Un
chiste que ha estado circulando por el aire en las últimas semanas de mayo 2014,
y que han reproducido algunos conocidos programas de la televisión
internacional (occidental, por supuesto), es el que dice: “Confirmado, Bachar
al-Assad es el próximo presidente de Siria; ahora ya se pueden abrir los
colegios electorales”.
Siguiendo
la orden, el martes 3 de junio de 2014 se abrieron los colegios electorales en
las regiones controladas (el 40% del territorio) por el muy autoritario
régimen, oficialmente republicano de un país arruinado por tres años de guerra,
más de 160.000 muertos y alrededor de seis millones de personas, el 30% de la
población, desarraigadas (desplazadas, huídas, refugiadas…), para que los
sirios pudieran votar y confirmar en su puesto a Bachar al-Assad, 48 años,
quien como en las obsoletas monarquías heredó el poder de su padre, fallecido
en 2000 después de más de treinta años en la poltrona.
Igual
que en las mejores dictaduras, el autoritario presidente de Siria ha conseguido
oficialmente “el 88,7%” de los votos de sus ciudadanos, justo cuando el país se
adentra en el paisaje apocalíptico del cuarto año de una sangrienta guerra
civil que ya está afectando a todo Oriente Medio. Casi el 90% de los sufragios
frente a dos opositores “auténticos desconocidos, tanto en el interior como
internacionalmente” (Le Monde) –el ex ministro Hasan Abdullah Al Nuri (4,3% de
sufragios) y el diputado de izquierda Maher Abdel Hafez Hayar (3,2%)- figurones
aupados a última hora por el régimen para dar credibilidad y aires de
trasparencia a unos comicios celebrados bajo la estrecha vigilancia de soldados
y policías en las calles. Se habían presentado otras veinticuatro candidaturas,
que fueron rechazadas.
Según
la versión oficial, ha sido la primera elección democrática que se ha celebrado
en el país; en realidad, se trataba únicamente de conocer el porcentaje que iba
a obtener el presidente para acceder a su tercer mandato.
Mientras
tanto, la oposición siria es cada vez más una galaxia de personalidades, grupos
y grupúsculos con la mayoría de sus “líderes” en el exilio europeo e incapaces
de ponerse de acuerdo, ni siquiera sobre mínimos, y el agravante de un
yihadismo sobrevenido que hace la guerra por su cuenta y al que, para mayor
preocupación de muchos dirigentes occidentales, se están sumando en los últimos
meses jóvenes árabes (mayoritariamente hombres, pero también alguna mujer)
procedentes de la segunda generación de la emigración económica, ciudadanos de
hecho y de derecho de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania...que
llegan a Siria tras tortuosos viajes que pasan por Turquía o Jordania para
incorporarse a las filas de los aspirantes a “mártires”
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