Jacqyes Brel por Xulio Formoso |
Brel era
belga, muy alto y hasta exageradamente delgado, hermoso con esa “belleza de los
feos” de que hablaba Serge Gainsbourg; Brassens, que cantaba el revés de las
situaciones cotidianas, lo que no se ve del decorado de la vida, tenía un rostro sonriente de “bon vivant”; y
Ferré, descendiente de un catalán croupier en el Casino de Montecarlo, nunca
pudo superar el trauma de la muerte de Pépée, el chimpancé hembra enfermo de
pleuresía, propiedad del circo Bouglione,
que adoptó en 1959 y al que mató el disparo de un cazador contratado por
la esposa del artista, harta de la tiranía del mono.Fueron un disparo y un
divorcio.
La foto la
tomó, el 6 de enero de 1969, Jean-Pierre Leloir, para la revista mensual Rock & Folk, que la publicó en su
número de febrero. La reunión estuvo organizada por el periodista François-René
Cristiani, que fue quien llevó al apartamento de la orilla izquierda los micros
y un magnetófono con el que, durante dos
horas sin interrupciones, grabó la conversación a tres bandas que días después
retransmitió RTL (Radio Television
Luxemboug). Los tres hombres hablaron de música y canciones, de la vida, del
amor, el dinero, la liberta, la soledad, las mujeres…
Ahora, los
tres hombres están muertos pero antes de irse dejaron una impronta imborrable
en el mundo del Arte con mayúscula. Su música ha servido de inspiración al
menos a dos generaciones, para los intérpretes franceses actuales es un
atrevimiento y un honor versionar las piezas más conocidas de sus repertorios y
para sus admiradores –entre los que me cuento- es un privilegio alzar la vista
y saludar a los rostros de tres poetas irrepetibles y tres músicos llenos de
talento. Eran todavía buenos tiempos para la lírica.
Brel se marchó el primero
Hace un año,
en octubre de 2017, en Bruselas se inauguraba una estatua en bronce de Jacques
Brel, obra del escultor belga Tom Frantzen, titulada « L’envol » (El vuelo). La
escultura, que preside la céntrica Place de
la Vielle Halle aux Blés, en el centro de la capital, es una iniciativa de los
comerciantes de la plaza -que alberga también la fundación que lleva el nombre
del mejor cantautor belga, y uno de los grandes, grandes en lengua francesa- y
muestra al artista en uno de sus gestos más característicos: detrás del
micrófono y con los brazos abiertos,
como “a punto de despegar.
“Los hombres
prudentes son inválidos”. Este conocido aforismo que solía repetir Jacques Brel, quien murió hoy hace cuatro décadas, el
9 de octubre de 1978 de un cáncer de pulmón y con solo 49 años, resume en
cierto modo la trayectoria y la obra de quien sigue siendo uno de los mejores
cantantes y compositores de la música popular del siglo XX, y un artista
siempre excesivo. Ne me quitte pas, Amsterdam, Ces
gens-là, Mathilde, Les vieux amants... Decir Brel
es decir canción francesa pero es también recordar la imagen de un artista que
vivía sus personajes, que en el escenario convertía las canciones en piezas
teatrales, marcando una época y dejando su huella para las siguientes.
Pocas veces hemos visto a un cantante
expresar su rabia y sus pasiones con tanta sinceridad como Jacques Brel, el
devorador de noches, amistades y efusiones, cuya vida fue una cadena de
rupturas : para empezar con la familia, cuando se niega a seguir los pasos
de su padre en el negocio de cartonajes; convertido en aplaudido cantautor,
abandona el escenario tras quince años de éxitos; transformado en actor, deja los platós para exiliarse como navegante,
piloto, aventurero en un islote del Pacífico, siempre pasando página para “ir a
ver”, como decía.
El
“Grand Jacques”, que en cada una de sus actuaciones gesticulaba y sudaba a
chorros inflamando al público, abandonó su carrera en 1966, justamente cuando
por fin había alcanzado el cénit de la gloria. Nacido en Schaerbeek, cerca de
Bruselas, el 8 de abril de 1929, en vísperas de la Gran Depresión, y bautizado como Jacques Romain Georges Brel,
estudió en un colegio católico, fue boy-scout y a los 16 años creó un grupo de
teatro con amigos, para el que escribió algunas funciones. Conoció la Segunda Guerra mundial y la invasión alemana de
Bélgica, la lucha por la independencia argelina y la radicalización de los años
1960.
Mal estudiante, a los 18 años su padre
le puso a trabajar en la empresa familiar de cartonajes; al mismo tiempo se hizo miembro de sociedad
filantrópica “La France Cordée”, que presidió en 1949, en la que montó varias obras de teatro, entre
ellas “Le Petit Prince de Saint-Exupéry”, y donde conoció a quien sería su
esposa. Thérèse Michielsen
A partir de
1952 compone algunas canciones, que interpreta
para una familia que no quieren que convierta ese hobby en una profesión. Un
año más tarde, abandona la empresa familiar para probar suerte en los cabarets,
canta en público en Bruselas y saca un disco de 78 r.p.m. Un cazatalentos le
lleva a París, en contra de la opinión de la familia, que deja de pasarle la
asignación mensual justo cuando nace su segunda hija.
