-Si no traslada la empresa a Pakistán, le
dejamos caer…
-Pero ustedes tenían que ayudarme, son
consultores …
-Eso es lo que pone en nuestras
credenciales, pero ¿sabe…?
En
la práctica son tiburones, caníbales que devoran empresas e incluso países en desarrollo;
también se devoran unos a otros, y de eso trata la película Zeit der Kannibalen (Tiempo de caníbales).
Su trabajo se deriva de los problemas mundiales creados por la globalización y
se enmarca en lo que desfachatadamente se conoce en el occidente del
neocapitalismo más salvaje como “programas de ayuda al desarrollo”. Esos
consultores, cuyos sueldos, dietas y estancias en países que disponen de
trabajadores a perra gorda, y en hoteles de cinco estrellas, salen de los
fondos que los estados aportan a esos fondos de ayuda mientras que los
beneficios que aportan sus gestiones revierten directamente a las grandes
compañías transnacionales que les tienen en nómina (esas en las que, solemos
ver en el cine y las series de televisión, se matan por alcanzar el grado de
“socios”).
Son
listos, arrolladores, desprecian y abusan de los empleados que les sirven en
los hoteles del “tercer mundo”, no se fían ni de su padre y el desprecio que
sienten por los problemas que causa en sociedades y personas su avasalladora
forma de aplicar las recetas neoliberales no procede de la ignorancia –lo que
podría explicar, aunque no disculpar, algunas conductas- sino del cinismo más
arrogante:
-Habría que hacer algo…
-Yo hago algo
-¿Qué haces?
-Extender el capitalismo
-¿Y eso puede salvar el mundo?
-No, eso puede destruir este mundo…
Son
esos personajes que irrumpen en la vida real de países como Irak, Afganistán,
India, Pakistán y unos cuantos del África más negra y la Latinoamérica más
pobre, se hacen llamar consultores, empresarios, intermediarios… y su objetivo
es conseguir para sus grandes clientes occidentales las materias primas, mano
de obra y riquezas del país a precio de saldo (algunos, hemos visto en las
noticias, en ocasiones llegan a perder la vida o a ser víctimas de secuestros y
extorsiones, cuando se hacen realmente molestos).
Son
unos tipos muy definidos: están el hipocondríaco, que no sale ni un minuto del
hotel donde se siente a salvo de atentados, secuestros o enfermedades que no
existen en su segura existencia occidental, que allí mismo celebra encuentros y
videoconferencias, se pasa con la exposición a los rayos UVA, hace ejercicio en
bicicleta estática y se permite abofetear al criado cuando las cosas no salen
como esperaba; el neurótico bon vivant, cuya existencia es una gresca
continuada por teléfono con su mujer en Alemania, afectados ambos por la
existencia de un hijo enfermo terminal, que desahoga sus carencias en el
alcohol y también en el baño con la camarera, en una convencional operación de
sexo por dinero que es también sexo por venganza: de todo, de la vida, del
destino… Ninguno de los dos tiene el menor interés en conocer lo que ocurre más
allá de la puerta del hotel, convencido de que todo estará sucio y contaminado
y hará calor. Y está también la superwoman sin escrúpulos, atractiva cuando se
despoja del rígido y convencional traje de chaqueta y suelta la melena anudada
en un moño…
En
principio, los dos hombres tienen todo bajo control, llevan años repitiendo a
diario los mismos gestos, entrevistando empresarios en países lejanos a los que
dan directrices para satisfacer el afán de beneficios de sus clientes
occidentales…Y, de pronto, todo parece tambalearse: un tercer compañero, que
esta vez no les acompaña, acaba de ser ascendido a la categoría de “socio”
(algo que ambos anhelaban también) y, para sustituirle, acaba de aterrizar la
joven Bianca, ambiciosa y sin escrúpulos, con idénticas aspiraciones
profesionales y la misma indiferencia por ese tercer mundo que es necesario
conquistar a cualquier precio.
