jueves, 15 de mayo de 2014

Godzilla: el monstruo japonés está apto para la jubilación



Godzilla, el legendario monstruo post-apocalíptico japonés creado por Ishirō Honda que desde 1954 materializa el temor a la cosa nuclear en un Japón entonces destrozado por la guerra, celebra su 60 aniversario con una enésima versión de la criatura fantástica, a la que en todo este tiempo se le han dedicado cerca de treinta películas en todo el mundo.

En sus orígenes, el coloso avanzaba sobre "el terreno accidentado de la realidad geopolítica de Japón. Su sombra proyectada sobre la capital nipona, destruida en la primera película, evocaba en aquellos años el espectro de los raids aéreos incendiarios sobre Tokio durante la segunda Guerra Mundial, y las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Godzilla enlazaba también con las tradiciones religiosas niponas, el sintoísmo considera divinas las fuerzas de la naturaleza".

La versión siglo XXI, en 3D naturalmente, sigue con bastante exactitud el esquema de sus predecesoras –“situación inicial, crisis, actuaciones heroicas y regreso a la normalidad con el añadido, casi siempre, de la recomposición de una familia dividida por los acontecimientos”-, está dirigida por el joven británico especialista del género Gareth Edwards (Monsters) y tiene a un soso, también británico, Aaron Taylor-Johnson (Albert Nobbs, Kick-Ass 2) como protagonista indiscutible, junto con los monstruos naturalmente: Godzilla y dos “mutos” (MUTO, Massive Unidentified Terrestrial Organism), especie de gigantescos insectos de patas articuladas y grimoso aparato reproductor.

A su lado, una serie de actores procedentes de distintas latitudes (la francesa Juliette Binoche, el muy televisivo estadounidense Bryan Cranston, la británica Sally Hawkins, el japonés Ken Watanabe), lo que demuestra el empeño del realizador en hacer un cine internacional, globalizado, en lo que es la última, por el momento, vuelta de tuerca de ese género made in Hollywood que arrasó en la década de 1990 conocido como blockbuster, que significa “película de gran presupuesto y gran éxito de taquilla”, cualidades que no garantizan en absoluto un cine interesante y original sino más bien algo “pobre en narrativa, indigente en caracterización y desastroso en humanidad” (avoir-alire.com): el hecho de que vaya mucha gente a verla no convierte a la película en un buen producto. Como escriben en la página de TF1, “si quitamos a Godzilla, la película no vale gran cosa”.

Para entrar en materia, Godzilla, protector de la tierra y los terrestres, ha vuelto para destruir a otras entidades, otros organismos gigantescos que se alimentan de manera pantagruélica de energía nuclear. Y mientras nuestro monstruo submarino antediluviano lleva a cabo su personal cruzada, en la pantalla, y en un relieve (3D) no muy conseguido –salvo los fondos, el resto de la imagen se ve casi exactamente igual con gafas que sin ellas-, Juliette Binoche hace su papelito de apenas diez minutos y desaparece, corren asustados los perros ante una especie de tsunami poco impresionante, se pierden los niños entre la multitud y después se reencuentran con sus familias, y el soldado For Brody (hijo del ingeniero que asistió a la tragedia inicial, quince años atrás, y perdió a su mujer en ella), especialista en desactivar ingenios nucleares, se convierte en el último héroe musculoso e indestructible, salvador del universo, que acude en socorro de unos militares impotentes y “de un planeta que decididamente no aprende de sus errores”.


P.S. Es posible que aún veamos más secuelas, Gareth Edwards ha dejado una puerta abierta: los mutos consiguen aparearse casi al final, lo que significa que en algún lugar remoto e ignorado hay un huevo gigantesco fosilizado esperando eclosionar.




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