En
Kidal, ciudad del noroeste de Mali de casas de adobe color de tierra, feudo de
los tuaregs y su rebelión secesionista, el sábado 2 de noviembre de 2103 han
matado a sangre fría a dos periodistas.
Ghislaine
Dupont y Claude Verlon, reportera e ingeniero de sonido respectivamente de
Radio France Internationale (RFI), fueron secuestrados por un grupo de hombres
armados con turbante cuando salían de la vivienda de Ambéry Ag Ghissa, uno de
los representantes del Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA) que
controla la ciudad, a quien acababan de entrevistar para el programa “Especial
Mali” que la emisora preparaba este 7 de noviembre. Hora y media más tarde unos
soldados franceses -pertenecientes a la Operación Serval iniciada por el
“comandante en jefe” François Hollande en enero de 2013 y oficialmente
“finalizada con éxito” en el verano porque ha limpiado Mali de terroristas y ha
permitido la celebración de elecciones democráticas- encontraron tirados junto
a una carretera, a 12 kilómetros de Kidal, los cuerpos de los enviados
especiales de RFI acribillados a balazos.
Es probable que tardemos en saber quién les
ha matado y por qué; en el momento de redactar estas líneas, un portavoz de la
presidencia francesa habla de cuatro detenciones y algún tipo de conexión con
Aqmi (Al Qaeda en el maghreb islámico). Tanto si ha sido un grupo terrorista
organizado como delincuentes comunes a la caza de un rescate, procedentes de
los vecinos Somalia o Niger, el brutal asesinato de dos profesionales del medio
de comunicación más popular en una gran parte del inmenso continente africano
pone en evidencia el fracaso –que no éxito- de la “operación” militar en un
país donde prácticamente no existe estado ni ley y el presidente recién
elegido, Ibrahim Boubacar Keïta, que juró el cargo el 4 de septiembre, vive en un hotel; no puede ocupar el palacio
que le estaba destinado porque se encuentran en él un puñado de okupas
rebeldes.
Una operación militar -¿por qué nadie quiere
llamarlo guerra?- en la que siguen embarcados, pese al final anunciado con
bombo y platillo, no solo dos mil soldados franceses, sino también el cuerpo en
formación de los cascos azules de la ONU (Minusma), las fuerzas armadas
tchadianas de intervención en Mali, y lo que queda del ejército maliense.
Ya
se trate de un caso más de asesinato puro y simple en la guerra yihadista
contra Occidente, de un secuestro fallido llevado cabo con la pretensión de
“revender” a los rehenes a algunos de los grupos mejor organizados para poder
negociar algo –dinero, presos o privilegios- a cambio de entregarlos, o, como
apuntan algunos medios de comunicación franceses, o de la “venganza” de alguno
de los grupos que se ha considerado “perjudicado” en la reciente negociación y
puesta en libertad de cuatro trabajadores de la empresa Areva (“empresa líder
mundial de energía nuclear”) que han permanecido más de tres años en manos de
sus captores, a cambio de 20 millones de euros según el diario Le Monde, el
cruel asesinato de Ghislaine Dupont y Claude Verlon vuelve a poner sobre el
tapete la cuestión siempre candente de matar al mensajero, eliminar al testigo,
silenciar al periodista que es el pregonero que canta en las esquinas (en los
micrófonos de una emisora pública de radio que, desde 1931, escuchan más de 35
millones de personas -cifra de 2008- en 12 lenguas) la dictadura, la tiranía,
la censura, la corrupción, los ataques continuados a la libertad y a los
derechos fundamentales.
En
un magnífico artículo titulado “El matón y sus sicarios”, publicado el 20 de
noviembre de 2006 en el diario El País, el escritor Juan Goytisolo decía que “…
si la información es un poder, la ausencia de información es un poder
infinitamente mayor”. Matar al informador es siempre un intento de hacerse con
ese poder; escarbando, al fondo de todos los asesinatos de periodistas se
encuentran siempre un matón y unos sicarios que pretenden despojar de su
derecho a la libertad de información no a los periodistas –que son meros intermediarios-
sino a su auténtico dueño: el pueblo, los lectores, los oyentes, los
telespectadores.
¿Qué
va a pasar ahora? Va a pasar que una vez superados la emoción y el duelo
generados por la muerte de dos compañeros, muy apreciados por su rigor y su
larga trayectoria profesional, los periodistas no se van a retirar de Mali como
pretenden los asesinos, van a seguir cumpliendo con su obligación de estar
presentes, conocen perfectamente los riesgos a que están expuestos acudiendo a
zonas en conflicto. Ésta es una profesión que se elige.
No hay comentarios:
Publicar un comentario