Es
ya un clásico de la caída de las dictaduras: cuando el tirano desaparece,
porque consigue escapar o porque le detienen, aparecen los miles de pares de
zapatos de Imelda Marcos, las incalculables obras de arte atesoradas por el
matrimonio Ceaucescu o los billetes, empaquetados y atados, escondidos en el
doble fondo de un mueble en la residencia de Zine el Abidin Ben Alí, el
presidente tunecino derrocado por la primavera árabe.
La
caída del dictador es el momento en que la multitud, el pueblo, invade el
palacio y descubre que vivía en la opulencia y la extravagancia. Exactamente lo
que acaba de pasar en Kiev: el fin de semana de su huida a “paradero desconocido
en el Este del país” (donde hablan ruso como él y se sienten las sombras
alargadas de Putin y la madre Rusia), la gente – guiada por voluntarios
encargados de evitar que se produjeran desperfectos o saqueos- ha entrado en el
jardín de la residencia privada de Viktor Yanukovitch, situada en las afueras
de Kiev, descubriendo allí estatuas de mármol, una colección de coches de lujo,
un campo de golf y una pista de tenis de competición e incluso una granja de
avestruces, además de otros animales exóticos que constituían un mini-zoo. El
oligarca, que procede de una familia humilde y tiene un pasado de delincuente
común, ha atesorado miles de millones desde la independencia del país.
Pierre
Haski, fundador del digital francés Rue 89, ha hecho un mini recorrido por
algunos de los casos más flagrantes de tesoros palaciegos descubiertos tras la
caída de los tiranos.
“El
25 de febrero de 1986, Ferdinand Marcos perdió el poder en Filipinas y huyó a
Haway con su mujer, Imelda. En el palacio de Malacanang los filipinos
encontraron la colección de más de 3.000 pares de zapatos que la esposa del
Dictador abandonó en su precipitada huida.
“El
20 de septiembre de 1979, Jean-Bedel Bocassa, presidente de la República
Centrafricana y autodenominado emperador de Centroáfrica, es derrocado por la
operación militar francesa Barracuda, después de que el gobierno galo le
hubiera acompañado durante años en todas sus extravagancias (incluida la
coronación, a la manera napoleónica, que llevó a cabo él mismo). Bokassa se había
construido un palacio (“en realidad un conjunto relativamente modesto de
mansiones”) a sesenta kilómetros de la capital, Bangui, con los fastos del
imperio que proclamó: las valiosas esculturas de los jardines, que la multitud
arrancó de los pedestales, terminaron cubiertas por la vegetación.
“El
día de Navidad de 1989, la revolución iniciada por los mineros rumanos terminó
la serie de cambios de régimen en el antiguo bloque comunista de Europa central
y oriental. En juicio sumarísimo, Nicolae Ceaucescu y su mujer fueron
condenados a muerte y ejecutados ese mismo día. El palacio gigantesco,
monstruoso, extravagante, compuesto de varios horrendos edificios en fila
construidos en pleno centro de Bucarest, fue invadido por una multitud que
arrojó por los balcones, libros, esculturas, cuadros y muebles. Posteriormente
fue la sede del Parlamento.
“En
agosto de 2011, Muamar El Gadafi huyó de Trípoli que había caído en manos de
los indignados, insurgentes apoyados por los aviones de la OTAN. La gente que
invadió la residencia del dictador descubrió que no vivía de dátiles y té
debajo de una tienda, como siempre había hecho creer. La fortuna del dictador y
sus hijos estaba repartida en bancos suizos y propiedades inmobiliarias en
París, Londres, Nueva York y Ginebra”.
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