglés porque “es un idioma imperialista”, una estudiante antimilitarista hija de un teniente coronel, unas cuantas prostitutas procedentes de una redada de burdeles, una enfermera gorda y antipática cogida con las manos en la masa practicando abortos en un piso de Atocha y la quinqui Pepita, que merece una novela para ella sola y el 1º de mayo nos hizo las camas a las “políticas” porque le dábamos mucha pena (y, con esta descripción, cumplo una promesa pendiente hecha hace exactamente cuarenta años).

A mí, la expulsión de la Universidad Complutense me llegó debidamente cumplimentada y en forma, firmada por el vicerrector Sergio Rábade Romeo y, que yo sepa, hasta la fecha no ha sido revocada (como nadie me ha devuelto el dinero de aquellas multas).

No, a mí no me tocó Billy el Niño ni tampoco a muchos otros militantes antifranquistas a los que otros policías de aquella misma brigada detuvieron, pegaron, maltrataron, torturaron, quemaron las plantas de los pies con cigarrillos, colgaron de un gancho del techo, ahogaron con la cabeza metida en un váter o una palangana… enviaron a Carabanchel convertidos en auténticas piltrafas, obligaron a salir por piernas del país y, en el peor de los casos, mataron.

Ni yo, ni ellos, tenemos hoy argumentos para andar contando nuestra vida debajo de un foco.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Chekpoint Charlie: un cartel que vale un millón de dólares



"Está usted saliendo del sector americano».

El original del cartel del Chekpoint Charlie de un Berlín partido en cuatro, auténtico símbolo de la guerra fría que durante 44 años mantuvieron estados Unidos y Rusia (y sus correspondientes aliados) se encuentra en manos de un habitante de Nueva York que espera hacerse millonario vendiéndolo en subasta.

Según una información publicada el 17 de septiembre por el digital Myeurop (http://fr.myeurop.info/2013/09/17/checkpoint-charlie-une-nigme-1-million-d-euros-12236), el célebre cartel en cuatro lenguas que separaba las zonas soviética y americana y que se exhibe desde hace años en el Museo Haus am Checkpoint Charlie de Berlín, podría ser falso. Un estadounidense de 50 años, llamado Alan Wolan, propietario de una agencia de publicidad, asegura haber robado el original en 1990, ayudado por tres amigos, tenerlo guardado en su casa de veraneo de Los Angeles y estar dispuesto a venderlo por un millón de dólares.

En el momento de la caída del Muro (1989), Alan Wolan estaba empleado en una agencia de publicidad. Cuando vio las imágenes de lo que ocurría en Alemania decidió “ir a verlo –ha explicado al diario alemán Süddeutsche Zeitung- Tenía claro que al año siguiente aquello se iba a llenar de turistas”. Con 26 años dejó el trabajo y voló a Berlín, a donde llegó a principios del verano de 1990. Abrió una modesta tienda de “souvenirs” junto al Chekpoint Charlie, el punto más utilizado hasta entonces para pasar de Berlin oeste a Berlín este, en la esquina de las calles Friedrichstrasse y Kochstrasse, donde vendía camisetas con inscripciones y pedazos del muro (negocio, por cierto, en el que participaron cientos de avispados europeos, incluido el periodista español que trajo un camión cargado de diminutos trozos de muro que vendió a un semanario, el cual lo regaló a sus lectores).

Para llevarse el cartel, ha explicado Wolan, alquiló una camioneta y la noche del 22 de junio, junto con tres amigos -Kirstin, Dörte y Matthias-, se hizo con el letrero en menos de 15 minutos.

Checkpoint Charlie era, con el puente Glienicker, el puesto fronterizo más usado entre los dos Berlín, y en él se encontraba el famoso cartel “You are now leaving the american sector” que se convirtió en una imagen de la división territorial y política de la Alemania vencida en la Segunda Guerra Mundial.

