Eritrea
figura en el primer lugar de la lista de países que tienen la prensa más
censurada del mundo, seguido de cerca por Corea del Norte, escribe Pierre
Haski, fundador y director del digital francés Rue 89, haciéndose eco de la
relación hecha pública el 21 de abril de 2015 por el Comité para la Protección
de los Periodistas (CPJ, http://cpj.org/) en
Nueva York. Los otros ocho países que figuran en el elenco son, por este orden,
Arabia Saudí, Etiopía, Azerbaiyán, Vietnam, Irán, China, Birmania y Cuba.
Según
el CPJ, en Eritrea «con frecuencia los periodistas tienen que hacer la difícil
elección entre el exilio o la cárcel”. Incluso los reporteros de las agencias
estatales temen que les detengan, añade el CPJ.
«El
informe sobre los diez países donde más se censuran los medios de comunicación
es un extracto de la publicación anual del CPJ titulada ‘Ataques contra la
prensa’, que se harán pública íntegramente el próximo 27 de abril de 2015”.
Para
Joel Simon, director ejecutivo del CPJ, “la tecnología permite ahora difundir
información como nunca antes, pero la censura a la antigua sigue bien viva en
los países que figuran en esta lista de la vergüenza. Con frecuencia nos
centramos en comentar las nuevas formas sutiles de censura y control de la
información, pero no olvidamos que se siguen empleando, y son extremadamente
eficaces, los métodos brutales de encarcelamiento de disidentes, bloqueo de la
información exterior y restricciones de acceso a los corresponsales
internacionales”. En este aspecto, tanto en Eritrea como en Corea del Norte son
pocos los ciudadanos que tienen acceso a Internet y muy pocos los
corresponsales extranjeros residentes habituales en ambos países.
En
mayo de 2013, pocos días antes de la celebración del 20 aniversario de la
independencia del país, Amnistía Internacional (AI) publicó un abrumador
informe, con un lenguaje excepcionalmente duro, sobre el número de presos
políticos eritreos calculado a partir de los testimonios de antiguos detenidos:
AI facilitaba un mapa de las numerosas cárceles, hechas de contenedores
metálicos abarrotados y calabozos subterráneos, donde diez mil presos
políticos, detenidos en condiciones “de una crueldad “inimaginable”, ni
siquiera sabían en qué lugar se encontraban, ni recibían noticias de su
familia.
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