domingo, 1 de septiembre de 2013

40 años después: Te recuerdo Víctor…





Somos diez mil manos
manos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del compañero presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.




“Somos 5.000”. Antes de que le torturasen, en el Estadio Nacional de Chile Víctor Jara –poeta y cantautor- escribió su último poema. Eran cinco mil, o quien sabe el número exacto, los que se apoyaban unos en otros en aquel enorme campo de concentración al que los soldados golpistas iban llevando a los detenidos. El golpe del 11 de septiembre de 1973 sorprendió a Víctor en la Universidad Técnica del Estado, donde impartía clases de teatro. Fue detenido junto a otros profesores y alumnos. Le reconoció uno de los soldados e inmediatamente le llevaron a los vestuarios, acondicionados como salas de interrogatorio y tortura. Entre los días 13 y 16 de septiembre le torturaron cruelmente. Le quemaron con cigarrillos, simularon fusilarle, le aplicaron descargas eléctricas y le rompieron las dos manos a culatazos de pistola. Su cuerpo fue arrojado junto a la tapia del Cementerio Metropolitano. Tenía 41 años y 44 orificios de bala.

“Once de septiembre de 1973: Día de la monstruosa y criminal agresión militar contra el pueblo chileno; día en que se desencadena el fascismo. Víctor deja la casa para presentarse en su lugar de trabajo... Víctor es hecho prisionero junto a muchos más y llevado al Estadio Chile, lugar donde antes se han celebrado tantos festivales de la canción. Víctor es allí humillado, golpeado, torturado, como tantos otros. Le quiebran las manos. Luego lo acribillan hasta matarlo, y su cuerpo es arrojado a la calle y recogido después por una patrulla, que lo lleva hasta la morgue de la ciudad. Allí lo encuentro yo, entre montones de cuerpos de estudiantes, de trabajadores, de profesores. Allí entiendo de verdad lo que significa el fascismo”. (Joan Turner, Las manos de Víctor Jara, Araucaria de Chile n°2 - Francia, 1978)(1).

El Gobierno socialista concitó una amplia adhesión de artistas e intelectuales y Víctor Jara fue uno de los protagonistas. Miembro del partido comunista y símbolo de la Unidad Popular (la unión de la izquierda que llevó al poder a Salvador Allende en 1970), Víctor Jara fue también una de las primeras víctimas del golpe de estado de Pinochet. Defendió a la Unidad Popular con su guitarra, hizo canciones de protesta, pero sus obras mayores son “las canciones sencillas e imperecederas, las que brotan desde la tierra y de la pobreza de las barriadas periféricas de Santiago, las fuentes de su saber”. Víctor creía que "la mejor escuela para el canto es la vida", recuerda su viuda, Joan Turner, en “Un canto trunco”. Nombrado embajador cultural por Allende, “prefería compadrear en una peña popular a los cócteles de diplomáticos”.

Durante el paro de octubre de 1972, con el que la oposición quiso poner de rodillas al Gobierno, junto con decenas de miles de personas, Jara salió a realizar trabajos voluntarios para impedir que la economía se detuviera. En la vorágine escribió Manifiesto, todo un testamento musical: "Yo no canto por cantar / ni por tener buena voz, / canto porque la guitarra / tiene sentido y razón".

Los anteriores habían sido años de sueños y utopías. La guerra de Vietnam sacudió las conciencias de los jóvenes de todo el mundo. No fue por casualidad que el estallido del mayo del 68 francés se produjera precisamente entonces. El sueño de la revolución cubana, la muerte del Che, la derrota estadounidense en Vietnam, la revolución de los claveles en Portugal, el triunfo de la Unidad Popular en Chile… Cambiar el mundo, acabar con la injusticia, parecía, al fin, posible. La alegría desbordó las calles de Chile, y las de medio mundo del otro lado del Atlántico, con el triunfo del frente de izquierda de la Unidad Popular de Salvador Allende.

En la sombra, el imperialismo internacional se alió con la burguesía chilena para derrocar al legítimo gobierno de Allende. Una huelga del transporte paralizó por completo el país. Víctor Jara se manifestó públicamente contra esa huelga. El 11 de septiembre de 1973 el general Pinochet, nombrado por el propio Allende jefe de las fuerzas armadas pocos días antes, apoyado por la CIA y el gobierno de Estados Unidos, dio un golpe de estado. Las imágenes del asalto al Palacio de la Moneda, donde Allende con un puñado de hombres intentó oponerles resistencia, forman parte de la película de nuestras vidas. Allende prefirió suicidarse en La Moneda antes que ceder el poder a los militares fascistas. Ahora se cumplen 40 años.

