Casi
un mes, ha hecho falta que transcurriera casi un mes –desde el 14 de abril de
2014- para que eso que se conoce como “comunidad internacional” haya decidido
preocuparse por la suerte –la mala suerte- que están corriendo más de
doscientas adolescentes nigerianas secuestradas por la guerrilla terrorista
fundamentalista de Boko Haram –que tiene literalmente acojonado al país, y a su
gobierno y su ejército- cuyo dirigente, Abubakar Muhamad Shekau, hace su
particular interpretación del Islam, asegura que las mujeres son seres
inferiores y amenaza con venderlas como esclavas sexuales o casarlas a la
fuerza. Por si alguien le conoce, que sepa que la cabeza de Shekau tiene
precio: vale 7 millones de dólares.
A
punto de cumplirse un mes del secuestro, las llamadas potencias occidentales
han decidido desplazar a Nigeria a sus mejores equipos de inteligencia para
localizar, negociar y, en última instancia, liberar a fuerza de plomo a las niñas
que a estas alturas deben haber pasado por todas las fases que conducen del
miedo al terror. (nota bene: el gobierno de aquí ha decidido colarse entre las
“potencias” y se ha ofrecido para enviar allí a unos cuantos especialistas en
secuestros).
Como
humana que soy no escapo a la posibilidad de equivocarme pero firmaría que, de
Estados Unidos para abajo, ninguno de los gobiernos que están participando en
la operación de rescate de las adolescentes nigerianas lo ha hecho sin la
seguridad de que va a ser un éxito de
portada de la prensa internacional; estoy convencida de que conocen
perfectamente el lugar de ninguna parte entre Nigeria, Tchad y Camerún, en que
las bestias de Boko Haram tienen escondidas a las rehenes –lo que no es fácil,
recordemos que son más de doscientas, a pesar de que parece que fueran
invisibles- y ya han tratado con suficientes confidentes como para saber la
forma de llegar hasta ellas. No puede ser de otra manera teniendo en cuenta las
innovaciones tecnológicas en materia de seguridad, logística y armamento de que
disponen. Los guerrilleros de Boko Haram les llevan ventaja en el conocimiento
del terreno, pero eso es algo que ahora pueden solucionar hasta con los mapas
de Google.
¿Por
qué estoy tan segura? Porque sin dudar ni un segundo de que a Michelle Obama le
mueven los mejores sentimientos, como a toda la gente de buena voluntad del
planeta, el gobierno que preside su marido, al que hay que adjudicar una nota
cum laude en materia de operaciones de comunicación, no habría malgastado ni un segundo de intervención pública de la “primera dama” sin
estar convencido de sacarle rendimiento. Que esta animosa mujer –que lo mismo
preside en chándal la campaña federal contra la obesidad que se mete en un
modelazo de alta costura para sentarse en la cabecera de la cena de donantes
electorales- haya decidido ponerse al frente de la movilización estadounidense,
lo que equivale a decir mundial, para liberar a las pequeñas nigerianas, me ha
parecido una señal alentadora.
Máxime si tenemos en cuenta
que esto ha ocurrido veinticuatro horas después de que la organización
humanitaria Amnistía Internacional (AI), que nunca opina de lo que no sabe,
asegurara que los responsables nigerianos conocían que se iba a producir el
ataque al internado donde dormían las niñas el 14 de abril de 2014 y no
hicieron nada para que el ejército impidiera la agresión, y el subsiguiente
secuestro, por “su incapacidad para reunir a las tropas a tiempo y el temor a
enfrentarse con los rebeldes”, mucho mejor equipados. Lo que también tiene una segunda lectura: que
el gobierno de Nigeria conoce casi, si no exactamente, el lugar en que se
encuentran las colegialas. Mi único
temor ahora es que alguna se quede en el camino cuando las fuerzas especiales
occidentales decidan intervenir.
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