El imperio del periódico de papel está a
punto de desaparecer engullido por el mercado de la información, más
exactamente de la comunicación digital: una vorágine imposible de digerir en
tiempo real de noticias, informaciones sin contrastar, rumores y cotilleos que
tiene mucho que ver en el proceso de desafección del lector por lo que un día
fue la principal fuente informativa del ciudadano.
“La conjugación de la revolución digital y la
desregulación liberal – escribía en febrero de 2013 el filósofo Henry Maler en
el diario francés Libération- está cambiando el paisaje mediático: favorece la
creación de nuevos soportes y redistribuye el lugar y las relaciones entre los
existentes hasta ahora; acelera la concentración y la financiación de medios
privados; modifica las relaciones de fuerza entre los diferentes actores
tecnológicos y económicos; afecta a los derechos de los creadores, transforma
su rol y mina al periodismo profesional (condiciones de empleo y prácticas)”.
El
26 de diciembre de 2013 desparecía de los quioscos españoles el diario La Gaceta, buque insignia junto con la
televisión del grupo ultraconservador Intereconomía, fallecido de muerte
natural a causa de la pérdida de lectores y los continuos Eres que iban
diezmando a un personal que llevaba varios meses sin cobrar. Había nacido en
1989 de otro padre, José Antonio Martínez Soler, llamándose La Gaceta de los Negocios y cambió de
nombre cuando lo vendieron, el 21 de octubre de 2009, al empresario navarro
Julián Ariza.
Más
o menos un año antes, el 24 de febrero de 2012, echaba el cierre Público, diario situado en la órbita de
la izquierda socialista que había iniciado su andadura el 26 de septiembre de
2007 y cuatro años después había perdido unos 80 millones de euros y arrastraba
una deuda total que rondaba los 21 millones. Antes,
entre 2011 y los cuatro primeros meses de 2012, desaparecieron hasta treinta
publicaciones españolas, desde el gratuito Metro
hasta el Xornal de Galizia, pasando
por La Voz de la Calle (abortado por
su empresario días antes de salir), el Diario
Gol y algunas ediciones del As,
varios diarios provinciales que se llamaban La
Tribuna, Información o El día de…,
al menos una edición regional de El Mundo
y algunos históricos como La Voz de
Asturias, a punto de cumplir un siglo. Algunos de estos difuntos se ha
reconvertido al digital, como Público
que ha dado origen al menos a tres cabeceras distintas; otros han desaparecido
definitivamente después de intentar mantenerse durante algunos meses en la Red.
Mientras
tanto ha surgido una miríada de nuevas cabeceras–diarias y también de
periodicidad indefinida, por contradictorio que resulte- , la mayoría de las
cuales se mantienen en precario en Internet, con resultados de lectores y publicidad
muy desiguales, gracias al esfuerzo de personas empeñadas en su continuidad, al
hecho de que teóricamente “no cuestan nada” (y, en la práctica, muy poco)
porque la mayoría de los currantes –periodistas y eso que ahora se llama
ciudadanos-periodistas, lo que equivale a alguien que saca fotos con su móvil y
cuenta lo que está viendo y que cada vez se diferencia menos de lo que hacen
también los medios tradicionales en materia de empleo, condiciones de trabajo y
salario- no cobran un euro por lo que es un trabajo, mejor o peor hecho pero
esa es otra historia.
Un cementerio de periódicos
En
el Internet estadounidense hay un cementerio de periódicos que se llama
Newspaper Death Watch. Es el lugar donde se van anotando los periódicos que han
dejado de publicarse al filo de los años. En los últimos, algunos de ellas han
matado la edición impresa pero conservan la digital; lo último, por el momento,
es la edición para teléfonos móviles y tabletas. Puede que también exista aquí
algún lugar donde alguien lleve la cuenta de los diarios que se han quedado por
el camino a cuenta de la crisis actual, de las innovaciones tecnológicas
en materia de comunicación y a cuenta también de la crisis endémica de la
prensa, a la que de siempre afecta el movimiento de las alas de la célebre
mariposa de Tokio.
