miércoles, 23 de abril de 2014

Pompeya, una película mala con ínfulas históricas

Lo habitual en las películas llamadas “históricas” es que no respeten en absoluto la historia (las más recientes Noé, Hércules, 300 El origen de un imperio…), pero eso hasta puede disculparse porque ya se sabe que la historia la escriben siempre los vencedores y vete a saber qué ocurrió realmente. Antiguamente, o sea mediado el siglo XX, este tipo de filmes tenían su propio género, el “colosal” desaparecido en el tiempo, eran específicos de la semana santa y muy, muy ingenuos. Eran malas películas muy propias para desentenderse de los niños en vacaciones durante hora y media, precisamente en esos días que podía ser pecado ir al cine.

 Pero lo peor de la película Pompeya –que llega a los cines españoles el 25 de abril de 2014, justo después de la semana en cuestión, porque ésta ya no es colosal, ahora es pura ficción, sin nada de ciencia- es que no solo se inventa la historia; también la geografía y eso ya si que no tiene disculpa porque los lugares están donde están. Para abreviar, que Pompeya estaba cerca del mar pero no en la costa, que acabó con ella la erupción del Vesubio pero allí no se produjo nada parecido a un tsunami y que para hacer una película de gladiadores pasados de anabolizantes no hacía falta dárselas de “histórico”.

Pero también es cierto que cabía esperarse algo parecido a lo que le ha salidos a Paul W.S. Anderson (autor de la saga Resident Evil, Los tres Mosqueteros, Horizonte final) porque su propósito era hacer de una tragedia apocalíptica una superproducción hollywoodiense, y lo ha conseguido. En 3D, con el volcán en plena faena como una crema fallera, una especie de petardos luminosos disparándose en todas las direcciones y las cenizas cayendo (aparentemente) sobre el espectador, el resultado es ciertamente espectacular; espectáculo aunque nada respetuoso con los acontecimientos.

Si los protagonistas –los gladiadores Kit Harington (Juego de Tronos) y Adewale Akinnuoye-Agbaje (Thor: el mundo oscuro, Una bala en la cabeza)- son únicamente carne de gimnasio, músculos en acción y menos mal que apenas hablan, “la chica” (Emily Browning, The Host) se ha pasado de botox en la cara. Ninguno, ni siquiera el más veterano y habitual “malo” Kiefer Sutherland –hijo de Donald Sutherlan, uno de los grandes del cine británico, pese a su origen canadiense-, en el papel de un rijoso senador que va sembrando de cadáveres los lugares que pisa, tienen nada que hacer en esta historia descabellada que, pese al nombre, lo que cuenta apenas tiene que ver con lo que realmente ocurrió en Pompeya.

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