La espuma de
los días (L’ecume des jours), uno de los libros (novela) más
representativos del existencialismo francés, escrito por el ingeniero, poeta,
crítico, músico de jazz y parafísico Boris Vian, se publicó el 20 de marzo de
1947 y estaba dedicado a Michelle, la primera mujer del autor. Amante del
absurdo, Boris Vian sitúa fragmentos del relato en lugares donde nunca había
estado, como Nueva Orleans, Memphis o Davenport, a los que convierte en espacios
fantasiosos donde puede ocurrir cualquier fenómeno, por surreal que pueda
parecer.
La novela de Vian,
algunos fragmentos de la cual se publicaron en la revista Les Temps modernes,
dirigida por el filósofo Jean-Paul Sarte, no consiguió interesar a un público
francés, que estaba recuperándose con dificultad de las consecuencias de la
segunda Guerra Mundial, con sus “efectos colaterales” en forma de “colaboración
con el enemigo” alemán, ahora se sabe que mucho más extendido de lo que pudo parecer
entonces. El éxito le llegó con el paso del tiempo y hoy ocupa el décimo lugar
de una clasificación, establecida en 1999 por los lectores del diario Le
Monde, de las “100 mejores obras de la literatura francesa”.
La espuma de
los días (“la espuma dorada, frágil y temblorosa de nuestros días sensuales
y amenazados, que se escapan”), que transcurre en un universo poético,
fantástico y desconcertante, tiene como temas centrales la enfermedad, el amor
y la muerte, se desarrolla en un cautivador ambiente de música de jazz y, como
escribió el autor en la primera página de la obra, “es enteramente cierta,
porque la he imaginado de principio a fin” (primer apunte surrealista de un
libro plagado de ellos).
La novela de Boris
Vian, que conoció su primera adaptación al cine en el emblemático 1968,
dirigida por Charles Belmont (fallecido en 2011) e interpretada por algunas de
las grandes “estrellas” de la época (unos guapísimos Jacques Perrin -hoy autor
de documentales- y Sami Frey –uno de los muchos romances de Brigitte Bardot,
todavía en activo- y unas interesantes Marie France Pisier y Alexandra Stewart,
la primera fallecida y la segunda, canadiense, en activo a los 74 años), acaba
de ser adaptada de nuevo por Michel Gondry (“el más hollywoodiense de los directores
franceses”, anteriormente músico y autor de cortometrajes y clips
publicitarios; es su décima película larga) e interpretada por un puñado de
actores-fetiche del cine francés más actual: Romain Duris (Populaire),
Gad Elmaleh (Medianoche en París), Omar Sy (Intocables) y Audrey
Tautou (Amélie). Se estrena en las salas españolas el 27 de septiembre
de 2013.
No he visto –ni
entonces ni después- la primera adaptación, por lo que no puedo establecer
comparaciones; lo que puedo decir de una novela que he leído y disfrutado
muchas veces es que la fascinación del realizador por el escritor le ha llevado
a intentar “competir en surrealismo” con él, a una especie de carrera para ver
quien de los dos es más ingenioso, lo que se demuestra en la profusión de
“inventos”, cachivaches y objetos sorprendentes que llenan literalmente muchas
de las secuencias hasta el punto de que, como en una sesión de magia, el relato
llega casi a desaparecer escondido debajo de tanto chisme y tanto “ahora lo
ves, ahora no lo ves”, y que el mundo del realizador predomina sobre el
universo alucinado de Vian.
En la película
–han dicho en el canal TF1- hay cuatro films en uno: “el de un Gondry
que rivaliza consigo mismo, en ideas, plano a plano; el que esperaban y exigen
los fans y los puristas de Boris Vian; el de un casting elegido para seducir a
un público muy amplio y el que nos cuenta la historia de amor más desgarradora
del mundo, que comienza llena de esperanza y erudición en el alborozo de
Saint-Germain-des Prés y termina en la melancolía de un cuchitril amenazado por
una autopista, asolado por el tiempo, el moho y la enfermedad ».
La historia está
centrada en el personaje de Colin (Romain Duris) que “posee una fortuna
suficiente como para poder vivir decentemente sin tener que trabajar para
otros”; su amigo Chick (Gad Elmaleh), que es ingeniero y pobre, el chef de
cocina Nicolas (Omar Sy) y la joven Chloé, con la que Colin se casa, con gran
despliegue de flores y limusina, después de compartir su patrimonio con Chick.
Pero Chloé está enferma, “le ha salido un nenúfar en el pulmón derecho” y Colin
empieza a ver como disminuye su fortuna pagando cuentas de hospitales y grandes
cantidades de flores. Colin tiene que buscar un trabajo, la casa se vuelve cada
día más triste, sucia y oscura. Por su parte, Chick, apasionado de Jean-Sol
Partre (sic), dilapida el dinero que le dio Colin comprando todas sus obras y
cualquier objeto que guarde la más mínima relación con el filósofo, al que su
novia, Alise acaba matando con un “arrancacorazón” (objeto que no se sabe muy
bien lo que es, pero que sería el título de la siguiente novela de Boris Vian).
Después, a Chick le mata la policía en un control fiscal, cuando intenta
impedir que destruyan los libros del ideólogo, Alise muere en un incendio,
Chloé fallece y Colin está arruinado y triste.
La narración –a
caballo entre retro y futurista, saturada de efectos especiales- mezcla las
épocas, la posguerra, los años 1970 e incluso los 1980 (en una mención al Forum
des Halles parisino, que no fue finalizado hasta entonces), e intenta
sacar el mayor partido posible de los “hallazgos”, en los que por otra parte no
se detiene: el pianocóctel, los exquisitos guisos del cocinero que se
desplazan, el nenúfar que “explota” en el pulmón de Chloé… todo como si
sucediera en un cuento de hadas, pero no un cuento de hadas tradicional sino un
universo que se degrada a medida que avanza, que va perdiendo color y “en el
que es difícil distinguir el reino vegetal del animal y el mineral” (Jacques
Morice) y en el que “la firma de Godry vampiriza todo…haciendo vivos los
menores objetod, el cineasta olvida a lo que está vivo: los actores, a quienes
integra en sus decorados como los caballitos en el tiovivo” (Frédéric Strauss)
. A base de vestuario, peinados, decorados y accesorios –escriben en la revista
Les Inrok’s- Gondry intenta reconstruir la atomósfera del París
existencialista de Vian, pero solo retiene los signos extrenos, el vago perfume
nostálgico, le espuma… los personajes… están reducidos a cromos, aplastados por
el derroche de efectos especiales y golosinas visuales que saturan cada
centímetro cuadrado de la pantall y cada minuto del film….la orgía visual
desplegada por Gondry no es una espuma sino una ola, un poderoso rodillo que se
traga todo, actores, personajes, emociones, espectadores… La película parece
“parasitada por una carrera desenfrenada, la que impulsa a Gondry que querer
medirse con la exuberante imaginación de Boris Vian" (Julien Marsa, Critikat).
No hay comentarios:
Publicar un comentario