Pelirrojo,
con algunos kilos de más, una voz increíble y encantadora, Philip Seymour
Hoffman, icono del cine independiente y valor seguro de Hollywood, no era un
galán pero sí un actor excepcional.
Camaleónico,
único posible heredero de Marlon Brando, la suya es una carrera diferente de
las que pueblan el panorama habitual de Hollywood. Una carrera que parte de los
teatros del off-Broadway neoyorquino, donde Shakespeare fue su primer amor
(pero también Chejov, O'Neill o Arthur Miller); amor al que ha permanecido fiel
al filo de los años: en 2009 se le pudo ver en los escenarios interpretando un
Otelo modernista, ambientado en Oriente Medio. Al mismo tiempo se había
convertido en un actor cinematográfico importante, tenía su Oscar en la vitrina
y continuaba alternando cine de autor y comercial, al tiempo que se mantenía en
el teatro como escenógrafo e intérprete: trabajaba con la compañía LAByrinth,
que había fundado junto con otros actores y trabajadores de oficios
relacionados con el teatro entre los está su mujer, la diseñadora de vestuario
Mimi O'Donnell, con la que tenía tres hijos.
De
una carrera interrumpida abruptamente a los 46 años quedan secuencias
inolvidables en títulos como Boogie
Nights (1997), Magnolia (1999, un
enfermero), o The master (2012),
donde encarna al inquietante, siniestro y seductor gurú fundador de la iglesia
de la cienciología; títulos todos firmados por Paul Thomas Anderson, realizador
y amigo que siempre le quiso como protagonista indiscutible. Los más antiguos
le recordarán también como uno de los estudiantes de Esencia de mujer (1992, Martin Brest), Nadie es perfecto (Joel Schumacher, 1999); y todos en La duda (2008, dando la réplica a Meryl
Streep) o como el presentador del programa de radio de Good Morning England (2009, realizado por Richard Curtis). Fue
también el periodista musical de Casi
famosos, película de 2000 dirigida por Cameron Crowe, el agente secreto que
aterrorizaba con su violencia a sus superiores de la Guerra según Charlie Wilson (2007), uno de los malos de la serie Misión imposible, el tío perverso de Happiness (1998) y el hijo de Antes de que el diablo sepa que has muerto
(2007, obra póstuma de Sidney Lumet) En La
familia salvaje (2007, Tamara Jenkins) conseguía meter a su padre en una
residencia para ancianos, en Quatuor (2012) era el músico infiel y en 2010 pasó
al otro lado de la cámara para dirigir e interpretar Jack Goes Boating, melodrama romántico situado en un Manhattan
nevado.
Muy pronto, y antes de que se esfume
definitivamente, aún encontraremos a Philip Seymour Hoffman en la tercera
entrega de Los Juegos del hambre y El hombre más buscado, dirigida por Anton Corbijn y basada en
una novela de John le Carré con los atentados del 11-M de fondo, así como en la
película independiente presentada en el último Festival de Sundance God's
Pocket,de John Slattery. “Y también, porque Philip Seymour Hoffman no ha
parado de trabajar hasta este domingo (fatídico), en la serie cómica Happyish, dirigida por John Cameron
Mitchell” (Thomas Sotinel, Le Monde).
Su
tiempo estaba contado. En apenas un cuarto de siglo consiguió imponerse como
uno de los grandes actores estadounidense, especialmente dotado para la
transformación. El momento de gloria le llegó en 2006 cuando recogió un Oscar
por la interpretación, en la película de Bennett Miller, del escritor Truman
Capote perdido en las llanuras de Kansas investigando para el semanario New
Yorker un crimen rural especialmente cruel, el asesinato de cuatro miembro de
una familia, y enamorado de uno de los asesinos que después sería el héroe de
la novela A sangre fría, publicada en
1965 una vez que fueron ejecutados los dos homicidas; Capote asistió a la
ejecución.
Con
la interpretación del mítico autor de Otras
voces, otros ámbitos, Plegarias atendidas y Desayuno con diamantes, azote de la “gente guapa” y decadente
estadounidense de los años 1950/1970, dependiente también del alcohol y los
medicamentos, –que había pasado de mendigar en las redacciones que le
publicaran a convertirse en el cotilla oficial de la ‘aristocracia’ americana,
heredera de las grandes fortunas crecidas en el New-Deal, la que compraba la
ropa en Saville Road y el Faubourg Saint-Honoré y construía museos en Nueva
York- llegó el reconocimiento internacional para Philip Seymour Hoffman.
Había
nacido el 23 de julio 1967 en el norte del estado de Nueva York. Se diplomó en
arte dramatico en la prestigiosa Tisch School of Drama y su primer trabajo,
nada artístico, fue como socorrista en un spa hasta que le despidieron. En una
entrevista en el programa “60 minutos”, en 2006 reveló que había sido
heroinómano hasta los 22 años y que cuando logró desintoxicarse empezó a
conseguir papelitos en la televisión hasta que le llegó la oportunidad de poner
un pie en el cine con Esencia de mujer,
junto a Al Pacino.
Ahora
todo ha terminado: el domingo 2 de enero de 2014, cuando apenas faltan unos
meses para recordar los treinta años de la desaparición de Capote (agosto
1984), Philip Seymour Hoffman ha muerto solo en la desangelada y fría noche de
un apartamento del West Village, con un estremecimiento final y una jeringuilla
clavada en el brazo. Al inmenso actor “se lo han llevado sus demonios” (Eric
Neuhoff, Le Figaro) mientras interpretaba el peor papel de su vida: con
solo 46 años y tirado en el suelo del cuarto de baño. Sus problemas con el
alcohol y la droga eran de sobra conocidos: había seguido varias curas de desintoxicación,
y había recaído. En 2013 ingresó por última vez en una clínica “después de 23
años limpio”. Vamos a echarle mucho de menos.
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