domingo, 19 de enero de 2014

Juan Gelman, poeta del exilio y padre huérfano de hijo





La gente que amamos (*)


Cada día
me acerco más a mi esqueleto.
Se está asomando con razón.
Lo metí en buenas y en feas sin preguntarle nada,
él siempre preguntándome, sin ver
cómo era la dicha o la desdicha,
sin quejarse, sin
distancias efímeras de mí…

(Colonia La Condesa DF, 28 de octubre de 2013. Poesía que Juan Gelman regaló y dedicó a Joaquín Sabina)


Conoció la poesía a los cinco años, oyendo a su hermano mayor recitar a Pushkin en ruso. A los nueve se enamoró de una vecinita de Villa Crespo, pero ella no entendía ruso, y no le impresionaba nada oírlo recitar, así que él copió unos versos de Almafuerte y se los mandó. Cuando vio que la cosa no daba resultado, empezó a escribir él los envíos. La vecinita nunca se enteró de lo que había originado. El resto del mundo, sí. Juan Gelman escribió alguna vez: “Un hombre entra a su casa y el olor / de sus hijos le golpea la cara”. Juan Gelman escribió alguna vez: “Es horrible saber que moriré mañana / o que no moriré”. Sabiendo lo que sabemos de él hoy, esos versos retumban doblemente en nuestra cabeza, porque alguna vez los subrayamos sin saber lo que sabemos hoy. (Juan Forn, escritor y periodista).

Juan Gelmán, poeta, traductor y periodista argentino había nacido en Buenos Aires el 3 de mayo de 1930. Hijo de emigrantes judíos ucranios, ejerció diversos oficios antes de dedicarse al periodismo. Entre 1975 y 1988 conoció el exilio residiendo en Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y México, donde ha muerto el 14 de enero de 2014, a los 83 años. En 1997 ganó el Premio Nacional de Poesía en Argentina; el Juan Rulfo en 2000; en 2004 el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde; en 2005 los premios Iberoamericano Pablo Neruda y Reina Sofía de Poesía, y en 2007 el Premio Cervantes.

Hace poquitos días, hablando del gordo soriano y del negro fontanarrosa, dije, o más bien comprobé: A veces la muerte miente. Y ahora lo repito: miente la muerte cuando dice que juan gelman ya no está. El sigue vivo en todos los que lo quisimos, en todos los que lo leimos, en todos los que en su voz hemos escuchado nuestros más profundos adentros. Nunca encontraremos palabras que expresen nuestra gratitud al hombre que fue muchos, al que fue nosotros y nosotros seguirá siendo en las palabras que nos dejó. (Eduardo Galeano, escritor y periodista).

Sus primeras colaboraciones fueron en el periódico Rojo y negro. Fue uno de los fundadores del grupo de poesía El pan duro y secretario de redacción de la revista Crisis, director del suplemento cultural del diario la Opinión y jefe de redacción de Noticias. Los lectores de su poesía destacan Violín y otras cuestiones, El juego en que andamos, Gotán, velorio del solo, Traducciones, Fábulas, hechos y Relaciones, …Sus lectores en general han seguido fervorosamente la columna, más o menos semanal, en el diario argentino Página 12, han leído también Hacia el sur, Composiciones, Carta a mi madre, País que será.... y le mencionan como autor de Exilio, escrito en colaboración con Osvaldo Bayer (otro argentino trasterrado, éste en Alemania).

El 24 de agosto de 1976 su hijo Marcelo fue secuestrado en Buenos Aires junto con María Claudia García Iruretagoyena. Ella tenía 19 años y estaba embarazada de siete meses. La pareja estuvo en una sede de la Operación Cóndor. Los restos de Marcelo, con un tiro en la nuca, aparecieron en 1989 (Ahora tiene sepultura y es éste un hecho sumamente importante para un padre huérfano de hijo, como soy, porque el rescate de sus restos fue el rescate de su historia). De María Claudia se supo que fue trasladada por oficiales de la Fuerza Aérea uruguaya al Servicio de Información de Defensa (SID). Macarena estuvo con su madre hasta aproximadamente diciembre de 1976 en esa dependencia de Montevideo. El 14 de enero de 1977, alguien depositó a la niña, en una cesta, en la puerta de la casa de la familia de Angel Tauriño, un expolicía. Después de años de búsqueda, Juan Gelman encontró a su nieta en 2000.

