“Cuando
una es guapa, por la calle admiran su belleza; cuando es fea, en la calle miran
su fealdad” (Violette)
En su loable empeño de rescatar para la historia algunas
artistas femeninas a las que la vida trató injustamente y los manuales apenas
reconocen, el realizador francés Martin Provost, quien se dio a conocer con el
largometraje Séraphine (retrato de una pintora naif que no supo retener sus
cinco minutos de gloria), estrena en las salas españolas, el 13 de junio de
2014, Violette, producción franco-belga interpretado por Emmanuelle Devos
y Sandrine Kiberlain, sobre la atormentada peripecia vital y literaria de
Violette Leduc, una mujer que consiguió interesar nada menos que a Simone de
Beauvoir con su primera novela, titulada La asfixia, relato de la
complicada relación que tuvo con su madre.
A finales de la segunda guerra mundial Violette, huyendo
de la violencia pero sobre todo del hambre se encontraba en algún lugar de
Normandía compartiendo una habitación alquilada con el escritor homosexual
Maurice Sachs, escondido para evitar ser deportado y haciéndose pasar por matrimonio.
Comienza a escribir una especie de memorias para expulsar toda la rabia que ha
acumulado con los años, cuyo origen hay que buscar en su condición de
“bastarda” (La bastarda es el título de la obra con la que finalmente le llegó
el reconocimiento como autora de vanguardia, alguien que se atrevió a escribir
sobre un tema tan tabú como la sexualidad femenina), de la que naturalmente
culpa a su madre.
Traumatizada por su infancia (La asfixia comienza
diciendo “Cuando era pequeña mi madre nunca me cogió de la mano”), convencida
de su fealdad, cuando Violette conoce a Simone de Beauvoir, profesora en la
universidad parisina, escritora ya consagrada y compañera del filósofo
Jean-Paul Sartre, entre las dos mujeres se inicia una relación con muchos matices
(ambas son bisexuales aunque, según este relato, nunca tuvieron ningún tipo de
encuentro sexual), en la que Violette lucha consigo misma para conseguir
liberarse de sus demonios a través de la escritura y De Beauvoir se convierte
en mecenas clandestina (le pasa una ayuda mensual a través de la editorial
Gallimard) convencida de haber descubierto a una escritora fuera de lo común.
Bien recreado el sombrío ambiente de la posguerra, bien
interpretada por dos actrices más que meritorias, Violette es sobre todo un
retrato de la soledad, de las distintas soledades, en el París del estraperlo,
el jazz y los clubs de Saint-Germain-dès-Prés, de dos mujeres totalmente
distintas: Violette, patética, sabedora de su fealdad, escribiendo en una
minúscula habitación alquilada en un sótano, soportando las irrupciones de una
madre por la que siente amor y odio a partes iguales; Simone, la intelectual
atractiva en su austeridad y respetada, mirando por la balcón de un apartamento
burgués, viajando a América para dar conferencias y escribiendo sus dos grandes
obras: el ensayo El segundo sexo (1949) y la novela Los mandarines (Premio
Goncourt 1954). Dos mujeres distintas que, sin embargo, se parecen en muchos
aspectos y cuya relación no deja de ser “extraña”: Violette se enamora de Simone
con un amor no correspondido.
En
1964, Simone de Beauvoir firma el prólogo de La bastarda de Viollette Leduc
-que la crítica definió como «panfleto feminista»- y en ese punto Violette
encuentra el amor de un hombre joven y termina una película narrada en
capítulos, cuyo mayor defecto es ser excesivamente larga, y quien sabe si
también la relación entre ambas mujeres.
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