El 18 de septiembre de 1973, en secreto, en silencio y sin flores, el funcionario Héctor Herrera (2), un amigo del cantautor y su viuda Joan enterraron a Víctor Jara. 36 años después, en 2009, el artista recibió por fin un homenaje masivo de tres días, en una ceremonia popular de música y cantos, presidida por el ataúd cubierto con una manta campesina roja con ribetes negros, en la Fundación que lleva su nombre en el centro de Santiago. Una segunda autopsia confirmó la tortura del cantautor, al tiempo que sirvió para desmentir la leyenda de que le habrían amputado ambas manos, para impedir que volviera a tocar la guitarra.

Su suerte fue la misma que corrieron muchos otros de aquellos cinco mil detenidos; la misma de quienes más tarde sufrirían violaciones y torturas en las distintas “colonias dignidad” disfrazadas de villas de recreo para altos funcionarios del execrable régimen chileno. La misma que la de tantas víctimas de las dictaduras argentina, uruguaya y paraguaya implantadas, como la chilena, con la aquiescencia, el apoyo y el dinero de los gobiernos estadounidenses de la época, y la participación directa de sus diversas “agencias” y servicios secretos varios. Se supone que, entre aquella pandilla de desalmados que acabaron con la vida de cientos de personas en el estadio, a Víctor Jara le tocó un tal José Paredes. 36 años después, su imagen en la pantalla de la televisión ponía los pelos de punta al oírle decir: “Yo fui un mandáo”.

Según su relato ante el juez 36 años después de aquella noche, José Alfonso Paredes Márquez, entonces soldado de 18 años y ahora albañil de 59, se encontraba de centinela en el camarín del subterráneo del estadio cuando llegaron unos quince detenidos. Entre ellos reconoció a Víctor Jara .... Detrás de los prisioneros, Paredes vio llegar al teniente Nelson Haase y al subteniente que también estaba a cargo de los soldados. Y fue testigo del minuto preciso en que el subteniente comenzó a jugar a la ruleta rusa con su revólver apoyado en la sien del cantautor. De allí salió el primer tiro mortal que impactó en su cráneo. El cuerpo de Víctor Jara cayó al suelo de costado. Paredes observó cómo se convulsionaba y escuchó al subteniente ordenar, a él y a los otros soldados, que descargaran ráfagas de fusil en el cuerpo del artista. La orden se cumplió.

En 2009, después de una interminable batalla legal, la justicia chilena aceptó exhumar el cuerpo. El informe forense, que habla de 44 impactos de bala y entre ellos un tiro de gracia en la cabeza, llevó a ocho ex militares al banquillo de los acusados. De los ocho, seis estaban en la cárcel en espera del proceso; otro se encontraba en un hospital psiquiátrico y el octavo, conocido con el apodo de “el príncipe”, autor del tiro de gracia, según el juez era Pedro Barrientos Núñez, teniente retirado y residente en Deltona (Florida, Estados Unidos), donde vendía coches y donde le encontró un equipo de la televisión chilena, al que dijo que jamás había puesto los pies en el Estadio.

Víctor Jara había nacido en una familia humilde de un pequeño pueblo del campo chileno. Como tantos otros, tuvo que dejar los estudios para ponerse a trabajar. Su madre, Amanda (3), tocaba la guitarra y cantaba. Murió cuando él tenía quince años. Poco después ingresó en un seminario. Dos años más tarde vio que no tenía vocación y lo dejó. Con 21 años ingresó en el coro de la Universidad de Chile y se acercó al mundo teatral y al de la música. Estudió interpretación y dirección en la escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Fueron años duros, no tenía dinero y durmió en la calle más de una noche. Su compromiso político le llevó a militar en el Partido Comunista de Chile. Sentía verdadera pasión por el folclore popular, Violeta Parra le animó a continuar la carrera musical, empezó a componer sus propias canciones y a dirigir obras de teatro. Jamás abandonó la canción. Tampoco el teatro. Fue director musical del grupo Quilapayún y profesor de interpretación en la universidad. Apoyó intensamente la candidatura electoral de Salvador Allende y la Unidad Popular que ganó las elecciones. Intervino en todo tipo de actos solidarios contra la guerra y el fascismo y compuso algunas de las baladas más hermosas que se han escrito.