“Los
grandes periódicos no mueren nunca de una vez”, escribía en diciembre de 2012,
en el digital francés Rue 89, uno de sus fundadores, Pierre Haski,
lamentando el cierre de la edición en papel del semanario estadounidense Newsweek:
“La agonía de Newsweek, que ha sido
uno de las grandes semanarios mundiales está viviendo su última etapa”. El
6 de diciembre, Tina Brown -editora de The
Daily Beast, la página digital
que se había fusionado con Newsweek
para intentar un relanzamiento-, anunció que el 31 de ese mes se acababan el
año y la vida de Newsweek en los quioscos, precisamente cuando la revista se
preparaba para festejar su 80 cumpleaños y la transformación en un digital “de
pago” que se iba a llamar Newsweek
Global.
Aquel último número
en papel lleva en portada una fotografía en blanco y negro de la ciudad de
Nueva York –donde se encuentra la sede de la revista- y un comentario de la
directora marcando “el final de una era” (según el semanario francés Le Nouvel Observateur): “ A veces el
cambio no es solo bueno sino necesario. ¡Dulce y amargo! ¡Deseadnos buena
suerte!”. “Tras luchar
por su supervivencia durante los últimos años, la revista no ha podido resistir
el embate de la continuada caída de ventas e ingresos publicitarios, ante el
cada vez mayor desplazamiento de los lectores hacia las contenidos gratuitos de
Internet”, escribe la publicación gala.
Newsweek se publicó por primera vez en
febrero de 1933 con siete personajes de actualidad en portada y, entre ellos,
Adolf Hitler que declaraba: «La nación alemana debe reconstruirse a partir de
cero». El grupo Washington Post la vendió en 2010, por el precio simbólico de
un dólar, al multimillonario californiano Sidney Harman; a continuación se
fusionó con el informativo digital The
Daily Beast, donde Tina Brown era directora de la redacción y
posteriormente pasó a manos del conglomerado de medios de Internet IAC, propiedad
de Barry Diller considerado “un tiburón de los medios nada sentimental”.
Efectivamente nada, nada sentimental cuando dijo: “Hay que venderla, enjugar
las pérdidas y pasar a otra cosa”.
Diciembre de 2012 fue un mes letal
para la prensa internacional. Otro buque insignia, esta vez de la prensa
europea, el Financial Times Deutschland, edición alemana del Financial Times, sacó su último número
el día 7 con “una primera página sutil, elegante y trágica. Cuatro letras que
desaparecen y el nombre del periódico se convierte en Final Times”. Al mismo
tiempo, un ejemplar de la primera edición del periódico, con fecha 21 de
febrero de 2000, subastado por los trabajadores del periódico en eBay,
alcanzaba el precio de 1.800 euros. Todo un símbolo en el momento en que
desaparecía de los quioscos “por no haber conseguido nunca ganar dinero”.
Digitales
de pago
Varias cabeceras, más o menos
históricas, de la prensa francesa – La
Tribune, París Presse, París Jour, Paris soir, France soir…- han abandonado
el papel para transformarse en digitales. En el caso de La Tribune –segundo diario nacional de información económica,
reputado por su independencia editorial- su ausencia de los quioscos fue
interpretada por la Comisión del Cultura del Senado como un hachazo al
pluralismo informativo. En el del cierre de
la edición en papel del vespertino France
Soir había que lamentar la pérdida de un diario que inició su andadura en
1944, en plena segunda guerra mundial, con el nombre France Soir-Defense de la France, creado por un grupo de
resistentes y que, en la fecha del cierre, tiraba 30.000 ejemplares y
registraba 18 millones de euros de pérdidas.
