jueves, 5 de septiembre de 2013

La piedra de la paciencia (Singué sabour), un homenaje a la mujer afgana




Una leyenda paquistaní dice que la piedra de la paciencia, “singué sabour”, es un objeto mágico que absorbe todos los secretos, desgracias y confidencias que se le hagan, hasta que un día estalla en pedazos llevándoselos con ella.

En la película “La piedra de la paciencia”, estrenada en los cines españoles el 6 de septiembre de 2013, se cuenta el proceso de una mujer joven afgana para recuperar en la medida de lo posible su libertad, y fundamentalmente su libertad de expresión, en el Afganistán en guerra: los miedos, las frustraciones y sobre todo la carga cultural que le acompaña desde que nació, y que gira sobre todo en torno a la constante opresión masculina, van saliendo a la luz a medida que transcurre la historia de esta magnífica realización del franco-afgano Atiq Rahimi (Tierra y cenizas, Premio Régards vers l’avenir en el Festival de Cannes 2004), escrita a partir de su novela Earth and Ashes, ganadora del prestigioso Premio Goncourt 2008, en colaboración con Jean-Claude Carrière, uno de los mejores guionistas de todos los tiempos y el preferido de Luis Buñuel (El discreto encanto de la burguesía, Belle de Jour).

Interpretada por una mujer espléndida y excelente actriz iraní llamada Golshidteh Farahani (Pollo con ciruelas, Encontrarás dragones), que se mueve por la pantalla como si se estuviera  interpretando una tragedia clásica en un anfiteatro griego, cuando en cambio su realidad es una casa semi destruida por las bombas en el Kabul de la guerra , esa guerra interminable que empezó en 1979 con el enfrentamiento entre  los mujaidines apoyados por Estados Unidos y el régimen comunista dirigido por la URSS, y que lleva prolongándose desde entonces en diferentes conflictos  que han adoptado formas sucesivas de invasión de la Armada Roja, guerra civil entre facciones que acabó con los talibanes en el poder, e invasión de la Alianza del Norte (encabezada por George W.Bush) como represalia por los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. En algún momento de esa guerra tiene lugar la historia de la heroína de La piedra de la paciencia.

Su marido, cuya vida depende de un gotero de suero, es un héroe de guerra, tiene una bala en el cuello y está sumido en un coma que parece irreversible;  cuando se reanudan los bombardeos en el barrio, ella, sin nombre, bellísima cuidándole e imaginando mil y una formas de conseguir comida para sus hijas,  escondida en la calle debajo de un burka –la cárcel de las mujeres afganas-, se ve obligada a abandonarle para ir a refugiarse con las niñas en el burdel donde su tía ejerce la profesión más antigua. Cada día, regresa a la casa ruinosa, donde el enfermo vegeta escondido detrás de cortinas, tapetes y almohadones, y allí, sentada junto al moribundo y en la certeza de que no le escucha, va confiándole algunos secretos hasta entonces inconfesables: le habla de su infancia, sus deseos, sus sufrimientos, la decepción de sus fiestas de compromiso y matrimonio (“me casé contigo, sin ti”), cuando solo le acompañaban sus amigas y el novio estaba peleando en las montañas…le cuenta incluso la relación que ha comenzado con un joven soldado tartamudo e ingenuo -al que por diversión maltrata cada noche un comandante- que no solo le da cariño sino también el dinero que necesita para pagar en la farmacia y comprar comida…

Si saber ni querer, el hombre agonizante se convierte en la “singué sabour”, la piedra de la paciencia en la que a puerta cerrada, en las humildes estancias desnudas de una casa en ruinas, en algún barrio pobre de Kabul, no solo la vida del hombre que está a punto de extinguirse, sino la existencia toda del país parece haber quedado suspendida entre la vida y la muerte.

La película habla de amor –del amor en general y del amor inexistente en la mayoría de los matrimonios, concertados e impuestos-, del cuerpo siempre escondido de las mujeres, del placer y el sexo que son tabúes, de la mentira, la frustración y el desamparo en que se encuentra la mitad de la población de un país regido por las normas que dictan unos mulás fundamentalistas y misóginos. En un tono muy crudo que se agradece, porque hay cosas que no se pueden disimular nunca,   La piedra de la paciencia le transmite al espectador el amor y la admiración que su autor siente por las mujeres, y le cuenta como era el Afganistán de no hace mucho y como es probablemente todavía hoy, en muchos aspectos.

Las circunstancias que rodean a la heroína escondida, apartada del mundo y contemplándolo desde el reducido ángulo visión de su burka,  son como un enorme fresco que retrata toda la realidad de la nación: un marido guerrero y verdugo con varias víctimas en su haber, una hermana casada a la fuerza cuando era niña, entregada para pagar una deuda de juego del padre (criador de codornices de pelea), la familia de los vecinos asesinada (solo se ha salvado la madre que ha enloquecido y va gritando por los patios)…y una tía prostituta, que resume todo el pensamiento integrista de los generalidad de los hombres del país, cuando explica que así evita ser violada: “los hombres no quieren meterse donde ya han entrado mil; en cambio violar a una virgen es una hazaña”.




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