“Hay
que tener cuidado con lo que uno hace con los suyos. Nunca sale gratis..."
Las Furias, primera incursión en el
cine del dramaturgo Miguel del Arco cuenta con un cuidado elenco en el que
figuran, entre otros, José Sacristán, Mercedes Sampietro, Emma Suarez, Alberto
San Juan y Carmen Machi.
Mientras los cineastas franceses son
maestros en el arte de reunir a un puñado de gente -familiares, amigos… para
celebrar cualquier cosa, que puede ser un aniversario, la noche de la música,
la aparición de una hija con un marido extranjero e incluso para elegir entre
todos el nombre del bebé que espera una de las chicas- la reunión familiar de
Las Furias acaba por sacar los cadáveres de los armarios y enfrentar a dos
generaciones.
Marga, una mujer de casi setenta
años, anuncia a sus tres hijos que tiene la firme intención de vender la casa
de verano familiar-un caserón en algún lugar de la costa española-con el
propósito de emprender un largo y misterioso viaje y les invita a elegir
muebles, enseres o recuerdos que quieran conservar antes de que la venta se
lleve a cabo. La casa, en la que han veraneado desde siempre, es ese lugar -quimérico
incluso- en el que todos suponen que se sienten seguros y resguardados. La casa
es también la metáfora de una unidad y unos lazos que hace tiempo han
desaparecido, incluso de un pueblo que lleva casi un siglo dividido.
Héctor, el hermano mayor, propone
aprovechar el fin de semana en el que deshagan la casa para celebrar en familia
su boda con la mujer con la que lleva más de quince años de convivencia, y de
la que todos creían que se pensaba separar. La familia vivirá un fin de semana
dividido entre qué ha pasado, qué te pasa, no me puedo creer que esto esté
pasando, eso nunca debió pasar y ha pasado lo que tenía que pasar…
Las Furias es una película coral,
con la familia y sus miserias de fondo, llena de pasiones, amores y preguntas
en torno al pasado y la mejor manera de abordar el presente. Y con todos, o
casi todos, los elementos de la tragedia griega(1): el padre, un actor que
alcanzó la gloria en los escenarios, ahora senil y repitiendo monólogos de
Shakespeare por los pasillos; la madre psicóloga, una mujer que ha llegado a un
punto de su vida en el que los hijos, adultos y llenos de problemas, estorban y
no hacen compañía; la hija, que quería emular profesionalmente a su madre y ha
quedado en una mediocre “consultora” radiofónica; el hijo, que decide
“arreglar” una situación de pareja arrastrada de años cuando averigua que no le
queda mucho y el marido, la nuera, la nieta adolescente, que es quien mejor
pareja hace con el anciano decrépito.
“Toda la base de la tragedia griega
-decía el realizador Miguel del Arco hace una semana, con motivo de la
presentación de “Las Furias” en la Seminci de Valladolid, a un periodista de El
confidencial- es siempre el problema de la disolución de la familia: has matado
a mamá, te has acostado con papá, o todas esas cosas terroríficas que ocurren dentro
de las familias. La disolución entre amigos es chunga, pero no es una tragedia.
La tragedia es cuando tienes que decirle a tu hijo que no quieres volver a
verle”.
(1)Las furias, en la mitología
griega, son la personificación de la venganza y del concepto del castigo. Su
misión es castigar los crímenes humanos. Nacieron del esperma y la sangre que
cayeron sobre Gea, cuando Crono cortó los testículos a Urano.
Son tres deidades primitivas que -Alecto,
Tisífone y Megara- no reconocen la autoridad de los dioses del Olympo. Moraban
en el Érebo (las tinieblas infernales) y se representaban como demonios
femeninos alados, con el pelo lleno de serpientes y un puñal en una mano, y una
antorcha o látigo, en la otra. Comparadas con perras, perseguían a sus víctimas
sin descanso, hasta volverlas locas. Se encargaban de prolongar el orden
religioso y cívico, castigando con especial celo el asesinato y los crímenes
contra la familia.
Entre otras cosas, se atribuye a
las Furias que dijeran a Altea, reina de Caledonia, cuando debía poner fin a la
vida de su hijo Meleagro (protegido por un tizón ardiente, que la madre
guardaba escondida) por haber asesinado a sus tíos; persiguieron a la familia
de Agamenón, rey de Micenas y héroe de La Iliada, por el sacrificio de su hija
Ifigenia, reclamado por Artemisa, diosa de la caza; obligaron a Clitemestra a
matar a su esposo Agamenón, castigándola luego por mano de su hijo Orestes y,
finalmente, persiguieron a éste por haber asesinado a su madre.
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