Los
belgas quieren que sus famosas “frites” -las patatas que consumen en casa, en
el restaurante y en cucuruchos por la calle, cocidas en aceite o en grasa de
vaca para los muy puristas- pasen a formar parte del patrimonio cultural de la
Unesco. En uno de los escasos momentos en que las tres comunidades belgas
–francófonos, germanófonos y neerlandeses- consiguen ponerse de acuerdo en
algo, las autoridades de los tres grupos se han asociado para presentar juntas
la solicitud en la agencia de Naciones Unidas que se ocupa de la cultura.
Un
gesto que ha sacado a las primeras páginas de los periódicos de la zona europea
francófona la eterna cuestión del origen de esta delicia gastronómica que,
desde donde sea que comenzara su consumo, ha saltado al resto de los países y
forma parte de la alimentación habitual de una parte considerable de los
habitantes del planeta.
La
comunidad de Walonia-Bruselas, que representa alrededor de cuatro millones y
medios de francófonos, así como los 70.000 ciudadanos que forman la comunidad
germanófona del este del país, se disponen a inscribir la comida favorita del país
en su particular lista de «patrimonio inmemorial»; algo que hizo hace ya un año
Flandes, la región de habla holandesa del norte del país, donde viven casi seis
de los 11 millones de belgas.
Al
tiempo que se celebra la «semana de la patata frita» (semaine de la frite), del
1 al 7 de diciembre de 2014 en Bélgica, se ha creado una página de Internet en
la que los ciudadanos del país pueden firmar la petición dirigida a la Unesco
para que su «especialidad culinaria» se sume a las que ya están clasificadas,
pertenecientes a las gastronomías francesa y mexicana.
Junto
con la cerveza y el chocolate, las patatas fritas forman parte de la tradición culinaria
de los belgas. Es frecuente ver, especialmente los fines de semana, a familias
enteras consumiendo cucuruchos de patatas fritas en los mercadillos, los
jardines y los bancos públicos. Para los ciudadanos del país, la “frite” es
también un arte: mientras que en Francia se cocina en grasa vegetal, el
particular gusto de la patata frita belga se supone que procede de la grasa
animal con que se cuece; además, para conseguir que sean, efectivamente, las
mejores del mundo –blandas por dentro y crujientes por fuera- las patatas se
someten a un doble proceso de fritura.
La
“semana de la frite” la han aprovechado también algunos medios de comunicación
franceses para lanzar un debate ya histórico: ¿las patatas fritas son de origen
francés o belga? Mientras en los restaurantes belgas el suculento
acompañamiento de tantos y tantos platos –de todos si nos lo proponemos- se
anuncian en las cartas como “frites belges”, en los menús de los restaurantes
de Estados Unidos se sirven “french fries”. Los historiadores de ambos lados de
la frontera defienden dos teorías contrapuestas: según los franceses el origen
habría que buscarlo en el París posterior a la revolución y la Bastilla, cuando
los vendedores ambulantes estacionados en el Pont-Neuf ofrecían a los transeúntes
“castañas asadas calientes y trozos de patata doradas”, mientras que los belgas
sostienen que el invento corresponde a los pescadores de Namur que, en los
meses del invierno, cuando el mar estaba congelado, freían pedazos de patata en
lugar de pescados.
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