Este
es uno de los temas cinematográficos recurrentes. La verdad es que suele dar
mucho juego el asunto de los niños cambiados al nacer porque, a partir de la
anécdota –que, con toda razón, muchas familias viven como una tragedia- se
pueden explorar todo tipo de sentimientos y situaciones.
En
El hijo del otro, filme dirigido por la francesa Lorraine Lévy que se estrena
en los cines españoles el 28 de marzo de 2014, los sucesos tienen de fondo el,
al parecer irresoluble, “conflicto palestino-israelí”, que es una fórmula
aceptada en la diplomacia internacional para definir los más de sesenta años de
invasión y ocupación israelí de los territorios palestinos. Lo que, en
síntesis, da como resultado el cambio de un bebé judío por otro palestino.
Cuando
se prepara para entrar en el ejército, el joven de Tel-Aviv Joseph descubre que
no es hijo biológico de sus padres. Al nacer, en Haifa, fue intercambiado
accidentalmente por Yacine, el bebé de una familia palestina que vive en los
territorios ocupados de Cisjordania.
Cuando
las familias conocen la verdad todos sus miembros –y muy especialmente los dos
chicos- pasan por los habituales sentimientos de negación, rechazo,
desesperación…La duda, la pérdida de identidad, los prejuicios de raza y
religión se erigen como espinosa barrera en sus vidas, y todos van a intentar
superarla a través de la comprensión, la amistad y la reconciliación en un
pedazo de mundo dominado por el miedo y el odio. Después… priman la tolerancia
y los buenos sentimientos para llegar a un final “casi feliz”.
Lo
que funciona en comedia no marcha en drama, leo en la reseña de un crítico
canadiense, recordando la película, también francesa, La vida es un largo río
tranquilo, que en 1988 abordó en primicia el espinoso asunto de los hijos
intercambiados en la maternidad (recuerdo que, este mismo invierno, hemos
publicado aquí la reseña de un filme japonés con idéntico leit motiv: De tal
padre tal hijo). No sé si es eso, o simplemente que a la manera en que esta
historia llega a la pantalla le falta convicción y maestría, pero lo cierto es
que está llena de tópicos (israelíes clase media acomodada, palestinos pobres)
y mejores intenciones que resultados.
Entre
otras cosas porque, además y como marcar bien que ninguno de los dos se
encuentra en el lugar en que debería estar, los jóvenes del relato (tienen 18
años, debería llamarles adolescentes, pero ya se sabe que en situaciones
extremas los niños maduran mucho más y mucho antes), son “como extraterrestres”
que tiene poco que ver con los restantes miembros de sus respectivas familias.
En
resumen, que claro que el mundo sería mejor si todos cayéramos en la cuenta de
que la guerra es una inutilidad que solo causa dolor y nos esforzáramos por ser
mejores y querer a nuestros vecinos. Pero que historias como la de esta
película no van a contribuir a conseguirlo, sino más bien a crear mayor
escepticismo en cuanto a la salida de ese conflicto enquistado en la historia.
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