El dolor interminable de la madre que se le murió cuando estaba exiliado, tan lejos a la fuerza, y de los hijos que le mataron cuando los tenía tan cerca. La búsqueda inclaudicable de justicia. (Hay cosas que valen la pena la espera de una vida.) Y la flor que el agua devuelve después de haberse llevado todo, en la piel de su nieta Macarena. A esa altura la muerte se había rendido: lo había desvalijado y Gelman seguía poemando, con la capacidad de indignarse todavía intacta. (Marcelo Figueras, escritor y guionista).

En Argentina, lejos del México donde ha acabado su vida, han terminado tres días de luto nacional. Las banderas ya no están a media asta por “un poeta enorme”, por quien durante toda su vida conjugó militancia política, defensa de los derechos humanos y ejercicio libre del periodismo y la escritura.

Era un luchador por la justicia contra los represores y genocidas. Él ha hecho por la justicia mucho más que miles de jueces que no están junto a las víctimas en la impartición de justicia” (Baltasar Garzón, juez).

El 25 de abril de 2008, Juan Gelman depositó un mensaje en la Caja de Letras del Instituto Cervantes, con la recomendación de que no se lea hasta el año 2050.

“Ninguna palabra sonará igual después de vos, querido Juan”. (Mempo Giardinelli, escritor y periodista)


(*) En este caso, he optado por dar la palabra a quienes le conocieron –que son muchísimos- y compartieron con él profesión, militancia, dictadura, exilio y recuperación de la memoria y los cuerpos de los desaparecidos. Son también quienes mejor pueden rendirle el homenaje que merece.


(Fragmentos del texto “Elogio de la culpa” publicado por Juan Gelman el 3 de enero de 2000 en Página 12)

“…/…Estoy orgulloso de la militancia de mi hijo. A veces pienso que algo tuve que ver yo con ella y eso redobla mi orgullo y mi dolor. Mi hijo no era un “inocente”. Le dolían la pobreza, la ignorancia, el sufrimiento ajeno, la estupidez, la explotación de los poderosos, la sumisión de los débiles. Nunca se sintió portador de una misión, pero quiso cambiar el país para que hubiera más justicia. Hizo lo que pudo, callada, humildemente. De todo eso fue “culpable”. ¿Y no fue por eso víctima de la dictadura militar? Repito la pregunta: ¿Hubo que ser “inocente” para tener acceso a categoría de “víctima de la dictadura militar”?

Es verdad que hubo muchas víctimas inocentes de la dictadura militar. Por ejemplo, niños con vida y niños no nacidos todavía. Hombres y mujeres sin militancia alguna que sólo pertenecían a esa secreta intimidad llamada pueblo y que fueron también asesinados. La dictadura militar consideró “culpables” a decenas de periodistas que no pensaban como ella. A centenares de intelectuales que no pensaban como ella. A sacerdotes, abogados y a miles de obreros y estudiantes que no pensaban como ella. A los familiares de personas que no pensaban como ella. Y también a muchos que deseaban cambiar la vida, como pidió Rimbaud, y lo intentaban por distintos caminos…/…

Y quienes hoy pretenden que todos los asesinados fueron “inocentes” o que sólo los “inocentes” son defendibles y aun reivindicables: ¿En qué sombrío negocio consigo mismo están? ¿Quieren borrar la historia con un trapo? ¿Piensan que la dictadura era mala cuando mataba inocentes –los “excesos”– pero que hacía bien en matar a los otros? ¿Son las gentes que bajo la dictadura decían “por algo será” cuando alguien, hasta un ser querido, desaparecía? ¿Y ahora otorgan diplomas de inocencia para que ningún asesinado los moleste y puedan “condenar” a la dictadura militar en olor de legalidad?

Esa hipocresía declarada encubre una infamia sin nombre: condona el asesinato de quienes no fueron inocentes y afirma la “inocencia” del hambre, la pobreza, la explotación de millones de seres humanos, su humillación y marginalidad. Da la razón a la dictadura militar y deja amplios espacios para que la infamia persista, victoriosa”.

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