El primer museo abrió sus puertas el 19 de octubre de 1962; al principio era solo una exposición sobre el Muro de Berlín, en un pequeño apartamento de dos habitaciones situado en la Bernauer Strasse, una de las calles de la ciudad que quedaban divididas por el Muro. El 14 de junio de 1963 se inauguró el Museo Haus am Checkpoint Charlie: un proyecto de su fundador y director Rainer Hildebrandt, un luchador por la libertad muerto en 2004. Al filo de los años ha ido aumentando su contenido con numerosos objetos procedentes de propiedades particulares, muchos de ellos muestra de la solidaridad de los berlineses del oeste con los fugados del este, como son montgolfields, vehículos modificados con compartimentos secretos e incluso un submarino para una sola persona.

TVE, siempre fiel a sus amos, ignora la manifestación



Con las calles de Madrid tomadas literalmente por casi dos mil policías, el helicóptero de los días de las grandes manifestaciones dando vueltas en un cielo que escupía una versión mejorada del diluvio universal y un puñado de algunos miles de manifestantes luchando contra los elementos detrás de una pancarta en la que se leía “Jaque al rey” (en lo que, de no haberse puesto en contra los hados de la meteorología, pudo haber sido el primer acto de repudio masivo de la monarquía franquista, y de exigencia de apertura de un proceso constituyente que ni el centro-derecha conservador ni el centro-izquierda socialdemócrata van a poder impedir que suceda algún día, mejor pronto que tarde), el telediario de las 9 de la noche del sábado 28 de septiembre de 2013, en la primera de TVE, no solo no hizo la menor mención a lo que pasaba en las calles de la capital –donde la policía, chorreando literalmente, impedía que los manifestantes llegaron hasta su objetivo, la Plaza de Oriente y el Palacio real- sino que además tuvo la desfachatez de comenzar el informativo con la frase “Jaque de Berlusconi al gobierno italiano”.

Un sabio francés del siglo pasado llamado Michel Colucci, más conocido como Coluche, fallecido en 1987, humorista y actor, hombre de bien fundador de Les Restos du Coeur (los restaurantes del corazón, donde acuden diariamente a comer miles de franceses sin recursos) y tardíamente interesado en la política lo que le llevó a presentar una candidatura testimonial a la elección presidencial de 1981, y a retirarla después- decía muy acertadamente que “no se puede decir la verdad en televisión, hay demasiada gente mirando”. El repaso hoy de una verdad tan auténtica como contundente nos lleva a la conclusión de que las principales mentiras en que incurren los medios de comunicación son, sin ninguna duda, las mentiras por omisión.

El lingüista norteamericano Noam Chomsky –otro sabio, éste todavía vivo y en pleno uso de sus facultades intelectuales- ha elaborado una lista de «Diez estrategias de manipulación», reproducida después por numerosas publicaciones, entre ellas Pressenza (http://www.pressenza.com/fr/2010/09/les-dix-strategies-de-manipulation-de-masses/). La primera, que lleva por título “La estrategia de la distracción” dice, resumiendo, que se trata del elemento primordial del control social y consiste en “desviar la atención del público de los problemas importantes con un diluvio continuado de distracciones e informaciones insignificantes”; en el caso que nos ocupa, el presentador de TVE, Oriol Nolis, decidió ignorar la manifestación contra el rey para contar en cambio que el rey sigue dando pasitos con un andador.

Con maniobras de distracción como ésta, TVE continúa con su costumbre de participar en el “panem et circenses” que practican aquí los gobiernos de toda índole, aunque esta vez se trata solo de “circenses” porque ya me dirán si no es un espectáculo para la noche del sábado imaginar al monarca –que en los últimos meses ha emprendido una carrera contra reloj de actuaciones, presentaciones y representaciones, para hacer olvidar recientes pecadillos cometidos con rubias teutonas y elefantes inocentes, de los antiguos ni se habla, y para (él también) distraer la atención de otros miembros de su familia- embutido en su pijama regio recibiendo la visita del hasta ayer republicano Alfredo Pérez Rubalcaba, capaz de lo que haga falta con tal de salir en la foto.