Godzilla,
el legendario monstruo post-apocalíptico japonés creado por Ishirō Honda que
desde 1954 materializa el temor a la cosa nuclear en un Japón entonces
destrozado por la guerra, celebra su 60 aniversario con una enésima versión de
la criatura fantástica, a la que en todo este tiempo se le han dedicado cerca
de treinta películas en todo el mundo.
En
sus orígenes, el coloso avanzaba sobre "el terreno accidentado de la
realidad geopolítica de Japón. Su sombra proyectada sobre la capital nipona,
destruida en la primera película, evocaba en aquellos años el espectro de los
raids aéreos incendiarios sobre Tokio durante la segunda Guerra Mundial, y las
explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Godzilla enlazaba también con
las tradiciones religiosas niponas, el sintoísmo considera divinas las fuerzas
de la naturaleza".
La
versión siglo XXI, en 3D naturalmente, sigue con bastante exactitud el esquema
de sus predecesoras –“situación inicial, crisis, actuaciones heroicas y regreso
a la normalidad con el añadido, casi siempre, de la recomposición de una
familia dividida por los acontecimientos”-, está dirigida por el joven
británico especialista del género Gareth Edwards (Monsters) y tiene a un soso,
también británico, Aaron Taylor-Johnson (Albert Nobbs, Kick-Ass 2) como
protagonista indiscutible, junto con los monstruos naturalmente: Godzilla y dos
“mutos” (MUTO, Massive Unidentified Terrestrial Organism), especie de
gigantescos insectos de patas articuladas y grimoso aparato reproductor.
A
su lado, una serie de actores procedentes de distintas latitudes (la francesa
Juliette Binoche, el muy televisivo estadounidense Bryan Cranston, la británica
Sally Hawkins, el japonés Ken Watanabe), lo que demuestra el empeño del realizador
en hacer un cine internacional, globalizado, en lo que es la última, por el
momento, vuelta de tuerca de ese género made in Hollywood que arrasó en la
década de 1990 conocido como blockbuster,
que significa “película de gran presupuesto y gran éxito de taquilla”,
cualidades que no garantizan en absoluto un cine interesante y original sino
más bien algo “pobre en narrativa, indigente en caracterización y desastroso en
humanidad” (avoir-alire.com): el hecho de que vaya mucha gente a verla no
convierte a la película en un buen producto. Como escriben en la página de TF1,
“si quitamos a Godzilla, la película no vale gran cosa”.
Para
entrar en materia, Godzilla, protector de la tierra y los terrestres, ha vuelto
para destruir a otras entidades, otros organismos gigantescos que se alimentan
de manera pantagruélica de energía nuclear. Y mientras nuestro monstruo
submarino antediluviano lleva a cabo su personal cruzada, en la pantalla, y en
un relieve (3D) no muy conseguido –salvo los fondos, el resto de la imagen se
ve casi exactamente igual con gafas que sin ellas-, Juliette Binoche hace su
papelito de apenas diez minutos y desaparece, corren asustados los perros ante
una especie de tsunami poco impresionante, se pierden los niños entre la
multitud y después se reencuentran con sus familias, y el soldado For Brody (hijo
del ingeniero que asistió a la tragedia inicial, quince años atrás, y perdió a
su mujer en ella), especialista en desactivar ingenios nucleares, se convierte
en el último héroe musculoso e indestructible, salvador del universo, que acude
en socorro de unos militares impotentes y “de un planeta que decididamente no
aprende de sus errores”.
P.S. Es posible que aún veamos más
secuelas, Gareth Edwards ha dejado una puerta abierta: los mutos consiguen
aparearse casi al final, lo que significa que en algún lugar remoto e ignorado
hay un huevo gigantesco fosilizado esperando eclosionar.
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