Nunca se definió como un artista o un cantautor, sino como un trabajador de la música: “Soy un trabajador, y un trabajador que está ubicado con conciencia muy definida”. El término cantante de protesta no encajaba con su forma de ser y de pensar. Como dijo Joan, su mujer: “Son más bien cantantes revolucionarios que de protesta, porque ese término nos parece ambiguo y porque ya está utilizado por el imperialismo”.

El caso de Víctor Jara es emblemático porque era una voz pública, un reconocido autor e intérprete de canciones que hacían diana en el mismo corazón de los totalitarismos: Te recuerdo Amanda, Aquí me quedo, El cigarro… Generacionalmente, Víctor Jara era el heredero directo de Violeta Parra (4), quien ejerció sobre él, y los demás cantautores de la época, una influencia decisiva: “La presencia de Violeta es como una estrella que jamás se apagará. Violeta nos marcó el camino; nosotros no hacemos más que continuarlo”. Los años sesenta y setenta fueron los de la eclosión de la canción revolucionaria en Latinoamérica: Facundo Cabral, Daniel Viglietti, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Quilapayún, Víctor y muchos otros que alzaron sus voces en un canto de rebeldía y de esperanza (5).

Coincidiendo con el 40 aniversario de su muerte, la revista estadounidense Rolling Stone le rinde homenaje seleccionándole como “uno de los 15 músicos más rebeldes de todos los tiempos”, recordando tanto su talento, como su vida y trágica muerte. "Aparentemente –dice la revista- las canciones de amor y justicia del cantante popular chileno Víctor Jara eran tan amenazantes para los militares en 1973, que tenían que asesinarle”. Y recuerda que, algunos meses después, en Nueva York se celebró un concierto-homenaje encabezado por Bob Dylan, Pete Seeger y Phil Ochs. Entre otros, cantaron a la memoria de Jara Elvis Costello, Kurt Cobain, Marilyn Manson y Sinnead O’Connor.

Aquellos primeros setenta no fueron años buenos para la lírica, tampoco aquí. Franco estaba a punto de iniciar su interminable agonía (aunque todavía le quedarían arreos suficientes para firmar las últimas condenas a muerte de su trayectoria asesina). En lo político, se ultimaban confabulaciones y acuerdos “para después”. Los partidos salían a trompicones de un largo letargo de cuatro décadas, los sindicatos afrontaban el “proceso 1001” con varios de sus dirigentes en la cárcel y los militantes de base repartíamos “propaganda ilegal” entre los amigos y celebrábamos reuniones clandestinas en parroquias y pisos francos. En las manifestaciones, siempre disueltas por una policía agresiva que a veces disparaba al aire –un aire en el que, por cierto, volaban los obreros- cantábamos La Internacional, A las barricadas, L’estaca, Al vent y Te recuerdo Amanda. Lo mismo que cantábamos en el patio de la cárcel de Carabanchel en la primavera de 1972. Más tarde, íbamos a incorporar al repertorio Yo pisaré las calles nuevamente… Y, entre los ausentes, llorábamos a Víctor Jara.


(1)- Revista trimestral el exilio chileno, publicada entre 1978 y 1989. Su redacción funcionó hasta 1984 en París, año en el cual se trasladó a Madrid, ciudad en la que desde los comienzos se imprimía y se organizaba la distribución. En su período de mayor auge, la publicación logró llegar a 37 países, en todos los cuales había un núcleo de chilenos a quienes el golpe militar había sacado de sus fronteras. Se publicaron 48 números.


(2)-El año 1976 y después de estar detenido en el Estadio Nacional, haber sobrevivido comiendo papeles botados y pedazos de naranjas, después de ser fichado y perseguido por sus actividades sindicalistas, Héctor dejó Chile y pidió refugio político en Francia. En ese país vive desde 1977 y ahora acompaña a una realizadora que hace un documental con su historia.


(3)-Te recuerdo Amanda, sin duda la más popular de todas las canciones interpretadas por Víctor Jara, era un homenaje a su madre. Cuenta la historia de amor de sus padres con un fondo de fábrica en huelga. Las hijas de Víctor Jara y Joan Turner llevan los nombres de los padres del poeta: Manuela y Amanda.


