El
director francés Claude Miller (Diario
íntimo de Adéle H., Bajo sospecha), fallecido poco antes de presentar su
película Thérèse D. en el Festival de Cannes 2012, para su última producción
adaptó el argumento de la novela Thérèse Desqueyroux, del Premio Nobel de
Literatura 1952, François Mauriac. Esta es la segunda vez que la novela de
Mauriac es llevada al cine. La primera, en 1962, estuvo dirigida por Georges
Franju e interpretada por Emmanuelle Riva y Philippe Noiret.
La
historia se centra en los sentimientos de una joven rica provinciana,
interpretada ahora por Audrey Tatou (Amelie, El código Da Vinci),
casada en los “felices años 1920”, por obligación y un poco por devoción
también, con el propietario de tierras Bernard Desqueyroux, con quien comparte
valores de clase del tipo “cuantos más pinos tenga una familia mejor para
todos”, a cargo del actor Gilles Lellouche (Pequeñas mentiras sin
importancia, Los infieles). La película llega a los cines españoles el 20
de septiembre de 2013.
Thérése
D., aplaudida hasta la náusea por una parte de la crítica francesa que es
bastante pedante y crea ídolos a los que se mantiene fiel –a pesar de todo-
hasta que la muerte les separa, es una película excesivamente introspectiva,
melodrama de entreguerras y alcobas polvorientas con contraventanas, donde no
llega la luz del sol y todo ocurre en penumbra y a veces en tinieblas. Retrato
de una burguesía aburrida, que se mira en el espejo de sí misma y sus iguales y
no tiene más horizonte que la reproducción de la especie y las tradiciones (la
novela se publicó en 1927). La narración, bastante lineal y cronológica, oscila
entre retrospectiva y anticipación, abarcando distintos tiempos en los que
París, la capital luminosa soñada en la lejanía, significa la libertad.
A
Thérése, abrumada a pesar de sus convicciones, por el deprimente espectáculo de
la cotidianidad de esa burguesía provinciana de la que no solo forma parte,
sino que acaba convertida en pieza fundamental, no se le ocurre nada mejor que
intentar asesinar a su marido -algo antisemita y bastante inculto, que llama
israelitas a los israelíes- para escapar de la trampa en que se ha metido. Casi
lo consigue; a pesar de la evidencia de su comportamiento, de nuevo funciona el
“qué dirán” y será la propia familia quien esconda la actuación criminal de la
mujer.
Película
sobre la soledad en compañía, sobre el aislamiento en el interior de las
familias, tan polvorientas y rancias como sus estancias cargadas de muebles y
adornos, sobre el enorme precio que en ocasiones alcanza la libertad y por
encima de todo sobre la hipocresía y el secretismo burgueses, es la última obra
de un artesano del cine francés que antes de dirigir largometrajes pasó por
casi todos los oficios. Actor, ayudante de producción, guionista, auxiliar de
realización, director de cortos, a lo largo de su carrera Claude Miller,
fallecido de un cáncer a los 70 años, en abril de 2012, conoció algunos
momentos de gloria, con las películas La meilleur façon de marcher (1976, sobre
la intolerancia con los homosexuales), La petite voleuse (1988, escrita a
partir de una sinopsis original de François Truffaut y con una adolescente
Charlotte Gainsbourg como protagonista) y La clase de neige (a partir de una
novela de Emmanuel Carrère, Premio del Jurado en el Festival de Cannes 1998).
Coincido
con algunos franceses en la apreciación de que Audrey Tatou, en la que se apoya
todo el relato, “es mucho más convincente cuando se calla que cuando repite el
texto del guión” y destaco la presencia, ignorada por esa misma crítica que
crea sus mitos y los alimenta con frecuencia, de la joven actriz Anais
Demoustier (dos veces Mejor esperanza femenina, en 2009 y 2011, en los Premios
Cesar de la Academia del cine francés), en la que ya me había fijado en la
película Las nieves del Kilimanjaro (2011, dirigida por Robert Guédiguian), en
el papel de la cuñada ingenua y simple.
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