En
plena crisis política y de valores, Enrico Oliveri (Toni Servillo, La Gran Belleza, Il Divo, Mejor Actor Europeo de 2013), astuto secretario general del
principal partido de oposición de la izquierda italiana, decide desaparecer
cuando los sondeos le dan como perdedor y su partido se propone prescindir de
él, refugiándose en París en casa de una antigua novia (Valeria Bruni-Tedeschi,
actriz y realizadora), ahora cineasta, casada con un eminente director asiático
y madre de una niña. Desesperado, Andrea (Valerio Mastandrea), el asistente del
político, para salir del apuro y al borde de perder la credibilidad, decide
sustituirlo por su hermano gemelo, un filósofo con trastorno bipolar, recién
salido del psiquiátrico, que firma sus libros con el pseudónimo Giovanni Ernani
(Toni Servillo también).
Una
locura que se convierte en acierto cuando el electorado vuelve a ver en Enrico
(ahora Giovanni) una opción real y las prospecciones dan a su partido como
ganador en las siguientes elecciones, y que se deberá al nuevo lenguaje,
distinto e irónico, adoptado por el político, lo que le devolverá a las
portadas periodísticas.
Un
guiño -auténtico- final hará que nos resulte imposible saber a ciencia cierta
hasta qué punto se ha producido la simbiosis de los gemelos. En Roma, a base de
momentos poéticos y de contar las verdades del barquero, el político falso va
subiendo en la estimación de sus conciudadanos y anima a los italianos a
recomenzar a la manera brechtiana, a partir de sí mismos. En París, donde nadie
le conoce ni le asalta por la calle, el político auténtico va recuperando el
sentido de las cosas y de su vida. Cuando empieza a amanecer, “ambos caminarán
en la misma dirección, de espaldas a la cámara, perdiéndose en la lluvia (la
imagen me ha recordado los versos de Il
vecchio frac, de Domenico Modugno)
hacia un mañana mejor”.
Dirigida
por Roberto Andó, autor también del guión, junto a Angelo Pasquini, adaptación de
su novela Il trono vuoto (El trono
vacío), ganadora del Premio Campiello Opera Prima 2012, esta magnífica
película, que se estrena en España el 21 de mayo de 2014, ha conseguido dos
premios David de Donatello 2013 -al mejor guión y al mejor secundario (Mastandrea)-
de la Academia del Cine Italiano; el Premio Cineuropa y el Premio del Público
en el Festival de Cine Mediterráneo de Bruselas, y el Nastro d’Argento especial
a Toni Servillo.
Viva la libertad es una inteligente y
elegante fábula política que solo podía hacerse en Italia porque solo los
italianos son capaces de ver la viga en el ojo propio, de un grado tan feroz de
autocrítica, de convertir en farsa la “cosa suya” (otra, muy distinta, es que
eso les pueda servir algún día para cambiar el mundo; es más bien de boquilla,
pero también es innegable que tiene su mérito).
En
Viva la libertad asistimos a un
placentero espectáculo de voladura controlada de los códigos políticos
convencionales: “los cálculos, las connivencias, las conexiones, todo explota
al paso del gemelo interino que, a diferencia de su hermano, no se muerde la
lengua. Desinteresado, desinhibido, dice todo lo que le pasa por la cabeza…¡y
funciona!".
Viva la libertad es una película sobre
el malestar, el miedo de los políticos, el miedo a perder pero sobre todo el
miedo a ganar, el horror vacui (concepto filosófico premoderno que hasta el
siglo XVII se consideraba un dogma y abarcaba todos los fenómenos en los
límites de la realidad, y más concretamente la ausencia de materia), el pánico
que siente el político ante el aforo casi vacío y el mucho más intenso que
experimentada ante la urna abarrotada de papeletas. El hermano loco y sabio de
esta pareja afirma sin contemplaciones que “el miedo es la música de la
democracia”.