Estatua de Brel , Tom Frantzen |
Los comienzos fueron duros, para Brel
como para casi todos los artistas. Acudió a audiciones y consiguió algunas
actuaciones en cabarets parisino como L’Ecluse o Trois Baudets, donde el
público se reía de su aspecto provinciano.
En 1954, se presenta al Gran premio de la canción de la localidad de
Knokke-le-Zoute, donde queda penúltimo pero conoce a Juliette Greco que le pide
la canción “Ça va (le diable)” para el concierto que va a dar en la mítica sala
Olympia. Estamos en 1954, el propio Brel se presenta en el Olympia sin ningún
éxito, aunque consigue ser incluido en una gira veraniega junto a Darío Moreno,
Philippe Clay y Catherine Sauvage. Un crítico escribe entonces: “Escribe
hermosas canciones, lástima que persista en interpretarlas”.
En
1955 traslada a su familia a Montreuil, en las afueras de París, y graba su
primer álbum, un vinilo en 33 revoluciones, mientras actúa para organizaciones
cristianas. Al año siguiente conoce a quien iba a ser una de las personas más
importantes en su carrera: el pianista clásico Françcois Rauber, quien desde entonces le acompaña primero en las
actuaciones y después en estudio, le
hace adquirir la formación musical que no tenía y se convierte en el arreglista y orquestador de
toda su obra. También Gerard Jouannest, pianista y arreglista, acompañará a Brel durante toda su carrera, lo
mismo que el acordeonista Jean Cori, quien se unió al grupo en 1960.
En 1957
recibe el Gran Premio de la Academia belga Charles-Cros por el álbum “Quand on
a que l’amour”, el primero de sus éxitos que después ya vendrían encadenados. Un
año más tarde, en un segundo concierto en el Olympia como telonero de Philippe
Clay, el público le aplaude en pie al terminar la actuación. Es el comienzo del
enorme éxito que conseguiría en los años siguientes. Publica el álbum “La valse
à mille temps”, deja en el camerino la guitarra que más que acompañarle parecía
servirle de muleta y desde entonces canta “a pelo” ,convirtiendo cada interpretación en un espectáculo
escénico.
Se suceden los
contratos, los recitales internacionales –de Estados Unidos a Moscú pasando por
Oriente Medio- y las noches en blanco con alcohol, tabaco y conquistas
femeninas. El punto álgido de su carrera se produce en un nuevo concierto en el
Olympia, en octubre de 1961; ya no solo le aplaude el público, cuenta también
con el reconocimiento de la crítica, especialmente a partir de la grabación de una
de sus títulos más célebres, “Le plat pays”, homenaje a su Bélgica natal (allí
no hay montañas), y la creación de su propia casa discográfica llamada inicialmente Arlequin y seis meses más
tarde Editions Pouchenel (Polichnela en el argot bruselense). Comparte otro
concierto en el Olympia con la novata Isabelle Aubret a quien meses después,
cuando sufre un accidente de tráfico, regala los derechos vitalicios de la
canción “La Fanette”.
En 1963 se
saca el título de piloto de aviación civil, que le será muy útil cuando se
traslade a vivir a las islas Marquesas, y se compra una avioneta. En 1964
recibe el Gran Premio del Disco en Francia y en 1965 la prensa estadounidense
le califica de “huracán magnético” tras un recital en el prestigioso escenario del Carnegie Hall neoyorquino. Al año
siguiente cumple los últimos contratos pendientes, aparece en noviembre por
última vez en el Olympia, actúa en el Royal Albert Hall de Londres, en enero de
1967 se presenta de nuevo en el
imponente escenario del Carnegie Hall, el 16 de mayo da su último recital en la
localidad francesa de Roubaix, y después abandona la canción como había
anunciado: “Conservo un recuerdo
violento de aquel último recital en el Olympia. Aquella noche, todos sabemos
que se trata de un auténtico adiós… La sala es ferviente, a punto de explotar
de hombres y mujeres que componen el ‘todo París’ de la época, máscaras y
muñecas, marionetas y títeres, pero también gente de talento, de poder, de
influencia… moscas y moscardones atraídos por ese hombre-luz que se va a
extinguir voluntariamente”. (Caroline De Malet, Figaro)
Ya hace
tiempo que Brel se ha contagiado del virus de la aventura y ahora quiere
dedicarse al teatro y al cine. Ese verano intervienen en la película “Los gajes
del oficio” (Les risques du métier), de André Cayatte, y compra un velero a
medias con un amigo.
