Escribo
estas reflexiones en voz alta en las últimas horas de la tarde del sábado, 22
de febrero de 2014, mientras en la Plaza de la Independencia (Maïdan Nézalejnosti) y sus alrededores
decenas de miles de ciudadanos de Kiev lloran al más de un centenar de muertos
–algunos de los cuales están de cuerpo presente, encerrados en las cajas
depositadas sobre el pavimento- que, crucemos los dedos, son las últimas
víctimas de la sangrienta represión orquestada por la dictadura de Viktor
Yanukovitch, destituido por el Parlamento hace unas horas y huido no se sabe
ciencia cierta donde, y mientras esos mismos miles de ciudadanos esperan la
llegada de Yulia Timochenko, protagonista de la “revolución naranja” de 2004
junto a Viktor Iouchtchenko (partido Nuestra Ucrania) primer
presidente democrático de una Ucrania liberada de la órbita soviética tras
sufrir un envenenamiento que estuvo a punto de acabar con su vida y que con
toda probabilidad hay que anotar en las hazañas de los servicios secretos
rusos.
Timochenko
–en libertad también por decisión de ese Parlamento que está intentando
terminar lo más rápidamente posible con el inmediato pasado de represión y
dictadura, a base de leyes aprobadas una tras otra y acompañada de fuertes
aplausos de los diputados-, igual que el presidente destituido pertenece a la
“oligarquía” ucraniana (en los países que formaron parte de la URSS se denomina
oligarcas a todos esos nuevos ricos, riquísimos, con fortunas que se cuentan en
cientos o miles de millones de euros) y llevaba un año encarcelada por
corrupción; lo que no quita para que su detención y encarcelamiento se viviera
en el país como una represalia de los nuevos gobernantes contra los antiguos, y
los ucranianos la hayan visto todos estos años como una prisionera política.
Con la llegada a la plaza, a primeras horas de la noche del sábado, de la ex
primera ministra, una mujer con mucha carga simbólica aunque detestada por al
menos la mitad de la población, terminará en Ucrania una jornada carga de
emociones profundas que puede significar un giro copernicano en la política, interna
y externa, del país.
La guerra de las tres derechas
Mientras
en la calle una parte de la ciudadanía ucraniana se enfrenta al estado, como
muy bien apunta un artículo –bastante enrevesado, por cierto- publicado esta
semana en el digital mexicano Desinformémonos (*), el conflicto latente en
Ucrania en los últimos meses no ha sido en ningún momento un enfrentamiento
entre izquierda y derecha sino un enfrentamiento, que por momentos ha tenido
visos de guerra civil, sobre todo en las últimas 72 horas, entre tres derechas:
“La del último gobierno de Yanukovitch, capitalista, neoliberal, que defiende
los intereses de los propios oligarcas gobernantes y de los poderosos grupos
económicos rusos” que tienen enormes intereses en el país; la derecha llamada “pro-occidental
(aunque, como apuntaba el participante en un debate en el canal cultural
franco-alemán ARTE, “más que pro-europeos son anti-Putin”), que ya estuvo en el
poder, que ya destruyó la economía, que está en oposición y que provocó las
primeras protestas” cuando Yanukovitch se negó a firmar el convenio bilateral
con la Unión Europea. Y, la tercera en cuestión, es una “ultraderecha, mucho
más radical que las anteriores, que aparece cono seguidora del grupo fascista
Svoboda” y que cofunde mucho a la población que ve algunas de sus “hazañas”
como las de los auténticos luchadores contra el régimen de privilegios y
corrupción de Yanukovitch, hasta el punto de que “un periodista ucraniano
comparó el rol de la ultraderecha con el papel desempeñado por los integristas
musulmanes en las distintas primaveras árabes” que, con desigual resultado,
recorrieron una parte de Oriente Medio en 2011 y 2012.
“La
tragedia de Ucrania -escribe José Antonio Sacaluga en el digital Nueva Tribuna
(**)- es que a un régimen corrompido por los intereses y un autoritarismo
trasnochado no se le enfrenta una oposición sólida, inteligente y equilibrada,
sino un ramillete de partidos liderados por dirigentes ambiciosos, mediocres o
extremistas. El líder más popular es el antiguo boxeador Vitali Klitschko, residente largos
años en Alemania (…) cuyo partido (denominado UDAR, siglas en ucraniano de Punch, la bolsa de entrenamiento de los boxeadores) obtuvo un
14% de los votos en las elecciones legislativas. Su programa es exiguo, centrado
casi exclusivamente en el combate contra la corrupción, sin entrar en detalles.
Ha hecho del acuerdo con la UE su bandera, aunque los diplomáticos europeos
reconocen en privado que carece de capacidad para dirigir el país, y menos en
estas circunstancias. La otra fuerza emergente es Svoboda, Libertad en eslavo. Una denominación engañosa para una
formación claramente xenófoba y ultranacionalista. Obtuvo 10% en las elecciones
legislativas. Su líder, Oleh Tyahnybok,
emplea un lenguaje antisemita apenas disimulado y gusta de inflamadas proclamas
nacionalistas que resultan ofensivas para la mitad oriental del país,
rusoparlante y tan ucraniana como la occidental. Finalmente, la formación más
experimentada es la congregada en la plataforma patria, liderada por Yulia Timochenko(…)”.
Lo
mismo que en las primaveras árabes, o en el movimiento del 15-M y las distintas
mareas que llevan meses inundando las calles y plazas de las ciudades
españolas, los auténticos héroes de las protestas no hay “que buscarlos en los partidos
(…) sino en sectores cívicos bienintencionados pero escasamente articulados:
estudiantes y profesores universitarios, activistas de los derechos humanos,
periodistas defensores de la transparencia…”
(*)http://desinformemonos.org/2014/02/ucrania-la-batalla-de-las-tres-derechas/
(**)http://www.nuevatribuna.es/articulo/mundo/ucrania-despues-masacre/20140221155645101064.html
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