La historia de Joven y bonita, presentada en
la sección oficial del festival de cine Cannes 2013 y ganadora del Premio Otra
mirada en el Festival de San Sebastián, transcurre en un año escolar; para
marcar cada una de las estaciones el realizador François Ozon (En la casa)
utiliza canciones de la emblemática cantante Françoise Hardy “porque reflejan
el amor adolescente: un amor desgraciado, desilusionado y romántico”.
La mezcla de juventud actual y canciones de los años
60/70 “crea una divertida sensación de temporalidad: un presente que ya estuvo
en el pasado. El desfile rápido y puntuado de las estaciones añade una
impresión de fugacidad” (Louis Guichard, Télérama).
El personaje central es una joven estudiante parisina,
Isabelle (Marine Vatch, hasta ahora modelo profesional, un hermoso rostro que conocemos
por haberlo visto en anuncios de cosméticos), procedente de una “buena
familia”, de un medio burgués, algunos de cuyos fantasmas y neurosis aparecen
puntuados a lo largo de la película. Durante unas vacaciones familiares en una playa de la Costa Azul,
Isabelle decide fríamente perder la virginidad con un turista alemán: le parece
que ha llegado el momento de dar el paso para seguir adelante. Tras comprobar
que no ha sido ni excitante ni trascendente, al reanudar las clases, y a partir
de la insinuación de un adulto que le para por la calle, Isabelle decide
dedicarse a la prostitución de lujo, la que organiza sus citas en hoteles caros
a partir de unas fotos de desnudos colgadas en Internet: los clientes, en
general muy mayores, llaman a su móvil y quedan con ella “siempre en las
primeras horas de la tarde y nunca en fin de semana”. El sexo como pasatiempo.
Otra
“belle de jour”, en suma, aunque en este caso se trata de una menor mientras
que en la película de Buñuel se trataba de una joven esposa. Demasiado hermosa
para dejar indiferentes a sus sucesivas parejas, Isabelle no necesita el dinero
que gana prostituyéndose y de hecho no lo gasta: lo va guardando, por el gusto
de tenerlo, en una bolsa escondida entre las camisetas de su armario. Tampoco
busca un cariño que no necesita, porque sus padres divorciados la quieren y se
preocupan por ella lo suficiente. Y no está claro hasta qué punto anda en busca
de placer porque en muchas ocasiones da la impresión de ser frígida. Isabelle
habla poco, así que todo son impresiones y sensaciones.
Joven
y bonita no hace juicios morales sobre el comportamiento de la chica –quien
aparentemente ha optado por esa doble vida sin plantearse tampoco muchas
preguntas y desde luego no la de por qué lo está haciendo- ni pretende en
absoluto presentarse como retrato de una generación desencantada a la que
espera un futuro nada fácil. El personaje de Isabelle está tratado con respeto
y cierta elegancia; todos los hombres, salvo uno, con los que mantiene
encuentros efímeros al precio de 300 euros la tratan con respeto y entienden la
relación como una transacción comercial. Ella, crecida en la sociedad de mercado que basa todo en las leyes de la
oferta y la demanda, decide aprovechar sus bazas -una cara y un cuerpo
hermosos, y un evidente poder de seducción- para sacar provecho de esa
ambigüedad moral en que está viviendo.
Joven y bonita –que se estrena en España el 7
de marzo de 2014- nos confirma algo que ya sabíamos: Isabelle no es producto de
la fantasía de un guionista o un realizador, Isabelle existe en la vida real,
como existen su familia y sus amistades y como existía.
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