Viva la libertad es una película de la
política como invención permanente de la realidad, como impostura. De la
negación de la evidencia, del desprecio de las circunstancias, de la mentira
como única, o al menos principal, arma de batalla. Una constatación de la
debilidad de la vida política en nuestras democracias (la italiana pero, mucho
más extensivo, el concepto abarca a todas “las del Sur”), del estado general en
que se encuentran los diferentes partidos democráticos incapaces ahora de
motivar a las multitudes “por ausencia real de proyecto común y federativo”.
Viva la libertad es la demostración
–bellísima demostración- de que entre la política y la ficción solo hay un paso
muy pequeño, de las similitudes entre cine y política (ambos “hechos de genio y
locura”), de la necesidad de que los políticos sean grades “artistas” capaces
de interpretar el espectáculo de sus programas y dar a la gente la ilusión de
que existe ese necesario proyecto común. El espectador acaba por entender a los
dos personajes que son la farsa y la tragedia, lo cómico y lo sublime, el lado
oscuro y los sueños, como esa intervención de Federico Fellini –el más
completo, sin duda, de los cineastas italianos hasta la fecha- que desde la
cuasi irrealidad de una película de archivo llena de grano invita a “artistas y
espectadores a mantener los ojos abiertos, incluso cuando está escrito que se
prohíbe mirar (…) Andò nos regala los últimos versos de Fellini, los más
hermosos, contra una ley de censura que devoraba el cine, cortaba las escenas y
alteraba el ritmo dejando las películas irreconocibles y a nosotros pobres
inciviles” (Marzia Gandolfi, mymovies.com).
Viva la Libertad es una comedia a la
italiana teñida de sátira política sobre la crisis de confianza de las
democracias en sus políticos. Pensada como el haiku (composición poética japonesa muy corta, normalmente de tres
versos) que recita el personaje, Viva la
libertad es también un canto a la simplicidad del lenguaje y un homenaje al
“político-hombre normal” (predicado, aunque no practicado por Hollande, por
ejemplo), como cuando el doble se marca un elegante tango a puerta cerrada con
una ideal Merkel o cuando el auténtico canta a voz en grito, en el interior de
un coche por la campiña francesa, a dúo con su antigua amante las primeras
estrofas de la maravillosa Bocca di Rosa,
de Frabrizio de André.
Viva la libertad es también la película
de la catástrofe (“la catástrofe es el mínimo común denominador de las
democracias del sur, todo funciona a ritmo de catástrofe”), y de la pasión
ausente. De la falta de pasión de nuestros políticos que han convertido su
profesión en un seguro social para la vejez y una banalidad insoportable; no
hay pasión en sus vidas, ni en sus discursos, ni en sus compromisos. Solo hay
rutina.
En
Viva la Libertad Toni Servillo está
inmenso, su interpretación es doblemente grandiosa. Después de haber
participado en Gomorra, la película
sobre la camorra napolitana basada en la obra de Roberto Saviano; de haber sido
el democristiano varias veces Presidente del Consejo Giulio Andreotti, juzgado
por corrupción, en Il Divo de Paolo Sorrentino, y de haber
dado vida al indolente periodista Jef Gambardella de La Gran Belleza, también de Sorrentino, interpreta ahora a un
político que ha alcanzado su límite. Su buen hacer es capaz de conseguir que
coincidan “el hombre ordinario con el extraordinario”.
Viva la libertad es una película que
debe ver todo el mundo y en estos días de vísperas especialmente todos los
electores, pero que debería ser obligatoria para todos los rubalcaba y
valenciano, los cayolara y willimeyer, los juaristi, pabloglesias y todos
cuantos indignados antes se postulan ahora para un escaño vendiéndose como
salvapatrias (de los otros ni mención, éste es un discurso solo para la
izquierda). Aquí tienen el mejor espejo en que pueden mirarse. Y si después no
cambian el rumbo del mensaje entonces es que el oficio les ha podrido también
el alma.
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