Como
cada vez que se acerca una elección se me revuelven las tripas pensando en lo
que podría haber sido y, a este paso, no será nunca. Una vez más, la izquierda
atomizada es incapaz de hacer una alianza –aunque sea temporal- y presentar un
frente unido a la derecha ultraliberal, recalcitrante e insensible a los
problemas de los trabajadores, los parados, las clases populares, la clase
media, los jubilados que para su mala suerte ahorra tienen más expectativas de
vida, los jóvenes que para su desgracia han nacido en su tiempo sin futuro…
De
nuevo ha funcionado el mayor común divisor de la izquierda, de todas las
izquierdas: su incapacidad para mirar más allá del propio ombligo, su defensa a
ultranza de las cada vez más exiguas poltronas que ocupan (lo que, no nos
engañemos, significa, lo mismo que para la derecha, poder –aunque en su caso no
sea mucho y cada vez genere menos erótica-, y un sueldo seguro).
El
día 25 nos vamos a enfrentar otra vez a esa situación –no por conocida menos
dolorosa- de ver como se ha desperdigado el voto de la izquierda. Solo se me
ocurre recurrir al tópico: los que no aprenden de sus errores están condenados
a repetirlos. ¿Nos hemos vuelto masoquistas?
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