El tabloide británico News of the world (edición dominical del
diario The Sun, propiedad de Rupert
Murdoch y famoso por sus “chicas de la tercera”) dejó de aparecer en julio de
2011, pero éste es un caso distinto: en el ápice de lectores y publicidad, un
escándalo de pirateo de llamadas telefónicas a personalidades, personajes people y víctimas de catástrofes,
protagonizado por algunos de sus redactores, obligó a cerrarlo de un día para
otro, tras la intervención en el debate del gobierno y el Parlamento.
En líneas generales, lo que no
consiguieron los diarios gratuitos, lo han logrado la saturación informativa en
Internet primero, y la crisis con sus recortes después. En el capítulo de
prioridades de un porcentaje importante de ciudadanos ha desaparecido la compra
diaria del periódico y el resultado ha sido que la difusión se ha reducido al
paso de los últimos años y que el modelo del periódico de papel se encuentra en
un período de cambio y transición, hacia no se sabe bien qué.
Es muy pronto para considerarla un
éxito, pero una de las opciones “en prueba” es la que responde al término,
acuñado en Estados Unidos, de “paywall. Iniciada por el New York Times, se
trata de una estrategia comercial que permite leer gratuitamente en la edición
digital una decena de artículos mensuales; más allá de esa cantidad el lector
tiene que abonarse. Un peaje que, según los expertos en medios de comunicación,
solo puede funcionar si se ofrecen contenidos de “alta gama”. En principio, al
NYT le está funcionado moderadamente bien y trescientos periódicos
estadounidenses más han adoptado el modelo; en Francia se han apuntado los
diarios Libération y Les Echos (ambos mantienen la edición en
papel) y los digitales Mediapart y Politis, entre otros; y en España, y también
entre otros, las ediciones digitales de prácticamente todos los diarios
nacionales y la revista económica Expansión
(con la creación de Expansion Directo
Banca, un producto especializado de información del sector financiero que
se ve sólo por Internet y es de pago por suscripción).
Los
que mueren son los lectores
En resumen ¿la prensa de papel está
condenada a desaparecer? La respuesta, mañana, como decían en el también
desaparecido semanario satírico Hermano Lobo (éste víctima de la “llegada de la
democracia” porque al parecer sólo funcionaba, y muy bien, “contra Franco”).
Los expertos opinan que el futuro del papel está reservado a los periódicos
“muy elitistas” (Bertrand Pecquerie, director de Global Editors Network, una
red mundial de redactores jefe de grandes publicaciones). “Será una prensa de
lujo vendida a 3 o 4 euros el ejemplar”.
Los demás, dicen los futurólogos,
están condenados a desaparecer en el altar de la innovación tecnológica en
materia de comunicación. Según el empresario australiano Ross Dawson (autor en
2008 del libro Living Networks, que predijo la revolución que iban a significar
las redes sociales, y ha diseñado un “mapa de extinción” de los periódicos del
mundo), a partir de 2050 solo quedarán medios de papel en Africa Y Oriente
Medio. El desarrollo de las tabletas, la escasez de publicidad, y los nuevos
comportamientos de las generaciones que han nacido con la web ya implantada son
factores que, en su opinión, van a obligar a los editores a optar por el “todo
en Internet”.
Y no es el único en vaticinarlo. En
noviembre de 2013, Francis Gurry, director general de la Organización Mundial
de la Propiedad Intelectual (OMPY, agencia perteneciente a la ONU con sede en
Ginebra), manifestó públicamente que en 2040 – en Estados Unidos antes, en
2017- “los periódicos tradicionales habrán desaparecido del mundo y se habrán
reemplazado por soportes digitales. No es ni bueno ni malo, sino una evolución
inevitable”. ¿Escenario catastrófico? En absoluto para los defensores del
cambio: “No son los periódicos quienes mueren, son los lectores”, asegura Paul
Gillin, fundador del Newspaper Death Watch, convencido de que la edad media del
lector de periódicos está ahora en 57 años.
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