The Grandmaster, esperada con interés como todas las
películas de Wong Kar-Wai, el más célebre de los realizadores de Hong-Kong es
“una maravilla…del arte decorativo”, por utilizar la expresión de un crítico
francés, una “superproducción de autor”. Lo que, en claro, equivale a decir que
esta vez la espera no se ha visto recompensada con el resultado. Porque, en
efecto, se trata de un gran fresco histórico lleno de sofisticadas escenas de
acción y de fondo un amor imposible, pero el total es una historia lejana y
ajena –film patchwork, película caleidoscópica- sobre el kung-fu (horizontal y
vertical), una disciplina entre deporte y arte marcial que a pesar de presentarse
como una filosofía deja en la boca un amargo regusto a sangre.
Pese
a no empatizar con la historia que cuenta, justo es reconocer que en materia de
estética es una obra casi perfecta: fotografía, luz, contrastes, juego de
volúmenes en los planos, maestría en la dirección de actores… todo es magistral
hasta el punto de que “… la película entera parece estar consagrada a un
trabajo de cirugía plástica. Hasta el punto de que hay dos secuencias que
podemos considerar ya míticas: los diez largos minutos del combate de apertura
donde se mezclan brillantemente sangre y lluvia, y la del combate al borde del
andén, donde el tren y los guerreros se rozan sin llegar a tocarse nunca”. Por
no hablar de los decorados, cuya belleza es de las que “cortan la respiración”,
como el del burdel todo seda y oro donde tiene lugar uno de los combates más
importantes de la historia; porque estamos hablando de la mejor China de la
historia reciente, la de los elegantes y decadentes años 1930, la China al
borde de la escisión, cuando los japoneses se hicieron con el norte, la cuna
del Kung-Fu, y en el sur los grandes maestros, exiliados, intentaban transmitir
sus conocimientos. Esto es, en substancia lo que cuenta la película que salta
continuamente de los valles nevados a las humedas llanuras, de los rincones
aislados a las ciudades costeras, de un mundo regido por leyes ancestrales a
otro que camina hacia la modernidad.
En
la China de 1936, p Man (Tony Leung), legandario maestro de Wing Chun
(uno de los estilos de Kung-Fu) y futuro mentor del actor Bruce Lee,
tiene una vida próspera en Foshan, donde se dedica a su familia y a las
artes marciales (la vida de este maestro ya había sido materia de otras dos
películas anteriores). En otro espacio, el gran Maestro Baosen, presidente de
la Orden de las Artes Marciales Chinas, busca sucesor. Para despedirse, acude a
Foshan con su hija Gong Er (Zhang Zihi), maestra de Ba Gua y única persona que
conce la figura mortal de las 64 manos. En la ceremonia, Ip Man conoce a Gong
Er y lo que comienza siendo admiración se transforma en una historia de amor
imposible. Poco después, uno de sus discípulos asesina a Baosen, llega la
ocupación japonesa que ocupa siete largos años y hunde al país en el caos (fin
del imperio, guerra mundial preludio de los años de Mao y la Revolución
cultural). En las distintas escuelas de Kung-Fu surgen divisiones y complots
que afectarán para siempre a las vidas de los dos enamorados…Un botón arrancado
de un gabán de pieles, y conservado celosamente, es el único fetiche de esa
historia que nunca sucederá. Al final, 20 años más tarde e iluminada por una
luz crepuscular, la pareja imposible pasea por las calles de una Hong-Kong en
la que la occidentalización avanza a pasos de gigante.
Una
historia simple, incluso demasiado para una película que pertenece, por
derecho, a un género, el de las artes marciales, que solo se puede encuadrar en
la tradición china (la histórica y la ciematográfica), donde juegan un
papel importante sentimientos profundos como el honor, el miedo, la venganza y
el amor.
The
Grandmaster fue la película que inauguró fuera de concurso la última Berlinale
(en enero de 2013) donde su realizador, Wong
Kar-Wai, ostentó la presidencia del Festival y del Jurado.
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