miércoles, 9 de noviembre de 2016

"Después de la tormenta", retrato de un perdedor


Presentada en el último Festival de Cannes en la sección Una cierta mirada, la película “Después de la tormenta” (Umi yori nada Fukaru, cuya traducción literal sería “Aun más profundo que el océano”, en referencia a una famosa canción japonesa) es la última película de Kore-Eda Hirokazu, y su quinta participación en la más prestigiosa competición cinematográfica, después de “Distance” (2001), “Nobody Knows” (2004), “Air Doll” (2009), “De tal padre tal hijo” (2013) y “Nuestra pequeña hermana” (2015).

La mayor parte del reparto, muy conocido en Japón, repite con este director que examina con lupa el complicado y melancólico universo familiar en un país donde todavía perviven antiguas tradiciones y creencias en continuo enfrentamiento con la más moderna de las civilizaciones, la de la revolución tecnológica.

Universo familiar y conflictos personales constituyen la línea narrativa de “Después de la tormenta”. A pesar de un prometedor inicio como escritor, Ryota acumula desilusión tras desilusión. Divorciado de Kyoko, que ha encontrado otro compañero, y padre de Shingo, un niño de 11 años, el poco dinero que gana procede de un trabajo de detective privado; pero apenas lo consigue se lo gasta jugando, exactamente igual que hacía su padre, y no puede pagar la pensión alimenticia del hijo. Mientras Ryota está intentando recuperar la confianza de su madre y su ex mujer, un tifón obliga a toda la familia a pasar una noche juntos.

Con los clásicos temas duros que afectan a la mayor parte de las familias (la pérdida, el duelo, el peso de la culpa, los dolores larvados, los fracasos de los padres y la solidaridad de los hermanos) y que aparecen en todas las películas de Kore-eda Hirokazu, siempre abordados de forma delicada y púdica, “Después de la tormenta” es una película “muy japonesa” (sobria y minimalista), cargada de referencias a la infancia donde , si se busca con interés, pueden encontrarse las raíces de casi todo. El propio Hirokazu lo reconocía en una declaraciones de 2004 al diario Libéración: “Incluso en las situaciones extremas, queda una parte de infancia irreductible: el juego, el imaginario”.

Tierna y melancólica como toda la producción del japonés, en esta ocasión lo que ofrece es el retrato de un loser, un perdedor sublime que casi podría ser un personaje de Chejov, excéntrico e inmaduro, que se pierde en una sucesión de conversaciones -con la madre, la hermana, la ex mujer, el hijo- en medio de una existencia normal hecha de comidas, paseos y promesas incumplidas. En la larga noche del tifón, todos aprenderán a aceptar la única posibilidad que existe de continuidad.

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