jueves, 16 de enero de 2014

Marina Ginestà, miliciana y periodista: una foto para la historia



La gente que amamos

“Éramos periodistas y nuestra profesión era que no decayera nunca la moral, difundíamos el lema de Juan Negrín: 'con pan o sin pan, resistir'. Y nos lo creíamos


El 21 de julio de 1936, Marina Ginestá tenía 17 años cuando, con un fusil prestado para la ocasión, la retrató el fotógrafo alemán Hans Gutmann (“Juan Guzmán”) en la terraza del Hotel Colón de Barcelona, que dos días más tarde se convertía en sede del Partido Socialista Unificado de Cataluña (rama catalana del Partido Comunista), recién fundado: su imagen iba a ser durante meses el emblema de la resistencia republicana.

Marina tenía también un carnet de las Juventudes del PSUC y un uniforme de miliciana. Tres años más tarde, la foto de Marina Ginestá se iba a convertir en uno de los símbolos de los perdedores. Desempolvada en 2002, se utilizó para ilustrar la portada del libro Trece rosas rojas de Carlos López Fonseca; en 2009, fue la imagen de apertura de la exposición “De la guerra civil española a la II Guerra Mundial”, que exhibía más de cien fotografías del archivo de la Agencia Efe.

Marina Ginestá ha muerto ahora con 94 años, el 6 de enero de 2014, en París -cuando aquí era Reyes y allí un día cualquiera- y casi seguro con aguacero, como deseaba César Vallejo, aunque no ha sido en jueves sino en lunes.

Había nacido en 1919 en Toulouse de una pareja de sastres comunistas que en 1930 decidieron trasladarse a Barcelona. Todavía adolescente se afilio al Partido Socialista Unificado de Catalunya (rama catalana del Partido Comunista), ingresó en el Socorro Rojo Internacional, celebró la proclamación de la Segunda República, militó en la UGT y perteneció al comité regional de enlace con la CNT y, cuando estalló la guerra, trabajó como periodista y mecanógrafa en las filas republicanas, y también como traductora para el corresponsal del diario soviético Pravda, Mijail Koltsov (extraño personaje del que, según los testigos de la época, sospechaban todos).

A Marina, herida en la muñeca al final de la contienda mientras se encontraba internada en un campo de concentración de Alicante, la curaron en Montpellier donde busco asilo y vivió hasta que se produjo la ocupación alemana; en el camino falleció su novio, comisario político, al cruzar los Pirineos. Nuevo exilio, esta vez a la República Dominicana en un barco donde conoció a su primer marido, Manuel Periáñez, quien durante la guerra había sido oficial de la 181 Brigada Mixta del Ejército Republicano; de allí huyó, en 1946, perseguida por la policía política del dictador Rafael Trujillo: “Siempre pensamos que habíamos elegido el lado bueno, el de la razón, y que terminaríamos por ganar la guerra. Nunca imaginamos que acabaríamos nuestra vida en el extranjero”.

En 1952 se casó de nuevo con un diplomático belga, con el que vivió en Bruselas, La Haya y Barcelona. En 1976 publicó la novela Els antipodes (editorial Dopesa), finalista del Premio Joan Estelrich de aquel año y ganadora del Premio Pastenrath de 1977 en los Juegos Florales de Barcelona. Dedicada a Jesús de Galíndez, raptado en Nueva York por los sicarios de Trujillo y del que nunca más se supo nada, cuenta la historia de dos exiliados catalanes en una isla del Caribe durante la Segunda Guerra Mundial; sus angustias y las nunca perdidas ganas de regresar. Marina acabó instalándose en París donde han transcurrido sus últimos cuarenta años.

Marina Ginestá y su fotografía desaparecieron de la circulación durante décadas hasta que, en 2008, un periodista de Efe localizó a su protagonista en París: “La juventud, las ganas de ganar, las consignas... yo me las tomaba en serio. Creía que si resistíamos ganábamos..../... La decepción de la derrota, el recuerdo de los compañeros que se quedaban atrás, muchos de ellos fusilados, se mezclaba entonces con el sueño de que las democracias europeas vencieran al fascismo en la recién iniciada Guerra Mundial…/…Me han dicho que (en la foto) tengo una mirada orgullosa. Es posible. Navegábamos entonces entre la mística de la revolución proletaria y las imágenes de Hollywood, de Greta Garbo y Gary Cooper”.

En su apretada biografía hubo tiempo también, en 1935, para un romance con Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, por entonces militante como ella de las juventudes comunistas.

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