La
soledad del indignado independiente
Entre los
múltiples y variados intentos que, a mediados del siglo XX, tenían como
objetivo acabar con la vida del tirano alemán Adolf Hitler –inventor de la
teoría de la supremacía de la raza blanca y creador de los campos de exterminio
donde sus sicarios de las SS y la Gestapo asesinaron a millones de judíos (y
también gitanos, comunistas, homosexuales…), y sus “autoridades” médicas, como
Mengele, llevaron a cabo toda suerte de experimentos con niños, con gemelos,
con mujeres- ocupa una humilde segunda fila el perpetrado por un modesto
carpintero zuavo llamado Georg Elser quien, en 1939, se dedicó en cuerpo y alma
a organizar un “plan perfecto” para liberar a la humanidad de un monstruo,
aprovechando el momento en que el Führer nazi iba a pronunciar una conferencia
al aire libre en la cervecería Bürgerbräu de Munich. A Elser –que no pertenecía
a ningún partido ni asociación, por lo que ha pasado a la pequeña historia de
Alemania como “un héroe ordinario”- no le movía otra cosa que una rebelión
personal contra las brutalidades y los crímenes del régimen.
Este es el
argumento del drama que podemos ver en 13 minutos para matar a Hitler, película
dirigida por Oliver Hirschbiegel (Oscar 2005 por La caída, su anterior obra
sobre el nazismo que narra el final del Tercer Reich, la derrota en la guerra y
el suicidio del dictador y varios personajes de su entorno), que en otros
países se ha estrenado justamente con el título Elser: un héroe ordinario y
está interpretada por Christian Friedel (La cinta blanca, Amour Fou), Katharina
Schüttler (Oh boy, The Promise) y Burghart Klaubner (El puente de los espías).
Es el 8 de octubre
de 1939. Adolf Hitler se dirige a los dirigentes del partido nazi en una cervecería
de Munich. Finalizada su intervención, Hitler, junto con Joseph Goebbels,
Heinrich Himmler, Martin Bormann y otros, abandona el lugar. Trece minutos
después explota una bomba. El atentado ha sido un fracaso. Detenido en la
frontera cuando pretendía huir a Suiza, Georg Elser es trasladado a Munich y
después interrogado y torturado por los expertos de la Gestapo, que sospechan
se trata de un complot y le consideran un peón en manos de alguna potencia
extranjera. Nadie puede creer que un modesto ebanista de 36 años, que parece
surgido de ninguna parte, pero que reconoce haber sido el autor de la bomba que
ha estallado en el restaurante muniqués, haya actuado solo y carezca de
cómplices y jefes que le hayan dirigido. Todos los intentos –y todos los
sofisticados métodos de tortura- fracasan en el intento de encontrarle aliados,
relación con grupos comunistas o terroristas… Detrás de él no parece haber
realmente nada. Y tampoco consiguen que los expertos diagnostiquen su locura…
Cuando
le interrogan, y está en condiciones de responder, Elser se define como un
“trabajador independiente”, y esa es la principal característica del personaje:
una independencia para empezar de espíritu pero también vital, que se
manifiesta en la opción de establecerse por su cuenta o en la de mantener una
relación con una mujer casada. Elser es un resistente independiente y, como
tal, actuó solo. Internado en Oranienburg y trasladado luego a Dachau, fue
ejecutado el 9 de abril de 1945, pocos días antes de la liberación del campo.
Diez
años después de conseguir el Oscar a la mejor película extranjera con La caída,
Oliver Hirschbiegel descubre aquí un retazo de la vida de un “hombre
ordinario”, un ciudadano indignado que decide actuar por su cuenta para
defender unos valores, aún a riesgo de su vida. Presentada como un biopic, la
película 13 minutos para matar a Hitler tiene mucho también de docudrama en sus
idas y venidas del pasado al presente del carpintero Elser, un hombre libre indignado
frente a lo inaceptable, tan idealista como sensible y que disfruta con la
vida, interpretado de manera emocionante por Christian Friedel.
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