Nieva en la Polonia del recuerdo y la nostalgia
“Mi película dice que también se puede ser polaco y
judío” (Pawel Pawlikowski)
Asegura
el autor de Ida –película que se estrena en España el 28 de marzo de 2014 y
cuyo argumento es de enorme actualidad precisamente aquí, donde tantas familias
pelean setenta años después para poder buscar a sus muertos por las cunetas-
que para describir las relaciones de los polacos con los judíos “habría tenido
que escribir un libro enorme. Los personajes de la película son
contradictorios, delicados, no son la ilustración de un discurso. Yo quería
separar la fe de su dimensión tribal, que está muy presente en los
nacionalistas actuales, para quienes la identidad polaca es la identidad polaca
católica”.
A
Pawlikowski, hoy ciudadano británico, le apasiona la complejidad de la
historia. Su primera película polaca –realizada a los 50 años y después de casi
40 de exilio- es el reencuentro con un pasado tortuoso. Cuando se encuentra a
punto de pronunciar los votos, la novicia católica Ida (Anna en la partida de
nacimiento) se entera de que nació en una familia judía; el resto de los
miembros –padres y un hermano- fueron asesinados durante la guerra.
La
historia de Ida es también para Pawlikowski una forma de recuperar el origen
judío de su padre, con el que vivió en Roma parte de su infancia y adolescencia
(el resto del tiempo estuvo en Inglaterra y Alemania junto a su madre, que le
sacó huyendo de Polonia); en cierta manera una forma de contar una historia
personal escrita en tercera persona.
Tras
su paso por distintos festivales en 2013, Ida acumula ya los premios a la mejor
película, guión, actriz (Agata Trzebuchowska), dirección artística y Premio de
la Juventud, de Gijón; el Premio FIPRESCI de la crítica internacional a la
mejor película en Toronto; el galardón a la mejor película en Londres y el de
la mejor película del año de la Academia del cine polaco.
En la Polonia de
1962, comunista “a la polaca” lo que incluye una fortísima dosis de
catolicismo, Anna, una joven de 18 años novicia en un convento donde ha vivido
desde que quedó huérfana siendo muy niña, a punto de convertirse en monja
descubre que tiene una pariente viva, Wanda, hermana de su madre, a la que no
ha visto nunca y va a visitar. Wanda (Agata Kulesza), apodada “la roja” es juez,
estalinista y célebre por haber dictado sentencias de muerte colectivas de
“traidores”, además de judía, bastante adicta al alcohol y oculta la tragedia
que en ocasiones vive como una esquizofrenia. Tras un primer momento de
rechazo, ambas mujeres inician un viaje a sus raíces, al pueblo donde nacieron
y al terrible pasado que comparten. Para Ida, el dilema está entre su identidad
y la religión que le acogió salvándole de la masacre de la ocupación nazi;
Wanda tiene que enfrentarse a las decisiones que tomó cuando eligió la
fidelidad a la causa política.
En
la Polonia nevada y gris de los años sesenta, Ida es una visión casi fantasmal
de una realidad histórica suspendida en el tiempo: las fuertes raíces del
catolicismo, la resistencia de todo un pueblo a los ucases del “imperio ruso” y
la cuestión judía, nunca hasta ahora “tratada realmente de manera política,
cultural y afectiva”. Con una cámara inmóvil, un montaje sutil y unos personajes
cuyos rostros parecen aplastados por el peso del destino, Pawel Pawlikowski ha
realizado una obra maestra de espiritualidad” (Michél Levieux, L'Humanité).
Es
también una road movie y casi un film policiaco clásico en el que dos mujeres
que van a saldar sus cuentas con el pasado –la que lo conoce y la que va a
descubrirlo- investigan juntas la amnesia voluntaria de un país, “los horrores
negados y jamás expiados, la maldad de tanto mediocre, muchas veces por motivos
viles y desesperantes: apropiarse un terreno, una casa… ¿Cómo vivir después de
conocerlo? ¿Cómo creer en Dios?... ¿Cómo creer en los hombres?” (Pierre Murat.
Télérama). El periplo es un resumen de la compleja historia de un país
“dividido entonces entre el misticismo y el materialismo”.
A
medida que avanza el viaje, a medida que descubre la Polonia que existe fuera
de los muros del convento, después de encontrar los huesos de sus padres,
enterrados en el bosque por el granjero que aprovechó la ocupación nazi para
asesinarles, la realidad lleva a Ida a entrar en callado (siempre silenciosa,
está acostumbrada a hablar poco, solo lo necesario) enfrentamiento con
las convicciones ancladas por casi dos décadas de vida monacal. Sentimientos
que se materializan en la fugaz relación que mantiene con un músico, un
saxofonista, al que conoce por el camino.
"Ida
es el recitado magnífico de un poema melancólico impregnado de religiosidad, de
militantismo ateo… un deber de memoria ejemplar, suficientemente hábil como
para no fastidiar a los espectadores con su mensaje. Aquí las almas son grises
y el ser humano está descrito en toda su complejidad. Pawel Pawlikowski no es
un juez, sino un artista con una auténtica visión del cine, seguramente una de
las bellas de 2014”. (www.avoir-alire.com).
En
blanco y negro que, dice, son los colores de sus recuerdos, acompañada por el
saxo de John Coltrane y una coral de Bach, la Ida de Pawlikowoski es “una
película tan depurada que corta el aliento” (Le Figaro), una joya estética que
deja un regusto de melancolía: “La gente me pregunta: ¿Por qué muestras una
Polonia tan gris y triste? Y yo les contesto: ¿Queréis que enseñe la actual
Polonia de los nuevos ricos, la Polonia de colores salmón y pistacho? Ida es la
Polonia de mis sueños, es la nostalgia”.
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