Leonard Cohen ha muerto el 10 de
noviembre de 2016 a los 82 años, los mismos con los que el día de su
cumpleaños, 21 de septiembre, declaró “estar preparado para morir” mientras
asistía a la publicación del último álbum, You Want it Darker; postrera obra
maestra del cantante de voz ronca e íntima, del compositor de poemas
melancólicos, del siempre elegante gentleman de negro debajo de un borsalino.
Un auténtico regreso a las fuentes, a los orígenes, cuajado de las
preocupaciones existenciales de siempre y de referencias a la muerte. Cohen
sabía que estaba viviendo el final de una carrera a merced del tiempo y las
contingencias: “Hay mucha angustia pero también mucha aceptación”, en palabras
de una amiga.
«Con su muerte hemos perdido a uno
de los visionarios más prolíficos y respetados del mundo de la música”, se
puede leer en la página de Facebook del músico, escrito por la mano emocionada
de su agente; uno relativamente reciente, nada que ver con la mujer que, con la
excusa de administrar su patrimonio, se aprovechó de las debilidades del
artista y le estafó millones de dólares procedentes de actuaciones y derechos
de autor. Una jugada de la que Cohen no consiguió recuperarse ni siquiera
durante los meses que estuvo internado en un templo budista. Judío practicante
y monje budista a la vez, no veía ninguna contradicción: “En la tradición zen
que practico, no hay ningún culto o afirmación de divinidad. Por tanto,
teológicamente no desafía ninguna creencia judía».
“Poeta de boudoir” para Joni
Mitchell, “voz de Dios” para Bono, Leonardo Cohen fue durante toda su carrera,
y su vida también, la encarnación del spleen, el recuerdo melancólico de un
amor lejano (Marianne, So long Marianne), el barítono que dominaba el arte de
emocionar cantando una tristeza infinita: “El corazón es más o menos serio.
Cuando se cierra la puerta y uno se encuentra solo en la habitación, todo es
muy serio; y mis canciones vienen de ese espacio”.
El amor-pasión, el amor-destructor,
la religión, la soledad, la sexualidad y la complejidad de las relaciones
interpersonales son los temas que se repiten en toda su obra de poeta y
compositor. Leonerad Cohen asume su depresión crónica, plasmada en el álbum Old
Ideas y reconoce haber influido en numerosos autores-compositores-intérpretes.
A los muchos honores y condecoraciones que le conceden en Canadá, y a su
entrada en el Rock and Roll Hall of Fame en 2008, Cohen sumó en 2011 los
premios Glenn-Gould, y Príncesa de Asturias de las Letras.
Nacido en 1934 en una familia judía
de Westmount, descubre el valor de la poesía muy pronto, a la muerte de su
padre. El poeta tiene cualidades de orador y consigue un primer premio en 1954;
dos años más tarde publica un primer libro de poemas, Let Us Compare
Mythologies. A lo largo de su vida publicará una decena más, entre ellos dos
novelas.
En 1960 se traslada a la isla
griega de Hydra, “para escribir mejor”, y allí conoce a una joven nórdica,
Marianne Ilhen, que se convertirá en su musa y a la que rendirá homenaje
emocionado en una carta, casi medio siglo después, en el verano de 2016, cuando
fallece: “Sabe que estoy dispuesto a ir detrás de ti, si me tiendes la mano
pienso que podrás alcanzar la mía” (enviada al conocer el irreversible estado
de salud de la mujer cuyo recuerdo le ha acompañado toda la vida).
Finalizado el romance inicial, a su
regreso Cohen se instala en Nueva York, en el mítico Hotel Chelsea, donde coincide
con Bob Dylan, Jimmi Hendrix y Janis Joplin, que aparecerá más tarde como “la
mujer” en la canción Chelsea Hotel 2. El primer gran éxito lo consigue en 1967
con Suzanne, un himno a la belleza de la mujer de un amigo escultor. En agosto
de 1970 Leonard Cohen conquista Europa con su aparición en el último de los
festivales de la Isla de Wigth.
A lo largo de sus casi sesenta años
de carrera, Leonard Cohen es siempre un artista “diferente” en una industria
que prima las apariencias sobre los contenidos. Al filo del tiempo se convierte
en una figura mítica: de Hallelujah existen decenas de versiones que son un
homenaje al maestro. “Mi sentido de la propiedad de las cosas es muy endeble -dijo
al New York Times en 2009- No es el resultado de una disciplina espiritual,
siempre ha sido así. Tan endeble que he perdido la propiedad de varias
canciones”.
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