De
tal padre, tal hijo llega a los cines españoles el 29 de noviembre de 2013 tras
alzarse con el Premio del Jurado en el
pasado Festival de Cannes y el Premio
del Público en el Festival de San Sebastián. Calificada por la prensa
como la obra maestra del Festival de Cannes y aplaudida por crítica y público
en San Sebastián (en mi opinión está bien, pero no es para tanto, incluso me ha
parecido bastante artificial, a pesar de presentar un problema que existe en la
vida real), el respetado director japonés Hirkazu Kore-Eda nos sumerge en la
historia de un hombre que debe enfrentarse a sí mismo cuando se topa con la
primera dificultad verdadera de su vida.
Ryota
Nonomiya es un hombre joven perteneciente a la burguesía acomodada, tiene un
trabajo de arquitecto bien pagado, un alto estatus social, una mujer
comprensiva y un hijo pequeño al que obliga a estudiar piano y va a ingresar en
un prestigioso y caro colegio privado; en resumen son una familia privilegiada,
ideal. Pero su mundo se hace pedazos cuando reciben la noticia, que convulsiona
el presente de esta familia donde todo es blanco y gris minimalista, nunca se
alza la voz y cada cual ocupa su espacio sin molestar a los otros, de que el
niño fue cambiado en el hospital al nacer y es hijo de una familia mucho más
modesta. “Eso explica todo», se dice el padre que nunca había entendido la
falta de entusiasmo y determinación del pequeño por sus proyectos de futuro.
Aunque
el realizador ha puesto todo su conocimiento y buen hacer en plantear algo tan
complicado como es el sentimiento paternal (una vez que también el cine no ha
informado sobradamente, a lo largo de los años, de lo que es el sentimiento
materno), el espectador de Tal padre, tal hijo no puede permanecer insensible
ante el problema que se presenta a las dos familias, enfrentadas a un enorme
dilema existencia: ¿Qué es más importante, el amor con que se cría a un niño o
los llamados “lazos de sangre”? Porque en las dos familias –la segunda menos
adinerada pero mucho más feliz- los niños son lo más importante, y se les trata
con todo el cariño y el respeto que merecen.
Los
padres, unos y otros, se sienten conmocionados cuando la administración del
hospital les comunica la noticia y les anima a “intercambiarlos” de nuevo; los
niños, a quienes solo se explica parte de lo que está sucediendo, están
intrigados, se divierten y se toman las visitas la “otra casa” como parte de un
juego nuevo. En casa del ejecutivo, el niño viste impecablemente un uniforme
azul marino de colegio caro, no se le mueve un pelo de la cabeza, tiene reloj,
cámara de fotos digital… se graba toda la vida y se vuelve a ver en el silencio
del salón impecable, en la pantalla del televisor última generación; cuando un
juguete se estropea, se compra otro para substituirlo. En casa del dueño de un
desastroso negocio de material eléctrico, los niños (tres) disponen de juguetes
más “clásicos” medio destartalados y del padre, un manitas, que los repara
cuando dejan de funcionar.
Retrato
de la familia/las familias japonesas en pleno siglo XXI, De tal padre, tal hijo
plantea de paso algunas otras cuestiones importantes, como si la carrera
profesional debe, o no, ser el único signo del éxito o fracaso de una vida, o
los problemas éticos y psicológicos que presenta el intento de recuperar al
hijo biológico. Un lógico “final feliz” acaba no solo con el enorme dilema que tienen
encima las dos familias, sino también con el carácter frío, egoísta y
calculador del arquitecto lo que, implícitamente, incluye una carga de
moralina, de crítica al estrato social al que pertenece, donde al parecer sigue
siendo importante la transmisión del adn.
En
unas declaraciones, hechas en Cannes al diario francés Le monde, el realizador
Hirokazu Kore-eda explica que, si bien siempre le ha apasionado el mundo de la
infancia (Nobodys Knows, 2004), el hecho de haber sido padre por primera vez, hace
cinco años, ha tenido mucho que ver en el tratamiento de esta película.
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