(4)- Violeta Parra, la autora de canciones tan hermosas como Gracias a la vida, himno de toda una generación de latinoamericanos, se suicidó de un disparo en la sien, a los 49 años, el 5 de febrero de 1967, en su carpa de La Reina. La gente como Violeta –que cree en el amor a la vida, a los hijos, a la gente y las cosas, y en el amor con mayúscula- le canta a la vida mientras encuentra motivos para hacerlo y cuando la vida le da la espalda, cuando el amor se esfuma, se suicida y deja a la vida con tres palmos de narices. A la gente como Violeta, la separación, el abandono, la muerte, la pérdida del amor, le sumen en la desesperación y le llevan abandonar el mundo”.

Violeta, ferviente comunista que denunció en sus canciones la injusta realidad que le había tocado vivir, apenada por la separación del último de sus grandes amores, agobiada por la muerte de la menor de sus hijas y desanimada por el escaso eco que encontraban sus propuestas culturales, tras varios intentos frustrados terminó por conseguir quitarse la vida, sumida en una gran depresión. Música, cantante, pintora, escultora, bordadora y ceramista, considerada como la folclorista más importante del país, fundadora de la “nueva música popular chilena” y referencia para todo el posterior desarrollo de la música nacional. También fue la primera artista latinoamericana que hizo una exposición individual en el parisino Museo del Louvre. A principios de los años 1950 editó los primeros singles, versiones de temas tradicionales chilenos como El Caleuche. Sintiéndose poco valorada en su país, y muy desencantada, en 1961 abandonó Chile para instalarse en París. Siguió componiendo temas sociales pero la nostalgia empezó a filtrarse en sus composiciones, como en la canción Violeta ausente, donde repasa los rincones más característicos de Santiago. En París conoció al que dicen fue el gran amor de su vida, el musicólogo y antropólogo francés Gilbert Favré. Con él volvió a Chile en 1965 instalándose en una gran carpa, en la comuna de La Reina en Santiago. Violeta pretendía convertir su carpa en el centro neurálgico de la cultura chilena y por ella pasaron grandes artistas chilenos como Patricio Manns o Víctor Jara. Pero las cosas no salieron como quería: Favré se fue a Bolivia, donde creó una familia, mientras Violeta se quedaba destrozada emocionalmente. De esa experiencia surgió el tema Run Run se pa´l norte. Un año más tarde, tumbada en la cama de aquella carpa que compartió con Gilbert, Violeta se pegó un tiro.

Por derecho propio, Violeta Parra forma parte de la banda sonora de todo aquel proceso revolucionario junto a otras voces imprescindibles, las de su hermano el poeta Nicanor Parra y los cantantes Víctor Jara (Te recuerdo Amanda), Quilapayún (La muralla) y Mercedes Sosa (Todo cambia), entre otras. Voces todas ellas prohibidas por los golpistas que llevaron a Pinochet al poder, que entonaban entonces y siguen entonando, en la memoria y en los reproductores tecnológicos, los más gloriosos himnos de resistencia de la historia de la música popular: Arauco tiene una pena, Qué dirá el Santo Padre, Por qué los pobres no tienen, Mazúrquica modérnica, Según el favor del viento, Arriba quemando el sol, Volver a los 17 y la legendaria Gracias a la vida.


(5)- La Nueva Canción Chilena es un movimiento cultural y musical surgido en los años 1960, dirigido a la recuperación y reelaboración del legado folklórico y a la utilización de la música como arma de lucha y compromiso social y político. En el origen del movimiento está la obra de Violeta Parra, suicidada en 1967 y a cuya memoria se dedicó, en 1969, el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, organizado por el periodista Ricardo García y la Universidad Católica de Chile.

El destino de los artistas de la Nueva Canción Chilena estuvo profundamente marcado por el golpe de Pinochet del 11 de septiembre de 1973: Jara fue detenido y asesinado a los pocos días; los grupos Inti Illimani y Quilapayún permanecieron durante muchos años, exiliados en Italia y Francia respectivamente, donde se encontraban actuando en el momento de producirse el golpe. Otros músicos se exiliaron a países vecinos, como Argentina y Uruguay, mientras los Parra, Angel e Isabel, hijos de Violeta, se quedaron en el país y de alguna manera mantuvieron viva la llama en la “Peña de los Parra”, una especie de tertulia creativa que se reunía en la casa del pintor, poeta y cantante Juan Capra.

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