Para
los personajes de esta historia solo cuentan las cifras de resultados, se
entrevistan con sus víctimas con sonrisa un tiburón y el despiadado cinismo de
quien sabe perfectamente que lo que hace “no es bonito”, pero hay que hacerlo.
Los tres tienen sus fantasmas personales, su pasado, sus motivaciones y una
ideología a caballo entre el idealismo de estar en una ONG o ser miembro de los
Verdes y la realidad de efectuar un trabajo sucio. Hasta que, más allá de los
ventanales de sus habitaciones estalla un aguerra civil y el hotel de Lagos, en
Nigeria, demuestra no ser el bunker que habían pensado…
En
cuanto a la forma, como en una función de teatro todo ocurre en el marco
cerrado del hotel, sus habitaciones, sus salones de masaje y los espacios para
visitas y conferencias.
Tiempo
de caníbales es una película apasionante y amarga sobre la economía y las
finanzas transnacionales; una comedia negra y grotesca dirigida por Johannes
Naber (Los albaneses) y presentada en el 16 Festival de Cine Alemán, celebrado
en Madrid, dentro del Ciclo Arthaus (cine indie hecho en Alemania, selección
llevada a cabo por el Instituto Goethe). En mi opinión, y teniendo en cuenta
que no he podido asistir al programa completo, hemos visto dos cosas interesantes,
esta película y el documental Art War (El arte de la guerra), y un puñado de
largometrajes sencillamente correctos y bastante comerciales. No asistí al
anterior festival pero, tanto entre la crítica como entre el público, parecía
haber unanimidad en que “el del año pasado fue mucho mejor”.
Egipto: las paredes hablan
Art War es el relato de la primavera
árabe egipcia escrito en los muros de Plaza Tahrir y la calle Mohamed Mahmoud
de El Cairo, que lleva desde el Ministerio del Interior hasta la Plaza, desde
sus inicios el 25 de enero de 2011 hasta el derrocamiento por el ejército del
presidente Morsi, cabeza visible de los Hermanos Musulmanes elegido
democráticamente tras la destitución, detención y encarcelamiento del dictador
Hosni Mubarak, al que todavía no han terminado de juzgar por los muchos
crímenes cometidos durante los casi treinta años que duró su mandato.
Pintada
por sus graffiteros y cantada por sus raperos en plena calle, la revolución
egipcia fue no solo un levantamiento popular sino también la liberación de la
expresión artística, tanto tiempo reprimida, y una revolución creativa plasmada
día a día en una de las principales arterias de la capital y en la plaza que
fue, y sigue siendo, el foco principal de las protestas callejeras. Desde
entonces, ambos lugares se han convertido de hecho en una galería al aire libre
donde se expone street-art (arte callejero) sobre una amplia gama de cuestiones
sociales: los más de 12.000 juicios militares injustos de civiles, la lucha
contra el acoso sexual que sufren las mujeres y los abusos de las fuerzas de
seguridad contra manifestantes pacíficos.
Se
han convertido también en un amargo recordatorio de la necesidad de rendir
cuentas por los 17 meses de gobierno de la junta militar que sustituyó a
Mubarak. Durante ese periodo, más de 120 manifestantes murieron como
consecuencia directa del uso excesivo e innecesario de la fuerza por parte de
las fuerzas de seguridad, más de 50 de ellos en la misma calle de Mohamed
Mahmoud. En el lapso de seis días a partir del 19 de noviembre de 2011, la
policía antidisturbios egipcia, las Fuerzas de Seguridad Central, reprimió
violentamente las manifestaciones en la calle matando a 51 personas.
Las
protestas comenzaron tras la violenta represión de una sentada de protesta por
los muertos y heridos en el levantamiento en la cercana plaza de Tahrir.
Estallaron enfrentamientos, y las televisiones emitieron imágenes de cadáveres
de manifestantes abandonados en un montón de basura.
