Como
la costumbre indica que la cercanía del cambio de año es tiempo de resúmenes y
balances, y animada por el ejemplo hace unos años de Javier Ortiz -amigo y
compañero con el que compartí algunas travesías del desierto-, hoy, 27 de
noviembre de 2016 en el calendario gregoriano, aunque para mí sea 23 porque
tengo en blanco (¿o es en negro?) los cuatro días transcurridos en una UCI, que
es como decir en una burbuja del tiempo, decido hacer un ejercicio de humor
negro y escribir mi obituario por si en un futuro, que ya no puede estar muy
lejos, algún amigo o conocido con buenas intenciones tuviera la debilidad de
dedicarme un recuerdo y para evitar que, como viene siendo habitual, el establishment
periodístico siga negándome con la misma intensidad de siempre por mi nulo
interés en enrolarme tanto en la derecha como en la izquierda oficiales.
Mercedes Arancibia/Periodista
Ayer
falleció en Madrid Mercedes M. Arancibia, compañera con más de medio siglo de
oficio a sus espaldas, cuarta generación de una familia de periodistas, la
paterna, con tradición de canteros y marmolistas en Valencia, rutina que rompió
un aventurero monárquico llamado Francisco Peris Mencheta, quien tuvo el honor
de ser el mejor reportero español de finales del XIX y terminó su carrera
siempre ascendente fundando la decana Agencia Mencheta, además de cómo diputado
y senador vitalicio. El hermano, Salvador, director de la agencia en su primera
etapa, fue bisabuelo de la difunta.
El
gramo de locura que acompañó a Mercedes Arancibia durante toda su vida
probablemente haya que atribuirlo, a partes iguales, a sus dos abuelos (con lo
que de paso hacemos luz sobre los dos secretos mejor guardados de la familia),
ambos provistos de bigote y barba aunque de estilos muy diferentes: el teniente
coronel de Ingenieros José Luis Arancibia Lebario, un bilbaíno alto e imponente
fallecido en 1934, quien el año anterior desapareció de su domicilio y fue
encontrado vagando por la sierra madrileña “en estado de considerable
decaimiento físico y trastorno mental”, según el diario ABC del 19 de enero; y
el periodista Francisco Martín Caballero, con aires de bohemio atildado y autor
de “Vidas ajenas” (1914), primer libro de entrevistas publicado en España,
fallecido de sífilis “muy joven”, sin que nadie haya precisado nunca la edad ni
explicado a sus nietos de donde venía. Mercedes heredó de su padre (Salvador,
también fallecido antes de tiempo), la vocación, el oficio y los ojos; y de su madre,
profesora de Física y Química, el nombre (y le robó el apellido), la entrega en
el trabajo, la pasión por el tango, Gregory Peck, “Casablanca” y el Chanel nº
5.
Mercedes
Arancibia tuvo una infancia de posguerra madrileña, burguesa, conservadora y
católica con algunas carencias materiales, una orfandad temprana, una
familiaridad prematura y propiciatoria con las máquinas de escribir y una
estancia de 11 años en colegio de monjas, que es algo que marca para los
restos. De todo ello consiguió desembarazarse más o menos quemando a los 15
años el sombrero marrón que distinguía a “las teresianas” de otras colegialas
del madrileño barrio de Salamanca y, a partir de los 20, entrando a saco en las
redacciones donde curiosamente la contrataban, huyendo a Europa con un italiano
apátrida que conducía un Alfa Romeo a 180 por hora, dando a luz un hijo “como
en el Congo de entonces”, sola y encima de la cama de sus padres,
divorciándose, asistiendo al último Festival de la Isla de Wight y al concierto
de los Beatles en Las Ventas, y entrando a empellones en las filas del
anarquismo. En los primeros años de juventud recorrió todo el abanico de
posibilidades del momento: fue beatnik tardía, rebelde sin causa, incondicional
de Mary Quant y Biba, hippie y hasta psicodélica, estadio del que le sacó
bruscamente la muerte de un amigo al que encontraron tirado en el suelo de un
carísimo piso deshabitado en la calle de Serrano, donde había efectuado el
último “viaje”.
Sus
primeras publicaciones fueron en revistas variopintas, Signo, Cine en 7 días,
Film Ideal…hasta desembarcar en Triunfo y seguir con Tele Guía, Mundo Joven,
Nuevo Diario, Cambio 16, Diario 16, Mundo Diario, Cartelera Turia, Levante,
Diario de Valencia… De su primer paso por TVE conserva el recuerdo de un juicio
perdido en el Tribunal Central de Trabajo “por defecto de forma”, motivado por
un despido (de las tres mujeres guionistas del programa “Buenas tardes”) por
colectar fondos para “los del Juicio 1001”; tampoco ha olvidado al tipo del
Opus Dei que la despidió entonces y repitió la jugada casi treinta años después
cuando trabajaba en RNE. La segunda vez que anduvo por la tele pública se trató
simple y llanamente de una estafa.
A
partir de su ingreso en la resistencia al franquismo Mercedes Arancibia compaginó
la escritura de entrevistas, crónicas, reportajes y guiones (radiofónicos y
televisivos) convencionales, con la edición de panfletos y revistas
clandestinas, una corta estancia en la cárcel de Carabanchel, la condena a dos
años de libertad condicional, la expulsión de la Universidad Complutense y las
repetidas pérdidas del trabajo y su correspondiente seguridad. Tras la muerte
del dictador y la consecuente legalización de partidos y sindicatos ingresó en
Valencia en el de Artes Gráficas de la CNT, donde fue Secretaria, participó en
la creación de la Unión de Periodistas del País Valenciano, cuya presidencia
llevó hasta 1984, y en la del diario Liberación, que dirigió; fue vocal de la
sección española de Reporteros sin Fronteras, ONG que le nombró Socia Honoraria
en 2012.
Los
últimos años de su vida profesional se ganó el pan como traductora. La crisis
acabó con cualquier posibilidad de encontrar trabajo remunerado -en el otro se
siguió esforzando hasta el final (Periodistas en español, Crónica Popular,
digitales)-obligándola a jubilarse contra sus deseos, que eran “morir en el
escenario (de la actualidad) como las folklóricas”, y a comprobar que sus ansias
siempre insatisfechas de más libertad le habían llevado a cotizar a la SS menos
de lo debido con el lamentable resultado de una pensión que le llevaba a
ingresar por sorpresa en las filas de la pobreza, situación para la que no
estaba preparada.
En
materia de afectos coleccionó algunas equivocaciones (coleccionó también
yo-yos, figuritas eróticas de arcilla, campanillas de barro y aparatos de
radio, de hecho su casa parecía un mercadillo) hasta que en los últimos tiempos
regresó a un amor de adolescencia que le proporcionó un rato de felicidad,
aunque era demasiado tarde; el amor es extraño, cantaban los Everly Brothers.
Murió
ayer moderadamente de acuerdo con una vida a salto de mata, sin dejar nada a
nadie porque en toda su vida solo poseyó cosas inmateriales, o casi, como
flores, libros y discos de vinilo que a estas alturas de la historia han
perdido todo valor de cambio.
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