“Lo que pasa hoy
en el sur de Tchad es inadmisible”. Es una declaración de la jefa de la misión
de Médicos sin Fronteras (MSF), Sarah Chateau, efectuada el 27 de febrero de
2014 en Baibokoum, a treinta kilómetros de la frontera centroafricana, donde la
organización tiene instalada su base. “Todos los días, el equipo hace el camino
de ida y vuelta entre Baïbokoum y Bitoye, un pueblecito de 10.000 habitantes
que ha doblado su población con los miles de refugiados, llegados en vehículos
o a pie” hasta Tchad, huyendo de la violencia en la República Centroafricana
(RCA).
MSF ha instalado
en Bitoye un centro de asistencia primaria donde atiende un centenar de
consultas diarias. “Nunca había visto algo así”, dice el doctor Aaron
Zoumvournai, quien describe las heridas que presentan los refugiados, y
fundamentalmente los niños, llegados entre otros lugares de Bangui, la capital.
“Cicatrices de machetazos en el cráneo de algunos niños, a una niña le cortaron
dos dedos con unas tijeras «como recuerdo, heridas de bala y huellas de
tortura”. El doctor cuenta la historia de un paciente llegado al centro de
Bitoye y trasladado luego al hospital de Baïbokoum: “Venía de un pueblo de la
región de Bouar. Se encontraba solo cuando los anti-balakas atacaron el
poblado. Prendieron fuego a su casa, consiguió escapar por una ventana y en el
suelo vio a cuatro personas asesinadas a machetazos. Los anti-balakas
consiguieron atraparle, le obligaron a ponerse de pie, descalzo, sobre un bidón
calentado al rojo vivo, amenazando con matarle si no lo hacía. Se estuvieron
riendo viéndole sufrir, y cuando se cansaron, le abandonaron. Un viejo lo cargó
depositándole al borde del camino y allí le recogió un camión que le llevó
hasta el dispensario. No sabe que ha ocurrido con su familia”.
En Goré, 6.000
personas se arraciman en un antiguo hospital y sus alrededores. La mayoría
proceden de Bossangoa. Duermen en el suelo, con ramas y ropas construyen
alojamientos para protegerse. En Sido, más de 13.000 refugiados se han
instalado a escasos metros de la frontera. El último convoy escoltado por el
ejército de Tchad depositó a 3.500 personas, entre las que se encuentra
Kaltouma, quien hace seis semanas huyó de Yaloke, su pueblo, atacado por los
anti-balakas. Pasó veinte días escondidas entre la maleza, con un hijo de 13
años y dos gemelos de meses. En el ataque perdió a veinte miembros de la
familia, y entre ellos a su marido y otro hijo de 8 años. Se ha instalado bajo
un árbol, cerca del hospital de MSF, con otros compañeros de viaje; ninguno de
ellos había estado en Tchad anteriormente.
Las autoridades
locales no consiguen controlar los conflictos que empiezan a surgir entre los
recién llegados y la población local; carecen de medios para hacerlo. MSF es la
única organización internacional presente en Sido: «Mientras estas familias no
puedan pedir asilo en Tchad no conseguirán el estatuto de refugiados y estarán,
por tanto, privadas de la asistencia del Alto Comisionado de Naciones Unidas
para los refugiados (ACNUR); en cualquier momento, alguien les enviará a otro
destino donde nada ni nadie les estará esperando”, dice alarmada Sarah Chateau,
jefa de la misión de MSF en Tchad.
«La mitad de las
personas que he visto en consulta me han dicho que tienen hambre», cuenta
Antoine, médico en Sido. La urgencia alimentaria no es la única preocupación.
Solo existen 20 letrinas, 300 alojamientos techados y cuatro puntos de agua
para 13.000 personas, actualmente refugiadas en Sido. “Por una parte, es
urgente que se reconozca que estas personas han huido de la violencia para
salvar sus vidas y, por tanto, son refugiados; y, por otra, la ayuda
internacional debe llegar inmediatamente en forma de alimentos, ropa de abrigo
y construcción de dormitorios, tomas de agua y más letrinas. Lo que está
pasando hoy en Tchad es inadmisible », sentencia Sarah Château.
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