1968 es el
año de « El hombre de la Mancha », que pone en escena en Bruselas con
un Sancho Panza encarnada por Darío Moreno, quien fallece diez días antes del estreno
en el Théâtre Royal de la Monnaie de París, y tiene que ser reemplazado de
urgencia por Robert Manuel. En mayo de 1969, agotado por más de 150
representaciones consecutivas, Jacques Brel
pone fin a su participación en el musical y nadie le sustituye. A
finales del verano rueda “Mon oncle Benjamin”, a las órdenes de Edouard Molinaro,
se matricula en una escuela de aviación y se compra un avión nuevo. Antes de
que acabe 1971 rueda en el Caribe “La aventura es la aventura”, de Claude
Lelouch; allí conoce a una joven actriz y bailarina, Madly Bamy, con la que va
a compartir los últimos años de su vida.
En junio y
julio del ‘72 rueda en Bruselas “Le Farwest” que en el Festival de Cannes 1973 se
convierte en un gran fracaso. Para entonces, Jacques Brel sabe que está
irremediablemente enfermo, hace testamento y nombra a su mujer heredera
universal. Edita un disco de 45 revoluciones –“L’enfance”- del que cede los
derechos de autor a la Fundación Perce Nege, que preside el actor Lino Ventura,
de ayuda a niños minusválidos. Con él rueda “L’Emmerder”, a las órdenes de
Edouard Molinaro, y a finales del año emprende una travesía de dos meses, en su
velero Askoy, con cinco amigos. Regresa a Bruselas para asistir al funeral de
un amigo y a la boda de una de sus hijas, y en noviembre le operan en Brusela
de un cáncer muy avanzado, en el pulmón izquierdo
Sabe que le
queda poco tiempo y asegura que quiere moir solo. Jacques Brel y su compañera
Madly se instalan en la isla de Hiva-Oa, en las Marquesas. Deja de fumar y se
compra otro avión, acondicionándolo como « taxi » para ayudar a
desplazarse a los habitantes de las islas cercanas. En 1977 regresa a París,
donde vive en un pequeño hotel, para
grabar un disco – “Les Marquises”-con doce de las diecisiete canciones nuevas
que ha escrito en las islas, y que sale a la venta en noviembre. El álbum incluye
excelentes canciones, como “Jaurès”, “Orly” y “Ver a un amigo llorar” (Voir un
amie pleurer); después, Brel regresa a Marquesas.
En julio de 1978 le descubren un nuevo tumor
canceroso, pasa seis semanas en el hospital y el resto del verano en el sur de
Francia. El 7 de octubre le trasladan de urgencia al hospital de Bobigny, donde
muere el día 9 de una embolia pulmonar. Sus restos llegan a Hiva-Oa el 12 de
octubre. Jacques Brel, un
personaje singular que tuvo una vida de novela y ha dejado una obra
excepcional, está enterrado en el cementerio de Atuona, muy cerca de la
tumba del pintor Paul Gauguin.
Hoy, cuarenta años después,
las canciones de Brel siguen en nuestras memorias transmitiendo emociones con
la misma fuerza porque, como ha dicho con voz especialmente grave Emmanuel
Macron en el homenaje nacional a Charles Aznavour (otro grande de la chançon,
fallecido esta semana a los 94 años), “los poetas, en Francia, no mueren jamás”.
Añado por mi cuenta, que los poetas forman parte del patrimonio universal.
Inclasificable, Brel, muerto
lo mismo que vivo, sigue siendo el tipo políticamente incorrecto que llegó de
Bruselas a París con una guitarra bajo el brazo, el idealista, el
individualista que en sus canciones oscila del anarquismo al humanismo.
Universales, sus mensajes tocan la sensibilidad del intelectual como la del
público en general, porque repiten lo que forma parte del inconsciente
colectivo. En el capítulo de canciones
comrometidas, además de “40 mai” que escribió al final de su vida y que se
refiere a la invasión alemana, en plena guerra de Argelia escribió “Quand on a
que l’amour” y “La Colombe”, que en su versión inglesa fue interpretada en
manifestaciones contra la guerra de Vietnam, entre otros por Judy Collins y
Joan Baez. En el álbum de 1959 –“ Jacques
Brel Nº 4” - figura su canción más célebre, “Ne me quitte pas”, que después ha
sido cantada en 15 lenguas y de la que se han grabado cerca de 300
versiones en todo el mundo: un amante que no quiere que le abandonen, implora
aunque sabe que no le escuchan, canta haciendo promesas y acaba llorando; nada
que nos sea ajeno, el pequeño drama personal
que hemos vivido millones de personas como él.
Este martes, 9 de octubre
de 2018, cuarenta años después, 170 salas de cine de Francia, Bélgica y Suiza,
rinden su particular homenaje a Jacques proyectando las versiones restauradas
de dos conciertos inolvidables: el de 1963 en Knokke-Le-Zoute y el de la
despedida en París, en 1966.
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