Las
pinturas que surgieron tras esa violencia cobraron cada vez más importancia
para los egipcios. Hoy son un recordatorio de lo poco que ha cambiado y de lo
mucho que falta para que las fuerzas de seguridad rindan cuentas. “La barreras
de cemento colocadas a lo largo de la calle de Mohammed Mahmoud tenían por
objeto bloquear la libertad de reunión. Hoy día son todo un nuevo medio por el
que ejercer la libertad de expresión: la crítica creativa a las
autoridades", aseguraba en 2012 Hassiba Hadj Sahraoui, directora adjunta
del Programa de Amnistía Internacional para Oriente Medio y el Norte de África.
Cuando
han pasado más de tres años de las primeras protestas, ha habido otro golpe de
estado militar y las urnas han confirmado a dos presidentes totalmente
opuestos, muchos de aquellos coloreados murales constituyen no sólo un
monumento conmemorativo, sino también una crónica vital de los cambios
históricos que siguen produciéndose en el país. El interesante documental Art
War se para justo en la antesala de los últimos acontecimientos, en el 3 de
julio de 2013 cuando tuvo lugar el golpe militar contra los fundamentalistas
islámicos que, de momento, ha finalizado con la elección del general Al Sisi,
vestido de civil, para la presidencia de la república.
Unas cuantas películas bien hechas que
valdría la pena que se estrenaran
En
la sesión de apertura de la Semana del cine alemán se proyectó la película Exit Marrakech,
de la realizadora Caroline Link (Oscar a mejor película extranjera por En algún
lugar de África) en el que la directora retoma una vez más su tema preferido:
las relaciones paterno-filiales, nunca exentas de problemas.
En
este caso se trata de un director teatral, divorciado y emparejado de nuevo,
que está montando una función en Marrakech. Su hijo adolescente acude a pasar
parte de sus vacaciones con él. Tras una disputa en la que le reprocha que
nunca haya asumido sus responsabilidades, el chico desaparece por las calles de
la Medina donde conoce a una joven prostituta bereber, a la que sigue hasta su
aldea natal más allá del desierto. Película de choque de culturas y también de
iniciación, en la que el personaje del joven aparece bastante desdibujado; no
conseguimos saber cuáles son sus motivaciones reales, si es que existen, o si
todo lo hace únicamente por llevar la contraria a su padre.
Westen (Oeste), situada en 1975,
dirigida por Christian Schwochow y basada en la novela autobiográfica de Julia
Franck, es el drama de una joven viuda de Alemania del Este que quiere empezar
una vida nueva con su hijo al otro lado del muro. Nelly Senft es doctora en
química y ha tenido que esperar dos años para que le autorizaran a abandonar su
país. Una vez pasada la frontera entre las dos Alemanias comienza un tiempo de
tránsito, una zona de penumbra entre dos sistemas: en el campo de refugiados
encuentra rechazo, desconfianza y el control de los funcionarios de lo
servicios secretos aliados, que le crean las mismas preocupaciones que antes la
Stasi y le confirman que el paraíso lleno de luces que veía desde el otro lado,
en realidad no existe.
Banklady es un thriller basado en
acontecimientos reales, un drama policíaco dirigido por Christian Alvart, sobre
la historia de Gisela Werler desde su trabajo en la cadena de montaje de una
fábrica de papeles pintados hasta su conversión en atracadora de bancos,
especie de Bonnie (Bonnie & Clyde) de los años 1960, vestida como Jackie
Kennedy y haciendo buena la afirmación de Godard de que “para hacer cine solo
se necesitan una chica y una pistola”.
Finalmente
Ummah- Entre amigos, del director
independiente Cüneyt Kaya, cuenta la transformación personal que experimenta un
agente del servicio secreto alemán cuando entra en contacto con los vecinos de
un barrio turco de Berlín, donde se esconde tras haber matado a dos skinheads
en una operación para desactivar a un grupo neonazi. El inicial choque de
culturas se va resolviendo a base de buena voluntad y generosidad de unos y
otros. Quizá se le pueda reprochar algo de ingenuidad (todo el mundo es bueno).
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